👑 Capítulo 32
Una sensación de pesadez en mi pecho hace que me despierte, preguntándome que es lo que me hunde el pecho para adentro y me dificulta la respiración; ya está, una señal inconfundible de que me voy a morir.
Abro los ojos lentamente con cierta dificultad y miro hacia mi pecho, pero está todo tan oscuro que no veo nada de nada. Saco una de mis manos de entre las sábanas y tanteo con ella la mesilla. Cuando mis dedos tocan la pantalla de mi móvil, lo cojo y lo desbloqueo. Segundos después enciendo la linterna y apunto hacia el lugar, en el que estoy notando tal fuerza, con ella. En cuanto la luz ilumina la zona, una bola de pelo de color negro aparece en mi campo de visión. Arqueo una ceja sin dejar de mirarla.
—Me pareció ver un lindo gatito —comento llevando mi mano libre hacia su pequeño cuerpo para acariciarlo con suavidad—. Un lindo gatito que me está asfixiando.
Cosa que deja de hacer lindo al gato.
—Quita, bicho —le digo empujándole hacia mi lado izquierdo.
El felino cae en el colchón sin siquiera inmutarse un poco por la acción que acabo de hacer.
—Pues sí que tienes el sueño pesado —añado.
Apago la linterna del móvil y lo dejo de nuevo donde se encontraba desde un principio. Hecho esto, me siento en el borde del colchón y hago los estiramientos propios a la hora de levantarse para poder despertar mis músculos y hacer crujir algún que otro hueso, cosa que consigo. Acto seguido, me levanto y procedo a buscar mis zapatillas de estar por casa en un escaneo rápido del suelo de mi habitación. Cuando las encuentro sobresaliendo de debajo de la cama, las cojo y me las pongo. Sin embargo, al hacer esto, siento mis pies algo raros.
Vuelvo a coger el móvil para encender la linterna y así poder alumbrar mis pies. La luz se proyecta sobre los mismo y es entonces cuando me doy cuenta de mi error.
Me he puesto las zapatillas del revés.
Sin dejar de alumbrarme con la linterna, me pongo bien el calzado. Cada una con su pie correspondiente. Una vez que estoy lista, me dirijo a la cocina arrastrando los pies por el suelo.
Estoy tan cansada que me da pereza levantarlos.
Durante el trayecto, escucho mis tripas rugir por la falta de alimento en el estómago, cosa que me hace darme más prisa en llagar a mi destino para poder comer algo. Cuando estoy justo enfrente de la entrada de la cocina, el móvil comienza a sonar en mi mano. Sin molestarme en apagar la linterna, miro la pantalla para ver quién es la persona que me está llamando. Al ver el nombre de Marshall Meadows parpadeando en ella, mi corazón se para por apenas unos instantes, luego, continúa con un ritmo más rápido.
Esta repentina llamada por parte de mi jefe, me ha hecho acordarme de algo importante: las fotografías del informe de Axel.
Me apresuro a ver la hora que es en mi dispositivo móvil, dándome cuenta de que son las cinco de la mañana. Desvío la vista hacia el frente, con la boca abierta por la sorpresa que esta situación me está causando.
Ayer tenía tanto sueño que, nada más llegar a casa, me di una ducha y decidí echar una cabezadita antes de ponerme manos a la obra con el informe. Pero ya veo que esa pequeña siesta ha durado tanto que me he saltado la comida y la cena de ayer. Joder, he despertado al día siguiente, o sea, hoy.
No me lo puedo creer. ¿Cómo es posible que haya dormido tanto?
El sonido constante de la llamada entrante de Marshall me saca de mis pensamientos, por lo que me apresuro a descolgarla y llevarme el aparato al oído.
—¿Diga? —pregunto con voz temblorosa.
—Kelsey, tienes que venir a comisaría ahora mismo. —La seriedad en sus palabras me ponen alerta.
Eso... no me gusta ni un pelo.
—¿Qué es lo que pasa? —inquiero y trago saliva.
—Es sobre la orden de alejamiento que te puso el asesino ese.
Ah sí, la que se salta hasta él mismo.
Suelto un suspiro de alivio al no escuchar de su boca lo que tanto rondaba por mi mente: mi despido.
—¿Y qué pasa con esa orden? —indago.
—Deja las preguntas para luego y ven aquí de una vez, coño.
—Voy, voy —respondo de carrerilla—. Pero señor Meadows... —Y... cuelga.
Aparto el teléfono de mi oreja y apago la linterna que aún sigue encendida. Suelto un suspiro de agotamiento, aunque ni siquiera debería de estar cansada después de todas esas horas de sueño que me he tragado sin querer.
