37: Chantaje

Odia llegar tarde a los sitios porque hacer esperar a los demás demuestra muy poca consideración por su parte, aunque, en esta ocasión, no ha sido culpa suya, sino de su profesor particular de matemáticas, que tiene la fea costumbre de extasiarse con el sonido de su propia voz. Como le gustaba decir a su madre, se enrolla más que las persianas y le encanta convertir una explicación de diez minutos en una de media hora. Risa siente verdadera lástima por su hijo, un joven un par de años menor que ella que no se libra de aguantarle todos los días. <<¿Cómo serán las cenas entre ambos>>, piensa, horrorizada, mientras cruza la calle sin mirar.

Tiene clases particulares de matemáticas todos los miércoles desde comienzos de año, puesto que en la sansha kundan del segundo trimestre su padre se enteró de que cojeaba en mates. Huelga decir que la muchacha sugirió a Eiji porque sus notas más altas siempre son en matemáticas e historia, pero Masaru, muy amablemente, le recordó que él también tuvo su edad, así que ahí la tenéis: atravesando a todo correr el puente que une el distrito de Kachidoki con Harumi para llegar al Triton Square que, por suerte, no queda lejos.

Mientras se detiene a tomar aire en el pequeño puente rojo, situado en mitad de la zona exterior del centro comercial, la joven divisa a sus amigos en una cafetería cercana. El estómago se le contrae en un doloroso espasmo al distinguir a Atsushi sentado de espaldas a ella; desde que, tres meses atrás, empezara a salir con Eiji, Risa tiene la impresión de que aquella grieta que se abrió entre ambos la noche en que su amigo la besó, no ha hecho más que crecer. Nunca lo demuestra delante del grupo, pero la joven lo percibe en la rigidez de su postura, en la frialdad que emana de sus pupilas cada vez que las fija en ella, en sus comentarios hirientes, tan bien disimulados bajo el disfraz de su sarcasmo habitual. Y lo único que Risa puede hacer es fingir que no se da cuenta; ni siquiera ha sido capaz de contárselo a su hermano, con quien siempre lo ha compartido todo. Quizás se deba a esa absurda creencia suya de que las cosas solo son reales cuando se habla de ellas; no obstante, de ser así, Risa debería preguntarse la razón por la que se niega a afrontar la situación, ¿no os parece?

—¡Lo siento! —Jadeante, Risa se deja caer en la única silla vacía y lucha, una vez más, por llenar sus pulmones del tan preciado aire—. Cada semana me cae peor, pero como es un prestigioso profesor que enseña en la Universidad de Tokio...

Eiji le ofrece su zumo de manzana y la joven pestañea, sorprendida de que no haya pedido su habitual batido de chocolate. Entonces recuerda que esa mañana el chico se ha levantado con el estómago un poco revuelto.

—Yo lo hago mejor y gratis.

Risa contempla su atractivo perfil, el cabello castaño y revuelto, los pequeños aros de metal de su oreja izquierda y ese gracioso lunar bajo el ojo del mismo lado. Adora ese lunar, es lo que más le gusta del rostro de Eiji.

—Y aprendo mucho más contigo, la verdad.

—¿Y dónde vive para que llegues tan sofocada? —pregunta Erika.

—En Kachidoki, pero es que cada vez alarga más las clases.

—Podrías habernos avisado y no pasaba nada —deja caer Atsushi, alzando una ceja—, o haber cogido el metro, ya sabes, ese vehículo estrecho y alargado que circula sobre raíles y que es bastante más rápido que tú corriendo.

El nudo en el estómago de Risa se aprieta; ahí está otra vez y, como viene siendo lo acostumbrado, no se le ocurre ninguna inspirada respuesta con la que ponerle en su sitio. Una pena porque, de haber estado más lúcida, se hubiese dado cuenta de que ir hasta la estación de metro, esperar al tren, el viaje, salir en la parada más cercana y recorrer la distancia que la separase del centro comercial, le habría llevado más tiempo que los escasos diez minutos que ha tardado corriendo. Con lo mucho que Atsushi odia que le humillen, ¿no hubiese sido una fantástica forma de cerrarle la boca?

—¡Mira que eres burro, tío! —exclama Shinobu al tiempo que le proporciona una patada en la espinilla, una demasiado fuerte, a juzgar por la momentánea expresión de dolor del chico—. Déjala que se reponga y tome algo fresco.

—Sí —Eiji se pone en pie—, ¿qué te pido?

—Un té helado, por favor. Todo lo frío que pueda estar.

—¿En pleno invierno?

—Jo... Pues un batido de plátano.

