10: Poder de persuasión


Esa mañana no se encuentra bien... En realidad, no se encuentra bien desde que el día anterior Eiji decidiera ir a hablar esa tarde con el director. Sabe que la opción adulta es enfrentar la situación, plantarle cara a la presidenta y no dejar que la intimide, pero teme las consecuencias; se ha convertido en su némesis sin haberle hecho nada. Por otra parte, provocar a Atsushi empeoró las cosas... ¿Qué demonios pasa con los tíos y su estúpido ego masculino? Es cierto que ella podía haber sido más amable, pero también lo es que el joven la irrita y que su forma de proceder no es normal. ¿Tiene complejo de justiciero o algo así?

<<Ahora todos creerán que eres una llorona y una chivata... — se lamenta mientras se calza las zapatillas—. Bueno, después de lo de hoy lo iban a pensar igual, así que...>>

—¿Una manzanilla?

Risa pega semejante bote que el contenido de su taza brinca con ella y le salpica las muñecas y el lazo del uniforme; por suerte, no le quedará mancha. Despacio, se gira y observa a su padre en silencio, preguntándose si tiene visión de rayos X hasta que se percata de que lo ha adivinado por el olor.

—Sí, me duele la tripa.

—¿Por algo en concreto?

La joven desvía la vista, incómoda porque de repente Masaru muestre interés en ella. Después de llevarla al hospital, mientras regresaban a casa, le dijo que hablaría con el director y ella suplicó que no lo hiciera, que se las arreglaría a su manera; temía unas consecuencias que han resultado ser inevitables. Si existe alguna clase de dios, se lo debe estar pasando en grande con ella.

—¿No se levanta Suzume?

—Tiene el día libre. ¿Llamaste a Naoki?

—No, lo haré esta noche.

Su padre asiente y se aproxima a la cafetera con la intención de prepararse un cortado con dos cucharadas de azúcar. <<A mamá también le gustaba así>>, piensa la joven sin querer, pero se sobrepone con rapidez.

Es una situación un tanto violenta: Masaru y ella en la cocina, desayunando juntos y sin saber qué decirse el uno al otro; también es triste, ¿no os parece? La conversación debería surgir de forma natural y ser fluida, habrían de llevarse bien, reír y gastar bromas como buenos padre e hija que se quieren y disfrutan de la mutua compañía.

—¿Tengo que volver al estudio de grabación? —pregunta Risa para romper el incómodo silencio que se ha formado y que amenaza con acentuar los pinchazos en su estómago.

—No, los cuatro se han quedado con la primera versión. Siéntete orgullosa porque no es lo habitual. —Su padre apaga la cafetera y se vuelve—. Yo también opino que tu futuro está en el mundo de la música, Risa, por eso me enferma ver tanto talento desaprovechado.

<<Y a mí me enferma tener que soportar a la asquerosa de tu novia todos los días>>, quiere decirle, pero se contiene, el día ya ha amanecido bastante gris.


♫♪♫


—¡Tienes una cara horrorosa! —exclama Erika a modo de saludo cuando Risa intercepta a sus amigas en el jardín.

—Buenos días a ti también —replica la joven con aspereza.

—Normalmente, la gente le cala a la primera, pero, o estás ciega, o tu instinto de supervivencia es nulo. —Erika ha adoptado un tono serio y una pose adulta que descolocan a Risa. <<¡Otra bipolar! ¡Si al final va a resultar que son tal para cual!>>

—O tiene carácter —interviene Nagisa, censurando a su amiga con la mirada. Erika responde desafiándola, pero termina por morderse la lengua y claudicar; hay algo oscuro en las pupilas de Nagisa.

Risa las observa mientras cavila: el insulto de la joven le ha molestado, pero es consciente de que está rabiosa por las atenciones de Atsushi. Por otro lado, sus amigas solo saben que era Eiji quien la esperaba en la azotea con intención de disculparse, Risa no quiso explicarles a qué vino el numerito de Atsushi.

—En el descanso hablamos —zanja, y echa a andar.

Cuando suena la campana que anuncia el final de la cuarta hora y la clase se vacía, Erika y Nagisa se acercan al pupitre de Risa y la observan, expectantes. La joven asiente, se pone en pie y se levanta la camisa para mostrarles el cardenal. Nagisa se lleva una mano a la boca, mientras que Erika ahoga un grito.

