MadaIzu °°Color, calor.Feliz cumpleaños, Madara°° (Yaoi leve UN)
Pareja a tratar: MadaIzu.
Personajes que la conforman: Madara Uchiha e Izuna Uchiha.
Categoría: Yaoi muy leve ( chico x chico )
Advertencias: Ninguna.
Localización: UN ( Universo Naruto )
Nombre del capitulo: Color, calor. Feliz cumpleaños, Madara.
Situación:
💧🎂💧
||Calor,color. Feliz cumpleaños, Madara.||
Estaba yerto.
Demasiado, demasiado frío.
Era una helada como pocas había sentido en su vida, con un clima áspero, crudo, capaz de hacer tiritar a cualquiera que osara escabullirse cerca del plantío a campo abierto, aunque claro, entre ese cualquiera no figuraba él.
Madara Uchiha no temblaba, mucho menos frente a su gente, dirigiendo un batallón posterior a la pelea. Él, que era símbolo de fuerza, de entereza,de tabú, no podía darse el lujo de mostrar debilidad por algo tan vano para un guerrero como la temperatura, aunque esta le calara profundo los huesos bajo la vestimenta tradicional Uchiha que ahora se bañaba en sangre ajena.
Fue una batalla rápida debido a una supuesta invasión a su clan que lo llevo a reunir de improviso a lo que pudo de sus hombres, terminando en un campo de batalla sin otra cosa que su ropa común y una katana que le facilitó alguno de los enemigos. Debía dársela por supuesto, un cadáver no se niega a entregar sus armas.
Decepcionado de haber salido por casi nada, el pelinegro escaneo la zona con sus envidiables ojos, sin detectar mayor movimiento en el perímetro que finos copos de nieve acogiendo el paisaje invernal. Los fieles a su líder esperaban atentos a cualquier amenaza, con una disposición de vida a protegerlo a sabiendas de que la leyenda frente a ellos no necesitaba ningún tipo de protección o, por lo menos, eso creían, aun sorprendidos de que saliera a dirigirlos sin su armadura, como si para él enfrentar a un cumulo de contrarios no fuese más que un juego y, a decir verdad, tal vez lo era.
Madara había nacido el 24 de diciembre en medio de un tórrido invierno, ¡En pleno torrente de nieve! Estaba acostumbrado, en todos los sentidos, a la crudeza. Pelear el día de su cumpleaños no podría importarle menos.
La cabeza del clan Uchiha se había criado en la guerra, volviéndose duro, impávido y maestro en el arte del combate, sumado a la muerte reciente de su hermano que lo había terminado de forjar como un hombre sin miramientos propios, decidido a llevar a su esplendor lo que conocía como su hogar. Lo único que había conocido. Lo único que le quedaba.
-Fue todo. Regresemos. - musitó tranquilo, dejando la cuchilla enterrada a un lado de su portador original.
Vaya cumpleaños, ¿No les parece?
Sin una sola palabra, todos y cada uno de los azabaches asintieron a la orden, regresando en un grupo espeso al asentamiento para dar el llamado de victoria. Madara no tenia prisa por seguirlos, vigilando la escuadra varios metros atrás mientras sacudía los restos de carmesí con la nieve. Si no fuera por los guantes, seguramente no sentiría ya sus manos, al igual que pasaba ahora con sus pies.
Cualquiera de sus guerreros hubiera podido acercarse a ofrecerle un abrigo o una prenda para protegerse del temporal pero eso se hubiese significado un insulto para su regente, a pesar de que el cuerpo pálido del hombre lo hubiese agradecido mucho. Como sea, andaba con lentitud tras ellos, sin prestar atención al dolor intenso de cabeza que lo estaba aquejando. Nunca nadie dijo que ser el líder seria fácil.
Uno de los guerreros se acerco sin embargo, manteniendo una distancia prudente de respeto y entregándole un recipiente con lo que parecía sake.
-Madara sama, con todo respeto, esta bastante blanco. - hablo bajo el mayor, un ninja que los años ya significativos no lograban doblegar. - beba esto, repondrá un poco el calor que necesita.
-Lo tomare en cuenta, gracias por la preocupación. Vuelve con el resto. - susurró recibiendo el cántaro y acompañando con la vista el retorno de su elemento a las filas.
