45: La pintura oculta
Qué sucedió cuando Risa regresó al apartamento de Eiji y cómo transcurrió la comida entre el grupo de amigos es algo a lo que volveremos en otro momento. Ahora vamos a dar un pequeño salto y a situarnos a mediados de abril. Risa acaba de empezar su último año en el Instituto Q, junto con Erika y Nagisa. Eiji estudia psicología en la prestigiosa Universidad de Tokio, mientras que Atsushi y Shinobu han entrado en la Waseda y comparten un pequeño piso en Shinjuku para estar lo más cerca posible de la universidad y no perder tiempo con los viajes de ida y vuelta. Invitaron a Eiji a unirse a ellos, pero el joven prefirió el trayecto de tres cuartos de hora en tren; dijo que lo hacía por Risa, no obstante, a mí me da que no quería vivir bajo el mismo techo que Atsushi.
¿Y Naomi?, os preguntaréis. De ella también hablaremos después, pero os puedo adelantar que, desde que Risa la forzara a verse tal y como es, la ex presidenta hizo todo lo posible por evitar encontrársela. Ahora que ya se ha graduado, Risa acude al instituto mucho más relajada, aunque varias de las personas que apoyaban a Naomi siguen estudiando allí y su animadversión hacia Risa todavía se deja notar en forma de miradas de odio y cuchicheos mal disimulados. Mientras solo sea eso, nuestra protagonista puede soportarlo.
—¿Me estás escuchando?
Risa da un respingo y parpadea un par de veces, desubicada. Luego esboza una sonrisa de disculpa y mueve la cabeza de lado a lado. Su mente estaba puesta en la tarde del día anterior, cuando descubrió que Shunsuke Kanata, el médico del Instituto Q, es vecino de su profesor particular de matemáticas. No fue tanto la revelación en sí como la forma en la que lo supo: había una mujer joven delante de su casa llorando e increpándole algo de que era un monstruo por no dejarle ver a su hija. Por suerte, Aki, el hijo del señor Tanaka, se apresuró a abrir la puerta y a invitarla a entrar. Su padre apareció poco después y Risa se pasó toda la clase deseando en su fuero interno que Kanata no la hubiese visto.
—No, perdona.
Mika deja escapar un resoplido de circunstancias y se sienta en una de las muchas mesitas de picnic que hay repartidas por todo el parque Yoyogi. Risa lo visitó con Eiji a principios de abril, en pleno mankai. Era domingo, así que tuvo la oportunidad de admirar a los famosos rockabillies, un grupo de jóvenes, con un estilo completamente a lo Grease, que bailan, tocan la guitarra y lucen sus coches de los ochenta a la entrada del parque. No son los únicos artistas; muchas bandas de música que están comenzando su carrera, hacen actuaciones callejeras en el parque Yoyogi para darse a conocer. Ame, sin ir más lejos, dio varios <<conciertos>> allí cuando llegaron a la ciudad.
—¿En qué estabas pensando? Te decía que voy a poner voz a una película de animación junto a Yuu.
Risa arquea las cejas, sorprendida, y toma asiento frente a su amiga.
—¿Yuuichi ha aceptado grabar contigo?
—Yo más bien diría que tu padre se ha encargado de todo. Es una oportunidad de oro para que el grupo gane fama a través de Yuu, así que no se podía permitir rechazarlo.
—Ya... —Risa suspira—, y como no tenía suficiente ego todavía...
Mika ríe y se aparta un mechón de cabello que el viento le ha metido en la boca. A Risa se le hace extraño verla sin toda su parafernalia habitual, pero lo agradece en silencio, pues la gente no la reconoce con su aspecto natural y eso les permite salir por la ciudad sin que nadie se las quede mirando ni les saque fotos. Que en su instituto supieran que es amiga de la famosa y deseada idol no ayudó a mejorar su casi inexistente popularidad.
—Entonces, ¿no te importa?
—Ahora salgo con otra persona —responde Risa, encogiéndose de hombros. ¡Quién le hubiera dicho que llegaría el día en que tendría esta conversación con Mika! Aunque, unos meses atrás, la mera idea de enterrar el hacha de guerra también era impensable.
—Sí, sí, Tuxedo Mask.
