43: Empatía
Se ha pasado el fin de semana dándole vueltas y tratando de convencerse de qué es lo que tiene que hacer, pero sigue sintiendo el peso de la inseguridad flotando en su estómago. ¿Y si empeora las cosas? ¿Y si las precipita? O quizá no sea eso, tal vez su malestar se deba a que Eiji y ella apenas han intercambiado un par de palabras desde la discusión del viernes. ¿De verdad sentía lo que dijo? Risa quiere pensar que fue un calentón, que el chico está muy quemado con la situación, que se siente abrumado por la culpa y la impotencia, y que fue una forma de liberar parte de la frustración acumulada. Sin embargo, poco después de conocerle, ya empezó a darse cuenta de que hay algo en Eiji que no está bien, que no actúa como verdaderamente quiere, sino como se espera de él. Por desgracia, sabe demasiado de conflictos internos, así que no le cuesta reconocerlos en otras personas.
El joven se comporta como a su padre le gustaría que fuera porque las pocas ocasiones en las que se ven no son suficientes para satisfacer su añoranza, pero su verdadera personalidad reclama lo que es suyo y, al tratar de reprimirla, Eiji está acumulando resentimiento hacia sí mismo, un resentimiento que necesita una vía de escape. A eso hay que sumarle el asco que le tiene a su padrastro y la angustia que le produce el que su madre se queje de que no es justo que tenga que ser ella la que siempre le visite a él. Risa opina que la mujer tiene razón, que, en su egoísmo, Eiji no se da cuenta de que, pese a ser ama de casa, Yasuko no dispone de tiempo infinito, mucho menos estando a cargo de un bebé que apenas tendrá diez meses. Intentó hacérselo ver en una ocasión, pero el joven le dijo de una forma amable, aunque seca, que era problema suyo y que no quería que ella interfiriera.
—¡Pero luego se cree con todo el derecho del mundo para meterse en mi relación con mi padre! —Risa deja escapar un largo y profundo suspiro y sacude la cabeza con resignación—. Miedo me da que sea psicólogo, en serio.
Cansada de dar vueltas por la estancia, la joven se plantea sentarse en el sofá del rincón. Sin embargo, está demasiado nerviosa como para permanecer quieta más de dos segundos, de modo que, muy a su pesar, devuelve el control a sus piernas. No es casualidad que, para llevar a cabo su plan, haya escogido un lunes a la hora en la que Eiji y Atsushi están en el entrenamiento de kyūdō, aunque ahora se arrepiente de no habérselo contado a nadie. De presentarse a la cita, Naomi no va a atacarla con una navaja, ni nada por el estilo, pero la joven se siente mezquina por haber mentido a sus amigos y a su novio. <<¿Qué diablos estás haciendo, Risa? ¿Por qué no podías limitarte a dejar las cosas como están?>>
El sonido de la puerta al abrirse de golpe consigue que Risa dé un involuntario bote. Irritada, la joven se vuelve hacia la entrada y le lanza a Naomi una mirada de disgusto; ¿es que no sabe ser educada y llamar, como todo el mundo? Por supuesto que sí, pero ya viene dispuesta a intentar intimidarla para ejercer el control sobre la situación sin siquiera saber de lo que quiere hablarle. Risa supone que llevar las cosas a su terreno es su forma de sentirse confiada y segura.
—¡Vaya! —La ex presidenta atraviesa la habitación y se sienta en el sillón que, hasta que se gradúe, le pertenece a Eiji, puesto que Maki aún no se ve preparada para ocuparlo—. Confieso que encontrar una nota tuya en mi taquilla esta mañana me ha sorprendido bastante; llevaba un buen tiempo preguntándome dónde había quedado toda esa chulería con la que llegaste al instituto. Toda esa superioridad por ser mestiza y porque eres amiga íntima de un grupo adolescente de éxito, ¿recuerdas?
Risa entorna la mirada y, durante una fracción de segundo, se inclina a darle la razón a Eiji y permitir que Takeda se las arregle para cumplir su amenaza, pero consigue dominarse y enfriar la cabeza; sin embargo, comprende que ha de mantener una actitud que roce el ataque, pero sin perder el tinte amable y sereno: no pisarla, pero tampoco dejar que Naomi la pise a ella; no ceder terreno, pero tampoco permitir que la joven invada el suyo.
—Yo jamás alardeé de que eso me hiciera mejor que el resto —replica, alzando una ceja.
—¿No?
—¿Te enteraste de mi relación con Ame el día que llegué aquí o cuando vinieron a grabar a nuestro instituto? Y ni siquiera lo supiste por mí, que yo recuerde.
Reclinada en el sillón, Naomi aprieta los labios y chasquea la lengua. No se distingue ni por su paciencia ni por poseer una buena base en cuanto a debatir se refiere; no sabe escuchar y utilizar la información obtenida en contra de su interlocutor, sino que su táctica consiste en cargar la ametralladora y disparar hasta agotar las balas. Lo único que Risa tiene que hacer es mantenerse a cubierto hasta que la joven se haya quedado sin munición. No obstante, en esta ocasión, a Risa le asalta la repentina certeza de que Naomi se escuda tras una ametralladora ya falta de balas. Aun así, es mejor que no baje la guardia.
—Bueno, ¿me vas a decir qué quieres o tengo que seguir perdiendo el tiempo? ¿Me vas a devolver a Eiji? —insiste la muchacha, impaciente ante el mutismo de Risa.
Risa pestañea; de repente, todo su miedo y su nerviosismo desaparecen como si, segundos antes, jamás se hubieran estado peleando en su estómago. Va a poner fin al conflicto sin que haya daños colaterales.
