👑 Capítulo 58
—¿Estás preparada? —me pregunta Fred mirándome desde el asiento delantero de su coche.
Trago saliva y asiento con la cabeza muy lentamente, haciendo visible la tembladera que llevo encima. La verdad es que no estoy preparada para nada en absoluto. Tengo miedo de que todo salga mal. Tengo miedo de cagarla, básicamente. ¿Qué pasa si me pillan? ¿Qué pasa si van armados? Oh, Dios. Por supuesto que irán armados.
Vuelvo a hacer pasar la saliva por mi garganta y, a continuación, muevo la cabeza en respuesta negativa, arrepintiéndome de la contestación anterior. Turner me mira con culpabilidad por el espejo retrovisor. Siente pena por lo me están obligando a hacer, por lo que no tarda en intentar animarme. Aunque es obvio que nada me va a animar en un momento como este. Eso lo tengo muy claro.
El moreno se desabrocha el cinturón de seguridad y se gira unos cuantos centímetros hacia a mí para poder verme mientras me dice lo que tiene en mente.
—Tranquilízate, tengo un plan —continúa hablando—. En cuanto tengas la droga, corres hacia aquí lo más rápido que puedas y me la das. Yo iré a pie hacia el local para entregársela a Jayden. Tú y Axel huiréis en el coche. ¿Entendido? Vosotros serviréis de distracción mientras yo escapo.
—Bajaré con ella —dice Axel sin dirigirnos la mirada.
—De eso nada —le prohíbe su amigo—. Vas borracho, tío. Supondrás una carga para ella a la hora de correr hacia aquí.
—No estoy borracho —afirma, molesto.
No, qué va. Si es verdad eso de que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, ¿por qué las personas ebrias dicen que no lo están cuando ambas partes saben que es mentira? Sé que es una pregunta que ahora mismo no viene mucho a cuento, pero estoy nerviosa y tengo que tranquilizarme con algo. Si pienso en tonterías como esta, puedo hacer creer a mi cerebro que no corro peligro.
—Claro que no —responde Turner de manera sarcástica.
Ruedo los ojos y me desabrocho el cinto. Agarro la mochila de color verde que tengo en el asiento de al lado, la cual contiene muchos folios en blanco recortados al tamaño de un billete, y la pongo sobre mis piernas. Esto me dará una ventaja a la hora de salir corriendo.
Tras mentalizarme de lo que estoy a punto de hacer y moderar un poco la respiración que entra y sale de mis pulmones a una velocidad que, hasta hace poco, no era capaz de controlar, me bajo del vehículo. Cuando mis pies se posan en el hormigón de la carretera, las piernas me empiezan a temblar. Estoy segura de que cuando salga corriendo me voy a caer y me voy a dejar los dientes encajados en el asfalto.
Cierro la puerta del coche y contemplo el panorama. Estamos entre dos edificios, en una carretera que continúa hacia el frente y, la cual, separa dos pequeñas plazas que hacen de patio de los pisos que hay alrededor. Fred sale del coche y se posiciona a mi lado.
—Tienen que estar doblando esa esquina, al final —me indica él.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza y me cuelgo la mochila en un hombro.
Una vez que tengo claro todo el plan, me dirijo hacia donde el moreno me ha dicho. Camino con el corazón latiéndome en la cabeza y la respiración taponando mis oídos. Cojo aire por la nariz y la expulso por la boca para ir tranquilizándome. No puedo permitir que los del otro bando me vean nerviosa, sabrán que algo no cuadra. Tengo la espantosa sensación de que esto no va a salir nada bien.
Antes de que pueda doblar la esquina y encontrarme con lo que me espera, una mano agarra mi muñeca suavemente. El contacto cálido y repentino de otra persona hace que frene y me dé la vuelta para ver de quién se tarta. En el primero que pienso es en Turner, que seguro que se le ha olvidado comentarme algo. Pero no es él.
—Axel... —pronuncio su nombre.
