52: Leve roce
Sus ojos se desorbitan, con más horror que sorpresa, cuando ve el surtido de maquillaje que Erika acaba de desplegar ante ella. Arrodillada en el tatami, su amiga pone cara de cachorrito abandonado. Risa lanza una mirada suplicante en dirección a Nagisa, que se está quitando la humedad del pelo con una toalla, pero la joven se limita a encogerse de hombros. Risa juraría que sus labios han esbozado una fugaz sonrisa de diversión. Aturdida por lo que le espera, la idea de incluir a su amiga en la sesión de maquillaje no se le ocurrirá hasta que ya sea demasiado tarde.
—Eri, ¿de verdad vas a usar todo eso?
—¿Eh? ¡No, boba! Me he traído una pequeña muestra con un poco de todo porque cómo te maquille dependerá de qué ropa te pongas. Además, ya te dije que el maquillaje de día y el de noche son distintos.
«¿Una pequeña muestra, dice? En su casa debe de tener una habitación entera solo para el maquillaje, en plan vestidor.»
—Pues... Vaqueros y una camiseta. Amarilla, creo.
—¡Venga ya, Risa! —protesta Erika con un gracioso mohín de enfado que le hincha las mejillas. Risa no puede evitar pensar en una ardilla con los carrillos llenos de bellotas—. ¿Y ahora de qué te ríes? ¡Que esa bolsa pesa un montón y la he cargado solo por ti! Porque, aunque no te lo creas, verte guapa y que otros te admiren te va a ayudar mucho. Sonreirás, y ese es el primer paso.
Risa le dedica una sonrisa tierna a su amiga y después abre la maleta para mostrale que la única ropa que se ha traído son un par de vaqueros y tres camisetas bastante neutras.
—En serio, no contaba con nada de esto.
—Ah..., ya. Te dejaría algo de lo mío, pero te estará corto. ¿A lo mejor Nagisa puede prestarte un vestido?
—Yo también he traído vaqueros y camisetas.
—¡Pero mira que eres aburrida!
—¿Qué esperabas para solo dos días?
En ese momento llaman a la puerta y Masaru pide permiso para entrar. Los ojos de Erika se iluminan cuando ve lo que el hombre porta consigo: un vestido verde colgado de una percha, una falda de tonos anaranjados, unos elegantes pantalones color crema, un par de blusas con aspecto de sentar muy bien y unas sandalias marrones.
—Te he traído un poco de ropa para la ocasión —dice Masaru mientras, a falta de una cama occidental, distribuye las prendas entre el escritorio, la silla y la puerta abierta del armario—. No sabía qué estilo preferirías, así que... ¡Oh!, ¿eso es un rizador de pelo? ¡Qué interesante!
—¡Papá! ¿De qué lado se supone que estás?
Acompañado de una risita traviesa, el hombre abandona el dormitorio.
—Tienes un padre genial, Risa —comenta Erika con aire soñador. Acto seguido, da una fuerte palmada que sobresalta a sus amigas—. ¡Vale, pues vamos a ello! Ahora te pones la falda y la blusa blanca, que ya estoy visualizando la sombra de ojos. El vestido para la noche... Espera, ¿es ese que llevaste a aquel concierto de Ame en el parque Sumida? ¡Me encantó ese vestido! Tengo que preguntarle a tu padre dónde lo compró, pero primero lo importante.
—Esto... —Risa lanza a Nagisa una mirada de auxilio—. Eri, ¿piensas volver a maquillarme por la noche?
—¡Pues claro! Los tonos naranjas y marrones son para la falda —explica la joven al tiempo que quita las sandalias de la silla y coloca esta junto a la ventana—. Venga, ven, que luego también hay que peinarte y veo que tienes bastante cantidad de pelo. ¡Ah! —Erika rescata su móvil del suelo—. No puedo trabajar sin música. Espero que te guste este grupo.
Segundos más tarde, mientras una resignada Risa ocupa su lugar en la silla, Song for... de ROOKiEZ is PUNK'D comienza a sonar. La música es lo único que la joven va a disfrutar.