De haber estado comiendo o bebiendo algo, Risa se hubiera atragantado de gravedad. ¿A qué ha venido esa referencia a Sailor Moon? Cuando eran pequeñas, a las mellizas Yaizawa y a ella les encantaba la serie; siempre se reunían para verla y nunca se perdieron ni un solo episodio. Al principio solo estaban ellas tres, pero un día Mamoru admitió que también le gustaba y se unió al Club de Sailor Moon. Risa recuerda con especial cariño el verano que decidieron disfrazarse: ella tenía claro desde el principio que iría de Sailor Mars porque le encantaba su fuerte carácter, pero Mika y Mayu tuvieron una fuerte discusión por quién se disfrazaría de la protagonista. Ganó Mika, claro está, y su hermana tuvo que conformarse con el personaje de Sailor Venus. Evidentemente, Tuxedo Mask fue para Mamoru. La próxima vez que hable con Naoki, le preguntará por las fotos.
—¿Y eso? —inquiere, intentando aparentar normalidad, pues no ha podido evitar visualizar a Eiji con el esmoquin, la capa, el antifaz y el sombrero, un atuendo que, en su imaginación, le sienta casi mejor que su chaqueta negra de cuero.
—Ya sabes: universitario, misterioso... Igual que tu novio, de quien todavía no he visto ni una sola foto.
—¿Cómo que no?
Mika arquea una ceja, expectante, de modo que Risa saca el móvil de su bolso y busca en la galería. Ahora que repasa las fotos, se da cuenta de que no tiene muchas en las que salga el chico a solas. Selecciona una del día que fueron a ver el parque Hibiya y Eiji posó apoyado contra el tronco de un árbol, con la fuente de la grulla justo detrás. Acto seguido, le tiende el teléfono a su amiga, que abre mucho los ojos al ver la foto.
—¡Es muy guapo, Risa! —exclama—. Pero no esperaba que se pareciese a Yuu. Casi que podrían ser hermanos. A lo mejor son parientes y no lo saben.
El estómago de Risa da una dolorosa sacudida. De repente entiende a qué vino aquel comentario de Suzume meses atrás, el día que se atrevió a asomarse a su habitación para preguntarle por Eiji. Risa se quedó con la mosca detrás de la oreja, dándole vueltas a qué demonios sería tan divertido para la boba de su madrastra, pero resulta que, en ciertos aspectos, Suzume es más lista de lo que debería.
<<Y seguro que por eso Yuuichi se enfadó tanto al enterarse de que estoy saliendo con Eiji >>, reflexiona mientras Mika le devuelve el móvil. El joven debe de pensar que Risa se ha fijado en Eiji porque sigue enamorada de él, pero que se parezcan es simple casualidad. <<Además, tampoco es para tanto; cualquiera con ojos grandes y rasgos dulces se le parecería.>>
—¿Te apetece un zumo bien fresquito? —inquiere Mika, que no se ha percatado de su repentino malestar.
—¿Eh? Ah, sí, claro.
♫♪♫
Puesto que Risa tiene casi una hora de trayecto en tren desde el parque Yoyogi hasta Kachidoki, Mika insiste en pagarle un taxi y se disculpa por haberla entretenido tanto. Hasta que no lo dice, Risa no se da cuenta de que ya es casi la hora de la cena y de que Eiji estará a punto de llegar a casa, si no lo ha hecho ya; sus nuevos horarios no tienen sentido para la joven. Por suerte, el coche no tarda más de veinte minutos en dejarla en su calle.
Encuentra al chico enfrascado en sus apuntes de psicología, pero es evidente que no está concentrado en la lectura; más bien parece enfadado. Risa sabe que no es la clase de hombre que se irrita por no encontrar la cena lista tras haber pasado todo el día fuera, así que supone que habrá tenido un día cargado en la universidad.
—Hola —saluda—. Siento llegar tarde —añade mientras se quita los zapatos.
—Tranquila —responde Eiji, sin levantar la vista del taco de fotocopias que descansa sobre sus rodillas. Risa aprovecha para observarle con detenimiento, pero no tarda en llegar a la conclusión de que Mika exagera.
—¿Un día duro?
Eiji responde con un largo y profundo suspiro que la joven no tiene muy claro cómo interpretar. ¿Significa que está intentando estudiar y ella molesta o que, efectivamente, se moría de ganas por llegar a casa y sentarse en el sofá? Ni lo uno ni lo otro, tal y como Risa comprueba a continuación:
—Ha llamado mi madre. —Eiji deposita los apuntes encima de la mesa y alza la mirada hacia Risa, que continúa de pie en el pequeño hueco del recibidor—. No se cansa de insistir.
La joven abre la boca para contestar, pero vacila y la vuelve a cerrar. Sin embargo, Eiji espera una respuesta y Risa sabe que cualquier cosa que diga respecto a ese tema en concreto va a ser mal recibido, así que decide ir al grano:
—¿Y no crees que deberías aceptar su invitación? Solo es una cena.
