55: Ciego

El gato menea la cola al son de un rítmico tic-tac que ha capturado la mente de Risa. Sentada en una esquina de la mesa, la joven tiene la mirada prendida del hipnótico balanceo. Apenas es consciente de encontrarse en la Sala del Consejo ni de que sus amigos están comentando algo acerca de los clubes extraescolares. Ha intentado mostrarse atenta y participativa, pero lleva todo el día aturdida y de un humor impreciso. Le irrita que su cabeza regrese, una y otra vez, a la fragilidad y ternura que Atsushi le mostró anoche. ¿Fue eso lo que enamoró a Erika?

«Imposible —se reprende, nada más pensarlo—. Él nunca le hubiera permitido ver esa parte de sí mismo.»

¿Y por qué a ella sí? No es la clase de chico que seguiría enamorado después de que la chica que le gusta le rechace y empiece a salir con uno de sus mejores amigos. Ni siquiera es la clase de chico que se enamoraría. Eiji significa mucho para ambos, y dicen que el dolor compartido tiende a unir a las personas de formas completamente inesperadas. Tiene que ser eso.

«Pero yo no quiero descubrir más.»

Es incómodo. Confuso. Demasiado.

—¿Risa?

La joven da un respingo cuando Erika le toca el brazo. Luego balbucea una disculpa y maldice a sus mejillas por enrojecer.

—Estábamos comentando la posibilidad de fundar un club de canto —explica Maki, regalándole una sonrisa comprensiva. Risa baja la mirada, pues no cree merecerla—. A finales del curso pasado, varias chicas lo pidieron, ¿recuerdas?

—Sí, pero ya os dije que no sé enseñar.

—No todas te odian, Serizawa —apunta Shun, perspicaz—. De hecho, las chicas que nos acosan con notas casi diarias en el buzón de sugerencias te quieren a ti como profesora.

—¿Puedo pensarlo?

Risa agradece la buena voluntad de sus amigos, pero prefiere pasar el menor tiempo posible en el Instituto Q. De todas formas, no cree poseer la suficiente paciencia como para enseñar a un grupo de niñas ricas y caprichosas a cantar. Solo pensar en la audición previa para clasificar las voces que pasen la prueba la hace sentir sin fuerzas. Además, ¿para qué quieren aprender a cantar? ¿Acaso creen que su voz va a ser igual a la de ella? «¡Pues van listas!»

—Claro. —Maki echa una rápida mirada al reloj, que casi marca las 16:40—. ¿Hay algún otro tema que queráis comentar y que no esté en la lista?

Las chicas niegan con la cabeza, mientras que Shun guarda silencio. Maki asiente y da por finalizada la reunión. Los cinco abandonan la Sala del Consejo y bajan al vestíbulo para cambiarse las uwabaki por los zapatos de calle.

—¿Te llevo a casa? —le pregunta Erika a Risa.

—No, me apetece dar un paseo.

—¿Seguro?

—Sí, creo que tomar un poco el aire me ayudará a despejar la cabeza.

Lo que quiere decir en realidad es que Masaru tardará un rato en regresar y ella no se ve capaz de enfrentarse al ascensor a solas.

Erika frunce el ceño, intuyendo que Risa le está ocultando algo, pero Nagisa se aclara la garganta con discreción y Eri cambia la mueca de recelo por una sonrisa casi perfecta. Sin embargo, unos minutos después, mientras Nagisa y ella se dirigen al aparcamiento, Erika se queja de que Risa las está apartando cuando más las necesita.

—Solo necesita un poco de espacio y menos conmiseración.

—A veces eres demasiado fría, ¿sabías?

—Risa valora tu preocupación y tus buenas intenciones, pero cuando pierdes a alguien importante, lo último que deseas es que tus seres queridos te traten como si fueras de cristal.

—¡Lo dices como si nosotras no le hubiéramos perdido también! —replica Erika con brusquedad y los labios apretados—. Aunque no sea lo mismo, yo también le quería, ¿sabes? Todavía le quiero y no soporto que se haya ido —añade con la voz rota.

—Lo sé. —Nagisa la abraza y le frota la espalda con suavidad—. Lo sé.