♫♪♫
No mucha gente sabe que lo que popularmente se conoce como Gion son, en realidad, dos hanamachi: Gion Higashi y Gion Kobu. Con ochenta casas de té frente a solo doce, queda bastante claro que el segundo es el más grande y conocido de los dos. Por ende, también es el que más turistas alberga, pues es mucho más fácil encontrar a una geiko o a una maiko caminando por sus calles, cosa que vuelve locos a los extranjeros. Tal y como Naoki les está explicando a los amigos de su hermana, hubo una época en la que los turistas las perseguían hasta el interior de las ochaya y los ryokan. Semejante falta de respeto llegó a tal extremo que, en la actualidad, algunos de los callejones secundarios por los que se accede a estos establecimientos se han convertido en «calles privadas».
Los cuatro jóvenes escuchan con atención, pues los hanamachi de Tokio poco tienen que ver con los de Kioto. Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial destruyeron gran parte de los edificios tradicionales, por lo que en Tokio ya no hay okiya ni ochaya. Los banquetes se llevan a cabo en ryōtei (restaurantes tradicionales de alta cocina) y las geisha duermen en apartamentos. Pese a ello, siguen siendo un reclamo importante entre los turistas; sobre todo en el barrio de Asakusa.
Mientras Naoki deleita a su público con unos carteles de madera que ilustran una serie de normas de comportamiento para turistas y visitantes*, Risa deja vagar su mente por recuerdos agridulces. El invierno pasado ella misma paseó por las calles que pisa ahora y le explicó a Eiji las mismas curiosidades que narra su hermano. Una sonrisa melancólica curva sus labios cuando piensa en lo fascinado que estaba el chico con la arquitectura de Gion y con sus calles empedradas. Como buen aficionado a la historia, se moría de ganas por ver la casa de té Ichiriki, pero Risa postergó el momento con un paseo deliberadamente largo por el barrio. Una pequeña venganza personal por el tremendo susto que él le dio en la Torre de Tokio el día que la llevó a conocer la ciudad. Ahora daría cualquier cosa por regresar a aquel momento; por volver a escuchar su risa y sentir de nuevo el calor de sus manos en la piel.
—Risa, ¿estás bien?
Con un respingo, la joven alza la mirada hacia su hermano y le sorprende verle borroso. Al darse cuenta de lo que está pasando, se maldice en silencio; seguro que acaba de estropear el maquillaje en el que Erika ha puesto tanto cariño.
—Sí, es que... Lo siento, Eri.
El rostro de su amiga pasa de la inicial preocupación a la extrañeza para terminar dibujando una sonrisa a camino entre la ternura y la pena.
—¡No seas boba! Lo importante eres tú —protesta con los brazos en jarras—. Además, la máscara de pestañas es resistente al agua y llevo en el bolso un poco de maquillaje por si hay que retocar.
La última frase provoca una tímida carcajada en Risa. ¡Típico de Erika! Ella saca un pañuelo de papel del bolso y le seca las lágrimas con cuidado. Luego la abraza y se cuelga de su brazo, como si fuese un escudo de alegría capaz de mantener a la tristeza a raya.
—¿Seguro que estás bien? —insiste Naoki—. Podemos dejarlo para la tarde, si quieres.
Risa sacude la cabeza. Todavía no sabe la razón de que su hermano reaccionara de esa forma la tarde anterior, pero si él puede dejar a un lado sus problemas y atender a sus invitados como se merecen, Risa no piensa ser menos. Están allí por ella, para evitar que vuelva a sumirse en la gris monotonía. Además, por nada del mundo se perdería lo que llegará a continuación.
—Estoy bien. Vamos.
Su paseo por calles secundarias les conduce hasta el puente Shin. Encantado con su papel de guía turístico, Naoki señala los farolillos de papel que cuelgan de las puertas de las ochaya para ilustrar que el blasón de Gion Kobu es un círculo inspirado en los dango. También menciona las tablillas de madera (situadas a la entrada de okiya y ochaya) con los nombres de las geiko y maiko que viven en ellas o las frecuentan, respectivamente. Y, por supuesto, una vez se adentran en el Shirakawa Lane, no se olvida de detenerse frente al famoso memorial a Yoshii Isamu. Puesto que no puede evitar que le recuerde a su madre, Risa se adelanta unos metros, hasta la altura del Black Cat Lemonade, un restaurante de comida para llevar. Acodada en la barandilla de madera, contempla el fluir del riachuelo mientras intenta que sus recuerdos no lo imiten. Por suerte, su hermano y sus amigos no tardan en darle alcance.
