👑 Capítulo 67
La vibración de mi teléfono móvil en la pequeña mesilla que hay al lado del cabecero de la cama, hace que me despierte e intente abrir los ojos poco a poco, ya que me pesan debido al sueño que tengo. Estiro el brazo y cojo el dispositivo de dicho lugar. Cuando lo desbloqueo, un mensaje de Dean aparece en la pantalla.
"Es el momento, saque a Axel de casa para que podamos poner los micrófonos sin problemas. No le traiga de vuelta hasta que yo le avise.
Si no hace esto, tenga por seguro que me las apañaré para que la despidan."
Aprieto el teléfono entre mis manos, enfadada y rabiosa a más no poder. Tras bloquear la pantalla, lo dejo sobre la mesilla de nuevo y me llevo la mano a la frente completamente frustrada por la situación. ¿En qué momento me metí en tan tremendo lío?
Axel se encuentra a mi lado, con un brazo rodeando mi cintura, que hace que me mantenga pegada a él. Pongo mi mano derecha sobre dicho brazo y lo aparto lentamente de esa zona con cuidado de no despertarle y así poder salir de la cama. Su respiración cálida y relajada choca contra mi cuello, haciendo que se me ponga la piel de gallina al instante.
Cuando consigo deshacerme de su agarre, deslizo mis piernas por el borde de la cama hasta que mis pies tocan el suelo. Me pongo en pie dejando su brazo sobre el colchón, suavemente. En cuanto fijo la mirada en su rostro, su ceño se frunce levemente, como si notase que algo le falta, pero enseguida vuelve a la expresión tranquila de antes. Después de colocarme bien la camiseta blanca que él me había dejado anoche para dormir, me dirijo al baño estirando los bordes de la misma para tapar la parte trasera de mis bragas que queda descubierta.
Una vez que llego al lugar, me pongo enfrente del lavabo y procedo a lavarme la cara con agua bien fría. Luego de secarme con una toalla, me miro al espejo para peinarme un poco el pelo con los dedos y así poder desenredarlo. Apoyo las manos en la encimera del lavabo y me quedo observando mi reflejo en el espejo.
—Mierda... —susurro para mis adentros al pensar en el daño que le estoy causando a Axel.
Él ha confiado en mí cuando no debería. Yo solita he empeorado las cosas, es tarde para echarse atrás. No le he dicho la verdad, se enterará él cuando vengan a ponerle los micrófonos. Podría abandonar el caso y librarme de las consecuencias que ahora estoy sufriendo, pero ¿en qué clase de policía me convierte eso? Si he empezado esto ha sido por una razón, ayudar a Williams demostrando su inocencia. Que recupere a su hermanito, que pueda verle por fin sin necesidad de peleas porque la gente tenga que seguir creyéndose el embuste de los asesinatos. Así que, por mucho que me vaya a doler verle desaparecer de mi vida, seguiré adelante.
—Buenos días. —Una voz somnolienta se hace presente a mi izquierda.
Dirijo la mirada hacia esa dirección, viendo a Axel vestido únicamente con unos pantalones negros deportivos bastante anchos. Su torso continúa descubierto.
—Buenos días. —Sonrío—. ¿Te he despertado?
—Un poco —afirma acercándose a mí—. ¿Te apetece salir a desayunar por ahí?
Muevo la cabeza en respuesta afirmativa, haciéndole saber que no me desagrada la idea. Él me devuelve el gesto para confirmar y se dispone a abrir uno de los cajones del mueble del lavabo. De este saca un cepillo y la pasta de dientes
—¿Tienes un cepillo de sobra? —indago mientras observo como él echa la pasta donde corresponde.
Williams asiente con la cabeza y, tras abrir de nuevo el cajón, saca un cepillo nuevo, el cual está metido en su respectiva cajita de cartón. Él me lo tiende, haciendo que yo lo coja de entre sus dedos. En cuanto Axel comienza a lavarse los dientes, yo saco el botiquín para poder curarme las heridas y cambiarme los vendajes de las mismas. Agarro una de las esquinas del primer trozo de esparadrapo y voy despegándolo de mi piel, lentamente, provocando que una mueca de molestia se haga presente en mis labios. Ya se me había olvidado lo que dolía el proceso este de cambiar los vendajes.
El chico que está junto a mí, al verme, deja de lavarse los dientes, dejando el cepillo en el interior de su boca a la vez que dirige sus manos al vendaje de la herida de mi hombro. Él lo retira con cuidado y luego procede a limpiarme la cicatriz con un algodón y el suero fisiológico. Hecho esto, coge una nueva venda y cuatro trozos de esparadrapo. Después lo pone en condiciones sobre la herida. Cuando sus manos se dirigen dispuestas a quitarme al vendaje de mi antebrazo, le freno.
—Ya me lo curo yo, tranquilo.
Él asiente al escuchar mi intervención y continúa cepillándose los dientes. Procedo a quitarme la venda de los cortes de mi antebrazo, haciendo una nueva mueca de dolor en mis labios. Y no solo por el dolor de las heridas, sino por la depilación que me acabo de hacer por quitarme el esparadrapo. Mientras tanto, Axel saca el cepillo de dientes de su boca y escupe la pasta en el interior del lavabo, luego se enjuaga la boca con el agua del grifo y aclara el cepillo.
—¿Estás bien? —inquiero al ver lo distante que se encuentra esta mañana.
—Sí —afirma mientras se seca la boca con la toalla.
—¿Seguro?
—Sí. —Guarda el cepillo en su respectivo cajón—. Tranquila.
Dicho esto, se acerca y deja un pequeño beso sobre mi frente. Después se da media vuelta y se dirige hacia su habitación otra vez; no estoy yo muy segura de esa respuesta. Sin darle más vueltas al asunto, continúo con el proceso de cambiar el vendaje de los cortes de mi brazo.