Tal y como esperaba, Eiji suelta un bufido y le lanza una mirada a camino entre la incredulidad y la decepción. No le gusta cómo le hace sentir lo que reflejan sus ojos, pero la joven es consciente de que ese momento tenía que llegar tarde o temprano.
—¿En serio, Risa? ¿Tú también?
Ella contiene un suspiro y atraviesa el pequeño salón para tomar asiento junto a su novio en el sofá. Acto seguido, le coge una mano y le acaricia el dorso con el pulgar en un intento por calmarlo.
—Eiji, de verdad que no entiendo por qué lo evitas. Tu madre solo quiere celebrar tu ingreso en la universidad.
—El motivo de tener este apartamento es no volver a ver a Jin, ¿recuerdas?
—Eiji, ¿te has parado a pensar en el daño que le estás haciendo a Yasuko con todo este drama?
—¿Tú, precisamente tú, te atreves a acusarme a mí de estar montando un drama? —replica él al tiempo que aparta la mano de mala manera—. ¿Quién fue la que huyó de casa para no aguantar a su madrastra?
Risa deja escapar el aire en un resoplido incrédulo.
—Perdona, pero acabas de reconocer que te mudaste por el mismo motivo. Y no huí; solo necesitaba un poco de espacio.
—Ya, seguro que era eso.
La joven chasquea la lengua y se pone en pie con brusquedad.
—Eiji, llevas meses detrás de mí para que solucione las cosas con mi padre y ahora el que huye de los conflictos eres tú. Ahora es cuando me toca devolver la ayuda prestada y es lo que estoy intentando, pero no funciona si te pones en plan terco y no razonas. ¡Es tu madre, Eiji! ¡Lo que daría porque la mía siguiera viva y poder visitarla todas las semanas!
—No hagas eso, Risa.
—¿El qué? —inquiere ella mientras se limpia las lágrimas que se le han escapado al pronunciar la última frase.
—No uses el chantaje emocional conmigo.
—¡¿Qué?! Solo intento...
—Ya sé lo que intentas —la corta Eiji con frialdad—. Tú no conoces a mi madre, Risa; está empeñada en que me lleve bien con Jin y vuelva a casa. La cena de graduación es solo una excusa para forzar un encuentro.
<<¿Y después la cínica soy yo?>>
—Creo que no estás siendo objetivo, Eiji.
Por toda respuesta, el joven bufa, se levanta y, tras calzarse los zapatos de cualquier manera, abandona el apartamento con un sonoro portazo. No contenta con el burdo chantaje emocional, ahora también pretende saber más de su familia que él mismo. Es la gota que colma el vaso; está harto de su superioridad moral y de sus afectados aires de diva incomprendida. Ella solita se busca los problemas y después llora cuando se da cuenta de que le quedan grandes.
—¡Eiji!
La visualiza en el rellano, asomada a la barandilla, y escucha las lágrimas en su voz, pero no se detiene; termina de bajar las escaleras y echa a andar por la calle a paso rápido. Necesita pensar.
♫♪♫
Risa quiere correr en pos del joven, traerle de vuelta, pero las piernas no le responden; ninguna parte de su cuerpo lo hace. Un absurdo miedo a que la mire con odio y le ladre que le deje en paz se ha apoderado de ella. No es idiota, sabe que el amor idílico no existe y que las relaciones entre adolescentes son volubles e inestables, pero no puede negar que han sido demasiadas discusiones y momentos tensos para apenas seis meses de noviazgo. Ha culpado a Yuuichi, e incluso a Atsushi, ¿pero acaso no ha sido ella la que se ha empeñado en mantenerles cerca? No debió aceptar componer para Ame, no debió forzar las cosas en San Valentín y no debería haberle insistido a Eiji con el tema de su madre. Le ha soltado que no está siendo objetivo porque no puede evitar sentir debilidad hacia Yasuko, pero es cierto que apenas sabe nada de ella. ¿Y si él tiene razón y la mujer está intentando manipularle?
Risa suspira y regresa al interior del apartamento, pero la habitual sensación a familiar no le da la bienvenida; sin Eiji, no es más que un piso como otro cualquiera. Incluso le parece más pequeño y agobiante; tanto, que necesita volver a salir, aunque antes rescata el teléfono móvil de su bolso y juguetea con él entre las manos mientras se debate entre si llamar a Eiji o esperar a que vuelva. En una ocasión, ella también se fue a dar una larga vuelta y el chico no montó un drama, pero algo en el interior de Risa le susurra que no lo deje estar. Así pues, tras un nuevo suspiro, la joven busca el número de Eiji en su lista de contactos favoritos y pulsa el botón de llamar.
Un tono, dos, tres, cuatro...