—¡Risa-chan!
La joven da un respingo. ¿Cuánto tiempo hacía que Mamoru no la llamaba así? Sonriente, se vuelve hacia el ryokan Shiraume, situado varios metros más adelante. En el acceso al puente que conduce al hotel, a la sombra de dos ciruelos centenarios, Ame, Hideki, Shima y Mayu les esperan. Confiando en que los demás la seguirán, Risa echa a andar en su dirección. A su espalda, Erika toma aire entre dientes y murmura algo que Risa no llega a entender, pero que la hace reír igual. Como imagino que tendréis curiosidad, lo que Erika dijo fue: «¿cómo no me has avisado para prepararme mejor?» Y, si habéis supuesto bien, sabréis que eso era imposible.
—¡Qué guapa! —exclama Mayu—. Esa falda la compramos juntas, ¿te acuerdas? Bueno, básicamente te obligué a comprarla porque tú decías que ya tenías suficiente ropa en casa. ¡Menos mal que me salí con la mía!
—¡Pues ya verás cuando esta noche se ponga el vestido! Soy Erika, por cierto.
Risa sonríe ante la facilidad con la que su amiga es capaz de dejar atrás los nervios si alguien saca a relucir uno de sus temas de conversación favoritos. Tal vez suene egoísta, pero a ella le encantaría hacer lo mismo con la tristeza y el dolor.
—Mayu.
«Ojalá los sentimientos pudieran apagarse y encenderse con un interruptor», piensa Risa mientras sus amigos se presentan. Al instante siguiente se reprende a sí misma, pues su deseo equivaldría a sacrificar su creatividad. «Si optara por olvidar todo aquello que me duele, no estaría realmente viva. Ni tampoco me conocería de verdad.»
Por tercera vez en lo que lleva de mañana, Risa da un respingo al sentir un fugaz contacto en la muñeca. Durante un segundo, teme que se trate del fantasma de Eiji, pero se relaja al percatarse de que no siente frío.
—Tu hermano se va con sus amigos —anuncia Atsushi. ¿En qué momento se le ha acercado?
—Ahora que nos hemos vuelto a reunir todos, tenemos que aprovechar para celebrar nuestra mayoría de edad. —Hiroshi sonríe con el entusiasmo de un niño pequeño—. Nos uniremos a vosotros para cenar. ¡Que lo paséis bien!
Risa observa cómo Naoki, Takeru, Hiroshi, Hideki y Shima se pierden en la avenida Yamatōji. El leve roce de los dedos de Atsushi le ha traído a la mente el recuerdo de la conversación que tuvieron la noche anterior. Su opinión del joven mejoró cuando se abrió a ella; saboreó la posibilidad de que haya mucho más en su interior de lo que pretende mostrar, y esa idea la hizo sentirse más cercana... hasta que él estropeó el momento con su insufrible arrogancia. Siempre creyéndose mejor y más listo que los demás. ¡Es increíble que las chicas se peleen por su atención! ¿Es que no se dan cuenta de que para él no significan nada?
«¿Por qué estás tan enfadada entonces? —susurra una voz en el interior de su cabeza—. ¿Por qué el breve contacto de sus dedos te ha erizado la piel?»
«Porque tengo las emociones revueltas. Pero me llamó mezquina, como si él supiera mejor que yo lo que vi y escuché. ¡No es más que un imbécil prepotente!»
—Risa, ¿seguro que estás bien?
Esta vez es Shinobu quien la devuelve al momento presente. Ella sonríe y asiente, esforzándose porque sus ojos no delaten al motivo de su turbación; lo último que necesita es que sus amigos la juzguen o que Yuuichi vuelva a emparanoiarse. Y, hablando del joven, presenta una expresión un tanto sombría que a Risa le encoge el estómago. No puede haber visto a Atsushi tocarla, ¿o sí? ¿Tal vez...?
