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Había pasado una semana desde que sus amigos habían descubierto a Haku.
De forma inconsciente atribuían a la mentira, ya que contaban que Inuyasha no podría estar con ellos todo el tiempo ya que estaba ocupado organizando unas cosas.
Aún así, no le dirigían la palabra. No le afectaba si tenía que ser sincero, sin embargo si era raro e incomodo, ya que antes se saludaban cuando llegaban a toparse por los senderos de Sengoku.
Ahora mismo se dirigía a la cabaña de la anciana Kaede, debido a que se había enterado por medio de uno de los aldeanos que necesitaba hablar con él de algo urgente.
Inuyasha no tenía idea de que podría tratarse, pero esperaba que no fuera nada malo.
Haku recién se había quedado dormido, por lo que tenía un par de horas libres antes de regresar.
Decidió hacerlo de noche ya que no había tanta actividad, y la mayoría de los aldeanos estaban en la seguridad de sus cabañas.
Además, de nuevo había amenazado a Myōga, y realmente pedía que Haku no se levantara ahora.
Porque de ser así, no quería saber lo que podría pasar.
Cuando llegó a la cabaña de la anciana Kaede, se mentalizó que no podía tardarse tanto debido a su responsabilidad con Haku.
Tocó ligeramente la puerta, siendo recibido por la dueña de la cabaña.
—Inuyasha —saludó alegre de verlo allí.
—Me dijeron que querías hablar conmigo de algo importante.
La anciana Kaede suspiró, a medida que el peliplata fue creciendo, su orgullo también. Así que no podía esperar algo de cariño de su parte.
—Así es Inuyasha, por favor pasa —se hizo a un lado para dejarlo pasar.
El peliplata entró con sus brazos metidos en las mangas de su traje, analizó todo lo de su alrededor observando a detalle cualquier cambio que hubiera tenido la cabaña en el tiempo que no llevaba viviendo ahí.
Prácticamente estaba como siempre, sencilla y cómoda.
Llegaron a una de las habitaciones en las que la anciana Kaede acostumbraba a beber el té con él cuando era más joven.
Recordó aquellos momentos con una leve sonrisa, muy en el fondo no dudaba del aprecio que la anciana Kaede tenía por él, y era mutuo aquel aprecio.
La anciana Kaede lo invitó a sentarse mientras le servía un poco de té, Inuyasha con sencillez tomó el pequeño cuenco y bebió de él.
Podría ser un bruto y todo lo que quisieran decir de él. Sin embargo con la anciana Kaede no era aquello que todos decían.
Porque para Inuyasha, la anciana Kaede es la segunda mujer más importante de su vida, la primera siempre será su madre.
—¿Cómo has estado Inuyasha?
Oh, así que así iniciaba el pequeño interrogatorio.
—Bien, no podría decir otra palabra.
—Me alegra escuchar eso.
Pasaron unos segundos de eterno silencio, en los cuales ni un suspiro se escuchaba por parte de ambos.
Inuyasha estuvo a punto de decir algo, cuando la anciana Kaede se le adelantó.
—Me he dado cuenta de que no has estado fuera de tu cabaña en las últimas tres semanas, ¿hay algo que te inquieta Inuyasha?
Inuyasha bajó la mirada avergonzado, podría mentirle a cualquiera, pero desde que tiene memoria sabe que no es capaz de decirle alguna mentira a ella.
Antes había tenido el pensamiento de que no le contaría a nadie, al menos por voluntad propia, sobre Haku.
Pero ahora, teniendo a la anciana Kaede frente a él, dudaba mucho de eso.
—¿Algún aldeano te ha vuelto a molestar o incomodar? —preguntó más seria.
No sería raro si esa fuera su hipótesis, en el pasado muchos aldeanos llegaron a golpearlo cuando recién había llegado a Sengoku.
Incluso llegaron a jalarle una de sus orejas afelpadas con mucha fuerza, logrando lesionársela.
Desde entonces no le permite a nadie tocarlas, ni siquiera a los niños, debido al trauma que le generó desde pequeño.
Pasó muchas semanas en recuperación, y la anciana Kaede tuvo que tomar decisiones que le hacían peligrar su puesto de líder del pueblo de Sengoku.
Pero se mantuvo fuerte y leal a sus principios, y logró proteger a Inuyasha. Y ahora temía que sus indicaciones hayan sido ignoradas nuevamente y alguien lo trató de agredir nuevamente.
