cap 7
Ambos hombres siguieron platicando por unos cuantos minutos, habían acordado que el mayor le iba a enseñar al rubio como dirigir una importante organización. Después de todo, era un hombre realmente importante, temido en todo Japón y líder de una grande organización criminal. Jack ya le había depositado el suficiente dinero en su cuenta bancaria para pagar las enseñanzas que le iba a impartir a su hermano y ya habían organizado casi todo perfectamente.
Terminaron de hablar y se levantaron. Kook hizo una reverencia y luego de un par de palabras se dispuso a irse, pero la voz de aquel hombre lo detuvo.
—Alto, aún no le he dicho cómo debe llamarme— en ese momento se dió un facepalm por haberse olvidado de ese detalle tan importante.
—Lo lamento ¿Cómo debo llamarle?— preguntó apenas se dió la vuelta.
—Llámeme Sinoda, si me llama por mi nombre completo va a causar un escándalo.
—Entiendo, no se preocupe, seré lo más discreto posible— volvió a hacer una reverencia. Odiaba sentirse tan sumiso pero si se comportaba como de costumbre, ese hombre le iba a volar los sesos ahí mismo.
—Está bien, Kook. Yo sí te puedo llamar por tu nombre ¿De acuerdo?
Solo pudo asentir y tratar de sonreír un poco. Volvió a hacer una reverencia y sin más se retiró del lugar. Tenía que agradecerle a Jackson que le hubiera conseguido aquel hombre para guiarlo en lo que venía de aquí en adelante.
[...]
Al llegar a casa, su hermano lo esperaba en la sala con su laptop en sus manos.
—¿Cómo te fue con el señor Sinoda?— preguntó sin despegar su vista de la pantalla.
—Bien creo— rascó su nuca —Acordamos bien todo, ahora solo tengo que esperar a que me diga que días nos vamos a encontrar.
—Ya tengo esa información— lo interrumpió para luego pasarle una hoja. La tomó y vió unos horarios —Esos son los días y horas en los que te vas a encontrar con Sinoda, por cierto, te advierto que odia la impuntualidad.
—Lo sé, eso me lo dijo— se sentó en el mueble —Te lo agradezco.
—Solo son unos horarios— siguió tecleando en su laptop.
—No tanto por eso, sino por haberme conseguido quien me enseñe de esto, no sé muy bien acerca de como manejar una organización.
—Ya verás que dentro de poco lo sabrás, va a ser un gran tutor contigo y tú tienes que aprender lo que más puedas de él.
—Lo sé— agachó su cabeza —Me voy a dormir, según esto, en la mañana tengo que reunirme con el señor Sinoda.
Jackson asintió y acto seguido, se encaminó hacia su habitación para dormir, tenía que aprovechar lo más que pudiera ya que solo tenía unas cuantas horas para hacerlo.
•••
Su alarma sonó y se despertó de golpe, con todo el sueño del mundo se levantó y fue a darse una ducha. Al salir se vistió y salió corriendo escaleras abajo para desayunar.
—Más despacio, velocista— su hermano soltó su particular sonrisa y colocó su plato de comida sobre la mesa —Come y no te vayas a ahogar.
A pesar de su advertencia, comió lo más rápido que pudo y bebió del café que le había servido. Bajo la atenta mirada de su hermano se fue a cepillar los dientes y luego volvió al comedor.
—Ya me voy ¡Adiós!— se despidió con un ademán y salió de la casa.
Condujo en su auto hasta la dirección proporcionada y al llegar notó que había un estacionamiento interno detrás de las enormes rejas color vino tinto que resguardaban el lugar.
Un vigilante se acercó a él y le preguntó su nombre.
—Dígale al señor Sinoda que Kook llegó.
El hombre le dijo algo a otro vigilante, el cual entró a la casa y luego de unos minutos volvió a salir. Vió como volvieron a hablar y el mismo vigilante de antes fue hacia él.
—Puede pasar.
