50: Asperezas
Duerme, acurrucada en el futon. El rostro, vuelto en su dirección, está relajado. Incluso le parece ver una tenue sonrisa en sus labios, aunque podría ser un efecto de la luz que se filtra a través de las cortinas. Hacía mucho que no la veía así. ¿Meses? ¿Años? No sabría decir cuánto, pero le gusta la suave sensación de calidez con la que le llena el pecho. Una parte de sí mismo quiere tumbarse a su lado y abrazarla, pero teme despertarla. Después de la terrible noche que ha pasado, necesita descansar.
Despacio, intentando no hacer ruido, Masaru cierra el shōji y desanda sus pasos de regreso a la cocina, donde su madre está sirviendo el té que le ha ofrecido al llegar. La pobre mujer se pasó gran parte de la noche velando a Risa, por si volvía a tener pesadillas; ahora el cansancio se refleja en su semblante pálido y en las incipientes ojeras que bordean sus ojos.
—Mamá, ve a descansar un rato —insiste Masaru, aun sabiendo lo que ella le va a responder.
—Los viejos dormimos poco, ya lo descubrirás.
—«Poco» y «no lo suficiente» son cosas distintas.
—Nunca dejarás de ser ese niñito respondón, ¿eh? —Sayako intenta sonreír con despreocupación, pero sus labios tiemblan demasiado—. Estaba aterrada, Masaru. Me costó casi una hora conseguir que se calmara lo suficiente como para llevarla de regreso a la cama. Cree que Eiji está enfadado con ella, y que el rencor que le guarda es lo bastante grande como para haberlo transformado en yōkai. ¿Por qué pensar algo así? No tuve tiempo de conocerle demasiado, pero me pareció un chico muy tierno y educado.
Masaru da un largo sorbo a su té. Casi puede escuchar a Risa reprochándole que le van a salir quemaduras de tercer grado en la garganta, pero él considera que está a la temperatura perfecta. Un amago de sonrisa melancólica intenta adueñarse de su boca cuando recuerda que Lucía era de la misma opinión que su hija.
—Porque se siente responsable de su muerte.
Fiel a su forma clara y concisa de explicarse, Masaru le cuenta a su madre lo que sucedió aquella fatídica noche. Intenta que su tono se mantenga firme y sereno, pero una parte de sí mismo no puede evitar comparar el accidente de Eiji con el atraco a Lucía. Si ambos jóvenes se hubieran despedido unos minutos antes, o unos minutos después, ¿las cosas serían ahora distintas? Si él hubiese acudido a recoger a su mujer cuando debió, ¿seguiría viva? ¿De verdad andaban tras ella por algo que había descubierto o fue un atraco como tantos otros? La investigación se estancó por falta de pistas, y Masaru no cree que vayan a reabrirla. Es una duda con la que todavía está aprendiendo a vivir. Es la clase de duda a la que ahora se enfrenta Risa.
El hombre da un respingo cuando siente las manos de su madre sujetando las suyas por encima de la mesa. No es necesario que diga nada; ella es la única persona capaz de ver más allá de la máscara.
—Ahora es cuando más falta le haces.
—No estoy en posición de dar consejos —replica Masaru, tras unos segundos de silencio—. Para ser justos, antes debería aclararle ciertas cosas que la harán sentir peor.
Sayako retira las manos y las coloca alrededor de su taza. Masaru entiende el gesto como un reproche silencioso, pues la anciana nunca ha llegado a entender que Lucía y él tomaran esa decisión. Él mismo se negó al principio, pero terminó por comprender que la idea no era tan descabellada y que, a la larga, podría resultar beneficiosa. Lástima que ya no vaya a tener la oportunidad de averiguarlo.
Masaru se bebe el resto de su té de un par de tragos y se pone en pie.
—Voy a dar un paseo por el barrio.
—Masaru —le detiene Sayako antes de que el hombre cruce el umbral de la cocina—. Estoy de acuerdo en que ahora Risa necesita su espacio, pero hace mucho tiempo que Naoki está más que preparado para que habléis. Si quieres limar asperezas con él, deberías contarle la verdad.
—No sé si limaré asperezas o las afilaré todavía más.
—No recuerdo haberte enseñado a eludir las responsabilidades, jovencito.
«No, y, sin embargo, es lo que he venido haciendo durante este último año.»
