38: ¿Crees en fantasmas?


La extraña sensación que la invade cada vez que pone un pie dentro del apartamento continúa pendiente de explicación. Es algo similar a la ansiedad, una ligera inquietud que le pareció normal los primeros días tras la mudanza, pero que hace semanas que debería haber desaparecido. ¿No era esto lo que quería? Huir de Suzume y sus manías, alejarse de su padre para forzarle a echarla de menos y que, con un poco de suerte, ponga de patitas en la calle a su madrastra.

<<Pero estaba comenzando a conectar con papá, y ahora que me he ido él está más distante>>, piensa, apenada, mientras aprieta las yemas de los dedos contra el cristal de la ventana.

—¿Todo bien?

Risa se da la vuelta y contempla a Eiji, de pie en mitad del salón; lleva una toalla y una muda de ropa entre los brazos.

—Sí, todo bien.

—Ya. —El chico retrocede un paso—. Bueno, voy a bañarme yo primero y preparo la cena en lo que tú vas después.

Una vez escucha la puerta del baño cerrarse, Risa suspira y devuelve su atención a la ventana. Cuando supo que el padrastro de Eiji había decidido alquilarle un apartamento como regalo de cumpleaños, le pareció una oportunidad caída del cielo, y, poco después de que el chico se instalase, decidió hablar con él una tarde mientras regresaban del instituto. No tenía muy claro cómo abordar el tema, puesto que apenas llevaban juntos un mes, así que decidió ser todo lo directa que sus nervios le permitiesen.

—Oye... Esto...

Eiji le lanzó una mirada de reojo y, al verla tan incómoda y titubeante, esbozó una sonrisa traviesa.

—¿Qué pasa, estás pensando en romper conmigo?

—¡No! —exclamó Risa con los ojos como platos y cierto deje de reproche en su tono de voz. ¿A qué venía un comentario tan impropio de él?— ¡Iba a preguntarte si te parecería raro que me fuese a vivir contigo!

Eiji frenó en seco y se la quedó mirando sin saber qué decir, sin terminar de creerse siquiera lo que la joven acababa de proponerle. ¿Vivir juntos? Le encantaría, pero en un futuro, cuando su relación fuese madura y estuviera bien asentada; ahora solo quería disfrutar de su recién adquirida libertad, como cualquier chico de su edad, pero si se negaba, Risa podría hacerse una idea equivocada de la situación.

—Yo... —balbuceó, tenso ante el silencio que estaba empezando a formarse—. Bueno..., supongo que no hay problema, pero..., ¿por qué?

Risa tragó saliva y señaló una cafetería cercana. Eiji supo que iba a ser una conversación seria cuando vio que la joven pedía un té caliente en lugar de su siempre fiel batido de plátano.

—Nunca le he contado esto a nadie —comenzó a explicar, tras un par de minutos protagonizados por el tintineo metálico de la cucharilla al revolver el azúcar—, ni siquiera al psicólogo que me obligaron a visitar cuando... Bueno, cuando ocurrió.

El estómago de Eiji se contrajo al recordar la tarde en la que le llevó los apuntes que Erika había tomado para ella, lo alicaída que estaba a la mañana siguiente y aquello que le contó sobre que su madre fue víctima de un atraco. Recordó haberse preguntado la razón de que la policía la interrogase, las vueltas que le dio al asunto tratando de encontrar una explicación lógica; ahora que estaba a punto de averiguarlo, lo único que deseaba era levantarse y huir.

—Mi madre trabajaba en uno de los departamentos de investigación de la Universidad de Kioto, estudiando las bases moleculares y genéticas de las enfermedades para desarrollar nuevas vías de tratamiento porque, al parecer, cómo nos afecte un determinado medicamento depende de nuestro código genético. —Risa suspiró y dio un par de vueltas a la taza sin levantarla del platillo. Eiji se imaginó olas de té rompiendo contra acantilados de porcelana—. No conozco los detalles de su investigación, pero las semanas previas a su muerte estaba demasiado inquieta y pasaba más tiempo del acostumbrado en el laboratorio.