Las enormes rejas se abrieron dándole paso, condujo hacia el interior y bajó hasta el estacionamiento. Allí dejó su auto y se bajó mirando hacia todas partes. Aunque fuera recomendado de su hermano, tenía que estar alerta con ese hombre.
Caminó hacia uno de los ascensores y subió hasta el piso correspondiente. Allí las puertas se abrieron y dejaron ver un pasillo largo con puertas a los lados y una al fondo. Su intuición le dijo que fuera hacia la del fondo y así lo hizo, con su navaja empuñada dentro de su bolsillo, abrió la puerta y allí encontró la oficina y al señor Kenichi, quién al parecer ya lo estaba esperando.
—Me alegra que seas puntual— cerró su reloj de bolsillo y caminó hacia el rubio —Eso habla bien de ti.
—Muchas gracias, señor— hizo una reverencia y lo miró.
—Bueno, vamos a empezar ¿Te parece?— aunque fuera una pregunta, no le dió tiempo de responder y se dirigió a su escritorio —Siéntate.
Empuñó con más fuerza la navaja bajo su agarre, detestaba recibir órdenes y lo peor de todo, tener que cumplirlas.
Sin decir nada se sentó y miró al hombre frente a él.
—Primero que nada, suelta esa navaja— esto lo desconcertó a tal punto que no pudo evitar reflejar su asombro en su rostro ¿Cómo sabía que tenía una navaja?
Sacó el artefacto de su bolsillo y lo puso sobre la mesa sin mirar a su superior.
—Te la voy a decomisar— ante esta amenaza, alzó su rostro e iba a protestar hasta que el hombre volvió a hablar —Y en su reemplazo, te voy a dar esto— sacó de debajo del escritorio una caja de color negro.
Miró al hombre con desconfianza y luego a la caja.
—Ábrela, es un pequeño obsequio que te voy a dar— frunció su ceño e hizo caso. Al abrirla, abrió sus ojos en demasía al ver la hermosa arma que había dentro de ella, acompañada de varias armas más pequeñas, entre las cuales había cuchillos, una pistola nueve milímetros y unos cartuchos de bala.
—Nos vamos a entender muy bien— sonrió ladinamente mirando a su superior.
Los hombros del viejo se movieron de arriba a abajo, indicando diversión en una risa completamente natural. Ambos se levantaron y se dirigieron a una habitación indicada por el mayor de los dos. Al entrar, se dió cuenta de que era inmensamente grande, más de lo que aparentaba por afuera. En ella, las paredes estaban divididas a la mitad, pintadas de un color rojo vino en la parte de arriba y un color crema en la parte de abajo, unas cuantas pinturas barrocas y decoración del renacimiento. Bastante elegante a perspectiva del más bajo.
Estaba tan concentrado admirando el lugar hasta que la voz del hombre detrás de él lo hizo reaccionar.
—Muy bien, aquí te voy a entrenar— aquello lo desconcertó un poco. Iba a preguntar a qué se refería, pero cerró su boca al ver cómo el viejo se acercaba a una de las paredes y movía una de las viejas pinturas. Allí un botón color marrón bastante pequeño, fue presionado por su dedo pulgar y acto seguido, los muebles, escritorios y pinturas se movieron drásticamente y se escondieron tras la pared, dejando a la vista unas bases con armas de diferentes tipos y calibres, al frente de ellos, unas especies de pistol target con forma de ser humano y lo que parecían unos audífonos en una mesa.
Esto parece una casa de espías. Pensó para sí mismo, ya sabía que era lo que el viejo le iba a enseñar.
—Toma el arma que te regalé— ordenó. Inmediatamente, Jungkook sacó el arma y la tomó entre sus manos —¿Ves ese muñeco de allá?— apuntó con su cabeza hacia uno de los pistol target. El rubio solo asintió —Apuntale con esta arma y disparale. No olvides colocarte esos— señaló los audífonos.
Parecía cosa sencilla. Se colocó los audífonos, al igual que el viejo. Tomó el arma y le apuntó al muñeco que tenía en frente, iba a jalar del gatillo hasta que el mayor le llamó la atención.