Masaru obsequia a su madre con una sonrisa llena de cariño. Es gracias a su sensibilidad y a su apoyo que ha llegado a ser el hombre que ahora es. Imperfecto, por supuesto, pero bueno y justo.
—Hablaré con él después.
♫♪♫
Atsushi se lleva una mano a la frente, incapaz de contener un resoplido de circunstancias. A su lado, Shinobu se echa a reír. Nagisa, por su parte, prefiere no mirar hasta que una apurada y jadeante Erika se les une en el andén. Lleva a cuestas una maleta grande y una bolsa de mano que parece bastante pesada.
—¡Ay, qué bien que todavía estáis aquí! —exclama, casi sin aire—. ¡Creía que llegaba tarde! No hay nada como irse de viaje para recordar dónde tienes todas las cosas importantes, ¿no os ha pasado nunca?
—Eri, nos vamos fuera solo un fin de semana —comenta Shinobu, aún riendo—. Eso son dos días.
—Lo sé, por eso viajo ligera —replica la joven en tono inocente—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miráis así?
En lugar de responder, sus amigos echan a andar en dirección al tren. Todavía faltan unos minutos para que se ponga en marcha, pero es mejor que dejen sus cosas antes de que el portaequipajes de su vagón se llene y no haya sitio para el «equipaje ligero» de Erika.
De los cuatro jóvenes, solo Shinobu ha estado en Kioto. Tal y como les explica a los demás mientras, ya sentados, esperan a que el viaje dé comienzo, lo visitó un par de años atrás porque su padre quería conocer el famoso Paseo del filósofo. Por supuesto, escogieron la mejor época: primavera, cuando los cerezos están en flor. Shinobu sacó un montón de fotos que está encantado de mostrar a sus amigos con la intención de distraerles del verdadero motivo por el que viajan. Sobre todo a Atsushi, a quien casi tuvo que suplicar para que aceptara la proposición del señor Serizawa. Entiende su reticencia, pero ya es hora de que el joven aprenda que no puede pasarse la vida huyendo de aquello que duele. Debe enfrentarlo y aprender a sobreponerse. Solo así podrá empezar a cerrar sus heridas más recientes, y también las viejas.
Va a ser una experiencia dura, pero necesaria. Además, es por el bien de Risa, y eso es lo único que debería importar.
♫♪♫
Un fuerte portazo y una maldición entre dientes sacan a Risa de su duermevela. Tras unos segundos que emplea en sacudirse el aturdimiento, la joven se levanta y se aproxima al fusuma que separa su habitación de la de Naoki. Lo escucha jadear al otro lado, como si se estuviera esforzando por contener el llanto pero supiera que no aguantará mucho más tiempo. Entonces se hace el silencio. Un silencio artificial en el que Risa se sabe descubierta.
—¿N-Naoki? —tantea, vacilante.
—Ahora no, Risa.
—Pero, ¿estás bien?
—Por favor, Risa. Ahora no.
El «rechazo» de su hermano le provoca un leve pinchazo de dolor en el pecho. Sin embargo, sería injusto tenérselo en cuenta cuando ella lleva días sumida en una actitud evasiva y distante. Las dos veces que Shima y Mayu se han pasado a ver qué tal está, Risa se ha negado a salir de su cuarto. Se siente mal por sus amigas, pero suficiente tiene ya con verse obligada a soportar la conmiseración que reflejan los ojos de sus abuelos y de Naoki. Sabe que no es real, pero sus miradas la hacen sentirse pequeña y débil; frágil, incapaz de nadar contra la marea que la arrastra lejos de la orilla. Por eso intenta pasar la mayor parte del tiempo sola, aunque ha de admitir que las cuatro paredes de su habitación comienzan a resultarle un tanto opresivas.
Para empeorar su situación, Masaru ha llegado esa misma mañana, y no ha venido solo. No puede decir que no se lo esperara, pero una cosa es imaginar la posibilidad de que Yuu esté en Kioto y otra muy distinta, asumir que su temor se ha hecho realidad. Al menos, Takeru, Mamoru y Hiroshi también estarán presentes para evitar que Yuuichi se pase de la raya. La pregunta ahora es cuándo tendrá lugar la visita. ¿Esa misma tarde? ¿Al día siguiente? ¿El domingo? Conociendo a su ex, Risa cuenta con que el chico se presente de un momento a otro, y casi que lo prefiere así. Siempre ha sido de la opinión de que el sufrimiento es opcional.
