veintitrés





—No comprendo... —susurró y las lágrimas brillaron en sus ojos—. ¿Si tanto lo necesitaban por qué lo desecharon así? ¿Por qué en aquel lugar?

—Tal vez El perro del Diablo cambió su anatomía. Sabes que a Jerome le gustan los Omegas de cuerpo delicado, seguramente no aceptó que un Cotidiano de su tipo sea así. Ivar lo es... pero su belleza se asemeja a otra cosa —comentó Ignacio y observó las mejillas rojas de Ismael. Anton Drozhin les había ofrecido un poco de té y tiempo al aire libre. La bebida era amarga pero el clima de Rusia les traía algo de calma.

Habían pasado algunas horas. El ruso se quedó con Ivar para analizar su sangre y otras cosas que Ignacio no se permitió ver. La incomodidad se sintió cuando Ismael dejó caer secas lágrimas por sus mejillas. Suaves, lentas. Dignas de un Cotidiano que apenas conocía el sentimiento. El español posó una mano en su espalda para reconfortarlo, no sabía qué decirle.

—Vinimos a este mundo para complacer a otros —susurró e Ignacio sintió ardor en su pecho—. Y ahora nos regalan como armas. ¿Qué tanto quieren? Es solo un cachorro. Es un cachorrito de nueve meses.

—Nosotros también somos armas... Ismael.

—¡Pero no para matar! —gritó y rápidamente lo miró. El castaño se puso pálido y bajó la mirada. Ignacio sonrió de lado—. Yo...

—He matado —respondió—. Yo maté, Ismael. Aún si fuera por justicia propia, sigue siendo sangre en mis manos. Tal vez... los alemanes se dieron cuenta de ello. Que Jerome Schliemann tenía las herramientas para crear un ser para matar. No una persona, no un Omega, un Cotidiano.

Ismael no respondió. El Cotidiano a su lado se acercó y lo tomó de la mano.

—Nosotros no le debemos nada a este mundo, Ismael. Siquiera los Omegas nos tienen respeto —murmuró volviendo la mirada a la camioneta—. Tal vez Ivar es una oportunidad para que nos tomen enserio. Ellos no son más que nosotros, son asquerosos. Piénsalo, ¿por qué tenemos que venir al mundo a limpiar sus mierdas? ¿por qué debemos salvar Omegas si después nos escupen en la cara?

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Ismael con los ojos irritados del llanto. Ignacio cerró la boca pero su mirada no se apartó. Cotidiano Ismael frunció el ceño—. Nosotros venimos de ellos.

—No nos merecen —habló fuerte y se acercó a Ismael—. Esta gente no nos merece. Nadie te merece a ti, ni siquiera tu Alfa.

—Soy feliz con mi Alfa —respondió.

—¿Lo eres verdaderamente? —preguntó Ignacio—. ¿Crees que... si tuvieras la oportunidad de elegir a tu pareja... seguirías con él? Ni siquiera te escuchó cuando dijiste que querías adoptar un niño.

—A él no le gusta. Yo respeté eso.

—Te inyecta para tenerte bobo en sus celos, ¿también respetas eso? —habló e Ismael lo miró con ojos sorprendidos.

—¡Ya basta! —alzó la voz e Ignacio retrocedió. El rostro de Ismael se puso al rojizo puro y rápidamente se acercó, pero no lo tocó—. Debes detenerte. Así vinimos al mundo y así nos iremos algún día. Ivar no demostrará nada porque no necesitamos que nos reconozcan. Yo soy feliz salvando cachorros. Estoy conforme con lo que hago y tengo, ¿por qué no puedes entender eso?

—No quiero que me vean como un objeto para follar. No quiero que me vean, que te vean y solo piensen en la suerte que tiene tu Alfa o el mío por cogernos —habló—. A ti no te molesta porque el único Alfa que pasó entre tus piernas fue William y nadie más. Pero a mí me mataron una vez. Me violaron y me masacraron. Y tú no sabes cómo se siente. Estoy aquí, con otro rostro y otro propósito, pero aún esos recuerdos me persiguen. Yo no quiero un puto Alfa, no quiero proteger a esta gente mugrienta. Por mí que se ahoguen todos en su misma mierda.

Ismael tragó saliva. Sus ojos claros se clavaron en los negros, suavemente se acercó, dejando un suave golpe en los hombros del Omega—. Debes comprender, Ignacio, que no todo el mundo tiene que cargar con la culpa de quienes te dañaron.

Ignacio se quedó callado unos segundos. Siquiera lo miró, el británico apretó los labios pero no dijo nada más. Hablar sobre el pasado de Cotidiano Ignacio era muy delicado. Sin embargo, el de cabello corto solo murmuró, sin mirarlo.

—Tú no entiendes —respondió el moreno. Ismael sintió que su piel se erizaba—. Tú jamás entenderás.

—Perdóname, Ignacio —susurró y los ojos oscuros del más bajito se volvieron. Tenía la mirada abarrotada, entre enojo y dolor. Ismael no supo qué decir, no era lo mismo que hablarle a un civil. Había visto tantos casos de Omegas violados que se sorprendió ante sus propias palabras. Ismael se sintió insensible, pero Ignacio no era como aquellos otros chicos y chicas asustados y atemorizados. No. Ignacio en vez de llanto y terror buscaba el dolor y el sufrimiento de otro.