—Tiene mejor pinta que el lunes —bromea Risa antes de proceder a contarles los detalles.

—Se va a armar un buen lío —comenta Erika en un tono que mezcla preocupación y entusiasmo a partes iguales. ¿Bipolar y sociópata?

—Y el pato lo va a pagar Risa —apunta Nagisa con gesto grave.

—Y por eso necesito algo para el dolor de tripa...

—Pero Atsushi ha intercedido por ella, así que Naomi no se atreverá a hacerla nada —replica Erika, orgullosa de su razonamiento.

—¡Chicas, que sigo aquí! —protesta Risa, enfadada; no le gusta nada el cariz que está tomando la conversación.

—La enfermería está al fondo del ala este, no tiene pérdida —indica Nagisa con los ojos entornados, como si estuviera dándole vueltas a algo—. Nos vemos en la cafetería. Hay que coger sitio —añade ante la cara de desconcierto de Risa.

La joven asiente despacio y abandona el aula con la certeza de que Nagisa la estaba echando de una forma para nada sutil. Hay algo más, lo intuyó cuando Naomi la humilló y también cuando Atsushi se burló de ella en la azotea.

Tal y como le ha indicado su amiga, la enfermería no tiene pérdida. Risa llama a la puerta y espera, pero no obtiene respuesta, así que abre y se asoma al interior. Está vacía. Extrañada, la joven regresa al pasillo, resignada a soportar el dolor de tripa, cuando se topa con un hombre joven que lleva una bata blanca y parece apurado.

—¡Ah, lo siento, lo siento! —El hombre la obsequia con una bonita sonrisa—. ¿Llevas mucho esperando?

—No... No, acabo de llegar.

Risa esperaba encontrarse a una persona mucho más mayor, entre los cuarenta y los sesenta, y no a un atractivo tipo que rondará la treintena. <<Seguro que es el ayudante del sensei>>, piensa mientras observa su tez ligeramente bronceada y su melenita bien cuidada. Está convencida de que en el instituto se fingen muchas indisposiciones entre la facción femenina y, quizá, parte de la masculina.

No es consciente de estar observándole con descaro hasta que el hombre se aclara la garganta y mete las manos en los bolsillos de la bata. Ruborizada, Risa se apresura a entrar en la enfermería.

—Tranquila, ya sé que no cumplo con los estereotipos —comenta él en tono jovial mientras cierra la puerta a sus espaldas—. Soy Shunsuke Kanata, para servirte.

—Se... Serizawa Risa —se presenta la joven con torpeza.

—Bueno, ¿y qué puedo hacer por ti, Serizawa?

—Me duele mucho la tripa.

El sensei asiente y adopta una expresión profesional.

—¿Estás menstruando o te toca hacerlo en breve?

Risa desvía la mirada, incómoda; es la primera vez que habla con un hombre sobre asuntos femeninos. <<Es médico>>, se recuerda.

—No, son pinchazos en el estómago.

Kanata sonríe y se apoya en el escritorio con los brazos cruzados ante el pecho.

—¿Qué es lo que te preocupa? —inquiere con amabilidad.

—Bueno, eso... No he empezado con buen pie y...

El sensei asiente, como si comprendiera.

—No te ofendas, Serizawa, pero eres la clase de chica que, aunque no levante la nariz de sus libros, acaba metida en problemas. Me he dado cuenta nada más verte, está en tus ojos: una bondad que alguien criado entre algodones no suele poseer.

Risa se sienta en una de las camas y contempla el suelo durante unos instantes. ¿Tan evidente es que ese no es su ambiente? Su padre es mánager y tuvo un grupo famoso cuando era joven, pero, a pesar del dinero, su vida siempre fue de clase media, pobre en términos de cualquier niño bien.

—Se supone que dentro de unas horas el director arreglará las cosas. —La joven alza la mirada—. Tal vez en un colegio público o en uno privado menos elitista, pero no aquí, no cuando la persona que te odia lo gobierna todo.

Kanata suspira.

—Sí que has empezado con mal pie. ¿Te apetece contármelo?


♫♪♫


Sus tres agresoras se encuentran a un par de pasos de Atsushi, pálidas y con la vista clavada en el suelo. El poder de persuasión del joven es impresionante, ya que aunque no las lleva tras de sí con una correa, el efecto es el mismo.