Risa cuelga antes de que le salte el buzón de voz y apoya la frente en la barandilla. Podría probar de nuevo, pero no quiere parecer desesperada ni que Eiji se enfade todavía más; no obstante, la voz en su cabeza insiste en que no se limite a esperar. Su madre le enseñó que nunca hay que ignorarla, pero también que hay que saber diferenciarla de la voz del miedo. ¿Quién de las dos le está hablando en esta ocasión?
Risa no lo sabe, pero se le ocurre alguien que sí.
Un poco más calmada, la joven llama y espera, pero Shinobu tampoco le coge. <<Seguro que ha silenciado el móvil durante las clases y se le ha olvidado poner el sonido al salir>>, piensa mientras busca el número del teléfono fijo.
—¿Diga?
Nada más escuchar el sonido aterciopelado de su voz, Risa se maldice por no haber recurrido a su hermano. ¡Será imbécil! <<Pero Naoki no conoce a Eiji como Shin —le recuerda su voz interior—, ni podría ser imparcial.>>
—Ehh... Atsushi, soy Risa. ¿Puedo hablar con Shin?
Silencio al otro lado de la línea. Luego:
—No puede ponerse. ¿Quieres que le deje un recado?
—Esto... ¡No! No, tranquilo... E-está bien. Ahm... Buenas noches.
—Te has peleado con Eiji, ¿verdad? —inquiere Atsushi antes de que Risa cuelgue. Ahora es el turno de la joven de guardar silencio.
—¿Có-cómo lo sabes?
Atsushi responde con uno de sus característicos ruiditos burlones.
—¿Qué ha pasado?
Risa vacila. No le parece que su amigo sea la mejor opción para desahogarse, pero ha sido él quien se ha ofrecido a escuchar, así que ella habla e intenta ser lo más coherente posible. No se siente cómoda tocando el tema de su madre con el joven, pero lo considera necesario para que Atsushi comprenda la parte del supuesto chantaje emocional. Su amigo no la interrumpe, aunque sí que lanza algún que otro suspiro de paciencia contenida que Risa ni sabe ni quiere interpretar.
—Está bien —dice cuando la joven finaliza su relato—. Quédate en el apartamento, ¿vale? Y no intentes llamarle de nuevo.
El tono de Atsushi es frío, distante, igual que el que emplea su padre cuando la regaña. Risa se sorbe la nariz; las lágrimas han vuelto a aflorar mientras hablaba.
—Vale... Pero no me va a dejar, ¿verdad?
Se arrepiente de la pregunta al instante siguiente de haberla formulado, pero ya es demasiado tarde para rectificar ese momento de estúpida e infantil debilidad.
—¿Te vas a poner así cada vez que discutáis?
Atsushi cuelga y Risa rompe a llorar de nuevo.
♫♪♫
Eiji regresa casi una hora más tarde, murmurando rabiosas maldiciones para sí, pero toda su ira se disipa de golpe al encontrarse a Risa sentada frente al apartamento, descalza y temblando de frío. La puerta está abierta y la joven mira el recibidor sin verlo realmente. Tiene los ojos enrojecidos y su labio inferior todavía tiembla. ¿Lleva fuera desde que él se ha ido?
Eiji se sienta a su lado y la atrae hacia sí para infundirle algo de calor y porque necesita sentir el cuerpo de la joven presionando el suyo. Ha vuelto a comportarse como un imbécil; ha vuelto a compararla con Mizuki cuando son personas completamente distintas, pero sus juegos de manipulación y chantaje emocional le calaron bien hondo y le cuesta no verlos por todas partes. ¡Si hasta ha acusado a su pobre madre!
—Lo siento —susurra con voz ronca.
—Yo también.
—Tú no tienes que sentirlo. —Eiji le alza la barbilla y le roba un lento y tierno beso—. Pero, la próxima vez, no llames a Atsushi, ¿vale?
—No pretendía... Espera, ¿cómo que la próxima vez?
Eiji le limpia las lágrimas con los pulgares; en sus labios baila un amago de sonrisa.
—Todas las parejas tienen discusiones fuertes de vez en cuando —responde con suavidad—, y no es el fin del mundo. Por mucho que te quiera, Risa, no eres perfecta; tampoco yo lo soy, pero creo que ya ha pasado el tiempo suficiente como para que ambos nos demos cuenta, ¿no? Para que la imagen idealizada que teníamos el uno del otro se diluya y muestre la pintura oculta.
—¿Y eso qué significa? —pregunta Risa con voz insegura. Eiji la abraza fuerte.
—Significa que amar es aprender a ver la belleza de lo imperfecto.
Mankai: momento en el que la mayoría de los cerezos están en flor. Sucede una semana después de la primera floración.
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