Capitulo 5
Michael nunca pensó que algo o alguien pudiera hacerlo sentir tan vivo, tan consumido, tan completamente absorto. Pero desde que Lizzy entró en su vida, todo cambió. Ella no era solo su amor, ella era su razón de ser. En cada momento que pasaba a su lado, Michael sentía que el mundo giraba a su alrededor, que nada importaba más que ella.
Lo que sentía por Lizzy no era solo amor. Era una devoción tan profunda que a veces le asustaba. No podía imaginar su vida sin ella, ni un solo día, ni una sola hora. En cuanto veía su rostro, todo lo demás se desvanecía. Su risa era como una melodía celestial que hacía latir su corazón con más fuerza. Y cuando la miraba a los ojos, todo lo demás parecía desvanecerse, como si no hubiera ningún otro ser en el universo. Lizzy lo era todo.
Ella tenía algo mágico, algo que no podía explicar con palabras. Una bondad infinita, una dulzura que iluminaba todo a su alrededor. Era la clase de mujer que hacía que todo a su alrededor fuera hermoso, que hiciera que incluso los momentos más oscuros se volvieran brillantes solo por su presencia. Y Michael no podía dejar de adorarla, no solo porque fuera hermosa, sino porque lo completaba de una manera que nunca creyó posible.
Había días en los que se quedaba mirando su rostro mientras ella estaba distraída, ajena a la tormenta que se desataba en su interior. Pensaba en cómo se había convertido en el centro de su universo, cómo su amor por ella se había transformado en una obsesión sana, pero tan poderosa que no podía imaginar su vida sin ella.
Michael sabía que no podría vivir si ella no estuviera a su lado. El pensamiento de perderla lo aterraba, lo paralizaba. No podía soportar la idea de verla irse, de que alguien más pudiera ocupar el lugar que ella había ocupado en su corazón.
La necesidad de protegerla, de asegurarse de que nada ni nadie pudiera hacerle daño, era más fuerte que nunca. Michael se volvió consciente de su propia vulnerabilidad cada vez que pensaba en eso, pero también sabía que daría su vida por ella sin pensarlo dos veces. No le importaba el precio a pagar, siempre y cuando ella estuviera feliz, segura y a su lado.
Una noche, mientras caminaban por el jardín, Lizzy a su lado, Michael se permitió mirar el cielo estrellado, pero sus pensamientos estaban lejos de las estrellas. Sus ojos solo veían a Lizzy, su risa, su belleza, su suavidad. ¿Cómo podía ser tan perfecta? ¿Cómo podía existir alguien tan pura, tan llena de luz? Él estaba a su lado, pero en su mente, ella ya era el sol que iluminaba su vida.
De repente, se detuvo y la miró fijamente. Lizzy lo notó, curiosa, y le sonrió, pero lo que Michael sentía en ese momento era más grande que cualquier sonrisa. Era como si todo su cuerpo estuviera ardiendo por ella. No pudo evitarlo. La tomó de las manos con un gesto tan tierno que reflejaba la fragilidad con la que quería tratarla, como si fuera un tesoro demasiado valioso.
"Te amo, Lizzy", dijo con voz suave, pero cargada de una intensidad que hizo que las palabras resonaran en el aire. "No sé cómo explicarlo, pero lo que siento por ti es más que amor. Es... todo. Tú eres todo para mí. Mi razón de vivir, mi todo. No puedo imaginar un solo día sin ti. Si alguna vez me necesitas, estaré ahí, siempre. No importa lo que cueste, lo haría todo por ti."
Lizzy lo miró, sorprendida por la sinceridad en sus ojos. Pero Michael no podía detenerse, no podía contener más lo que su corazón gritaba.
"Si me pidieras el sol, te lo traería. Si me pidieras el mar, lo cruzaría entero para llegar a ti. Porque tú eres la dueña de mi alma, Lizzy. No hay nada que no haría por verte sonreír, por verte feliz. Eres la luz que da sentido a mi vida, y no quiero perderte nunca. Jamás. Eres la razón por la que me levanto cada día. Sin ti, todo pierde significado."
Lizzy sintió cómo su pecho se apretaba, con una mezcla de emoción y algo más. No tenía palabras para responderle. ¿Cómo podía decirle algo que estuviera a la altura de lo que él sentía por ella? No necesitaba decir mucho, porque los dos sabían lo que había entre ellos. Michael se acercó, su mirada intensa y profunda, mientras sus manos envolvían con suavidad las suyas.