Tan pronto se vio solo en un radio estimable, llevo el recipiente a su boca, tomando desesperadamente la mayor parte de su contenido. Un sutil gruñido siguió a la coloración de sus pómulos, inhibiendo el mareo espontáneo. Tal como había dicho el otro Uchiha, el pelilargo sintió un golpe de resurrección en su piel y extremidades, soportando un poco más la crueldad de la temperatura. Cielos, estaba helado. Casi temblaba, de no ser claro, por su ego y la imagen impecable que como todo líder debía mantener. En estos momentos, con el cuerpo agarrotado por el frío y la escarcha acumulándose alrededor, deseaba más que nunca el abrazo efusivo de su hermano al despertar en vísperas, felicitándolo cual halago por cumplir un año más. Un año a su lado, que esta vez no sucedería.
Su vista ahora, en cambio,no ubicaba nada mas que las numerosas espaldas cubiertas con prendas que grababan el abanico tan conocido y un vasto horizonte blanco cubierto en su totalidad por nieve. Perezoso, erguido con una jaqueca mortal, arrastró el paso constante, espabilando con flojera tras el grupo.
-Nii san.
Los pasos del ojinegro pararon en seco, atentos al espacio que lo rodeaba, sintiendo su pecho oprimirse de manera dolorosa.
-Nii san.
-¿Quién ha sido? - gruñó, deteniendo la marcha frente suyo que lo miro expectante.
Ante un nuevo llamado por el apodo que tanto le dolía, su sharingan se activo de súbito, arrancando una de las numerosas espadas clavadas en el campo.
-¿Quién es el infeliz al que le parece gracioso decir eso?
Todos se miraron entre ellos, extrañados.
-¿Decir...decir que Madara sama?
-¡Nii san!
El Uchiha giro su imponente figura, rastreando el sonido hasta ver una figura difusa entre la nieve y apuntarle con la espada.
-¡Tu, maldito infeliz! ¡Acabas de cavar tu jodida tumba!
-¡Madara sama, esperenos!
Los llamados se perdieron rápidamente al moverse entre la nieve hecho una furia, buscando al desgraciado que había tenido los pantalones de imitar la voz de su difunto hermano menor.
Colérico, corría sin detenerse tras la masa que se alejaba a una rapidez impresionante hasta el corazón de la nevada, de manera tan regia que perdió de vista a sus hombres. Poco le importaba, después de colgar la cabeza de ese sujeto ya tendría tiempo de regresar al clan y embriagarse hasta perder la conciencia,perder el maldito sentido de soledad oprimente en aquella casa sin color donde se implanto estos ojos, donde su hermano termino de despedirse.
-¡Sal de ahí bastardo! - gritó, intentando ubicar a la figura que parecía haberse escondido a este paso. La nieve castigaba su persona con fuertes sacudidas, pero la molestia podía bien aguantar más que eso.
No sentía sus manos, de modo que mando al diablo la espada para frotarlas una con otra, no necesitaría más para arrancarle los brazos al imbécil.
-Nii san, estas helado.
La voz, mas que considerablemente cerca sonó idéntica por lo que, pensó, debía darle algo de crédito. Una muerte rápida y dolorosa.
Por más que rebuscó su vista no logro enfocar de nuevo, trayéndole solamente un escalofrío por la temperatura baja. Debía regresar y abrigarse si quería evitar un cuadro severo de fiebre, pero por el momento no parecía importar demasiado.
-No importa cuanto tarde, te encontrare.
Luego del farfulló estuvo unos minutos buscando, cada vez más inmerso en la nieve hasta escucharlo de nuevo. El golpe de conmoción fue duro al alzar la mirada para ver a unos metros suyo la sonrisa resplandeciente del único ser al que había querido por toda su vida, el joven cuyos ojos portaba en estos momentos.
-¿Izuna?
La pregunta escapo de sus labios como un suspiro, olvidándose de como respirar al darse cuenta que no podía ser posible y, al mismo tiempo, no se trataba de ningún genjutsu. No era posible que al nivel en que se había desarrollado su poder ocular algún engaño lo atrapara.