>>Un día unos hombres la abordaron mientras esperaba a mi padre fuera del campus... —Los ojos de la joven se empañaron y Eiji extendió una mano para apretarle la muñeca—. Papá tenía que ir a buscarla porque era tarde y a Naoki y a mí no nos gustaba que andase sola a deshoras, pero... se retrasó porque había estado con Suzume. Llegó cuando la policía ya estaba allí.

Risa enmudeció y, ensimismada, contempló las pequeñas ondas circulares que la lágrima que acababa de caer en su té había formado. Sintiéndose muy violento, Eiji aguardaba en silencio a que la muchacha continuase hablando, pero parecía que iba a necesitar un pequeño empujón; sin embargo, su mente se había quedado en blanco. Entonces, algo hizo clic en su cabeza y su boca se abrió en una O casi perfecta.

—Suzume es...

—La chica que viste cuando viniste a traerme los apuntes, sí. —Risa dio un sorbo al té—. ¿Comprendes por qué necesito irme de ese piso? Estaba con ella la noche en que mataron a mi madre y no se le ocurrió mejor idea que huir a Tokio en cuanto tuvo ocasión y llevarnos a las dos con él. ¡A las dos! ¿Qué pinta Suzume en todo esto?

Eiji no sabía muy bien qué responder, temía decir algo inapropiado o algo que no estuviera a la altura de la situación; no obstante, el silencio era la primera opción a descartar, de modo que decidió verbalizar la conjetura que comenzaba a tomar forma entre la enredada maraña de sus pensamientos.

—Así que le guardas rencor a tu padre, no solo por estar viviendo con su amante, sino porque, de haber llegado a tiempo, la víctima hubiese sido otra persona.

—No. —El joven pestañeó, sorprendido y algo desubicado ante la rotundidad con la que Risa pronunció el monosílabo—. Bueno, al principio era más sencillo así, pero siempre supe que si papá hubiese llegado a la hora, él también habría muerto porque los atracadores no escogieron a mi madre por casualidad.

Eiji se pasó las manos por el cabello y se irguió en su asiento.

—Pero has dicho que fue un atraco, ¿no? —inquirió, vacilante y agradecido por no haber pedido nada para beber.

—Según la policía, fue un atraco porque la cartera de mi madre no estaba, pero tampoco su pen-drive, que siempre tenía consigo; además, ¿qué clase de ladrón no se lleva el teléfono móvil ni las joyas de valor? —Risa se bebió la taza de té de un par de tragos y dejó vagar la vista más allá de la ventana con la sensación de estar contemplando otra realidad, una en la que las desgracias no tienen cabida—. Es evidente que encontró algo que no debía y que alguien la hizo callar. Mi madre era demasiado ordenada y metódica en su área de trabajo y nunca olvidaba nada importante, así que es imposible que se dejara el pen-drive extraviado en alguna parte, como sugirió el inspector al que le asignaron el caso.

Se hizo un incómodo silencio que Eiji aprovechó para escoger sus siguientes palabras con cuidado. La historia de Risa le había afectado porque, para él, Masaru era un hombre elegante, inteligente y racional que adoraba a su hija aunque no fuera muy dado a mostrar sus emociones. ¿Por qué estaba viviendo con su amante sin haber guardado el correspondiente luto a su esposa fallecida? A su modo de ver, faltaba algo, algo que Risa también desconocía.

—Bueno, nadie es perfecto, Risa; todos tenemos días malos, e incluso la persona más ordenada y metódica del mundo puede cometer un fallo como... como olvidarse el pen-drive.

Risa clavó en el joven una mirada acerada.

—¿Tú también crees que es una película que me he montado para poder sobrellevar la muerte de mi madre?

—No... Bueno... ¿Quién te ha dicho eso?

—El inspector Sakaguchi, pero cuando buscaron el pen-drive no lo encontraron ni en el laboratorio ni en casa. Yo le dije que no es un misterio que las grandes corporaciones farmacéuticas se mueven por dinero, y él me respondió que veía demasiadas películas extranjeras.