—¡Tenía que casarse con Risa y envejecer a su lado!

—Eri...

—¡No me digas que me calle, que sabes que tengo razón!

Nagisa esboza una breve sonrisa y abraza a su amiga con más fuerza. Poco después, Erika recobra el control sobre sí misma y se aparta un paso para limpiarse la cara con un pañuelo que saca del bolsillo de la chaqueta. Acto seguido, retoma el camino hasta el aparcamiento, sumida en un silencio medio enfurruñado. Nagisa se sitúa a su lado, consciente de que Erika las necesita a Risa y a ella más de lo que ellas necesitan a Erika. Porque cuando Eri llega a casa se convierte en parte del mobiliario a ojos de su padre. Puesto que el servicio se encarga de las tareas domésticas, la señora Furano pasa la mayor parte del tiempo con su grupo de «amigas», inventando maridos perfectos y despilfarrando su dinero en caprichos absurdos. A veces Erika se pregunta cuánto tardará su madre en considerar a la bebida una amistad más, si es que no lo ha hecho ya.

Mientras Nagisa y Erika se despiden y suben a sus respectivas limusinas, Risa se aleja del instituto en compañía de Maki y de Shun. Ninguno de los tres dice nada hasta que, minutos después, llegan a la estación Shintomichō. Sin embargo, Risa no lo considera un paseo incómodo, pues no está por la labor de ponerse a conversar sobre temas triviales.

—¿Seguro que no prefieres coger el metro? —pregunta Maki.

Risa niega y espera a que ambos jóvenes bajen las escaleras antes de reanudar su camino. Tenía la esperanza de que sumergirse en la tranquila rutina de la ciudad la ayudase a racionalizar la desagradable experiencia de la noche anterior, pero la apacible temperatura primaveral no es suficiente para derretir el velo de escarcha que continúa adherido a sus huesos. Si de verdad está todo en su cabeza le convendría ver a un psicólogo que la ayude a superar la culpa para que ese terrorífico eco de Eiji se marche de una vez por todas. Pero, ¿y si no es así? ¿Y si es real y de verdad quiere llevársela con él como una cruel venganza?

Risa respira hondo para sobreponerse al vahído que intenta doblegar sus rodillas. «Ya vale, ¿quieres? ¡Así no te ayudas! Además, si realmente hay un fantasma acechándote, ¿a qué se supone que espera para matarte? ¿No te das cuenta de que es absurdo?»

La cabeza aún le da vueltas cuando Risa entra en una cafetería cercana y se sienta en una mesa contigua al ventanal que da a la calle. No es consciente de lo que pide (ni siquiera de haberlo hecho) hasta que la camarera deposita un batido de chocolate frente a ella. «La bebida favorita de Eiji», piensa, como si no lo supiera de sobra. Al segundo siguiente, está llorando.

Apurada, la camarera le pregunta si prefiere que le traiga otra cosa. Dado que Risa no responde, se sienta en el taburete de al lado y le apoya una mano en el hombro, a la espera de que el acceso de llanto remita. Cuando por fin consigue recuperar el control sobre sí misma, Risa ve que la camarera le tiende una servilleta.

—¿Estás bien?

No será mucho mayor que ella y parece preocupada de verdad. Avergonzada, Risa asiente y se esfuerza por no mirar alrededor; el repentino silencio que se ha apoderado de la cafetería solo puede significar una cosa.

—Lo siento, no... no sé qué me ha pasado —murmura, la vista clavada en la servilleta arrugada y húmeda de sus lágrimas.

—Si quieres, te traigo otra cosa.

—¡No! —Risa desea que la tierra se la trague cuando se da cuenta de que acaba de agarrar el vaso como si temiera que la camarera se lo lleve. ¿Y acaso no ha sido así?— Perdona, es que es... era la bebida favorita de mi novio, pero... pero él ya no está.