¿Se estaba volviendo loco? No. Faltaba más, mucho más para acabar con su cordura. Seguramente el cansancio, el frío le daba una mala pasada...
-Nii san, ¿Qué haces ahí?
Sorprendido, por no decir pasmado, Madara corroboró en carne propia que el sonido venia de quien supuestamente seria su ototou, mirándolo travieso al otro lado del espeso bloque de nieve.
Un segundo...¿Mirandolo?
-Katon: Gōkakyū no Jutsu
La bola inmensa de fuego arrasó con la imagen pero no con la suave risa que estallo en sus oídos, a tal grado de hacerlo arrodillarse en el charco de agua cristalina que se formó con la nieve descongelada.
-Debo estar ebrio, tal vez el sake venia cargado.- se explico a si mismo, tallándose los ojos con los guantes negros y mojándose el rostro, millones de maldiciones por su mente.
El Mangekyō Sharingan eterno brillaba en sus orbes, reflejado fúnebre sobre el agua. Era tan fuerte, tan casi invencible y a la vez tan pesado de cargar que Madara se dio unos segundos para contemplarlo, buscando algún indicio, alguna señal de vida sin éxito.
El agua, tan frágil, empezó a deformarse ante su vista,mostrándole ahora la figura de Izuna, tan sonriente como siempre fue de niño. Su Izuna, la única llama que le daba algún sentido a su vida y que se había extinguido tan rápido como la nieve ante las brasas de su jutsu.
Se veía tan nítido, tan real, que no resistió la tentación de humedecer las puntas de sus dedos cubiertos, borrando parcialmente la imagen. Un hipeo lo ataco de pronto, llevando la mano a sumergirse y desapareciendo por completo la ilusión memoria, como alguna vez desapareció ante sus ojos el ultimo suspiro de su hermano junto a él.
Fue entonces que el pánico lo sedujo.
Chapoteo las manos en el agua tantas veces que dejo de sentir cuchillas en sus dedos por el frío, buscando desesperadamente regresar el recuerdo de su hermano o, por lo menos, evitar ver el del rojizo eterno que atormentaba su existencia en estos instantes.
Izuna
Pasaron varios minutos para que se detuviese, golpeándose mentalmente por su estupidez.
-Él ya no esta aquí.
Ya no, y no lo estaría nunca, nunca más.
-Nii san...
-¡Basta!- rugió, llevándose a la cabeza las manos rojas por la quemadura de la nieve, del agua helada, irritadas como no habían estado en años a pesar de los guantes.
Era innegable que su cabeza le jugaba una mala pasada, pero también lo era que le dolía aun esa partida, que no podía simplemente seguir de frente como había hecho con todas las muertes que encaró, con su propio destino que estaba asumido.
Madara golpeo el suelo nevado, haciendo brincar los restos de agua clara. Así, sentándose, reprimiendo las turbaciones por las bajas de calor en su cuerpo, decidió quedarse en el mismo sitio para recuperar la compostura. Era un humano, aunque muchos no lo creyesen y tenia derecho a sufrir pero, por sobre su condición humana incluso, se encontraba la de ser líder de masas, de su clan y un Uchiha,que por más destrozado que este, nunca se doblega.
Protegiendo su orgullo, Madara detuvo el escozor en sus ojos, concentrado en cada pequeña descarga de dolor para distraer su mente. El cielo se veía crudo, formando manchas borrosas que no parecían agradables.
Su cabello largo, rebelde, cubría cayendo sobre su espalda en una imagen imperturbable, tan calmada que lo hizo recordar los tiempos lejanos, donde entrenaba en compañía, donde sabía que había alguien con rasgos similares, con su misma sangre cuidándole la retaguardia. Alguien por quien daría lo que fuera para volver a ver.
Lo recordaba, tan bien que a veces se asustaba de si mismo. Izuna tenia el cabello largo, tan alborotado como el suyo pero más delgado, peinándose casi siempre en una coleta por comodidad. Sus ojos heredaron por supuesto la rigidez de su padre pero también un toque de expresión que solo ambos comprendían. Izuna, tan joven como era, podía ser capaz de hacer algo de quien nadie más podía mofarse; desarmar a Madara. Una sonrisa, una petición, un abrazo, un llanto, cualquier cosa que le ocurriera repercutía directamente sobre el mayor de los hermanos, el único que le quedaba, el que lo protegería siempre. O eso creyeron ambos. Bastaba un gesto, un simple pedido para tener a Madara haciendo cosas que normalmente nunca haría.