—A tu cachorro también lo violaron —habló Ignacio y su rostro se puso rojo—. Sentí el aroma de la sangre bajo sus uñas. Él es como yo. ¿También le dirás eso?

—Solo digo que... No hay que castigar a todo el mundo por el acto de unos pocos. Matarlos no te hace mejor que ellos, Ignacio.

—Yo no quiero ser mejor —respondió—. Si a ti te llegan a violar todos los cerdos que desean joderte yo me encargaría de hacer justicia por ti. Porque es mejor que las cosas sucedan así. Porque hay tanto hijo de puta suelto que puede arreglarse con un poco de billetes y seguir con su vida. Pero eso no pasa cuando tienen el filo del cuchillo sobre el cuello. No pasa, Ismael. Porque si tu cachorro porta en su sangre El llanto de Isak no solo despejaremos a todos esos animales de su lado salvaje, los destruiremos. Se destrozarán de la misma manera que asesinaron a los débiles por cientos de años.

—No estás razonando —respondió Ismael frunciendo el ceño. Se apartó de Ignacio y este lo miró—. No todos los Alfas tienen la culpa, Ignacio, debes detenerte. Ivar no erradicará nada, es un cachorro, y como el cachorro que es me encargaré que Anton Drozhin lo despoje de eso que tiene. Él... no es un arma, Ignacio, ni tampoco lo será para ti. Es un niño y pagaré lo que sea necesario para llevármelo a casa.

—¿Acaso no sabes lo que El llanto de Isak hace con su portador? —preguntó Ignacio.

—Lo resolveremos.

—No es así —escucharon y los dos Cotidianos volvieron el rostro. Ismael sintió un ligero cosquilleo por todo su cuerpo cuando observó el rostro de aquél niño. Ceño fruncido, ojos jade y hermosos bucles dorados caían por su cuello. Tenía un rostro fino y una leve cicatriz cruzaba su frente. Ignacio abrió los ojos con sorpresa, la apariencia de aquel mocoso se parecía a la de Ismael—. No es tan fácil como creen.

—¿Eres un Cotidiano? —preguntó Ismael.

El niño frunció el ceño. Tenía alrededor de once o doce años, no supo darse cuenta. Traía puesto pantalones cortos negros y un buzo a cuadros de lana color vino. Ismael se sintió extraño y rápidamente volvió el rostro a Ignacio.

—¿Eres el cachorro del demonio ruso? —habló el español y el niño contestó al segundo.

—Mi madre está en cama por su cachorro —habló y el moreno asintió. Ismael lo miró confundido. Siquiera sabía de dónde sacaba tanta información sobre aquella familia. El británico se removió, aquel niño no se parecía en nada a los otros hijos de Drozhin—. No subestimen El llanto de Isak.

—No lo subestimamos —habló Ignacio—. Sabemos lo que es.

El niño frunció el ceño apenas. Sus ojos verdes bajaron al suelo, y lentamente retrocedió. Ismael entrecerró los ojos, era un cachorro hermoso.

—Deberían tener cuidado con él. Aislarlo... sería lo mejor —terminó y se retiró por la puerta hacia la casona. Ambos se quedaron quietos y volvieron la mirada hacia el jardín. El viento chocó contra el rostro de ambos y las tazas de té yacían a sus costados, ya frías.

—Los niños rusos son tan extraños —murmuró Ignacio tomando un sorbo del té frío. Su ceño se frunció y sin embargo siguió bebiendo. Se quedaron en silencio un largo rato, Ismael toqueteaba los bordes de su ropa, esperando ansioso la respuesta del Alfa ruso respecto a Ivar—.  ¿Qué tal si lo desconectas?

—No lo haré, es mi cachorro —respondió Ismael bajito. Su mano acarició su pecho y bajó a su estómago suavemente—. Haré lo que sea necesario para que esté conmigo.

Ignacio no contestó. Creyó que era un hecho cruel para Ismael. Pensó en las veces que se encontraron y charlaron sobre aquello. Le pareció terrible que Ismael, al ser un Cotidiano tan importante, tuviera que sufrir los anhelos de un Omega normal. El tener un cachorro era un deseo fuerte que poseía su cabeza, y a pesar de saber que su vientre era lo más infértil del mundo lo hacía sentirse mal por él.

Porque Ignacio sabía que si Ivar poseía El llanto de Isak en su cuerpo nada bueno saldría de él. Porque los alemanes no andaban de juegos y mucho menos lo iba a ser un ser como ellos. Cotidiano Ivar ya había sentido la sangre de un Alfa en las manos, y sabía que lo único que prometía aquel cachorro era la destrucción completa. Era un hecho inevitable y nada ni nadie podría detenerlo, sin embargo, sus ojos negros se clavaron en el semblante cansado de Ismael y sonrió suavemente, mintiendo.

—Todo estará bien. Salvaremos a tu cachorro —murmuró y lo atrajo hasta su cuerpo. El británico apoyó su cabeza contra el hombro del moreno y cerró los ojos con fuerza. Ignacio tarareó suavemente contra su cabeza, perdiendo su mirada en las nubes grisáceas—. Todo... saldrá de maravilla.





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