—Ey, así no se agarra un arma— sintió como su orgullo caía al piso y se sintió avergonzado —Debes agarrarla así— sacó de su bolsillo su arma propia y le indicó como debía hacerlo. El rubio lo examinó bien y tomó el arma justo como el viejo le había indicado. Ahora sí iba a disparar hasta que la voz del hombre volvió a hacer eco en el lugar —Y enderezate, una postura de la columna garantiza un buen disparo— Jungkook soltó aire bruscamente e hizo lo que se le había dicho.
—¿Y ahora qué? ¿Ya estoy bien?— preguntó un poco impaciente.
—Coloca tu visión justo detrás de ella— con sus propias manos acomodó los brazos y cabeza del rubio. Se alejó unos cuantos metros y lo miró desde todos los ángulos —Bueno, creo que así estás bien. Dispara.
Jungkook retiró el mechón de su cabello hacia atrás con un soplido y disparó.
—Vaya...— Sinoda se quedó mirando el agujero en el hombro del muñeco —Al menos no le disparaste a mi preciada pared.
Torció su boca totalmente avergonzado, no estaba acostumbrado a tratar con armas y ahora eso lo estaba dejando en ridículo. Sin esperar nada, volvió a acomodarse en la misma posición y esta vez, apuntó mejor y disparó. Se quedó viendo el agujero que le había hecho en uno de sus brazos.
—Esto va a tomar tiempo— vió como el hombre se alejaba hacia uno de los sillones que habían a un lado en una zona que no representaba peligro para él.
Definitivamente no iba a dar tregua para que se burlaran dé el, y mucho menos por causa de una bendita arma.
Siguió el resto de la mañana y parte de la tarde practicando, estaba decidido a no salir de aquella habitación sin dominar por completo su tiro. Su obstinación sorprendía a Sinoda, quién pensaba que el joven se rendiría después de unos cuantos tiros, pero no. Había gastado más de dos cajas de cartuchos disparandole a los muñecos frente a él, quienes yacían con numerosos agujeros en todos sus cuerpos de cartón. Se sentía orgulloso, después todo el tiempo y las numerosas horas que pasó practicando, había conseguido perfeccionar su tiro y ahora era capaz de dispararle varias veces seguidas a la cabeza.
Unos aplausos provenientes de aquel sillón hicieron resonancia en el lugar, de cierto modo estaba cansado pero agradecía que el hombre le haya tenido toda esa paciencia.
—Muy bien, Kook. Con esto ya pasaste la primera fase— una gota de sudor recorrió por su sien, estaba exhausto. Se retiró los audífonos y los colocó sobre la mesa. Su respiración estaba agitada y su cuerpo sudaba en demasía, no acostumbraba a hacer mucho esfuerzo físico y vaya que ese día lo había hecho. Aunque sabía a la perfección que tenía que acostumbrarse a aquello, porque la vida que le esperaba era bastante ajetreada.
•••
Luego de un largo día, por fin había llegado a su casa, quería que la tierra se lo tragase. Sinoda se había percatado de su mala condición física y lo había colocado a hacer acondicionamiento físico en el gimnasio propio que tenía en su casa. Sus piernas, brazos, abdomen y en sí, todo su cuerpo dolía.
Con mucha pesadez se tiró al mueble queriendo descansar pero esto no fue posible gracias a su hermano.
—¡Jungkook por un demonio, levántate del sofá!— tomó la sartén y empezó a darle golpes hasta que se levantó, o bueno, prácticamente se tiró al piso.
—Tienes suerte de que mi cuerpo esté magullado, o sino te juro que ya estarías muerto— suspiro cansadamente al tiempo que cubría su rostro con su ante brazo.
—Pues lo siento mucho, pero estás todo sudado y no permitiré que ensucies mi preciado sofá.
A veces Jackson le recordaba a su mamá, y no en el buen sentido.
—Date un baño, voy a servir la cena.
No iba a ir, pero una patada en su espalda lo hizo reaccionar y fue pesadamente hacia el baño del segundo piso.
Cuando me recupere me las vas a pagar, Jackson.
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