Ahora, solo, como nunca antes se había sentido, se dijo a si mismo que con tal de verlo de nuevo, de poder abrazarlo, jugaría a cualquier cosa con su hermanito, desobedecería, mataría, moriría...iría al mismísimo infierno con tal de pasar un segundo más con el.
Las pupilas de sangre se cristalizaban silenciosas, al igual que todo su cuerpo, intentando rememorar los mejores momentos con su hermano. De la misma manera que un fumador induce de a poco en poco su muerte, Madara se atormentaba con viejos recuerdos de antaño, materializando en un montón de nieve a su hermano sentado, enseñándole su sonrisa infantil, la que solo ellos dos conocieron en tiempos mejores, cuando aun se podía decir que Madara Uchiha vivía.
Solo, con el frío en todo su cuerpo y un calor regocijante en el pecho, empuño las manos, sonriendo. Estaba perdiendo la cordura debido al dolor y, lo sabia, se iría por completo si no lo sacaba.
Una persona común y corriente hubiera llorado abrazándose, incluso intentado charlar con cualquier compañero pero Madara, ni corriente ni común, tomo aire para levantarse, con una mirada perdida y una risa estruendosa que incluso a el le pareció demente. ¿Desahogarse?, nunca le habían enseñado a hacer nada más que aguantar sus propias lágrimas, matar y vengar el dolor ajeno, de modo que ese día se olvido de todo aquello que había aprendido, permitiéndose ser humano, permitiéndose solo un momento, en medio de la nada, desconocer su honorario, su poder y su historia, dejando un par de gotas saladas correr por sus mejillas ante el recuerdo inminente de la coleta larga de su hermano, de su mirada confiada y, sobretodo, de su muerte furtiva.
Y corrió y gritó, golpeó la nieve y sollozó sobre ella, todo en completa soledad para dar paso al silencio, sentado sobre un montoncito de copos. Se deshizo, recostándose sobre los cristales de hielo gélido y estirando la mano al cielo, que parecía burlarse de su desdicha con la imagen de Izuna a lo lejos.
Ahí, tendido en el suelo, lagrimeando como ningún líder respetable debería, recostó su cabeza sobre sus manos y se dispuso a vigilar el espacio, cerrando de a poco los ojos. Todo estaba tan calmado, tan pacífico y vasto que se antojaba perfecto para descansar. Tan solo un segundo, debía regresar con sus hombres, con su martirio. Un rato...
"Nii san,felicidades."
La sonrisa se gravo veloz en su rostro, adornando los cabellos negros que empezaban a acumular copos perdidos. Su tez se ponía cada vez mas blanca, perdiéndose en los montones de escarcha y resaltando la oscura ropa, la cabellera, la punta de su nariz ligeramente roja. Era una gran imagen de escena que pareció sin embargo horrible para los guerreros que lo encontraron, avisando de inmediato al resto de las patrullas de búsqueda Uchiha.
Tan pronto llegaron a su lado, los hombres lo envolvieron en una manta gruesa, zarandeándolo sin obtener respuesta alguna. Madara, su líder, estaba muriendo de frío.
-Madara sama, despierte. Necesita venir a casa.
-Madara sama, por favor reaccione.
-Esto es inútil, llevemoslo con las ancianas del clan, ellas sabrán como devolverle el color.
-¿Cómo lo llevaremos? Por si lo olvidabas, no puedes cargar al señor del clan. Madara sama, arriba, reaccione.
Pero no ocurría nada. Nada iba a ocurrir. El Uchiha se sentía perdido, esperando que la figura de su hermano regresara. No quería volver sin el, no despertar solo de nuevo, no mirar con tristeza el reflejo de los ojos que poseía. Ya no.