La joven suspira y se pone en pie. Sentarse un rato en el porche le hará bien. La idea de acudir al Santuario Heian (su lugar predilecto cuando necesita pensar) lleva rondándole por la mente desde que llegara a Gion dos días atrás, pero ahora hay que sumarle los recuerdos de su última visita. Fue durante el invierno pasado, cuando Eiji y ella dividieron sus vacaciones de navidad entre Osaka y Kioto. Risa quería esperar a la primavera para mostrarle sus preciosos jardines, pero Eiji dijo que le gustaría verlos en cada una de las cuatro estaciones para poder comparar y decidir cuál le gustaba más. Los exámenes de acceso a la universidad consumieron la mayor parte de las vacaciones de primavera, pero Eiji estaba deseoso por que llegara el verano. Ahora Risa se pregunta si esa estación volverá a existir en algún momento de su vida.
No esperaba encontrarse a su padre en el porche. Todavía está a tiempo de dar media vuelta y regresar a su habitación, pues el hombre le está dando la espalda mientras contempla el jardín. Sin embargo, sus piernas avanzan hasta situarse a su lado. Con un respingo, Masaru gira la cara en su dirección y sacude la cabeza con actitud resignada.
—Te voy a poner un cascabel.
Risa esboza una sonrisa triste y toma asiento. Eiji solía hacerle la misma broma, aunque luego no se cortase ni media a la hora de asustarla él. Ella siempre le regañaba, pero ahora lo echa de menos.
—¿Qué le pasa a Naoki?
—¿Qué le pasa?
Risa titubea, sin saber qué responder. Por algún motivo, había dado por hecho que Masaru estaría al corriente.
—Ah, pues... No lo sé, es que acaba de encerrarse en su cuarto y parecía muy enfadado.
—¿Y tú cómo estás?
Risa siente como si una parte de sí misma se retrajera hacia el rincón más oscuro de su mente; los ojos de su padre no reflejan esa lástima que tanto la agobia, pero tampoco se siente cómoda hablando del tema. Los momentos en los que consigue no pensar que todo ha sido culpa suya son escasos y muy valiosos.
—Depende del segundo del día —responde, tras un breve silencio—. ¿Qué... Qué hiciste tú?
«Aparte de huir a Tokio con tu amante y arrastrarme contigo, quiero decir.»
—Tu abuela dice que soy la persona más adecuada para ayudarte con el duelo, pero olvida que tu río emocional es mucho más caudaloso que el mío. —Masaru suspira—. Ya has pasado por esto, aunque no sea exactamente igual.
Risa tuerce el gesto y recorre con la mirada las linternas de piedra que tanto le gustaban de niña. Creía que, después de ese pequeño acercamiento que tuvieron la noche de la cena, las cosas con su padre serían distintas; más cálidas y cercanas. Creía que por fin podría resolver la incógnita sobre su madre y cerrar ese capítulo de su vida que ya empieza a enquistarse. Pero nada ha cambiado; sigue siendo el hombre frío y distante que ella recuerda.
A Masaru no le pasa desapercibida la expresión de dolor que cruza el semblante de su hija; todavía pende de sus pupilas como finas telarañas que la brisa intentase arrancar de las ramas de un arbusto. No ha sido la mejor de las respuestas (y teme que Risa la haya interpretado como una reacción de indiferencia), pero las palabras de desprecio que Naoki le ha espetado minutos atrás todavía le embotan la mente.
—Me centré en el trabajo —admite, tratando de enmendar su error—. Tú aún eres una estudiante, pero ambos sabemos que componer música es tu medicina.
—¿Y qué pasa si esa música no fluye?
—¿Qué se lo impide?
Risa inspira hondo para borrar de su cabeza la imagen de Eiji metido en el ataúd. Dormido en apariencia, pero demasiado quieto y frío.
—La música es pura emoción, y a mí me duele demasiado para querer sentir.
—No obstante, debes hacerlo. Ojalá pudiera decirte que, con el tiempo, se supera, pero, por desgracia, no es así. Con el tiempo el dolor se atenúa y aprendes a vivir con ello, pero nunca desaparece.
Lo sabe; estaba empezando a darse cuenta cuando el principal pilar que sostenía su vida se derrumbó. Un barco hundido en mitad de un mar embravecido. Eso es lo que es ahora.