—Ahora que nos conocemos lo suficiente, tengo que decirte que tienes unos gustos muy raros —comenta Erika mientras Eiji se aleja en dirección a la barra—. Por cierto, ¿te he enseñado mi nueva barra de labios?

—¿Otra?

—¿Cómo que otra? —Su amiga la observa con la boca abierta—. ¡Pero bueno, Risa, no serás de esas tan aburridas que usan siempre el mismo color, ¿no?!

—Si te ves bien con uno, ¿para qué quieres otros diez? —replica la joven, encogiéndose de hombros, y a Shinobu se le escapa una risita.

—¡¿Entonces solo tienes la que venía en el kit de maquillaje que te regalé?! —La exagerada expresión de incredulidad de Erika no podría ser más cómica—. Este fin de semana tú y yo nos vamos de compras —resuelve, asintiendo para sí con fervor.

—¿Puedo negarme?

—¡No! Al menos, tienes que tener dos labiales distintos, Risa: uno de un tono natural para el día a día y otro más llamativo para cuando salgamos de fiesta. Y estoy pensando que la paleta que te regalé tiene colores demasiado neutrales y no sirve para hacer maquillaje de noche, así que habrá que mirar alguna otra... Oye, ¿el kit traía iluminadores?

—Pues claro que sí, Eri, ¿cómo, siendo una experta en el mundo del maquillaje, ibas a escoger uno que no los tuviera?

—También es verdad. Pero bueno, que, aún así, no te libras de ir de compras el sábado. —Erika se vuelve hacia Nagisa—. ¿Te apuntas y después comemos las tres juntas?

—No puedo, tengo planes con Taro.

—¿Ya le llamas por su nombre de pila? Entonces te gusta de verdad, ¿no?

Nagisa se sonroja y regaña a su amiga por ser tan cotilla. Risa y Shinobu dejan escapar una carcajada, e incluso Atsushi se permite esbozar una breve sonrisa. El día que Takeda Taro la citó en la parte trasera del instituto y le pidió ayuda con Nagisa, Risa estuvo a punto de decirle que era imposible, que esa clase de relaciones no tenían cabida en la vida de la joven, pero se equivocaba y, gracias a que aceptó hablar con su amiga, está descubriendo un lado suyo que jamás pensó que pudiera existir. Además, esa conversación la ayudó a conocerla y comprenderla un poco mejor.

Fue una tarde en la que las tres habían quedado en casa de Nagisa para hacer los deberes y ayudarse mutuamente. Aprovechando que Erika iba a llegar un poco más tarde porque había quedado con su madre para comprar el regalo de cumpleaños de su padre, Risa decidió sacar el tema de la mejor forma que se le ocurrió:

—He oído que tienes un admirador secreto.

Para sorpresa de la joven, Nagisa estalló en una repentina y alegre carcajada y sacudió la cabeza, divertida.

—Risa, me temo que la aficionada a los cotilleos es Eri, no tú. ¿A dónde quieres llegar?

—Eh... Sí, lo siento, no ha sido muy sutil. —La joven se rascó la nuca, un gesto que se le pegó de Yuuichi cuando eran pequeños, y se tomó unos segundos antes de confesar—: Takeda Taro está interesado en ti y, hace unos días, me pidió ayuda para conseguir una cita contigo.

Nagisa chasqueó la lengua con disgusto y Risa comenzó a sentirse muy violenta. <<¿En qué berenjenal me he metido?>>, pensó, arrepintiéndose de no haber seguido su primer impulso con Takeda, pero la salvó de aquel chico y Risa sentía que le debía el favor.

—¡Así que eso era! —Nagisa suspiró y Risa frunció el ceño, más perdida que un pulpo en un garaje, pero no quiso interrumpir las cavilaciones de su amiga—. Sabía que tuvo algo que ver, pero no esperaba que pusiera precio a su ayuda.

—¿Cómo que precio? No me pidió nada a cambio.

—¿No te parece raro que Naomi te haya dejado en paz tan de repente? Después de que te negaras a aceptar sus condiciones y de que arruinases sus planes desvelando tu relación con Ame durante su último concierto.

—Sí, pero creí que se había retirado del juego para planear su venganza... Ya sabes, lo típico que cabría esperar.

Nagisa esbozó una sonrisa carente de humor y dio unos golpecitos con el bolígrafo en su libreta de química antes de negar con la cabeza y retomar la palabra:

—Takeda pertenece a una familia de yakuza, Risa.

—¿Qué? Espera, ¿qué estás diciendo? —Temblando, la joven se puso en pie y miró a su amiga con los ojos muy abiertos—. Oye, no me gusta el rumbo que está tomando esto, no... Naomi es una completa imbécil, pero no se merece aparecer apuñalada en un contenedor de la basura, o algo por el estilo.