Quería su comida favorita en la mesa, su maldito tofu enrollando al arroz avinagrado, quería a su lado compañía mientras degustaba el inarizushi casero directo de la sartén de su hermano, freído amorosamente con el katon. Entrenar hasta cansarse juntos, roer los arboles hasta que fuesen carbonizados y, después del baño,ser curado con paciencia. Dormir tranquilo con alguien a quien querer tras la puerta o en el colchón a su lado, donde fuera, pero con el. Quería su abrazo, el aplauso de su familia, las motivaciones de su pequeño gran impulso.
Quería a su Izuna, tan lejano como las voces.
Sus manos, que se habían congelado empuñadas, empezaban a perder rigidez permitiéndole moverse. Poco a poco, sentía el calor acogerlo y darle vitalidad, darle una esperanza vacía. Pero había un problema, algo que no encajaba del todo. Físicamente sentía con claridad su temperatura estabilizarse, dentro de su pecho, en su alma, su corazón se estrujada con fiereza.
Entre inhalaciones pesadas abrió un poco los párpados, logrando ver figuras borrosas cerca de él.
Escucho su nombre a lo lejos, concentrándose en reconocer a quien se había atrevido a empujar su pecho.
-Quien quiera que seas, date por muerto.- susurró apenas, los labios rígidos de baja tonalidad azulina.
El anciano sonrió al escucharlo, infundiendo más chackra en el cuerpo del hombre.
-Esta reaccionando, continúen así.
Madara se enteró entonces de la identidad de las manchas que lo rodeaban, un grupo grande de Uchihas que concentraban pequeñas esferas de fuego cerca suyo para darle calor.
Perdida toda posibilidad de fingir una muerte digna, llevo su mirada cansada hasta el anciano, que sonreía orgulloso de haber ayudado a su líder.
-Madara sama, estaba muriendo señor, con suerte y su fuerza, pudo salvarse. Vivirá, se lo aseguro.
Madara esbozó una sonrisa cínica que no fue comprendida, riendo segundos después con amargura ante la palabra "salvarse".
¿Salvarse de donde?
¿Vivir?
¿Vivir de que?
Estaba vacío. El ya no tenia oportunidad de salvarse, ni de querer, ni de soñar, no tenía nada desde que la muerte se había llevado a Izuna con su ultimo toque de esperanza. El ya no vivía. Ya no cumplía años. No tenia sueños, ni aspiraciones, absolutamente nada, si alguna vez las tuvo, ya no. Ya no...
La risa que estalló en su líder lleno de alegría y templanza al clan entero, que se regocijo con el signo falso de vitalidad de su cabecilla, acompañándolo en el festejo con risas de euforia. El mismo clan que le daría la espalda más tarde, el clan cuya caída algún día vería orquestar.
La vida lo convertiría en un mártir, en un villano y, finalmente, en una leyenda pero ahora, acostado en una manta con abanicos bordados, rodeado del ígneo hipócrita, tendría el derecho de soltar risotadas amargas, de reconocer la pérdida como un afronte guardado por siempre porque nunca se le concedería una oportunidad para contar su versión de la historia, relevándolo a ser un fantasma, el más poderoso, si, pero también el peor.
Y mientras más reía Madara, más se lastimaba, escociendo una herida que no sanaría jamás en su alma y que nadie nunca se ocupó de coser.
¡Feliz cumpleaños, Madara Uchiha!
MadaIzu
Bueno, su vida fue un asco, literalmente :'v
Creo que con una existencia tan, tan pésima, no le quedarían ganas de cumplir años. Es decir, en medio de guerras, muertes, destrozos, ser considerado un demonio, traicionado por su gente a la cual defendió siempre...en medio de todo, la perdida de su hermano pues, no, no es algo que celebrar un año más. O eso creo.
El punto es que, antes de que todo se fuera por la borda,Izuna resulto ser el máximo (el único) apoyo de Madara. Incluso su sacrificio, su recuerdo, le dio fuerza para no dejarse caer. Por eso creo que el amor entre estos dos, la adoración más que nada, es una pequeña semilla de alivio para el calvario que sufrieron.
Si os gusto, regalenme una estrella y déjenme su comentario.
Nos leemos ;)
~Shuyaneko~
❤
13 de diciembre del 2018
Para publicar el día 24 de diciembre.
Logrado.
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