—Bueno..., supongo que su intención era que no te obsesionaras con el tema, aunque fue bastante maleducado, la verdad.

Risa sonrió y la presión en el estómago de Eiji cedió un tanto.

—Perdona, sé que escuchar esto no tiene que ser fácil para ti.

—Eh —el joven le apretó las manos con fuerza y clavó en sus ojos una mirada intensa que hizo que a la muchacha el corazón le saltara en el pecho—, te agradezco muchísimo que me lo hayas contado, no tienes ni idea de cuánto has cambiado en estos dos últimos meses.

—¿En serio?

—Sí, todos nos hemos dado cuenta. —Eiji se llevó las manos de la joven a los labios y las besó de un modo casi inconsciente—. Puedes mudarte conmigo, si quieres, pero habla con tu padre antes.

En ese instante Risa pensó que a Masaru le daría absolutamente igual que ella se marchara de casa, pero no fue así: su padre no le impidió mudarse, dijo que, a sus ojos, ella ya era una mujer adulta, pero Risa no se quita de la cabeza la expresión de decepción y dolor velado que empañó su mirada durante unos segundos.

—Ya tienes libre el baño.

La joven da un respingo.

—Voy.


♫♪♫


El olor de las gyoza, que solo Eiji sabe preparar, se ha adueñado del pequeño apartamento, pero el estómago de Risa reacciona en contra del delicioso aroma, provocándole una ligera náusea que la obliga a apoyar la frente contra la pared y respirar hondo. A diferencia de su mala costumbre, Eiji no oculta lo que siente a aquellos en quienes confía; por eso la joven es consciente de que está molesto con ella.

<<Sabe que me pasa algo y cree que me lo callo porque no confío en él. Pero no es eso, es porque me da miedo que me juzgue... Aun así, debería hablar con él.>>

Con un suspiro nervioso pero decidido, Risa se aparta de la pared y atraviesa el salón en dirección a la cocina. Eiji, ocupado en pasar las gyoza de la sartén a un plato, le está dando la espalda y no la oye llegar. De puntillas y sin apenas respirar, la joven se le acerca y le rodea la cintura con los brazos, apretando su pecho contra la espalda del chico. Él da un respingo y la última gyoza aterriza en la encimera.

—¿Estás enfadado?

—No. —Eiji apaga el fuego, rescata la gyoza y aparta a Risa para poder quitarse el delantal y colgarlo de un gancho en la pared, junto a la nevera. No lo ha dicho de malas formas, aunque sí en un tono serio que a la joven le provoca un pinchazo de angustia en el pecho; sin embargo, sus siguientes palabras actúan como un bálsamo de alivio que le recorre la columna vertebral y se extiende hacia sus extremidades—: Estoy preocupado por ti. En el instituto, o cuando estamos todo el grupo junto, actúas como siempre, pero, al poner un pie dentro de este apartamento, te apagas. —Eiji le alza la barbilla para obligarla a mirarle a los ojos y ella se esfuerza por no desviar la mirada—. Si no me cuentas qué es lo que te ronda la cabeza, no podré ayudarte, Risa, y quiero hacerlo.

—Tiene gracia, ¿sabes? —El joven frunce el ceño, desconcertado, pero se relaja al ver la genuina sonrisa que se dibuja en los labios de la chica—. Al principio, no te aguantaba porque no hacías más que meterte en mi vida, pero ahora tu personalidad protectora y tu consideración hacia los demás son dos de las cosas que más me gustan de ti.

Eiji frota su nariz contra la de Risa, haciéndola reír.

—Entonces, déjame cuidar de ti —susurra antes de robarle un beso—. ¿Es por tu padre?

La joven asiente, pero no responde de la misma, sino que coge las gyoza y las lleva hasta la mesa del salón. Eiji la sigue con un par de servilletas, dos juegos de palillos y un cuenco con salsa de soja mezclada con vinagre de arroz y aceite de sésamo.