"No te preocupes, Michael. Yo también te amo. No tienes que hacer todo eso, porque lo que más quiero es estar contigo. No importa lo que pase, no importa lo que venga. Te amo, y eso es todo lo que necesito."
Pero aunque ella le decía esas palabras con todo su corazón, Michael no podía dejar de sentir que él daría más de sí mismo por ella. La vida no era suficiente si no la compartía con Lizzy. Ella lo completaba. Y si su amor fuera un fuego, él se quemaría por ella sin dudar.
"Te prometo que siempre estaré a tu lado", susurró Michael, acercándose más a ella. "Nunca te dejaré ir, Lizzy. Porque tú eres mi razón, y no hay nada en este mundo que me haga alejarme de ti. Eres la única que existe para mí."
Ella sonrió, un brillo en sus ojos que confirmaba lo que él ya sabía. Ambos sabían que no necesitaban palabras, porque su amor ya estaba sellado en sus corazones.
Michael la abrazó con una fuerza protectora, sabiendo que este amor era algo más grande que ellos mismos. Y mientras el tiempo parecía detenerse a su alrededor, él se dio cuenta de algo que nunca había entendido por completo hasta ahora: Lizzy era su todo, y no había nada más en este mundo que deseara tanto como pasar el resto de su vida a su lado.
La luna llena iluminaba la ciudad con una luz etérea, que caía como un manto de plata sobre los tejados oscuros y las calles vacías. Lizzy caminaba a paso firme, casi hipnotizada por la belleza de la noche. La ciudad de Haddonfield, hogar de Michael Myers y su hermana Laurie, siempre había sido un lugar oscuro y enigmático, lleno de secretos que parecían susurrar desde sus esquinas más ocultas. Sin embargo, para Lizzy, la ciudad ya no era un lugar de miedo o intriga. Para ella, era el hogar de Michael, el hombre al que amaba con todo su ser.
Ella lo había encontrado por primera vez en circunstancias impredecibles, cuando el destino había cruzado sus caminos de una manera cruel, pero también hermosa. Michael, el asesino en serie temido por todos, había sido para ella mucho más que una figura sin rostro detrás de una máscara. Había sido la razón de su despertar emocional, el amor de su vida al que no podía resistirse.
Las calles estaban silenciosas, casi inquietantes. Lizzy sabía que Michael estaba cerca. Aunque no lo veía, sentía su presencia, esa sensación indescriptible que solo ella podía percibir. Su cuerpo reaccionaba a su cercanía, su corazón se aceleraba y sus pensamientos se nublaban con una sola idea: él.
La luna llena bañaba la ciudad con su resplandor plateado, proyectando sombras alargadas sobre las calles solitarias de Haddonfield. Lizzy caminaba por la acera desierta, la sensación de estar a punto de encontrar a Michael llenando su pecho con un cosquilleo de anticipación. El aire frío de la noche acariciaba su rostro, pero ni la brisa ni el silencio podían frenar la certeza que sentía en su corazón. Estaba a punto de encontrarse con el hombre que, para ella, lo era todo.
Haddonfield, la ciudad envuelta en sombras, no era solo el lugar donde Michael Myers había sido temido y conocido. Ahora, para Lizzy, era el escenario de su historia de amor, una historia que desafiaba toda lógica y que solo podía existir en el confinamiento de sus corazones.
Al llegar a su casa, una mansión aislada con vistas al bosque, Lizzy respiró profundamente antes de entrar. Sabía que Michael estaba esperándola, como siempre. Aunque el mundo lo veía como un monstruo, para ella, Michael era mucho más que eso: era el hombre al que amaba con todo su ser. El amor que sentía por él no podía definirse con palabras simples, ni con las convenciones de una sociedad que no entendía lo que ellos compartían. Lizzy no solo amaba a Michael, se entregaba a él con una pasión incontrolable, una pasión que los unía en una conexión más allá de cualquier temor.
Subió las escaleras de la mansión con pasos decididos, cada uno resonando en el pasillo vacío. Cuando llegó a la puerta de su habitación, no dudó en abrirla. Allí estaba él. Michael, de pie, observándola con sus ojos profundos e inquebrantables, la máscara cubriendo su rostro. No necesitaba palabras para saber lo que él sentía por ella. Era algo que ya había quedado claro desde el momento en que se conocieron. En ese instante, el amor de Michael por Lizzy era tan evidente como el aire que respiraban.