Después de terminar con eso, procedo a lavarme los dientes. Cuando acabo, guardo todo en sus lugares correspondientes. Vuelvo a quedarme observando mi reflejo en el espejo, en un intento de calmar las pulsaciones de mi corazón que de un momento para otro han empezado a acelerarse sin motivo aparente. Bueno, puede que sí haya un motivo. O más de uno.
Salgo del baño y me dirijo a la habitación de Axel. Al entrar, me encuentro con que él está tumbado boca arriba sobre su cama, con la mirada pegada en el techo y sus manos entrelazadas sobre su abdomen. Se mantienen mirando a un punto fijo, sin decir nada y sin mover un solo músculo. Me quedo mirándole desde la entrada, a la espera de que reaccione o haga algún movimiento que me indique que va todo bien. Pero nada de eso sucede hasta pasados unos segundos.
—No manches tu velo, Kris. —Su voz se hace presente en el lugar.
Arrugo el entrecejo.
—¿Qué? —pregunto, confundida.
—No lo manches solo por estar conmigo —añade.
—No te entiendo. —Niego con la cabeza lentamente.
Me aproximo a él y me siento sobre el colchón, justo a su lado. Williams se muestra impasible, veo como traga saliva y junta sus párpados, cerrando esos ojos que me resultan tan hipnóticos. Aguardo unos instantes a que me explique a lo que se refiere, pero me doy por vencida al notar que no tiene intención alguna de seguir con la extraña conversación que él mismo ha empezado. Sin embargo, cuando voy a desviar la mirada, él habla.
—Cuando era pequeño mi madre me contó que todos y cada uno de nosotros nacemos con un velo sobre nuestras cabezas que nos cubre el cuerpo entero —me explica, dirigiendo su mirada a la mía—. Un velo blanco. Un velo que vamos manchando nosotros mismos con el paso de los años o que simplemente la gente de nuestro alrededor lo hace por nosotros. —Sus iris se quedan fijos en los míos, con pequeños indicios de nostalgia en ellos—. Por ejemplo, mi hermano tiene un velo blanco por ser un niño inocente; tú lo tienes de un gris oscuro, por ser una ladrona y estar ahora metida en temas de droga; y yo lo tengo negro, por los asesinatos y eso. Esa es la forma que tenía mi madre de explicar lo que era la reputación de las personas.
Ahora le entiendo. No quiere que esté con él porque piensa que de esa forma manchará mi reputación.
—Pero tú eres inocente —le recuerdo.
—Sí. —Asiente con la cabeza—. Pero eso la gente no lo sabe. Mi velo lo mancharon las personas de mi alrededor, yo solo contribuí un poco.
—Pero podemos arreglarlo. Podemos quitarte ese velo negro que te ata a tu pasado —le hago saber.
Me levanto de la cama, poniéndome de rodillas sobre el colchón. Tras acortar la poca distancia que hay entre nuestros cuerpos, me pongo a horcajadas sobre sus caderas. Su mirada sigue todos y cada uno de mis movimientos.
—Eso es algo muy difícil. Limpiar la reputación de alguien... es casi imposible. —Suelta un pequeño suspiro y pone sus manos sobre mi cintura—. Además, no puedo hacer eso. No puedo y no debo.
—¿Por qué?
—Pondría en peligro a mucha gente.
Se me había olvidado ese detalle. El detalle de que alguien les tiene amenazados para que no saquen la verdad a la luz. Y estoy segura de que ese alguien es sin duda alguna Dean. Pero aun no entiendo muy bien las razones. Todavía está todo demasiado borroso y confuso, necesito averiguar más cosas para tener un veredicto claro.
—Kristen, si sigues conmigo vas a mandar a la mierda tu vida —comenta.
En este momento, mi corazón se estruja en mi pecho.
—¿Estás echándome? —indago en un hilo de voz apenas audible.
—No —se apresura a decir—. Solo te pongo al tanto de la situación.
—Axel, quiero estar contigo —sentencio—. Me da igual que mi vida se vaya a la mierda. Estaré a tu lado.
Él, simplemente, me enseña una de sus cálidas sonrisas en su rostro, lo que logra hacerme sonreír. La sonrisa se me borra de los labios al recordar la situación en la que me encuentro. Los remordimientos vienen a hacerse notar en mi estómago, haciéndome sentir la peor persona del universo entero. Después de unos instantes meditando lo que voy a decir a continuación, me armo de valor y empiezo a hablar.
—Axel, no soy quien crees que soy —confieso.
—Lo sé —admite.
—¿Lo sabes? —Abro los ojos de par en par entre sorprendida y asustada.
—Sí —confirma—. Eres mucho mejor de lo que creía.
Me quedo sin habla.
—Ah. —Es lo único que soy capaz de decir.
Las manos de Williams suben hasta mi espalda y, antes de que pueda darme siquiera cuenta, me empuja hacia la derecha, haciendo que mi cuerpo quede debajo del suyo. Seguido de esto, se coloca cómodamente sobre mi abdomen y no tarda en dejar un suave y lento beso en mi boca. Lo disfruto por el poco tiempo que dura.
—Después de desayunar, me gustaría enseñarte algo —dice contra mis labios.
—¿El qué?
—Vístete y ven a desayunar. —Dicho esto se levante de encima de mí—. Lo verás en cuanto lleguemos.
—Está bien. —Ruedo los ojos.
Él me muestra una sonrisa de oreja a oreja y, luego, se baja de la cama y se pone delante del armario para elegir la ropa que llevará puesta el día de hoy. Observo su ancha espalda y siento aún la bola de demolición rompiéndome por dentro.
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