15: Sentimientos pasados
Risa observa la ciudad a través de la ventanilla del taxi que le gana terreno a la carretera camino de la Estación de Tokio. Una vez allí, comprará un billete de tren con destino Kioto y no regresará hasta el domingo. Sus abuelos y Naoki se van a llevar una grata sorpresa; Masaru, no tanto. Risa supone que se enfadará al leer la nota y espera que la llame, pero, por otra parte, le da miedo hablar con él, aunque más miedo le da que a su padre no le importe que se haya ido.
Llega con veinte minutos de antelación, así que entra en la primera cafetería que encuentra, pide una infusión y se sienta a contemplar a los transeúntes mientras deja que su mente divague. Masaru no descubrirá la nota hasta que vuelva del trabajo, y para eso faltan muchas horas, pero, por más que intenta pensar en otras cosas, su cabeza regresa a ello una y otra vez. Debería haber aprovechado para disculparse e intentar suavizar las cosas, pero tiene una naturaleza orgullosa y sobre la mesa de la cocina descansa un pedazo de papel en el que está escrito:
Me voy a Kioto a disfrutar mis días de expulsión. Vuelvo el domingo.
Risa
¿Se podía ser más fría? ¿Qué va a pensar su padre cuando lo lea? Pero, aunque se arrepiente de lo que le dijo, continúa enfadada y está convencida de que el daño que él le ha hecho es mucho mayor.
La primera vez que viajó en shinkansen fue cuando tenía ocho años y sus padres les llevaron a Naoki y a ella a Nara para que vieran a los ciervos salvajes que viven en el parque. Recuerda que quería comprar sembei y dárselo de comer, pero una pareja joven tuvo la misma idea y uno de los ciervos hizo amago de morder al chico cuando le acercó la galleta, así que Risa se asustó y fue Naoki el que los alimentó. Después fueron al templo Tōdai-ji, situado al norte del parque, y su padre les animó a pasar por el agujero de uno de sus pilares, que se dice es del mismo tamaño que los orificios nasales de la estatua del Gran Buda y, según la tradición, aquellos que lo atraviesen serán bendecidos.
Recuerdos felices que no deberían salir a flote.
A pesar de que el vagón está lleno, reina el silencio y Risa se pasa la mayor parte del trayecto leyendo y mirando por la ventana de vez en cuando para descansar los ojos. La forma fluida y amena de narrar que tiene Higashino Keigo la absorbe de tal manera que es capaz de olvidar todo lo que la rodea; incluso se olvida del hambre hasta que ve las cafeterías de la Estación de Kioto. Ha llegado casi a la hora de comer y sin avisar, pero si su abuela se entera de que ha picado algo por su cuenta, se molestará.
Con un suspiro resignado, Risa deja atrás el moderno edificio, revestido de cristal en gran parte de su fachada, y echa a andar por la ciudad, feliz de haber vuelto y triste porque su estancia será breve. Podría coger un taxi y ahorrarse la más de media hora de caminata, pero necesita recorrer las tradicionales calles de su amada ciudad y pasar por delante de su infinidad de templos. Aunque sea con la maleta a cuestas.
Mientras pasea por la ribera del Kamogawa, se pregunta qué diría el río si pudiese hablar, ya que es testigo del nacimiento de Kioto y de toda su historia. Cuando hace buen tiempo, especialmente en verano, sus orillas se llenan de parejas paseando, niños bañándose en las aguas poco profundas, gente andando en bicicleta y otros tantos merendando a los pies de la variedad de árboles que le hacen sombra. A ella le encantaba escaparse con Yuu y hacer picnics bajo los cerezos en flor; había algo mágico que sigue siendo incapaz de explicar. Puede que fuera la belleza atemporal de los cerezos o el mimo con el que la brisa mecía los pétalos que escapaban de sus flores hasta depositarlos en las aguas del río. Otro recuerdo que debería permanecer enterrado, pero Risa sabe que vendrán más y que no podrá hacer nada por evitarlo.
Tras unos minutos remontando las aguas del Kamogawa, alcanza el puente Keihan-Shijō, que conecta la zona comercial con el famoso distrito de Gion, uno de los hanamachi más famosos de Kioto. De origen medieval, fue una zona de descanso para los peregrinos que viajaban al santuario sintoísta de Yasaka y, actualmente, es como un pequeño pedazo de pasado en mitad de una ciudad moderna: las tradicionales casas de madera de los antiguos comerciantes, las calles adoquinadas, los templos, las geiko, las ochaya y las okiya... Por eso siempre hay turistas, lo que provoca un curioso contraste, aunque Kioto, llena de templos, ya es un contraste en sí misma.
A pesar de que se muere por callejear, el hambre puede más y Risa toma la ruta más corta hasta la casa de sus abuelos, cercana al santuario Yasaka. La avenida Shijō es la arteria comercial de Gion y en la esquina con la calle Hanamikoji (donde se concentran los turistas por su alto número de ochaya y de ryokan), se alza la famosa casa de té Ichiriki. Risa se permite un par de minutos para contemplarla. Construida en madera, está diseñada para salvaguardar la privacidad de los clientes: todas las ventanas están cubiertas y la manera en la que el edificio entero se organiza imposibilita ver el jardín interior; la joven lo intentó una vez, pero solo alcanzó a observar parte del patio de la entrada a través del noren.