Sus ojos vidriosos se mantienen fijos en los míos y sus dedos se aferran con mayor fuerza a mi muñeca, pero sin llegar a molestarme. Todo lo contrario, agradezco su contacto y lo disfruto por el poco tiempo que puedo. No digo nada, solo espero a que él hable.
—Ten cuidado —me pide en un susurro.
El corazón me pega un vuelco.
—Lo tendré —aseguro—. Además, no es la primera vez que robo.
Se me encoge el estómago al haber mentido otra vez. Él se ríe en silencio ante mi comentario y comienza a dibujar círculos por mi piel con su dedo pulgar.
—Oye... —Su mirada baja hasta mis labios—. Yo también te quiero.
La respiración se me entrecorta al escuchar su confesión. En el hospital dijo que yo no le gustaba y ahora está diciendo todo lo contrario. En cuanto sus ojos regresan a los míos, él me libera de su agarre y se da la vuelta para marcharse junto a su amigo, quien nos observa con una expresión neutra en su cara. Aunque juraría que hay algo de culpabilidad en ella.
Decido no perder más el tiempo, por lo que me giro y continúo con mi camino. Al doblar la esquina, un grupo de chicos aparece en mi campo de visión alrededor de un coche negro enorme. Han metido el vehículo en la plaza sin importarles nada que esté prohibido. Las miradas de todos los presentes se posan en mí en cuanto me divisan, haciendo que esos nervios que Williams había sido capaz de mantener a raya hace tan solo unos segundos, vuelvan a hacerse notar en mi cuerpo.
Me va a dar un infarto antes de llegar. Uno de los chicos saca del interior del coche una mochila bastante grande de color negro, lo que capta al completo mi atención. Eso es lo que tengo que robar. Cuando estoy a escasos pasos de ellos, dejo de andar.
—¿Eres de los Árticos? —inquiere otro de los chicos, uno rubio.
Asiento con la cabeza. El chico que sacó anteriormente la mochila del coche, se acerca a mí y me la tiende. La agarro de una de las asas que tiene, poniendo la vista en uno de sus brazos descubiertos. El tatuaje de una pantera negra le recubre todo el antebrazo, mirándome con fiereza. No sé por qué me da que este es el líder de los Panteras.
Cuando ya tengo la mochila, él me quita la mía de forma brusca. Tras echarme una mirada amenazante, se da la vuelta para acercarse a sus compañeros y revisar el dinero que le he entregado. Bueno, el dinero es papel. Y yo, le he dado papel.
Antes de que el hombre abra la mochila para ver su contenido, me doy la vuelta y comienzo a correr hacia el coche de Turner. Cuando estoy a escasos pasos de doblar la esquina, parece que los Panteras se han dado cuenta de la situación, ya que un disparo se hace presente en el lugar. Pego un salto en el sitio al notar la bala estrellarse contra el suelo a pocos metros de mí; ay, joder. Giro a la izquierda en la esquina, viendo a Fred y a Axel apartando sus cuerpos del lateral izquierdo del coche al verme llegar de forma tan apresurada.
—Dame la mochila —ordena el moreno.
Le hago caso y se la doy.
—¡Subiros al coche, venga! —nos grita él.
Acto seguido, sale corriendo hacia una de las calles que hay cuesta abajo, desapareciendo así de nuestra vista. Axel se sube al instante en el asiento del conductor, y yo, tras rodear el coche, me siento en el del copiloto. Ambos nos abrochamos el cinturón. Me quedo observando cómo Williams mira el volante sin saber qué hacer, lo que consigue preocuparme.
—¿A qué esperas para arrancar? —quiero saber.
—No sé conducir —admite sin apartar la vista del volante.
No me lo puedo creer.
—¿¡Cómo qué no sabes conducir!? —chillo alterada.
—He estado en la cárcel seis años —me recuerda posando sus ojos en mí—. ¿Tú crees que he tenido tiempo de ir a sacarme el carnet?
—¿¡Y entonces para qué coño te pones tú al volante!? ¡Qué encima estás borracho, tío!