—Si pude sobreponerme a la muerte de mamá, fue, en gran parte, gracias a Eiji... Pero ahora él tampoco está.
La voz se le quiebra en la última frase y Risa rompe a llorar con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza escondida entre las manos. Masaru cierra los ojos con fuerza y abraza los hombros de su hija. Ella da un respingo de sorpresa, pero el hombre responde apretando el abrazo. Igual que su madre hizo con él cuando Lucía se fue. Le gustaría no haber sido tan egoísta con su dolor, haberse dado cuenta de que sus hijos necesitaban de su consuelo porque ellos también la habían perdido (de un modo mucho más profundo, además), pero nunca es tarde para empezar a hacer las cosas bien.
El ruido de unas voces familiares acercándose por la calle tensa el cuerpo de Risa. La joven se incorpora y se limpia las lágrimas con las palmas de las manos. Segundos después, los componentes de Ame atraviesan el pequeño arco de la entrada. Yuuichi va el último, con los hombros hundidos y la mirada clavada en el suelo. Risa, que esperaba verlo aparecer envuelto en su habitual arrogancia, no puede evitar un tenue suspiro de alivio. Tal vez la conversación no vaya a ser tan terrible como temía.
—Voy a ver si tus abuelos necesitan ayuda en el sento.
Masaru se pone en pie y rodea la casa, en dirección al jardín trasero. Risa hace amago de levantarse también (no para huir, sino porque no le parece educado recibir a sus amigos sentada), pero Takeru sacude la cabeza con suavidad. Instantes después, Mamoru se arrodilla frente a ella y le toma las manos. No dice nada, mas sus ojos expresan un cariño tan sincero que las comisuras de Risa se curvan hacia arriba. Como si ese gesto fuera el permiso que esperaba, Mamoru envuelve a su amiga en un tierno abrazo. Takeru y Hiroshi se sientan a ambos lados de la joven. Solo Yuuichi permanece en mitad del camino, visiblemente incómodo.
Risa nunca llegará a discernir si, el hecho de que su brazo diestro se alce en dirección al joven, se debió a su vulnerabilidad o si fue cosa de Empatía. Él vacila unos instantes, pero termina por aproximarse para ocupar el lugar de Mamoru.
—Lo siento, Risa. Siento haberme comportado como un imbécil. Únicamente pensaba en mí mismo..., como acostumbro a hacer. Pero ya no más.
Risa pestañea un par de veces seguidas, sorprendida por las palabras del muchacho. ¿Lo está diciendo en serio o es otra de sus tretas de manipulación? Lo descubrirá, pero no en ese momento.
—Está bien, Yuu. Pero, ahora mismo, no puedo tener esa conversación.
Risa esperaba ver algún efímero gesto que le delatase, pero lo único que encuentra son una mirada comprensiva y una sonrisa sincera.
—No te preocupes. —El chico se pone en pie—. Mi madre nos ha organizado una merienda, si te apetece venir. Shima y Mayu también estarán. De hecho, me han pedido que te diga que a la tercera va la vencida.
Risa sonríe, víctima de una repentina y agradable calidez que se extiende por todo su cuerpo.
—Tienen razón.
Paseo del filósofo: también conocido como el Camino de la filosofía de Kioto, el Tetsugaku no michi recibe su nombre en honor a Nishida Kitaro (1870-1945), un profesor de filosofía que utilizaba el paseo para meditar de camino a la Universidad de Kioto. Es una ruta de unos 2 km que discurre paralela al canal Shishigatani y conecta los templos Ginkakuji y Eikan-do.
Fusuma: panel corredizo que divide las habitaciones en las casas tradicionales japonesas.
Futon: cama tradicional japonesa que consiste en un fino colchón unido a una funda y que se apoya directamente en el suelo.
Sento: son como los onsen (los baños tradicionales japoneses que aprovechan las aguas termales de origen volcánico), pero con agua calentada de forma artificial.
Shōji: puerta tradicional japonesa consistente en un marco de madera y papel washi (papel muy fino elaborado con flora local japonesa, cáñamo, bambú, trigo o arroz).
Yōkai: comúnmente conocidos como demonios, los yōkai encarnan momentos o sentimientos de horror, desconcierto o asombro frente a un evento extraordinario. En el siglo XIII Toriyama Sekien creó la primera enciclopedia de estas criaturas, en la que reúne a más de doscientas. La serie se conoce como Gazu Hyakki Yagyo.
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