No dudaba de la capacidad de defensa de Inuyasha, pero sabía que no se atrevería a lastimar a ningún aldeano de Sengoku.
—No es nada de eso, solo...
La anciana Kaede lo miró comprensiva.
Inuyasha vio eso y lo supo.
Haku abrió lentamente sus ojos, un par de lágrimas se asomaron por sus ojos al momento de que dejó salir un ligero bostezo.
Se enderezó como pudo y miró a su alrededor, tratando de localizar con su mirada a su mamá. Hizo un puchero al no encontrarlo, tampoco vio a la pulga que le encantaba perseguir para jugar con él.
Se puso de pie como pudo y empezó a dar ligeros pasos, para la edad que tenía ya podía caminar sin tropezarse, incluso Inuyasha tuvo que tomar medidas drásticas para evitar que pasara un accidente.
Claro que Haku tenía sus mañas para pasar los intentos de barreras que Inuyasha había implementado.
Haku se sentía intranquilo, sentía como si algo lo estuviera llamando, alguien. Aquello que lo llamaba no estaba en donde él estaba, sentía que provenía de más allá.
Analizó a su alrededor para ver por donde podía salir, logró ver una abertura lo suficientemente amplia que lo llevaba hacia un montón de cosas verdes.
No perdió tiempo y escaló como pudo hasta lograr cruzar aquella abertura hasta salir fuera de la cabaña.
Justo en ese momento había entrado el anciano Myōga, el cual se alertó al no ver a Haku dentro del futón. Olfateó un poco para poder percibir su olor, solo para cerciorarse de que había salido de la cabaña.
Entró en pánico y rápido salió para buscarlo, solo para ver como se iba metiendo al bosque, como si siguiera a alguien.
En ese momento el anciano Myōga no sabía que hacer, si seguir a Haku o ir por su amo para decirle lo que estaba pasando.
Decidió ir por lo más sensato y seguir a Haku para tratar de hacer que volviera a la cabaña antes de que su amo volviera.
Sin embargo, no se percató de que Haku había sido visto antes de perderse en los árboles del bosque.
La anciana Kaede miraba consternada a Inuyasha por todo lo que le había confesado, no sabía que decirle. Tenía conocimiento sobre los rumores de una cría rondando cerca de Sengoku.
Más no imaginaba que esa cría estuviera viviendo en la cabaña de Inuyasha.
No lo culpaba, el corazón de Inuyasha lo impulsaba a cometer actos que podían ser contraproducentes para su propia vida. Sin embargo, eso era lo que hacía especial a Inuyasha.
Al ver que el peliplata se puso nervioso ante la falta de respuesta, decidió hablar.
—No te preocupes por eso Inuyasha, sabes que nunca juzgaré tus buenas acciones y entiendo el por qué lo mantienes oculto. Es un peligro para él que Sengoku sepa de su existencia, haré todo lo que esté en mi alcance para protegerlos a ambos —habló con cariño fraternal.
Inuyasha no pudo evitar sonreír cálidamente al escuchar eso, sabía que podía confiar en ella.
—Intentaré persuadir a los exterminadores para que no te presionen tanto, hasta que puedas encontrar un lugar seguro para...
—Haku.
—Para Haku, hasta entonces, puedes cuidar de él con tranquilidad.
—Gracias anciana Kaede, sabía que podía confiar en usted.
Caminaron hacia la puerta de la salida y antes de que pudieran despedirse, tocaron con brusquedad la puerta de entrada de la cabaña. Inuyasha se apresuró a abrir la puerta solo para ver a uno de los exterminadores al otro lado.
—Anciana Kaede, Inuyasha.
—¿Qué sucede? —preguntó la mayor.
—Ubicaron a la cría de los monstruos, la vieron entrando al bosque, los demás van hacia allá para exterminarla.
Inuyasha no esperó más para salir corriendo, sin dar oportunidad al exterminador decir algo más.
—De seguro se adelantara para ayudarnos, no se preocupe anciana Kaede, Sengoku estará una vez más a salvo gracias a Inuyasha —dijo antes de retirarse por completo.
La anciana Kaede solo observó la escena preocupada, no sabía lo que el destino depararía para Inuyasha y Haku.
Solamente pedía que nada saliera mal.
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