A Risa se le cayó la mandíbula inferior ante la nueva carcajada con la que Nagisa respondió a su ataque de pánico. ¿Cómo se podía reír en un momento así? ¿Acaso no estaban hablando de que la yakuza había entrado en la partida? ¿Y en qué clase de mundo idílico eso puede terminar bien?

—Nadie va a matar a nadie. —Su amiga le hizo un gesto para que volviera a sentarse y, tras vacilar unos instantes, Risa obedeció—. Escucha: los Takeda son los guardaespaldas de la familia Saito, lo que significa que deben de tener información de primera mano acerca de un montón de cosas que los Saito no quieren que salgan a la luz.

—Chantaje.

Nagisa asintió.

—Matar suele traer atenciones no deseadas, así que siempre será preferible que el problema pueda solucionarse de una forma más diplomática. Además, Takeda es un buen chico; no le tengas miedo.

Risa fingió que estaba leyendo el enunciado del siguiente ejercicio, en el que tenía que calcular la solubilidad del hidróxido de plata y, una vez hallada, averiguar el pH de una disolución saturada con dicho compuesto. Que no fuera a correr la sangre era un alivio, pero la ligera presión en la boca de su estómago no terminaba de ceder.

—¿Tú le tienes miedo? —preguntó, alzando la vista hacia su amiga, que arrugó el entrecejo sin comprender a qué venía la pregunta—. ¿No quieres salir con él porque le tienes miedo?

—No es eso, ya te he dicho que es un buen chico.

—¿Por Atsushi, entonces?

—No soy de la clase de personas que no se aplica sus propios consejos —respondió Nagisa con más dureza de la pretendida, y miró a su amiga, arrepentida—. Lo siento, no es justo que lo pague contigo.

—Tranquila, nadie me mandaba meterme donde no me llaman.

Nagisa sonrió y su mirada, enfocada en ningún lugar, se empañó por culpa de las lágrimas que amenazaban con hacer caída libre desde sus ojos. Risa frunció la boca, incómoda; una parte de sí misma quería levantarse y abrazar a la muchacha, reconfortarla con palabras amables, mientras que la otra, la más fuerte, se sentía violenta e incapaz al visualizar la escena.

—Mis padres murieron en un accidente de avión cuando yo tenía once años —susurró Nagisa y Risa sintió cómo todo el calor de su cuerpo la abandonaba de golpe—. Antes vivía en Harumi, cerca de la casa de Atsushi. Los señores Tanabe nunca han sido una pareja feliz y apenas estaban en casa para atender a su hijo, así que Atsushi prácticamente se crió conmigo y para mí siempre ha sido como un hermano mayor. Perdona un segundo. —Nagisa se levantó y se aproximó a la mesilla de noche, donde tenía un bonito portapañuelos de madera decorado con flores de cerezo. Tras coger una pieza de papel y limpiarse la nariz, regresó al kotatsu (encendido pese a ser otoño) y trató de esbozar una sonrisa que le indicara a Risa que todo estaba bien, pero lo único que consiguió fue que sus rosados labios formasen una temblorosa mueca—. Entonces tuvo lugar el accidente y me vi obligada a mudarme aquí, con mi tío, pero las cosas hubieran sido de otra manera si yo hubiese nacido hombre. Mi tío jamás le perdonó a mi padre que abandonara a la familia para formar la suya propia, ¿comprendes?

—Tu tío es...

—Sí, pero no alardea de ello, para sus amigos y conocidos es el dueño de una cadena de tintorerías repartidas por toda la ciudad. —Nagisa esperó unos segundos a que Risa asimilara la información antes de proseguir—: Takeda me gusta, y él lo sabe, pero le rechazo porque forma parte de aquello de lo que yo pretendo huir en cuanto sea mayor de edad.

—Prueba a contarle a él lo que me acabas de contar a mí —sugirió Risa, estirando los brazos por encima de la mesa para tomar las manos de su amiga entre las suyas—. Si es distinto al resto de yakuza, quizá él también quiera alejarse de esa vida, ¿no crees? A fin de cuentas, ninguno de los dos la eligió.

Kotatsu: mesa baja con un calefactor acoplado y cubierta por una colcha gruesa (futon). Hoy en día está siendo reemplazado por el aire acondicionado o por un sistema de suelo radiante en algunos bloques de apartamentos.

Sansha kundan: reunión celebrada a finales de trimestre en la que el tutor informa a los padres y al alumno del rendimiento académico de este último.


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