La camarera abre mucho los ojos y asiente, comprensiva y apenada a partes iguales. Podría haber pensado que la chica está hablando de una ruptura reciente, pero su mirada rota y el temblor de su voz indican una realidad mucho peor. Lo único que se le ocurre decir es que lo siente y que ella misma la invita al batido. Luego se pone en pie con la intención de recoger una mesa que acaba de quedar libre. No sabe que Risa la está observando en el reflejo del cristal, agradecida por su amabilidad y preguntándose qué la ha llevado a pedir un batido de chocolate. A su mente acude el recuerdo de la cara que puso Eiji el día que intentó explicarle que el sabor le gusta, pero lo encuentra un tanto empalagoso y por eso prefiere los batidos de frutas. Si tuviera que escoger una representación gráfica para la frase «¡tú no eres de este planeta!», la expresión de Eiji en aquel instante hubiese sido la opción perfecta.

Medio riendo medio llorando, Risa da un sorbo con la pajita. Le sigue pareciendo muy dulce, pero podría acostumbrarse. Es más, está pensando en pasar por el konbini de regreso a casa, cuando un grupo de clientes situados al fondo del local se quejan de que el aire acondicionado está muy alto. Extrañada, la camarera replica que lo va a comprobar, pero Risa sabe que no encontrará nada anómalo porque el frío que repta por la cafetería se debe a algo (o, mejor dicho, a alguien) que solo ella ve.

Está de pie, cerca del baño, mirándola fijamente con los labios curvados en una sonrisa.

♫♪♫

Risa no se da cuenta de que volver a casa andando ha sido una mala idea hasta que alcanza el puente Triton, que une los distritos de Kachidoki y Harumi. Poco antes de llegar, hay un pequeño paso de peatones que cruza una calle estrecha. Risa todavía no entiende cómo aquel coche pudo perder el control y arrollar a Eiji. Pero eso es lo que los testigos afirman que ocurrió.

El vahído que ha conseguido evitar hace un rato aprovecha su guardia baja para atacar con el doble de ganas. El cuerpo de Risa pierde toda la fuerza y sus rodillas se acercan peligrosamente al suelo, pero unos brazos alrededor de su cintura la salvan del doloroso impacto.

—Serizawa, ¿qué haces aquí?

Mareada, la joven se deja conducir hasta unas escaleras cercanas.

—¿Señor Asano? —murmura mientras el hombre la ayuda a sentarse.

—Espera aquí, voy a traerte algo de beber.

La maquina expendedora debe de estar cerca, pues Risa escucha el ruido de la lata al caer en el hueco donde se recoge. Poco después, el padrastro de Eiji regresa con dos tés verdes y le tiende uno a Risa, que murmura un aturdido «gracias». El hombre espera a que la joven haya bebido un trago y recuperado un poco el color antes de repetir su pregunta.

—Decidí volver a casa dando un paseo para despejarme la cabeza, pero... pero no recordé que tendría que pasar por este lugar. ¿Y usted?

Jin suspira y contempla el tráfico mientras el eco de la pregunta de Risa resuena en su cabeza. ¿Qué hace allí? ¿Por qué es la tercera vez que acude, pese a que su estómago se contrae de terror y las manos le sudan?

—No lo sé —admite, tras casi medio minuto de silencio—. La primera vez vine a pedirle perdón, pero no sé qué es lo que me impulsa a seguir viniendo. Simplemente he de hacerlo para aplacar la ansiedad que me invade de repente.

»Nada de esto hubiera pasado si yo hubiese sido mejor padre para Eiji —continúa Jin después de beber un largo trago de su té—. No tuve en cuenta su opinión, cómo esta nueva situación le afectaba. Solo... Si hubiera actuado mejor con él, si no le hubiera forzado a odiarme, si no le hubiera obligado a huir de mí...

Jin hunde los hombros y rompe a llorar.

—No... No creo que Eiji le odiara, señor Asano —replica Risa con voz temblorosa, pues tiene la impresión de que la temperatura ambiente ha disminuido de forma sutil. «Es porque pronto anochecerá», trata de convencerse. Sin embargo, no puede evitar lanzar una cautelosa mirada a su alrededor—. Pensaba que le controlaba mucho y que le exigía más de lo que Eiji podía darle, pero no le odiaba —añade en un tono más firme, tras comprobar que no hay rastro de la presencia.

Jin acepta el paquete de pañuelos que Risa acaba de sacar de la mochila y coge uno antes de devolvérselo.