—¿Crees en fantasmas? —inquiere una vez Eiji toma asiento frente a ella.

Para sorpresa y alivio de Risa, el chico no se echa a reír ni la mira con conmiseración, sino que la toma en serio y se permite unos segundos para meditar acerca de la pregunta.

—Supongo que sí. —Risa pestañea, pasmada, pero no le interrumpe—. No sé, tendría unos siete u ocho años cuando sucedió, y es posible que me lo imaginara, pero recuerdo estar en clase, mirando por la ventana, y ver a mi abuelo en el patio. Al principio, creí que me estaba saludando, pero me di cuenta de que se trataba de una despedida cuando se dio la vuelta y echó a andar en dirección a la salida. Entonces recordé que el abuelo llevaba semanas ingresado en el hospital... y lo comprendí. —Eiji suspira y moja una gyoza en la salsa—. ¿Por qué lo preguntas? Risa, ¿estás bien? ¿Te has asustado? —La joven tiene los ojos muy abiertos y el rostro lívido—. No hay razón, lo más probable es que me lo imaginara porque tenía muchísimas ganas de que mi abuelo se recuperase.

—Pero cuando regresaste a casa tus padres te dijeron lo que tú ya sabías, ¿verdad?

Eiji se pone en pie, rodea la mesa y se arrodilla junto a Risa para estrecharla entre sus brazos.

—Eh, olvídalo, ¿vale? A quienes hemos de temer es a los vivos; los muertos ya no están.

La joven sacude la cabeza y traga saliva, la espalda tensa y una pesada losa de granito comprimiéndole los pulmones.

—El día de mi cumpleaños soñé con mi madre —murmura, vacilante—. Llevaba el mismo vestido azul que cuando murió y me dijo que tenía que perdonar a papá porque había cosas acerca de su vida que yo no sabía. Eso también me lo insinuó Megumi cuando fui a Kioto de visita, así que podría haber pasado por un simple sueño de no ser porque mi madre dijo algo que era imposible que yo supiera: dijo que tenía que irse porque la alarma estaba a punto de sonar, y entonces sonó y yo me desperté. —Tratando de fingir que está bien, Risa extiende el brazo para atrapar una gyoza y hundirla en el cuenco de la salsa, pero Eiji tiene que ayudarla porque el pulso le tiembla—. Si crees que tus seres queridos no se marchan del todo, es más fácil sobrellevar su pérdida, pero...

—¿Crees que, al haber <<abandonado>> a tu padre, estás fallándole a tu madre?

—Ni siquiera sé si era real o un producto de mi subconsciente, pero sí, quizá me sienta un poco culpable por haberme ido —admite, notablemente más aliviada tras haberlo sacado.

Risa da un mordisco a la gyoza y suspira de placer cuando su delicioso sabor empapa sus papilas gustativas. Eiji sonríe, complacido, y le besa la sien antes de regresar a su sitio al otro lado de la mesa.

—Si te soy sincero, aún me cuesta asimilar que tu padre esté viviendo con esa chica. Para mí no tiene ningún sentido.

—Te va a sonar mezquino, pero tenía la esperanza de que si me marchaba, él se diese cuenta de que yo soy más importante que Suzume y la echase, pero no ha sido así.

Mientras hablaba, Risa ha clavado la vista en el borde de la mesa, temerosa de lo que los ojos de Eiji pudiesen reflejar, pero la alza, sorprendida, cuando le escucha decir:

—Lo entiendo mejor de lo que te imaginas. ¿Te puedes creer que, a mi edad, llegase a sentir celos de Kenji? Sé que es normal que mi madre le dedique casi todo su tiempo porque todavía es un bebé, pero eso no impedía que me sintiera abandonado, rechazado... Como si sobrase en su vida —añade el joven en un susurro avergonzado—. Pero no me malinterpretes: quiero muchísimo a mi hermano.

—Lo sé. —Risa sonríe—. Jamás le has llamado <<hermanastro>>.

