VEINTIDOS

La primera experiencia que llega desde España, el usuario ha preferido mantener el anonimato. 

De pequeña me encantaba salir a visitar amigas. No me gustaba estar en casa (ya mandaré otras anécdotas que explican esto, si me lo permites).

Una amiga de mí abuela —que se convirtió en una especie de nana para mí— me llevó a la casa de mi amiga Gabriela, cuando solo tenía unos... once, doce años; no recuerdo muy bien.

Esta niña era muy callada y algo gruñona, pero yo la toleraba, porque en el fondo era una buena persona. Según recuerdo.

Iba a ser la primera vez que yo iba a su casa. Su madre estaba tejiendo en la entrada, y nos saludó con una sonrisa.

—Carla quería venir a jugar con Gaby, espero no la estemos molestando —dijo mi nana.

—No, para nada, a mi hija le gusta que venga.

Más o menos llegué a escuchar, cuando entré corriendo a buscar a mi amiga, ella salió feliz y nos disponíamos a jugar en su jardín. La casa era muy espaciosa. Había una parte que todavía estaba en construcción y quisimos sentarnos ahí a charlar un rato.

—¿Y la habitación para quién será?

—Para mi hermano menor.

Recuerdo haberla visto con una expresión extrañada.

—Pero si él ya tiene una —repuse.

Entonces es ahí donde noté que se puso incómoda. No me respondió y yo opté por seguir jugando.

Mientras me escondía detrás de la casa, escuchándola decir que se rendía me reí en lo bajo. Yo lo encontraba divertido ya que era mi oportunidad para darle un buen susto. Siempre me ha gustado hacer ese tipo de bromas (cosa que les disgusta a todos los que me conocen), así que me aferré más a la pared y me agaché cuando escuché sus pisadas. Luego, no escuché absolutamente nada. Entonces salté haciendo ademán de un monstruo y frente a mí no había nada ni nadie. Me quedé confundida, estaba segura que había escuchado pisadas.

Me sobresalté cuando tocaron mi espalda.

—¡Te pille!

Era Gaby.

Tuvimos una discusión. El de "¡Yo no fui...! ¡Sí, fuiste tú...!", me enojé con ella y no seguimos jugando. Le di la espalda y ella lo mismo. Escuchamos una voz, parecía ser la de su mamá y caminamos, después parecía llamarnos de otro lado, realmente me confundí, y ella igual.

—¡Mamá!

La señora llegó en cuestión de minutos, pero por otra parte. Le contamos todo lo sucedido, y mi amiga recibió un regaño. Al parecer ella le había dicho que si queríamos jugar lo hiciéramos en su habitación.

En esa tarde comenzó a llover, y no me pude ir a la hora que debía, tuve que esperar a que parara la lluvia, ese lapso de tiempo fue suficiente como para nunca más querer volver a su casa...

Nos acomodamos en la cama de la habitación de su hermana mayor, y jugamos un juego de mesa. Yo me estaba aburriendo mucho, y comencé a hablarle sobre cosas triviales; no sé cómo, pero volvimos al porqué de cambiar de habitación a su hermano menor.

—¡Hija, ve a ver si tu hermano está bien! —gritó su mamá desde la cocina.

—¡Sí, mamá!

Yo la acompañé, entramos a la habitación del bebé y este dormía plácidamente dentro de su cuna. Admito que con el cielo nublado y oscuro el lugar me pareció de película de terror, y no dudé en comentarlo.

—Mi mamá me dijo que no le contara a nadie —me sorprendió con un susurro, cerró la puerta detrás nuestro y me jaló hasta la ventana—, no sé qué está pasando, en mi casa parece que espantan, mira.

Con cuidado destapó al bebé, me alteré al ver que tenía aruños en su pecho y cerca de su pequeña boca.

—¿Quién le aruñó?

Me explicó que su papá se había levantado de tarde porque el bebé lloraba, ella no se despertó porque tenía el sueño pesado. Cuando llegó dijo que vio a un hombre en la ventana, —donde me estaba contando—, de inmediato pensó en un ladrón, encendió la luz y al hacerlo ya no había nada.

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