«No, te la jugó aquel día en el karaoke con el tema de Mika porque se sintió rechazado. Pero, después de lo que ha pasado, no se atrevería a provocar a Yuu para vengarse de lo de anoche. Además, Yuu prometió cambiar y quiero confiar en que, esta vez, es de verdad. Tiene que ser por otra cosa.»
—Se nos ha ido el guía turístico —comenta Erika, mohína.
—¡Yo le sustituyo! —se ofrece Mayu.
—¿Tú? ¿Con lo olvidadiza que eres? —la pica Mamoru.
—¡Oye, que cuento con que me vais a ayudar! Pero primero tenemos que pasar por la estación.
Mayu se refiere a la estación Sanjo, situada a unos cinco minutos a pie. Mientras el grupo avanza por la avenida Yamatōji, Risa se fija en que Yuuichi aminora el paso para quedarse atrás de forma intencionada. ¿Es una señal para que ella le imite? No le apetece tener esa conversación pendiente, pero quizás el chico necesite hablar.
—¿Estás bien? —pregunta, adaptando su paso al del joven. Él le lanza una mirada desubicada, como si no esperase verla a su lado.
—Sí, tranquila.
—¿Es por lo que no quise hablar ayer?
—¿Qué? ¡No! No, eso puede y debe esperar. —Risa parpadea, sorprendida. ¿Quién es el alienígena que camina a su lado y qué ha hecho con su exnovio?— Lo que sí que me gustaría hacer es darte las gracias por no haberme rechazado. Sinceramente, creía que lo harías y por eso me aterraba venir.
—Bueno, mi yo anterior lo hubiera hecho, pero creo que he aprendido bastantes cosas desde entonces.
Yuuichi sonríe y asiente. La tarde anterior pudo comprobar cómo Risa está volviendo a ser la de antes de perder a Lucía... «No, Yuu, sé honesto contigo mismo: está regresando a como era cuando salíais juntos, antes de que lo mandaras todo a la mierda. Y, aunque te duela, ha llegado la hora de dejarla ir.»
—¿Yuu? ¿Por qué estás tan serio?
El joven señala el edificio de la estación con un gesto de la cabeza.
—Ahora lo descubrirás.
La razón de la actitud taciturna de Yuuichi aparece minutos después, ataviada con un bonito vestido amarillo y las gafas de sol a modo de diadema. De su hombro derecho cuelga una bolsa de viaje que la recién llegada deposita en el suelo para poder envolver a Risa en un cálido abrazo.
—Lo siento mucho, Risa. —Mika se aparta un poco y la mira a los ojos—. Quise ir al velatorio, pero mi representante es un imbécil. Así que me las arreglé para montarle una escenita en mitad de la agencia y aquí estoy. Por supuesto, me lo hará pagar cuando regrese, pero no iba a dejarte tirada, Risa. Esta vez no.
*NA: repartidos por todo el barrio, estos carteles establecen la prohibición de tocar a las geiko y a las maiko, comer, fumar, tirar basura en la calle, sentarse en las barandillas, reclinarse en las paredes y usar palos selfie.
También os dejo una foto de las tablillas de madera con los nombres de las geiko y las maiko. El dibujito rojo que acompaña a los kanji es el blasón de Gion Kobu ^^
Dango: brochetas de arroz glutinoso, azúcar y agua. Existen varios tipos, dependiendo del condimento con el que se acompañen.
Geisha/geiko: artista tradicional japonesa que entretiene a los hombres en banquetes, reuniones o fiestas, mediante bailes, canciones y artes japonesas. Visten con el traje tradicional japonés, o kimono.
Maiko: aprendiz de geisha/geiko.
Hanamachi: barrio de geisha.
Ochaya: casa de té donde trabajan las geisha.
Okiya: casa donde se alojan las geisha y sus aprendices (maiko).
Ryokan: alojamiento tradicional que, en origen, hospedaba a viajeros a corto plazo. En la actualidad, son hoteles de lujo especialmente pensados para visitantes occidentales.
Tatami: estera japonesa hecha de paja de arroz recubierta con bambú.
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