—Gracias. —El hombre se limpia las lágrimas y la nariz—. Es verdad que fui demasiado duro con Eiji, pero... ¿Puedo contarte una historia personal, Serizawa?

—Cla... Claro.

El padrastro de Eiji sonríe y asiente.

—Como ya supondrás, Yasuko no es mi primera mujer. Tengo un hijo de mi matrimonio anterior, un chico dos años mayor que Eiji. Se llama Sōta y era un niño fantástico hasta que escogió a los amigos equivocados. Al principio, eran cosas pequeñas como hurtos y peleas por tonterías. —Jin suspira y da otro trago a su té—. Intenté enderezarlo, pero, si te soy honesto, estaba un poco obsesionado por ascender en el trabajo para que mi familia tuviera lo mejor. Por eso mi exmujer me culpa de que Sōta terminara dejando los estudios y uniéndose a una banda de matones que se convirtió en su nueva familia. Me dijo que nuestro hijo había perdido el rumbo porque yo descuidé mis obligaciones como padre. Aquello me marcó; me di cuenta de que, en efecto, parte de la culpa fue mía. Así que cuando conocí a Yasuko y a Eiji me prometí que no volvería a cometer el mismo error. Y no lo hice... porque cometí otro peor.

Jin vuelve a quedarse callado, de nuevo con la mirada perdida en los coches que se aproximan al puente. Esta vez el silencio se alarga tanto que, incómoda, Risa no puede evitar intervenir:

—Porque Eiji no era como Sōta, ¿verdad?

Solo después de hacer la pregunta se percata de su falta de tacto, pero, para su alivio, el señor Asano no se ofende.

—Al principio, Sōta también era un chico muy aplicado, pero se juntó con la gente equivocada. Por eso cuando Eiji se marchó a Amsterdam y volvió sin querer dar muchos detalles de lo que hicieron allí... Yasuko siempre me decía que exageraba cuando me quejaba de Tanabe. Quise darle un voto de confianza porque se le da bien calar a la gente, pero lo que sé que sucedió en Amsterdam me disparó todas las alarmas y me volví un tanto paranoico. Me aterraba que un chico tan prometedor como Eiji siguiera el mismo camino que mi hijo. Me... me aterraba volver a fallar como padre. ¡Qué ironía!, ¿no?

Risa no sabe qué responder a eso, ni si el señor Asano espera que lo haga. No estaba segura de entender del todo lo que acaba de contarle. Comprende que, a su manera, Jin quería lo mejor para Eiji; comprende su necesidad de redimirse a través de una segunda oportunidad. Sin embargo, sabe que su comprensión es limitada porque carece de la perspectiva de madre. ¿Será ella igual de estricta si, en un futuro, tiene hijos?

—Gracias por escucharme, Serizawa. —Jin se pone en pie y le tiende una mano para que ella haga lo mismo—. Será mejor que regresemos a casa, empieza a hacer frío. ¿Sigues mareada?

—No, ya... ya se me ha pasado.

Ambos echan a andar en silencio.

—Señor Asano, Tanabe tampoco me caía bien al principio —dice Risa una vez alcanzan el puente Triton—. Me parecía un chulo y un arrogante, ¿sabe? Me sacaba de quicio que siempre se metiera donde no le llamaban. Entonces empecé a conocerle mejor, a saber más cosas de él. Me di cuenta de hasta qué punto se implica por las pocas personas que le importan de verdad, y Eiji era una de ellas. Atsushi siempre estaba ahí para guiarle cuando se equivocaba. Para guiarnos a todos, en realidad, porque somos como su familia.

Risa abre mucho los ojos, consciente por primera vez del significado de esa última frase. A su lado, Jin esboza una sonrisa genuina.

—Ahora veo cuál fue mi error, Serizawa.

—¿Su error?

—Le juzgué sin conocerle de verdad. —El hombre suspira y sacude la cabeza con pesar—. ¡Lo que daría por no haber estado tan ciego!

Konbini: supermercado que abre las veinticuatro horas.

Uwabaki: zapatillas de goma flexible que los alumnos japoneses utilizan para andar dentro de los centros escolares.


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