—Más os vale confesar —les advierte en un tono demasiado suave.

Ellas se echan a llorar y Risa no puede evitar sentir un atisbo de lástima que muere en cuanto recuerda cómo la sujetaron y se turnaron para tirarle balones y pegarle patadas mientras se reían y la insultaban; lo que sea que les espere tras delatar a Naomi, lo tendrán bien merecido.

—Tranquila —Erika le aprieta la mano y sonríe—, nosotras te esperamos aquí.

—¿Vamos, entonces?

Atsushi le lanza una mirada inquisitiva a Eiji, que asiente y llama a la puerta.

El director es un hombre cincuentón de cabeza cuadrada, gafas de montura redonda y calva incipiente. El conjunto de su aspecto es, cuanto menos, curioso, hecho al que contribuye su traje granate que parece sacado de los años setenta.

—¡Oh, cuánta gente! —exclama, recolocándose las gafas y pestañeando un par de veces—. Creí que vendrías tú solo, Sonohara.

—No estoy aquí por mí, señor Tajima, sino por Serizawa.

—¡Ah!

El señor Tajima clava sus ojillos (aumentados gracias a las lentes) en Risa, a la espera de que se explique. Ella traga saliva, no sabe cómo exponer los hechos, y los nervios y la incomodidad no ayudan.

—Esto... —comienza, dubitativa, pero se interrumpe cuando Atsushi le levanta el bajo de la camisa.

—Una imagen vale más que mil palabras —se excusa el joven con indiferencia en respuesta a la mirada de indignación con la que Risa le fulmina.

—Eso es correcto —concede el director, abandonando la comodidad de su butacón y acercándose para poder examinar mejor el hematoma, aunque sin atreverse a tocarlo—. Imagino que esto te lo han hecho dentro del centro, de lo contrario no estarías aquí.

—Sí... Fueron estas tres..., el lunes me atacaron al finalizar la clase de gimnasia.

Risa tiene la vista clavada en los zapatos de piel del señor Tajima, así que supone que el silencio por parte del director se debe a que en esos momentos está lanzando una severa mirada a las tres jóvenes. Así es.

—¿Es eso cierto? —inquiere tras unos incómodos minutos en los que solo se escuchan sollozos ahogados por parte de las acusadas. Ellas no responden, pero la elocuencia de su silencio es una respuesta en sí misma—. ¿Por qué lo hicisteis? ¿Habéis visto el cardenal? ¿Sois conscientes de que podríais haberle ocasionado daños graves?

—¡Lo sentimos! —se disculpan al unísono.

—Seguíamos órdenes —admite una de ellas.

—¿De quién?

—De la presidenta. Di-dijo que si cumplíamos, nos permitiría unirnos a su grupo de amigas cercanas.

—¡¿Y la creísteis?! —exclama Risa, enfadada y olvidando el protocolo; sufrir ese maldito dolor por culpa de una estupidez tal la enerva—. ¿No veis que solo os estaba utilizando para que le hicierais el trabajo sucio? ¡No me lo digáis! Ahora estáis muertas de miedo porque la presidenta sabrá que la habéis delatado, ¿no? ¡Qué patético!

—Serizawa —el director le apoya una mano en el hombro, en gesto comprensivo—, tranquila, yo me encargo. Sonohara, Tanabe y tú podéis marcharos. En lo que respecta a vosotras tres...

—¿Estás contento? —le espeta Risa a Eiji en cuanto los tres jóvenes abandonan el despacho—. ¿Me puedes explicar qué hemos conseguido con esto? ¿Crees que Naomi no contaba con que pudieran delatarla? ¡No hay pruebas materiales! Cuando el director la llame para hablar, lo negará todo y le soltará alguna excusa creíble y después su querido papaíto hará una generosa donación para que el asunto se entierre.

—Naomi nunca actúa directamente —interviene Atsushi.

—¡Tú cállate, que bastante contenta me tienes!

Erika asiste a la escena con los ojos como platos, mientras que Nagisa se limita a arquear las cejas. Por su parte, Atsushi deja ir un suspiro condescendiente, como si a Risa se le escapase lo evidente, y se reclina contra la pared.

—Sé quién ha actuado en su nombre —interviene Eiji, tratando de aparentar una calma que no siente—, y esa persona, a diferencia de lo que Naomi piensa, no es tonta, solo aguarda el momento apropiado.




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