¿Es en serio, jefe? ¿Las cinco? ¿Tengo que ir a esta hora a comisaría? ¿Dónde está la pistola cuando la necesito? Que alguien me pegue un tiro en la sesera, por favor.
🐈
En cuanto las puertas del ascensor de comisaría se abren en la primera planta, salgo y comienzo a caminar hacia la oficina del señor Meadows. El lugar está totalmente desierto, a excepción de los tres encargados del puesto de información de la planta baja, Marshall y yo. Pero vamos, como si no hubiese nadie.
Una vez que estoy enfrente de la puerta del despacho de Marshall, doy unos cuantos golpecitos con mis nudillos en la madera de la misma para avisar de mi llegada. Espero durante unos segundos a que me dé el permiso para entrar, con el corazón un poco agitado debido a los nervios.
—Adelante —me dice la voz de mi jefe desde el interior.
Cojo una bocanada de aire y la expulso. Abro la puerta lentamente, viendo así a Marshall ojear por encima la hoja de la orden de alejamiento. Tengo la sensación de que me va a decir que tengo que respetar la orden si no quiero llevar el caso al fracaso, a pesar de que esta va dirigida a Kristen y no a mí.
Cierro la puerta a mi espalda y luego me acerco con pasos lentos al escritorio en el que está mi jefe.
—¿Me puede decir ya qué es lo que pasa? —pregunto un tanto impaciente.
—Hemos estado investigando esta orden para ver si podíamos hacer algo respecto a ella —me explica enseñándome el papel—. Para que así tú puedas seguir con el trabajo sin ningún problema en el mejor de los casos.
—Vale... —Asiento levemente con la cabeza—. ¿Y qué pasa con eso?
—Qué no tenemos por qué hacer nada.
—¿Y eso por qué? —Frunzo el ceño, confundida.
—Kelsey... —pronuncia mi nombre, mientras deja la orden sobre su escritorio—. Es falsa.
Parpadeo un par de veces, procesando lo que acaba de decir. Cuando mi cerebro lo ha asimilado, arqueo ambas cejas y abro un poco más los ojos. ¿Falsa? Vaya.
—¿Qué? —Es lo único que atino a decir.
Esto es algo que no me esperaba en lo más mínimo. No lo he visto venir.
—La ha falsificado —afirma Marshall—. Y por desgracia, la pena por falsificar este tipo de documentos es de un año de cárcel. Y no nos vale; tendrás que seguir con tu trabajo.
Endurezco la expresión de mi rostro tras escuchar sus palabras. Él quiere, a toda costa, conseguirle la perpetua.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza, conteniéndome la rabia.
—Eso sí. Lo añadiré a su informe —comenta riéndose sin gracia.
Antes estaba de acuerdo con eso, pero ahora que sé que Axel es inocente, no quiero que continúe con ello. No quiero que vuelva a la cárcel sin ser culpable de nada, eso sería una injusticia.
—Ah, por cierto. No vuelvas a consultar un informe sin mi previo consentimiento —me advierte con el dedo índice, de forma amenazadora.
La sangre se me hiela en el acto. Trago saliva y me preparo mentalmente para hablar.
—Sí, señor —respondo en un hilo de voz apenas audible.
—La próxima vez te despediré, ¿me oyes?
Asiento repetidas veces con la cabeza, haciéndole entender que me ha quedado claro y que estoy arrepentida. Aunque esto último es mentira, ya que sigo sin arrepentirme lo más mínimo por mis actos. Por muy malos que fuesen, lo hice por algo bueno.
El señor Meadows extiende su brazo y me muestra la palma de su mano abierta. La miro durante un rato sin saber muy bien qué es lo que pretende, después poso la mirada en él. Este me observa con seriedad y dureza.
—Dame tu móvil —ordena—. Borraré las fotografías que hiciste.
—Pero...
—Nos estabas ni estás autorizada para ver esa información —me interrumpe.
Con la intención de no perder más el tiempo y de no empeorar más las cosas, saco mi teléfono de uno de los bolsillos de mi chaqueta y se lo entrego desbloqueado para que pueda terminar su propósito. Él teclea durante unos instantes en la pantalla del dispositivo y, cuando ha terminado su acción, me lo devuelve. De nuevo en mis manos, lo guardo donde estaba, un tanto abatida por no haber sido responsable ayer y sacar los datos que me habrían ayudado para investigar los asesinatos.
Marshall toma la hoja de la orden entre sus dedos y me la tiende. Con una ligera tembladera en la mano, la tomo.
—Ahora ya te puedes ir —me hace un gesto con su cabeza para que me marche.
