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Sango sabía que estaban en problemas.

En varios pergaminos que había leído, la parte demoníaca de un híbrido permanecía "dormida", y no se mostraba a menos que un cúmulo de estrés y desesperación abundara en el híbrido. Provocando que el híbrido pierda total consciencia de sí mismo.

El híbrido se volvía más agresivo, al punto de atacar lo que sea que se moviera.

Sabía que la parte demoníaca de Inuyasha había salido por la muerte de aquel demonio, y por toda la situación en la que estaban envueltos.

Para su mala suerte, en los pergaminos no venía ninguna solución para que el híbrido volviera a tomar consciencia.

Temía por como irían las cosas ahora que Inuyasha no era consciente de lo que podría hacer.

—¿Crees que me asustan tus nuevas marcas? No me hagas reír.

Al escuchar hablar a su padre sabía que las cosas se tornarían aún más tensas.

Y lo sabía por como Inuyasha miraba a su padre.

—¡Padre por favor, tienes que parar esto, no sabes lo que estás haciendo!

—¡Tú cállate, ya verás lo que te espera cuando termine con ese bastardo!

—No si yo termino primero contigo.

A una velocidad, Inuyasha cortó la yugular de dos exterminadores, los cuales cayeron al suelo con los ojos idos, muertos.

Un suspiro sorpresivo se escuchó por parte de todos al ver los cadáveres de sus compañeros inertes en el suelo.

Alzaron sus armas apuntando hacia donde Inuyasha se había detenido, jurando que le harían algún daño y que incluso lo intimidarían como hace un rato.

Sin embargo, nadie podía demostrar que sus manos no estaban temblando y que el sudor bajaba a grandes escalas por sus frentes.

Inuyasha acercó sus garras llenas de sangre.

Sangre de personas que no merecían vivir.

Su nariz se movió al inhalar ligeramente el olor que emanaba de sus garras, satisfecho con el resultado.

Desvió su mirada de sus garras para observar como los exterminadores restantes retrocedían con pasos ligeros, temerosos de lo que eran testigos.

Inuyasha se rio sarcásticamente.

—¿Qué les pasa, ya no son tan valientes como antes? —preguntó burlón al ver como se alejaban de él.

Y eso, en lugar de preocuparlo, le alegraba. Porque así podía ver cuan temeroso podía llegar a ser.

—¡No seas idiota Inuyasha, ¿crees que podrás derrotarnos tú solo?! —la voz con la que habló Toyotomi demostró lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Tenía miedo de Inuyasha. Miedo de lo que podría llegar a hacerles.

—No necesito de un ejercito para acabar con ustedes, mis garras serán suficientes para ello.

Sin dejarlos hablar, volvió a atacarlos. Los exterminadores trataron de detenerlos, pero sus esfuerzos eran inútiles. 

Inuyasha era mucho más rápido que todos ellos juntos, en esos momentos no había nada que pudieran hacer para detenerlo.

Sango no soportaba ver a Inuyasha actuar así, quería ayudarlo de alguna manera. ¿Cómo hacerlo? Si no tenía idea de qué hacer.

Aún así, se iba a arriesgar.

—¡Inuyasha!

El hanyo miró a quien lo había llamado, reconociendo la esencia de su amiga. La ignoró por completo, no podía desviarse de sus objetivos.

—¡Tú no eres así, no te conviertas en ellos, recuerda todo lo que te ha enseñado la anciana Kaede, no vale la pena que te sigas ensuciando las manos de sangre de gente que no vale la pena!

Las palabras de Sango lo hicieron detenerse por un momento, pensando en ellas, analizando cada una de ellas.

Pero las risas de Toyotomi lo sacaron de aquellos pensamientos.

—Adelante bastardo, escucha a la estúpida de mi hija. Pero que te quede claro que ahora por tus manos corre la sangre de personas inocentes, que lo único que estaban haciendo era cumplir con su deber. Dime, ¿serás capaz de vivir con eso en tu consciencia? Sabiendo que dejaste a muchas familias sin su hermano, padre o esposo, debería darte vergüenza, pero que se puede esperar de ti. Después de todo, eres un maldito demonio.

Volvió a reírse al ver como aquellas palabras habían afectado a Inuyasha, aunque fuera en una menor medida.

Y se podía ver por como sus orejas se habían pegado a su cabeza.

Toyotomi siguió riendo, satisfecho con lo que había logrado conseguir con sus palabras.

Pero toda risa se detuvo cuando sintió como era sostenido del cuello, una mano estaba apretando su cuello, impidiéndole respirar. Los demás exterminadores intentaron ayudarlo alarmados por su líder, pero se detuvieron al ver quien lo tenía apresado.

Aquel aroma llamó su atención, a pesar de haberlo tenido cerca de él por muy poco tiempo, quedó impregnado en él. Tanto que podría reconocerlo aún sin verlo directamente.

Y para salir de dudas, alzó su mirada. Confirmando sus sospechas.

—¡E-es-!

—¡El monstruo de la otra vez!

La mirada de Sesshōmaru se desvió hacia donde estaba Inuyasha, percibió un aroma muy ligero de tristeza emanando de él. Su ceñó se frunció al percatarse de ello.

Se habían atrevido a hacerle daño a la Señora del Oeste, era un acto que no dejaría pasar.

—¿Se atreven a lastimarlo? —la dureza con la que formuló la pregunta los hizo temblar, sobre todo a Toyotomi que permanecía aún en su agarre —. ¿Se atreven a meterse con el compañero de El Gran Sesshōmaru? Son unos irrespetuosos al siquiera pensarlo.

—Sesshōmaru —murmuró al escucharlo decir aquello. Su corazón sintió un alivio enorme.

El rojo de sus ojos desapareció, mostrando que había vuelto un poco de su consciencia. Sin embargo, las marcas de su rostro no desaparecieron, por lo que la parte demoníaca de Inuyasha aún seguía ahí.

—Ahora, les enseñaré a respetar.

Sesshōmaru alzó su otro brazo, con la intención de atravesar su pecho y llegar a su corazón, para así acabar con su miserable existencia.

—¡Sesshōmaru no!

El gritó de Inuyasha logró que detuviera su brazo justo a unos centímetros del pecho de Toyotomi. El DaiYōkai miró hacia atrás para observar al Hanyō, confundido por aquella petición.

—No lo hagas, no vale la pena.

Aunque a Sesshōmaru no le agradaba la idea, podía sentir como los sentimientos de Inuyasha parecían perturbados con las intenciones que tenía con ese inútil humano.

Al sentirlo así, soltó al humano para ir rápido a su lado. Cuando estuvo frente a él llevó una de sus manos a su rostro, acariciando las marcas que habían en sus mejillas. Apreciando su rostro.

Inuyasha se sonrojó al tener esa cercanía con varios pares de ojos observándolos.

Estaba tan perdido en la mirada de Sesshōmaru que no se percató de que Toyotomi se había levantado otra vez, y con un arco, estaba apuntando hacia Inuyasha para herirlo.

Sin pensar, soltó la flecha.

La mirada del DaiYōkai vio como la flecha se acercaba, esa flecha quería lastimar a su compañero, y no lo iba a permitir.

Con un brazo sostuvo a Inuyasha pegándolo a su pecho, tomó entre sus dedos la flecha y se hizo polvo, el cual se esparció con el aire.

Ahora sí, Sesshōmaru estaba furioso.

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