Capítulo 4


"Hit me like a meteorite".

El uniforme escolar de Oliver estaba notoriamente sucio, la camisa del pequeño, que debía ser blanca lucía amarillenta.
Pero Harry definitivamente no iba a lavarla él mismo. Porque hacerlo sería un acto suicida.

Faltaban 20 minutos para las 7:00 A.M. Y estaba claro que ambos iban a llegar tarde.
El despertado sonó exactamente a las 5:00 A.M. El mayor supuso que dormir cinco minutos más no estaría mal. Pero para su mala suerte esos minutos se transformaron en horas.

Brincó del la cama, al sentir algo frío descender por su cuello. Oliver estaba parado frente a él, con ambas manos mojadas, gritándole una y otra vez lo tarde que era.

Se arregló en tiempo récord. No tuvo otra opción más que vestir al pequeño con esas abigarradas prendas que lo identificaban con prisionero del sistema. O bien, su uniforme escolar. Y rociar sobre él la mitad del frasco de perfume.

Corrió a la cocina y observó pensativo la alacena por unos segundos. Sin tiempo, colocó dentro de la pequeña mochila de león de Oliver, una lata de atún y una banana. Además de sus cuadernos.


Estaban corriendo. Harry se movía a zancadas en un prófugo intento de llegar a tiempo.  Llevó brazos  a su sobrino para demorarse menos. Aunque eso solo complicaba sus movimientos.
Tuvo que rodear toda la escuela para dejarlo en aquella famosa entrada. El infante corrió hacia el edificio con una gran sonrisa en el rostro.

Era imposible que alguien estuviera feliz de ir a la escuela. Harry nunca fue feliz en sus días como colegial. Pero de Oliver,  realmente no le sorprendía. Porque bueno, ese niño era raro. Además, él también estaría encantado de asistir si tuviera un maestro como ese.

Tenía 7 minutos aproximadamente para llegar al centro. No quería ser despedido de un trabajo más. Hasta el momento había pasado por tantos empleos, luego de abandonar la universidad. No duraba en ninguno porque era simplemente torpe con las manos y su memoria era pésima. Sin embargo, era extrañamente bueno con los números. Poseía una habilidad numérica sorprendente. Habilidad, por la cual había conseguido un empleo en ese banco.


Faltaban 3  minutos, y sólo debía cruzar la calle para salvar su empleo. Pero los autos pasaban veloces, continuamente sin darle chance de atravesar la avenida. No iba a esperar que el semáforo cambiara de color.
Valiéndole una mierda la seguridad vial, cruzó la calle desalmado. Sintió alivio por un momento, justo cuando iba llegar a la otra acera. Pero el sonido del claxon de aquel taxi que casi lo envía a la morgue hizo que se moviera rápidamente de allí.

Oportunamente, llegó a tiempo.
Entró a su cubículo, sonrió falsamente y comenzó con su trabajo.

*
— La lechuza, la lechuza hace shh. Hace shh.—Louis cantaba dirigiendo a todos los niños de su salón, colocando el dedo índice sobre su boca. —Hagamos silencio, hagamos silencio, por favor. Por favor.

Louis Tomlinson.
El chico con el futuro más prometedor de toda su generación en preparatoria. Egresado de la Universidad a los 22 años. Con un título de Pedagogía y un postgrado en Psicología de la primera edad.

Louis era algo así como perfecto.

No era sólo inteligente, sino también simpático. Gracioso, aplicado, atrevido y carismático. Un líder por naturaleza, analítico y persuasivo. Excelente coordinación mano-ojo.
Tenía de dulce, lo que tenía de suspicaz. Sabía cuándo y cómo actuar. Siempre.  Podía tratar a las personas con la delicadeza de una flor, a menos que estás dieran un paso en falso. Porque en ese caso, les arrancaría una pierna.

Cuando decidió estudiar Pedagogía, no fue solo una persona, si no decenas, Las que le dijeron que estaba perdiendo su tiempo. Porque no se estudia para cuidar mocosos, que cualquiera podría hacerlo.

Pero no. Estaban equivocados.

Se nace para ello. Porque ser maestro no significa pararse en el  frente de un salón lleno de personas. Ser maestro significa ser capaz de llenar almas y de alentar sueños.

Porque el ser maestro más que ser una profesión era una vocación. Un don.  Se necesitaba talento.

Y Louis era el más talentoso del lugar. No tenía un gran sueldo, y toda su ropa terminaba manchada con témpera de dedos, pero era feliz de esa forma.

El sistema de organización de la escuela era complejo. En el cual a cada salón se le había asignado un animal el cual representaba a su curso.

Louis y todos sus alumnos eran los Osos.

Tenía a los niños más grandes del lugar, con edades de entre 5-6 años. Aquellos que estaban por terminar el preescolar.


Todos estaban en silencio, esperando a que el joven docente diera la autorización para merendar. Excepto sus dos estudiantes estrella.

—¡Te lo juro! Es cierto. Yo lo vi.—Decía Oliver a su compañero  de mesa.

—Ningún perro puede volar. Es imposible. Y si lo viste en la televisión no cuenta. — Respondió el pequeño castaño al ojiazul, sin prestar atención a su maestro.

—Tobías, ¿Algo que compartir con tus compañeros?

—No, que se metan en sus asuntos.