Ella entró con paso firme y, sin romper el contacto visual, se acercó lentamente. Michael no la detuvo. Estaba en silencio, pero sus ojos, su postura, todo en él mostraba lo que ella ya sabía. Él la amaba, y lo sabía desde lo más profundo de su ser. Lizzy sonrió suavemente, con esa sonrisa llena de amor que solo él podía hacerla mostrar.
"Michael", susurró, como si su voz fuera la única melodía en el mundo. Al pronunciar su nombre, ella sentía que el universo entero dejaba de existir, que solo ellos dos importaban. "Te amo."
La mirada de Michael se suavizó un poco, y aunque su rostro estaba cubierto por la máscara, Lizzy sabía que él estaba sonriendo por dentro. Michael la amaba de la misma manera que ella lo amaba a él, con una intensidad que no podía ser expresada con palabras, pero que se veía reflejada en sus acciones.
Lizzy dio un paso más hacia él, hasta que sus cuerpos casi se rozaron. El calor de su presencia, la fuerza tranquila que emanaba de él, la envolvía. No había miedo en ella, solo una necesidad imparable de estar cerca de él, de hacerle saber lo que sentía. Sus dedos rozaron la fría superficie de la máscara de Michael, y ella la tocó con una delicadeza que contradecía la violencia que él había vivido.
"Te amo, Michael", repitió, esta vez con más certeza, con más convicción. "Y no me importa lo que el mundo piense. Eres el amor de mi vida, y nada de lo que hayas hecho, nada de lo que te define, cambiará eso."
Michael respiró hondo. Aunque su voz rara vez rompía el silencio, ahora se oyó, grave y profunda, como un susurro de la oscuridad misma. "Te amo también, Lizzy. Eres la razón por la que sigo aquí, la única que me da sentido. No me importa mi pasado. Solo tú."
Al oír esas palabras, el corazón de Lizzy dio un vuelco. El hombre que había temido el mundo, el hombre marcado por la violencia y la tragedia, ahora estaba ante ella, abriéndose de una manera que nunca había imaginado. Y, sin embargo, ella lo veía como el hombre que siempre había sido, más allá de la máscara, más allá del miedo. Él era su amor, y no importaba lo que el resto del mundo pensara. Solo ellos dos existían en ese momento.
Con una mano aún sobre la máscara de Michael, Lizzy empezó a deshacerse de la ropa que la cubría. No tenía miedo. Cada movimiento que hacía estaba impregnado de una confianza total. Se despojó lentamente de su ropa, pero sus ojos nunca se apartaron de él. Sabía que Michael estaba observándola, y esa mirada llena de deseo y admiración solo fortaleció su decisión.
"Dejemos que todo lo que nos rodea se desvaneciera", susurró Lizzy mientras se acercaba a él con una suavidad casi etérea. "Solo quiero que seas mío, Michael. Sólo tuyo."
Michael la observó con una intensidad que la atravesó. La respuesta no fue inmediata, pero cuando finalmente dio un paso hacia ella, la besó con una pasión que fue tanto un reclamo como una promesa. El beso fue profundo, lleno de la entrega que ambos necesitaban, un intercambio de almas y cuerpos que borraba todo lo demás. Era el comienzo de algo que solo ellos podían comprender.
El deseo entre ellos se desbordó mientras sus cuerpos se encontraban. Cada caricia, cada beso, era una reafirmación de su amor, de todo lo que habían vivido juntos, aunque nunca hubiera sido fácil. Lizzy sentía que al estar con Michael, todo lo que había sido incierto en su vida finalmente cobraba sentido. No necesitaba explicaciones, ni dudas, ni justificaciones. Solo necesitaba a Michael. Y él a ella.
"No hay nadie más para mí", murmuró Michael entre besos, su voz ahora más firme. "Solo tú. Siempre ha sido solo tú."
Lizzy lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo él la respondía, tomando la iniciativa en su contacto. En ese momento, ella supo que no había vuelta atrás. Ambos estaban entregados el uno al otro, y el mundo exterior no tenía cabida en ese espacio que ellos compartían. Cada movimiento era un testamento a la devoción y al amor que se profesaban.