—¡Yo qué sé, joder! —grita de vuelta, con los nervios a flor de piel.
—Vamos, cámbiame el sitio —ordeno mientras ambos nos desabrochamos el cinturón.
El sonido de una bala estampándose contra el espejo retrovisor exterior derecho, hace que ambos pongamos la vista al frente en el acto. Dos chicos aparecen a pocos metros de nosotros y uno de ellos nos apunta con un arma, listo para volver a disparar.
—No hay tiempo —comenta Axel.
Los dos chicos caminan hacia nosotros, con pasos despreocupados. Sin más demora, agarro el cambio de marchas y lo muevo hasta la posición correcta.
—Pisa el acelerador —mando—. ¡Acelera!
Él obedece mi mandato y pisa a fondo dicho pedal, saliendo disparados hacia los dos chicos, los cuales se apartan en cuanto ven que no pensamos parar. Dirijo la mirada hacia atrás, asegurándome de que no nos siguen. Cuando vuelvo a poner los ojos al frente, el corazón me pega un vuelco.
—¡Cuidado con la farola! —aviso llevando las manos al volante para luego girarlo hacia la derecha, provocando que choquemos el lateral izquierdo del coche con ella—. ¡Cámbiame el puto sitio!
Al escuchar el chirriar de unas ruedas derrapando en el asfalto, dirijo la vista hacia la ventanilla de mi lado, viendo así al coche negro con los otros dos chicos montados en él, aproximándose a nosotros a gran velocidad; ay, mi madre. Sin pensármelo dos veces, me levanto del asiento y me pongo encima de Williams, tomando con las manos el volante y colocando los pies sobre los pedales.
—Las manos quietas —advierto.
Él levanta los brazos para mostrarme que no me tocará. Piso el pedal del acelerador, apartándome de la farola. Pero en cuanto giro a la izquierda para poner el coche recto, en dirección a la carretera, el vehículo de los Panteras da un golpe a la parte trasera del nuestro. Esto provoca que casi me deje los dientes clavados en el volante, y que Axel casi se deje los suyos en mi cabeza.
—¿Sabes qué? —inquiero—. Mejor agárrame.
Sus manos se abrazan a mi abdomen, pegándome a él con fuerza. Tras mover el cambio de marchas, vuelvo a pisar el pedal del acelerador a fondo, escuchando como las ruedas chirrían antes de salir embalado hacia el frente.
—¿Has pensado a dónde vamos? —cuestiona mi acompañante, apoyando su barbilla en mi hombro izquierdo.
—Pues no. Ahora mismo lo que me interesa es quitarme a esos mastodontes de encima —contesto sin quitar los ojos de la carretera.
Busco una calle en la que meterme para así poder despistarlos. Otro disparo da con fuerza al cristal de la parte de atrás del coche, lo que hace que me ponga aún más nerviosa.
—Creo que están detrás —comenta Axel.
—No me jodas, no tenía ni idea —respondo con un sarcasmo notablemente molesto.
—¡A la izquierda! —grita en cuanto ve una salida.
Miro en dicha dirección y, al ver que es una buena opción, giro el volante hacia allí en el acto. Lo que provoca que a nuestros perseguidores no les dé tiempo a reaccionar y se pasen la calle. Já, victoria.
—¿Dónde has aprendido a conducir así? —indaga el expresidiario con cierta sorpresa.
Jé.
Tras unos minutos en los que parece que todo va bien, el mundo se me viene encima. Abro los ojos de par en par en el instante en el que veo venir al coche negro de los Panteras en dirección contraria a la nuestra. Esto tiene que ser una broma. ¿Por dónde han salido estos?
—Kris...
—Axel, agarra el volante.
Dicho esto, lo suelto, haciendo que las manos del Williams se dirijan al sitio indicado en el acto. Saco el arma de detrás de mi pantalón y, después de quitarle el seguro, bajo el cristal de la ventanilla. Saco medio cuerpo por la misma, apuntando a una de las ruedas del coche que viene sin parar hacia nosotros y notando el aire frío golpear mi cuerpo.