—Hey. Compórtate o  te quedarás sin recreo otra vez.—Amenazó. Este bufó y se quedó cruzado de brazos sobre su escritorio. Molesto.—Pueden empezar, chicos.

Dijo. Y los niños se movieron hacia los estantes donde estaban sus cosas.  Vigiló que todo estuviera bien.

Cuando un alarido lo hizo enfocarse.

—¡3312! ¡Tenemos un 3312!—Dijo Tobías, señalando a su amigo pelinegro. Quien trataba de cubrir su nariz y sus ojos con sus manos.

Los días lluviosos en los que no se podía salir al patio, solía proyectarle películas a los niños para divertirlos un rato. Pero después de que los pequeños vieran "Monsters Inc.", una película no tan reciente para él pero sin duda divertida para ellos. Se la pasaban gritando ese número. Así que Louis lo estableció como código de seguridad.

Se movió hasta la mesa del fondo. A  verificar que todo estuviese bien; pero encontró sobre el tablero algo mortal.
Una banana.

Oliver tenía alergias peculiares. Era—por ejemplo— alérgico a las bananas, al orégano,al acetaminofen, al pescado y a cualquier marisco en general.

Tomo la fruta con una mano y con la otra alcanzó la mochila del ojiazul. Y encontró algo peor.

Un atún.
Que por suerte seguía empaquetado.

Tomó ambos productos, los embolsó y los alejó lo más que pudo de su alumno.

Para cuando los demás salieron al patio de juego. Él retuvo a Oliver un poco más.

Ordenó un poco el cabello del niño y preguntó.—Oliver, ¿Está todo bien en casa?—El susodicho dudo. Y tras unos segundos negó.

—Mamá se fue, otra vez. Es la tercera vez en este año. Y ya estoy harto.

—¿Y tu tío Charlie?, ¿Estás quedándote con él de nuevo?

—No, ellos pelearon hace unos meses. Así que no volví a verlo. He estado quedándome con mi tío real.

—¿Crees que tu papi vaya a buscarte?

—No. Él sólo se acuerda de mí cuando debe pagar la pensión.

Asintió levemente con la cabeza. Sonrió dándole ánimos y le dejó ir a jugar.

A la hora de salida. Louis estaba entregando a los niños con sus padres. Dándole algunas indicaciones sobre la invitación que sus hijos tenía para ese sábado.

Cuando el sujeto piernas largas apareció.

—Hola. Oliver Hughes. Por favor.—Dijo Harry, inclinándose un poco hacia adelante. Tratando de lucir encantador. Bueno, tan encantador como su uniforme de cajero bancario le permitiera.

—Buenas Tardes, Sr. Styles.—Repuso en tono serio. —¿Fue usted quien preparó las cosas de Oliver?—Asintió.—¿Se da cuenta que puso en riesgo su integridad física?

El rizado—que en ese momento tenía sus rizos atrapados en gel— lo vio confundido.

—¿Perdón?

Louis resopló molesto. — Hablé con su sobrino. Y sé que la situación no es fácil,  ya que al parecer no tiene ningún conocimiento sobre él. Así que dejé una lista de sus alergias en su libreta. Para que no vaya a matarlo por la tarde.

Y no. Louis no estaba molesto. No del todo.

El más alto suspiró fuerte.—Yo, soy un asco para esto. —Dijo mostrando un semblante triste.

Louis quería parecer firme. Pero no podía cuando la altura del otro lo intimidaba y sus ojos verdes expresaban frustración pura.

Se recompuso.—Solo procure prestar más atención. ¿Si?

Asintió.
El maestro llamó al niño y este llegó hasta ellos.

—Sé que tiene mi número. Si necesita algo sólo llámeme.—Dijo sonriente. —Gracias, lo haré.

Harry tomó a su sobrino de la mano. Y se dispuso a marcharse.

—Ah, y Sr. Styles. El perfume es delicioso. Pero creo que ambos usan demasiado.—Comentó divertido.

—Dime Harry. — Terminó el mismo, para luego guiñar un ojo hacia Louis.

El castaño se sonrojó. Y trató de ocultarlo lo mejor que pudo. Pero para su mala suerte. La persona equivocada lo había notado.



—Tío Harry, te invito a una fiesta. — Dijo el niño mientras caminaban por la calle.

—¿A sí?, ¿Cuándo?

— Sí, el sábado. Es el cumpleaños de mi mejor amigo. Y nos invitó a la fiesta.—Dijo demasiado emocionado.

—¿Nos?—Preguntó curioso.

—Sí. Porque no puedo salir solo.

Eso hizo reír al mayor. Así que dijo—Creo que el sábado no tendré ganas de ir.

—¡Eso no es justo! Puedes ir solo a dejarme si quieres.

Lo pensó. —Uhm, no. Creo que no.

—¡Pero todos van a estar allí!—Lloriqueó el pequeño.

—¿Hasta las maestras?—Preguntó interesado.

—No.— Dijo seco y Harry descartó la idea de ligar en una fiesta infantil.—Sólo el Teacher Louis.

Terminó y una luz amarilla se encendió en el cerebro de Harry. Algo impactó en él, como un meteorito.






Hola.
¿Alguien podría golpearme en el rostro? Por favor.


No tengo mucho que decir esta vez.
Así que....
Manténganse con vida. J.S.

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