—De acuerdo.
Me doy la vuelta y salgo del despacho. Mientras camino hacia el ascensor, me quedo mirando la orden de alejamiento.
Con qué es falsa, eeeh. Voy a hacerle un poco de rabiar.
🐈
Los nudillos de mi mano derecha caen sobre la madera de la puerta de la casa de Axel por quinta vez, pero parece ser que él también tiene el sueño pesado, al igual que mi gato, porque no he escuchado ni un solo ruido que me indique que va a venir a abrirme. Ni siquiera me ha gritado para que pare de aporrear la puerta. Aunque bueno, son las seis y pico de la mañana, es normal que esté durmiendo profundamente. No obstante, una segunda opción pasa por mi cabeza, la más tonta de todas, y es que estoy empezando a pensar que se ha muerto.
Pero claro, si él muere, yo me quedo sin trabajo. Y si yo me quedo sin trabajo...
Cafés.
¡Axel abre la puerta, por tu vida!
Vuelvo a golpear la puerta, pero esta vez con mi puño y mucho más fuerte.
—¡Ya está bien! ¿No? —grita la voz de Williams desde el interior de su vivienda.
Me aparto de la entrada de un salto, debido al susto que me ha pegado su repentino acto de presencia. Sus pasos retumban por todo el lugar, lo que me hace notar que se está acercando. Y no muy contento que se diga. Que su estado de ánimo sea este, ha sido culpa mía, lo sé de sobra, pero quiero fastidiarle un poco. Esto es como un hobbie para mí.
Segundos después, la puerta se abre de forma brusca, dejándome ver a Axel con cara de pocos amigos. Le acabo de despertar, la expresión adormilada y seria en su rostro me lo dicen. También puedo ver en ella que está muy molesto por haberle interrumpido el sueño de esta manera tan inapropiada, pero no me arrepiento, es mi venganza por haber falsificado un documento de gran importancia. Por último, al bajar un poco la mirada, puedo observar que está sin... oh.
—Princesita, los ojos los tengo arriba —avisa en un tono de voz que desprende diversión.
Esto hace que despegue los ojos de su torso y lo fije en los suyos.
Ejem... sin camiseta. Está sin camiseta. Ayuda.
—¿Se puede saber qué quieres de mí a las seis de la mañana? —inquiere arqueando las cejas.
Sus labios se curvan en una sonrisa de medio lado. Está disfrutando la situación. Se está burlando de mí.
—Ah... pues... —tartamudeo sin tener las palabras claras.
Sin quererlo, la mirada se me va hasta su torso nuevamente.
Eso sí que es una tableta de chocolate y no las que venden en el supermercado.
Ni siquiera la cicatriz en sus costillas causada por la novatada que hizo en su momento la estropea. Y eso que no es muy bonita que se diga; la cicatriz es de unos cinco centímetros y traspasa parte de sus costillas, del lado izquierdo, en diagonal.
No me quiero ni imaginar el dolor que pudo causarle.
—Kristen —me llama chasqueando sus dedos a pocos centímetros de mi cara.
—¿Eh? —Subo la vista hasta su rostro.
En serio. Ayuda.
—¿Por qué has venido a estas horas? —me vuelve a preguntar.
¿A qué he venido yo?
—Eh... —Miro hacia mis pies, intentando acordarme de que he venido a hacer aquí.
—¿Qué es eso que llevas en la mano? —Señala los papeles que llevo en la misma.
Anda. ¿Y esto?
Ojeo por encima lo que hay escrito en la hoja de papel, hasta que me doy cuenta de que se trata de la orden de alejamiento falsa.
He venido a hacerle de rabiar, ahora me acuerdo.
—Es la orden de alejamiento que me pusiste —le explico, mostrándosela.
Él desvía los ojos hacia a ella y frunce el ceño mientras lo lee por encima. Instantes después, vuelve a mirarme.
—¿Qué pasa con ella? —indaga.
—Es falsa. —Arqueo las cejas y le muestro una pequeña sonrisa en mis labios.
Axel abre los ojos de par en par, sorprendido.
—¿Cómo lo sabes? —cuestiona casi en un susurro.
—Toda buena ladrona tiene sus contactos —contesto sin más.
Buena ladrona. Já. Ni yo me lo creo.
Me cruzo de brazos y me quedo observándole. Él, al cabo de un rato, suspira.
—Me has pillado, princesita —responde en forma de rendición—. Ahora, con tu permiso o sin él, me voy a seguir durmiendo. Adiós.
Dicho esto, cierra la puerta lentamente mientras suelta un bostezo entre medias.
Pues nada, que... se me ha antojado chocolate.
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