La Ichiriki debe su fama a Ōishi Kuranosuke, líder de los emblemáticos 47 rōnin y jefe del antiguo clan Akō, que pasó en ella varias noches planeando la venganza contra aquellos que mataron a su señor. Consiguió su objetivo, pero sus hombres y él fueron castigados con la muerte por seppuku.
Una intensa calidez inunda el pecho de Risa cuando alcanza el familiar edificio que la ha visto crecer. De estilo tradicional y dos plantas, gobierna sobre un bonito jardín, presidido por un enorme cerezo y cercado por un muro bajo. Cuando era pequeña, a Risa le encantaba salir por la noche al porche a contemplar las luciérnagas y a imaginar que los kodama correteaban entre las linternas de piedra que flanquean el camino adoquinado que conduce hasta la entrada y que se bifurca hacia la zona trasera del recinto, donde está el sento. Había algo mágico y excitante en creer que los espíritus del bosque vivían en su jardín y que un día, cuando menos lo esperase, se le aparecerían y la invitarían a jugar con ellos.
Risa sonríe y entra en el genkan, un austero vestíbulo exterior con suelo de piedra.
—¡Tadaima! —exclama mientras se quita los zapatos y los guarda en el getabako.
Su abuela aparece poco después, enfundada en un kimono rosa oscuro, su color favorito, y la contempla como si fuera un espectro.
—¿Risa?
—Soy de carne y hueso, abuela.
Al oír esas palabras, la mujer sale de su estupor y se apresura a abrazarla.
—¡Risa! ¡Okaerinasai! ¿Cómo no me has avisado, cariño? —pregunta mientras la conduce hasta el salón, donde su abuelo, que estaba pendiente de la televisión, abre mucho los ojos al verla.
—¿Risa? ¿Y tu padre?
El anciano mira más allá de la joven, esperando ver entrar a su hijo, y una fugaz sombra de decepción cruza su semblante cuando cae en la cuenta de que su nieta ha venido sin compañía.
—¿Naoki está en la universidad?
Su abuela asiente.
—Llegará en unas horas.
—Mejor os lo explico cuando regrese.
La anciana frunce el ceño e intercambia una mirada de preocupación con su marido, que se encoge de hombros y devuelve su atención a la televisión, aunque con expresión hosca.
—Tendrás hambre, ¿no? Acompáñame a la cocina.
♫♪♫
Naoki suspira y estira los cargados y doloridos músculos de la espalda y el cuello. A su alrededor, sus compañeros apagan los portátiles, recogen sus cuadernos y abandonan el aula en pequeños grupos o solos. <<¡Por fin a casa!>>, piensa con una sonrisa, pero entonces recuerda que tiene pendiente un trabajo sobre inmunología y su ánimo decae.
—Ni que te hubiera dejado la novia —bromea una voz masculina frente a él.
—¿Qué novia?
—Eso me pregunto yo. Por cierto, a este paso, te voy a tener que regalar yo un portátil por tu cumpleaños. Te apañas con uno sencillito, ¿no?
Naoki sonríe y, tras guardar las cosas en la mochila, se pone en pie y echa a andar en dirección a la salida.
—Con un cuaderno y un bolígrafo me obligo a escuchar y a apuntar solo lo importante.
—Con un portátil puedes hacer exactamente lo mismo —insiste su amigo, situándose a su altura.
—Sí, pero caería en la tentación de apuntarlo todo, solo por si acaso, porque con el ordenador se escribe más rápido.
—Te curras las excusas, ¿eh?
Como lleva haciendo desde que, dos días atrás, la rueda de su bicicleta se pinchara, Naoki regresa a Gion en el coche de Yoshi, que vive en Kiyoicho, a escasos cinco minutos de su casa. Aunque lo ha intentado, su amigo no quiere saber nada de pagarle la gasolina e insiste en que ya encontrará la manera de que le devuelva el favor.
—¿Quieres pasar y hacemos el trabajo juntos?
—Bien, pero mejor dejo el coche en casa, que aquí no hay mucho hueco para aparcar.
Mientras Yoshi se aleja, Naoki entra en el jardín y se detiene bruscamente al ver a la joven que le sonríe, sentada en el porche.
—¿Risa? ¿Qué haces aquí? ¿Y el instituto?
Ella se pone en pie y espera a que su hermano llegue a su altura para echarle los brazos al cuello.
—Durante la cena.
Naoki la agarra por los hombros y la mira con gravedad.
—Risa, ¿qué ha pasado?
—He discutido con papá y me han expulsado —cede ella con una mueca de fastidio.
—¿En ese orden?