—Eiji no es tu juguete, es una persona con derechos, sentimientos y la capacidad y la libertad de decidir por sí mismo —declara con frialdad, sus ojos clavados en los de la ex presidenta, que, sin ser consciente, intenta echarse un poco hacia atrás ante la intensidad de su mirada—. Eiji no quiere saber nada de ti, Saito; de hecho, la perspectiva de que Takeda cumpla su amenaza y tú quedes lisiada, le entusiasma bastante. Sin embargo, yo no opino igual y por eso te he citado hoy aquí. —Risa se aproxima al escritorio y apoya ambas manos sobre su pulida e impoluta superficie. Fascinada e intimidada ante esa nueva faceta que acaba de descubrir en la joven, Naomi es incapaz de romper el contacto visual—. No te mereces que sienta compasión por ti después de todo lo que me has hecho y de lo que tramabas contra mi familia, pero mi padre, ese al que tú querías acusar de pederastia, es una buena persona que me enseñó que el verdadero paisaje se contempla al observarlo desde todas las perspectivas, ¿comprendes?
Un cosquilleo extraño le culebrea en las entrañas al pronunciar esa última parte, pero Risa hace caso omiso de la sensación; no puede desconcentrarse ahora que ha conseguido resquebrajar la coraza de frivolidad y dominación con la que Naomi protegía y escondía su inseguridad.
—No... estoy segura de entenderlo —balbucea la ex presidenta mientras siente cómo el sillón se hace cada vez más grande y profundo.
—Significa que hay que tratar de comprender las circunstancias de una persona antes de juzgarla. —Risa toma asiento en una de las dos sillas que hay frente al escritorio y suspira—. Takeda me habló de tu familia.
—¿Qué?
—No es el entorno ideal en el que crecer, eso está claro —continúa Risa como si no la hubiera oído—. A pesar de ello, creo que todavía no te has podrido del todo y que, si tienes el valor suficiente para mirar en tu interior...
—¡Cállate! —Naomi se pone en pie con tanto ímpetu que está a punto de volcar el sillón—. ¡No sabes nada de mi familia ni de mí! ¿Ves como te crees superior por ser mestiza? ¡Pero ya te dije que las japonesas puras somos mejores! Ahora que ellos todavía son jóvenes les llamas la atención, pero, cuando se conviertan en adultos, los hombres no querrán a alguien como tú para formar una familia y que en el colegio se rían de sus hijos por ser raros. ¿A quién le gustaría algo así?
Risa aparta la mirada, buscando las palabras adecuadas para responder, preguntándose si debería pronunciarlas, una vez cree haberlas encontrado. Cuando su madre falleció, el primer mecanismo de defensa que se le activó fue el bloqueo de su empatía, de su capacidad de sentir. Se aisló en una burbuja de apatía y de indiferencia que resultó ser mucho más cómoda y útil de lo que jamás hubiera imaginado; sobre todo al verse sola en una ciudad extraña y compartiendo el mismo techo que su padre y que Suzume. Entonces cinco motas de color se colaron en su reino gris, lo pintaron de blanco y despertaron a Empatía, que, como una mariposa de mil tonalidades, poco a poco, fue devolviendo la vida al lugar hasta que la burbuja terminó por estallar. Al principio, dolió, por supuesto, porque la sensación de vulnerabilidad escocía y quemaba, porque Risa odiaba que Empatía la forzara a sentir de nuevo, porque anhelaba regresar a su pequeño mundo donde nada podía hacerla daño... Pero eso significaría renunciar a las motas de color, cosa que sabía que no podría hacer. Así que Risa aceptó a Empatía, sus pros y sus contras, y, gracias a ella, ahora es capaz de comprender a Naomi y de ver en su interior.
—Sé que eres lo bastante lista como para saber que tu padre no te permitirá irte a Europa, y que eso te llena de rabia. Sé que, si estás tan dispuesta a huir, significa que odias a tu familia y que te odias a ti misma por ser la persona que ellos han moldeado cuando, en el fondo, darías cualquier cosa por llevar una vida como la que yo tengo, por ejemplo. —Risa hace una pausa, esperando que Naomi la mande callar de nuevo a gritos, pero la joven se ha quedado helada y más pálida que el taco de folios que descansa en una esquina del escritorio—. Por eso te encaprichaste con Eiji, ¿verdad? Porque es la clase de chico con el que llevar esa vida ideal. Pero tus padres son del tipo de personas que cogen lo que consideran suyo porque piensan que solo hace falta tener dinero y posición social, así que jamás aprendiste a amar... No de una forma sana, al menos, porque yo creo que, a tu modo retorcido, quieres a Eiji...
Risa se interrumpe al sentir el picor de la bofetada de Naomi en la mejilla. La ex presidenta la observa con los ojos muy abiertos, la respiración agitada, las aletas de la nariz dilatadas y el labio inferior tembloroso. Risa tiene la sensación de que quiere decirle algo, pero Naomi se limita a fulminarla con la mirada entornada y a abandonar la estancia con un fuerte portazo.
Risa inspira hondo y deja escapar el aire en forma de profundo y prolongado suspiro. Sabe que ha acertado con todas y cada una de las palabras que le ha dicho a Naomi y comprende que la joven no se haya sentido cómoda al verse expuesta de esa manera; a nadie le gusta que le enfrenten a su verdad interior, en especial si resulta ser tan horrible. Pero lo hecho, hecho está y ahora depende de Naomi el aceptarla y cambiar o continuar aferrándose a su cobardía y terminar de pudrirse.
Por su bien, Risa espera que la joven sea capaz de exorcizar a sus demonios.
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