El COLUMPIO VACÍO


EL COLUMPIO VACÍO

-Dicen que usted es la mujer menos... bueno, la mujer más...

Qué manera de empezar una entrevista. La joven frente a mí apenas tiene mi edad. Hasta creo que nos parecemos, con nuestro cabello rubio y lacio.

Yo había querido explicarle que era mi primer día como practicante de psicología, y que me habían asignado precisamente su caso, por ser la que presentaba menos signos de locura.

Me dirigió una sonrisa comprensiva y entendí que no era necesario dar explicaciones. La primer pregunta de mi cuestionario, luego de las obligadas referentes a sus datos generales, era en relación al motivo de su internación.

Antes de que pudiera formular la pregunta, ella comenzó un relato que, incluso ahora, escribiendo mi reseña del paciente recostada en la cama, me hace querer buscar todos los cuadros de mi casa y arrojarlos al fuego. Empezó así:

-Mi hijo Josh tenía cinco años cuando empezó a hablarme de los cuadros. Particularmente de uno que pasaba observando gran parte del tiempo. En él aparecía pintado un columpio vacío y una fogata. Había pertenecido a mi abuela y me decidí a conservarlo cuando ella murió.

Apenas unos días antes de su sexto cumpleaños, Josh comenzó a susurrarme extrañas frases relativas a la imagen:

-"Las llamas de la fogata quieren llevarme cuando oscurezca"- me decía un tanto preocupado.

Luego, al día siguiente, comentaba pensativo: -"Supongo que no será tan malo. Al menos tendré un columpio para mecerme cuando esté triste"-

Por supuesto yo ignoraba sus disparates, ocupada más bien en los asuntos domésticos. Hasta que el día de su cumpleaños se acercó muy seriamente a mi cama, pidiéndome le prometiera que nunca lo olvidaría. Cuando le pedí me explicara por qué me decía eso, respondió que simplemente se lo prometiera.

Me incorporé enojada y lo sacudí con fuerza, diciéndole que dejara de decir esas locuras. Pero sólo obtuve de él un llanto apagado y me arrodillé a su lado para abrazarlo.

Esa noche dormí con él. Lo sujeté entre mis brazos, con fuerza. Ignoro el momento en que caí dormida. Pero jamás olvidaré lo que ocurrió al despertar:.

Josh no aparecía por ningún sitio. Miré detrás del refrigerador, debajo de las camas, en su baúl de juegos. Busqué en los cajones de la habitación. Después salí corriendo sin darme cuenta que no tenía puesto ningún calzado, gritando su nombre a todo pulmón, hasta quedarme sin fuerzas.

Los vecinos me miraban extrañados, pero ninguno de ellos se acercó a ofrecerme ayuda. Todo fue inútil.

Regresé a la habitación sin esperanzas y, entre sollozos, me derrumbé impotente en el frío suelo de piedra. Mi hijo había desaparecido.

Mi llanto se mezclaba con un chillido agudo y distante.

Entonces, haciendo un esfuerzo por contener mis lágrimas, lo escuché con atención, claro y sutil. Era el sonido de un columpio al ser mecido por el viento.

Sin pensarlo, me dirigí de prisa hacia el cuadro de mi abuela. Allí, como una pesadilla que se materializa, permanece desde entonces mi hijo. Unas veces sobre el columpio, con la cabeza agachada, sin revelar el rostro. Otras, sentado al lado de la fogata. A veces me parece descubrir su mirada, llena de desconcierto, mirando hacia donde estoy.

Las siguientes semanas pasé los días y las noches contemplando el cuadro. Pensando en la manera de rescatar a mi pequeño. La gente que me conocía me tachó de loca y eventualmente me trajeron aquí.

Cuando terminó se hizo un silencio. La joven me miró inquisitivamente y me pareció descubrir una sonrisa en su rostro.

-La Directora no me dijo nada sobre esto. ¿Por qué me lo has contado?- le pregunté.

Sin responder, se levantó de su asiento y caminó hacia la puerta. Antes de salir, murmuró que ya había encontrado un modo.

Me quedé extrañada, reflexionando sobre la veracidad de su relato.

Aunque juré que no me tomaría de manera personal ninguna de las historias que escuchara en el sanatorio, ésta despertó en mí una curiosidad tal, que tuve que regresar al día siguiente para que al menos me explicara cómo suponía iba a rescatar a su hijo.

Pero cuando llegué a la oficina de la Directora, ésta me indicó con tristeza que la joven mujer había desaparecido la noche anterior.

Sorprendida, pregunté si había dejado alguna nota. Alguna pertenencia que pudiera indicarnos su paradero. La Directora se limitó a señalar un viejo cuadro desgastado, mientras, distraída, continuaba llenando un formulario.

Me acerqué con cautela y lo sostuve frente a mis ojos. De alguna manera sabía lo que encontraría.

En el cuadro estaba representado un columpio vacío y una fogata, tal como la mujer lo había descrito. Pero había algo más. En la lejanía, casi imperceptible, se dibujaba una figura femenina, cargando a un niño en sus brazos.

Créditos de imagen:

https://www.flickr.com/photos/icathing/97821855

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