La joven pestañea, perpleja ante la reacción de su hermano; esperaba que la sermonease con tomarse su futuro en serio o algo así. Sabe, aunque él no se lo haya dicho, que, a pesar de que odia que viva en Tokio, está muy orgulloso del instituto al que asiste porque cuanto mejor sea su educación, más sencillo le será optar a una buena universidad y a un buen puesto de trabajo.
Por su parte, Naoki es consciente de que debe mostrarse serio y regañar a su hermana, pero una parte de él está orgulloso de la expulsión porque significa que la Risa de antaño sigue ahí, en alguna parte bajo las capas de inseguridad y tristeza. Temía haberla perdido para siempre, pero Takeru tenía razón: solo necesitaba tiempo.
—Me quedo hasta el domingo.
Naoki lee en sus pupilas como en un libro abierto; Risa siempre ha sido transparente a sus ojos.
—Papá no lo sabe, ¿verdad?
—Se enterará en un rato.
El joven suspira y la abraza mientras se dice a sí mismo que si su hermana ha huido, la situación es grave.
♫♪♫
Durante unos minutos nadie dice nada y Risa se siente realmente mal, tanto que teme vomitar la cena que acaba de ingerir. Masaru no ha llamado y ya debe de haber encontrado la nota.
—Me he pasado mucho, ¿verdad? —susurra, con la vista perdida más allá de la ventana abierta, a través de la cual se cuela el canto de los grillos.
—Tarde o temprano tenías que estallar —reconoce Naoki mientras da vueltas en la mano al vasito vacío de cerámica que instantes antes contenía té—, pero sí, fuiste demasiado visceral.
—Ya... Papá tenía razón, ¿no?
—Sí, aunque yo también le hubiera soltado un puñetazo a ese imbécil.
Sus abuelos continúan en silencio, hablándose con la mirada, y Risa tiene la impresión de que le ocultan algo en contra de su voluntad.
Volver a pisar el que fuera su antiguo dormitorio hace que se le encoja el estómago. En realidad, la nostalgia la ha invadido en cuanto ha salido de la Estación de Kioto, pero su cuarto es para Risa el lugar más íntimo de toda la casa. Allí ha compartido momentos tiernos con Yuuichi y también ha llorado la pérdida de su madre; las cuatro paredes de la estancia están impregnadas de sentimientos pasados que ahora vuelven para golpearla con fuerza. Inspirando hondo, recorre el contorno de los muebles con la punta de los dedos y, acto seguido, se deja caer sobre el futon, que siente extraño después de haberse pasado semanas durmiendo en una mullida cama occidental.
Sin previo aviso, una fuerte sensación de asfixia se apodera de su pecho, obligándola a salir corriendo de la habitación. Empieza a dudar de que ir a Kioto haya sido una buena idea; en Tokio tampoco está a gusto, pero, por lo menos, nada puede recordarle a su madre porque se trata de una ciudad completamente nueva.
—Risa, ¿estás bien? —oye que le pregunta Naoki. El dormitorio solo está separado del de su hermano por un fusuma, así que ha debido de escucharla.
—No podía respirar —jadea.
Él la toma de la mano y la conduce de nuevo al interior de la habitación. La joven opone cierta resistencia, pero no tarda en desistir; Naoki no va a ceder.
—Tranquila, la ansiedad es normal, pero no puedes dejar que te domine; tienes que enfrentarla y sobreponerte. Papá te sacó de aquí demasiado pronto, creo que no te dio tiempo para familiarizarte con la ausencia de mamá en esta casa.
Su hermano la obliga a tumbarse en el futon y se tiende junto a ella, abrazándola. Risa cierra los ojos y trata de relajarse. La respiración del joven en su nuca y el cálido tacto de sus manos en su cintura la reconfortan y la ayudan a, poco a poco, respirar mejor.
Fusuma: panel corredizo que divide las habitaciones en las casas tradicionales japonesas.
Futon: cama tradicional japonesa que consiste en un fino colchón unido a una funda y que se apoya directamente en el suelo.
Geisha/geiko: artista tradicional japonesa que entretiene a los hombres en banquetes, reuniones o fiestas, mediante bailes, canciones y artes japonesas. Visten con el traje tradicional japonés, o kimono.
Genkan: vestíbulo exterior de las casas tradicionales japonesas.
Getabako: zona del genkan donde se dejan los zapatos.
Hanamachi: barrio de geisha.
Kodama: espíritus del bosque que habitan en los árboles. Risa se refiere a los que salen en la Princesa Mononoke.
Noren: cortina de tela que se cuelga en las casas y en los establecimientos
Ochaya: casa de té donde trabajan las geisha.
Okaerinasai: es la versión formal de <<okaeri>>, expresión japonesa que no existe en español, pero que se puede traducir como <<bienvenido a casa>>.
Okiya: casa de geisha.
Rōnin: samurái sin señor.
Sembei: galletas que se compran en el parque para alimentar a los ciervos.
Seppuku: ritual de suicidio japonés que consiste en abrirse el vientre.
Shinkansen: tren de alta velocidad japonés.
Tadaima: es una expresión japonesa que no existe en español, pero que podría traducirse como << estoy en casa>>.
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