Cuando finalmente se separaron, el aire entre ellos estaba cargado de una energía que parecía haber surgido de lo más profundo de sus seres. Lizzy se recostó en su pecho, su cuerpo aún temblando por la intensidad de lo que acababan de compartir. Michael la abrazó con suavidad, sus dedos acariciando su cabello con ternura.
"Te amo, Lizzy", dijo él en un susurro, tan sincero como siempre había sido.
"Te amo también, Michael", respondió ella, cerrando los ojos y sintiendo cómo su corazón latía al unísono con el suyo. "Siempre lo haré."
El tiempo parecía detenerse. En ese instante, nada más importaba. Sólo ellos dos.
Las horas parecían desvanecerse en la penumbra de la habitación, mientras el eco de sus respiraciones se fundía con el susurro suave del viento que entraba por la ventana abierta. Lizzy y Michael, ahora inmersos en una quietud que sólo ellos podían comprender, se encontraban en una danza sin tiempo, un abrazo que trascendía lo físico.
El aire entre ellos estaba cargado de una energía indescriptible, como si todo lo que había sido, todo lo que serían, se sellara en ese instante eterno. Lizzy cerró los ojos, y en la oscuridad, pudo ver las constelaciones que brillaban en el universo de su amor. Era como si el cielo mismo estuviera allí, en sus brazos, entrelazado con su alma.
Michael, con su figura imponente, parecía ahora más humano que nunca, su presencia suave y cálida, como un refugio donde Lizzy podía encontrar paz. "Nunca lo supe hasta ahora", murmuró él, su voz como un suspiro que se deslizaba en la penumbra, "pero tú eres la razón por la que respiro, la razón por la que el mundo tiene color, y aunque no haya un mañana garantizado para nosotros, este momento, Lizzy, es lo que nunca quise perder."
Lizzy levantó la cabeza, sus ojos brillando como estrellas lejanas, y le respondió con una mirada que era un reflejo de su corazón. "No es el futuro lo que me importa, Michael, sino lo que somos aquí, ahora, en este instante. Este amor, aunque no encaje en el molde de lo que el mundo espera, es el nuestro, y es más verdadero que cualquier otra cosa."
Michael la miró en silencio, como si cada palabra que ella pronunciara fuera un juramento, una promesa escrita en el viento. Su amor no necesitaba ser entendido, ni siquiera explicado. Era un lazo eterno, forjado en las sombras, en la oscuridad de sus almas entrelazadas. En sus corazones, ya no había espacio para el miedo, para las dudas o los juicios.
"Siempre supe que en algún lugar, en algún momento, habría algo que haría que todo el caos tuviera sentido", dijo él, con la intensidad de quien ha encontrado algo más grande que él mismo. "Y ahora sé que ese algo eres tú, Lizzy. Mi vida, mis decisiones, todo lo que he sido y lo que soy, todo conduce a ti. Eres mi principio y mi fin."
Lizzy sonrió, con una ternura que solo Michael podía comprender. "Y tú eres mi refugio, mi salvación, mi hogar", susurró. "Lo que sea que venga, lo enfrentaremos juntos, porque este amor que compartimos no se mide por el tiempo ni por el dolor, sino por lo profundo que es, por lo eterno que se siente."
En ese abrazo, con las sombras como testigos, su amor se selló sin necesidad de palabras más. Era un pacto tácito, un susurro del alma que solo ellos podían oír. Michael no necesitaba explicarle a Lizzy cuánto la amaba, porque en cada mirada, en cada gesto, en cada latido de sus corazones, ella lo sabía. Y lo sentía.
De repente, el silencio se volvió la melodía más perfecta. No era necesario decir más. El amor, tan antiguo como las estrellas y tan nuevo como el primer amanecer, hablaba por ellos. Ningún mal, ningún obstáculo, ninguna oscuridad podría separarlos, porque lo que tenían era más fuerte que cualquier otra cosa en el mundo.
Y así, en la quietud de la noche, se entregaron a su amor, no con palabras grandiosas, sino con la certeza profunda de que, aunque el mundo podría nunca entenderlo, ellos dos eran todo lo que realmente importaba. No había miedo en sus corazones, solo la verdad inquebrantable de que su amor era la fuerza que los mantenía unidos, un amor más allá de las sombras, más allá del tiempo.
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