—Kristen, ¿qué coño haces? —inquiere Axel, en cuanto ve lo que estoy haciendo—. Te vas a caer.
Ignoro su voz e intento concentrarme en mi objetivo para así evitar fallar el tiro. Pero para mí mala suerte, no soy a la única a la que se le ha ocurrido sacar su cuerpo por la ventanilla, ya que uno de los chicos hace lo mismo para poder tenerme a tiro.
—¡Kristen, joder, date prisa! —vocifera—. ¡Te van a disparar!
En cuanto están lo suficientemente cerca, aprieto el gatillo y la bala sale expulsada por la boquilla hasta dar con la rueda, pinchándola y haciendo derrapar al coche hacia la derecha. El chico aprieta el gatillo de su pistola antes de perderme, y mentiría si dijera que tiene tan mala puntería que la bala no viene directa hacia a mí.
Axel me agarra de uno de los bolsillos traseros de mi pantalón y tira de él, sentándome de nuevo en sus piernas antes de que la bala me atraviese alguna parte del cuerpo. Vuelvo a tomar el volante y esquivo el coche de los Panteras para evitar chocarnos con él otra vez. Axel sube el cristal de la ventanilla y vuelve a rodear mi torso con sus brazos.
—¿¡Estás loca o qué te pasa!? —grita, cabreado.
—Tenía que hacer algo —me defiendo girando hacia la derecha, metiéndome en otra calle.
—¿Y qué hubiera pasado si te hubiesen matado, eh?
—No lo han hecho.
Un sonoro suspiro sale de entre sus labios, chocando contra mi cuello.
—Conduce hacia mi casa —me pide—. No estamos lejos.
Le hago caso y pongo rumbo hacia su casa. Con esto de la persecución no me he dado cuenta de que hemos recorrido la mitad del trayecto. Después de unos diez minutos conduciendo, por fin llegamos a la calle en la que el expresidiario vive. Y para nuestra suerte, no ha habido rastro alguno de nuestros atacantes. Durante todo el camino, ninguno hemos abierto la boca para decir algo respecto a lo que acaba de suceder.
—Aparca por aquí. —Axel rompe el silencio.
Busco con la mirada algún sitio en el que pueda dejar el coche. Cuando lo diviso, giro a la izquierda en un callejón sin salida para aparcarlo ahí, pero un nuevo problema se presenta ante nosotros.
—Kristen, frena —dice al ver que nos dirigimos sin parar hacia la pared que cierra el callejón.
Piso una y otra vez el pedal de freno, pero este no funciona.
—¡Frena! —grita.
Levanto el pie del acelerador al instante y, antes de estrellarnos contra la pared, los brazos de Axel rodean mi cabeza, impidiendo así que me coma el volante de nuevo. A la mierda el coche de Fred.
—¿Estás bien? —le pregunto a Williams, incorporándome mientras aparto sus brazos de mi cara.
—¿Tú?
—Sí. —Suspiro.
—Entonces yo también.
Me acomodo en el sitio de tal forma que me puedo girar para verle. Y en cuanto lo hago, sangre saliendo de su ceja derecha aparece en mi campo de visión.
—Estás sangrando —le informo, sin dejar de mirar la herida abierta.
—No es nada. —Le quita importancia—. El coche de Fred está peor que yo.
Eso no te lo voy a discutir.
—Quédate a dormir hoy en mi casa —propone este—. Por si acaso los Panteras siguen rondando por ahí.
Muevo la cabeza en respuesta afirmativa, para después abrir la puerta y salir del coche. Menuda nochecita la mía.
🐈
Entro en casa de Axel después de que él la abriera y me dejara pasar. Camino unos cuantos pasos hacia el cuarto de baño, pero luego me giro para preguntarle algo que creo importante en una situación como esta. Williams cierra la puerta a su espalda y camina hacia a mí con pasos torpes
—¿Dónde tienes el botiquín? —cuestiono con prisa—. Voy a curarte eso. —Señalo levemente la herida de su ceja.