Eiji le devuelve la sonrisa con los ojos rebosantes de ternura. Sigue siendo cínica y un poco diva, pero, tras la máscara que se niega a quitarse (incluso cuando están a solas) se oculta alguien dulce y frágil; un alma herida a la que su empatía la sobrepasa hasta el punto de haberse cristalizado; alguien que odia su propia vulnerabilidad y que se aferra a un orgullo vacuo para fingir que nada puede dañarla; alguien a quien ama, a pesar de no ser perfecta; alguien con quien espera poder compartir el resto de sus días.

—No eres mezquina, Risa. Eres humana.

Ella pestañea varias veces seguidas para intentar contener las lágrimas, pero está demasiado feliz porque la segunda persona más importante de su vida (el primero siempre será su hermano) no la juzgue y sea capaz de comprenderla a semejante nivel de profundidad.

—Venga, come, que se va a enfriar.


♫♪♫


Eiji deja escapar una risita entre dientes cuando escucha a su novia maldecir desde el salón. Nada más terminar de cenar y, obligada por el joven, se ha puesto con los ejercicios extra que su profesor particular de matemáticas le ha mandado para la semana siguiente. Al principio, ha protestado, por supuesto, y ha intentado convencerle de que los irá haciendo poco a poco a partir del día siguiente, pero Eiji sabe que, si no la presiona, Risa lo irá postergando hasta que el tiempo se le eche encima.

—¿Seguro que no quieres que te ayude? —pregunta mientras termina de aclarar la sartén y la coloca en el escurridor.

—¡No! Todavía no.

—Si te ayudo, terminarás antes y podrás relajarte un rato antes de ir a dormir.

—¡Eiji, no me distraigas!

—Vale, vale... —ríe el chico, pero, en cuanto acaba con la fregadera, se arrodilla junto a Risa y empieza a supervisar su trabajo—. Aquí. No llegas a la solución indicada porque estás arrastrando este error, ¿ves?

Risa resopla.

—Si hago una carrera de letras no me harán falta las mates, ¿verdad?

—Esa no es la filosofía, Risa —la reprende Eiji con suavidad, aunque en tono severo—. Venga, déjate de bobadas y corrige esto.

Resignada, ella chasquea la lengua y borra la mitad del ejercicio mientras, en su fuero interno, maldice al señor Tanaka y a su padre por el día en que se le ocurrió contratarle. Justo en ese momento su móvil comienza a sonar y Risa alza la mirada, aliviada y agradecida por tener una excusa para alejarse de las matemáticas, aunque solo sea durante un par de minutos. Sin embargo, cuando lee el nombre de Yuuichi en la pantalla, su entusiasmo decae. Eiji, que también lo ha visto, tensa la mandíbula.

—Hola, ¿qué pasa? —saluda en tono casual.

—Risa, ¿cómo llevas la canción?

La joven se contiene para que su rostro no refleje la punzada de dolor que siente al escuchar el tono de fría profesionalidad empleado por su amigo. Estaba dispuesta a reconciliarse con él, a olvidar el rencor y a permitirle entrar de nuevo en su vida, pero a Yuu no le sentó bien enterarse de su relación con Eiji, y mucho menos saber que están viviendo juntos.

—Aún no está lista.

Un suspiro desdeñoso al otro lado de la línea.

—Lo suponía, pero Hirano la quiere para el viernes.

—Ya, pero es que esto lo hago como un favor hacia vosotros; no trabajo para él.

—Esas son sus órdenes, yo solo soy el mensajero —replica Yuuichi antes de colgar.

—¡Mierda! —Risa lanza el teléfono móvil contra el sofá y aparta los deberes de matemáticas de un violento manotazo—. ¿Quién me mandaba ayudarles a componer las canciones?

—Eso me pregunto yo.

Eiji se levanta y arrastra los pies hasta el dormitorio, cerrando tras de sí con demasiada fuerza.

—Mierda... —repite Risa, en un susurro, antes de taparse la cara con las manos para amortiguar los sollozos.

Gyoza: empanadillas japonesas.

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