—En el armario que hay bajo el lavabo —contesta.
Me encamino hacia el lugar al que iba tan decidida antes y entro en él. Una vez allí saco el botiquín del mueble que me ha mencionado Axel y lo pongo sobre la encimera del lavabo. Williams aparece en la puerta, mirándome con detenimiento y un tanto mareado. No sé si por el alcohol o por el golpe que se ha pegado.
—Ponte contra el lavabo —le ordeno señalándolo.
Él me hace caso y se apoya en él. Cojo de dentro del botiquín, el suero fisiológico y una gasa; tras humedecerla, me pongo enfrente de Axel y comienzo a limpiarle la sangre de la herida con cuidado. Siento en todo momento sus ojos fijos en mí, analizando cada facción de mi rostro. Estar bajo su atenta mirada me pone nerviosa, por lo que intento ignorarla todo lo mejor que puedo mientras continúo curándole.
—Quiero besarte —confiesa en un susurro.
Alejo mi cara de la suya, sorprendida, con el corazón latiendo en mi pecho con fuerza y las mejillas ligeramente rojas; las siento arder. Trago saliva y me armo de valor para rechazar sus palabras. No os voy a mentir, yo también quiero besarle, pero no puedo hacerle esto cuando ni siquiera sabe mi verdadero nombre.
—Vaya, sí que te has dado un buen golpe. —Río, volviendo a poner la gasa sobre su herida.
—¿Tú crees? —Frunce el ceño.
Asiento con la cabeza.
—De verdad que quiero hacerlo.
—Axel, me estás empezando a preocupar —le hago saber con voz temblorosa.
—¿Por qué? —pregunta, confundido—. Solo quiero besarte.
—Axel...
Dejo la gasa en el interior del lavabo, para después coger otra nueva y un poco de esparadrapo. Él me mira fijamente, sin decir nada más. Le pongo la gasa en la herida y tras cortar un par de trozos de esparadrapo, se los pego en dicho lugar para que no se caiga.
—No me vas a dejar hacerlo, ¿verdad? —afirma, sin apartar sus ojos de los míos.
Me muerdo el labio inferior y desvío la mirada de él. Respiro hondo y me tomo mi tiempo en recuperar las fuerzas de no ceder, eso solo conseguirá hacerle más daño. Intento convencerme de que es lo mejor, pero ni siquiera soy capaz de controlar todo lo que siento por Axel. Me gusta, le quiero. Quiero besarle... No, mierda. No puedo hacerlo.
Williams se separa del lavabo y hace el ademán de marcharse. Su expresión facial me muestra que está un poco abatido, triste. Ahora mismo estoy en un punto en el que no sé si me arrepentiré de besarle o de no besarle. Joder... Vale, ya tendré tiempo de arrepentirme más tarde de lo que sea.
Antes de que él dé un paso más, le impido seguir con su camino. Agarro sus mejillas con mis manos y vuelvo a pegarle contra la encimera. A continuación, pego mis labios a los suyos, los cuales comienzan a moverse al primer contacto. Su lengua entra en juego con la mía en el instante en el que abro la boca, haciéndola seguir el ritmo que él ha impuesto al profundizar el beso.
Cuando Axel separa su boca de la mía, este baja sus manos hacia la parte baja de mis glúteos, para luego levantarme del suelo de un pequeño salto. Esto hace que rodee su cintura con mis piernas en el acto para evitar caerme. Mi espalda choca con la pared que hay detrás de mí, a la vez que Williams vuelve a tomar mis labios. Pero esto poco dura.
—Joder —espeta el expresidiario, molesto.
Él separa su cara de la mía y suelta mis piernas de forma repentina, lo que provoca que estas caigan al suelo hasta quedar de pie. Si no llega a ser por la pared, me mato. Axel sale del baño, cabreado. Después entra en su habitación y cierra la puerta de la misma de un portazo.
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