veinticuatro
—Ivar tiene El llanto de Isak por todo su cuerpo. Les recomiendo evitar cualquier contacto con su sangre, tal vez a ustedes que son Cotidianos no les afecte, pero cualquier persona puede correr el riesgo de enfermar —habló Anton Drozhin cargando el cuerpo del rizado para ponerlo sobre una silla de ruedas—. Evitar el contacto con personas que tienen antepasados puros, ya sean Alfas y Omegas. Recomiendo aislarlo, si es posible dormirlo. A quien sea que este Cotidiano pertenezca, no se lo entreguen. Él... aún no ha despertado.
—Cuando habla sobre dormirlo... —susurró Ismael tomando la silla de ruedas con cuidado. Ignacio cubrió las piernas de Ivar con una manta—. ¿Se refiere a matarlo?
—Lamento si es una decisión fuerte, puesto que me ha dicho que se trata de su cachorro —murmuró el Alfa. Estaban afuera de la casona, el clima desastroso de Rusia avanzaba sobre sus cabezas y la camioneta negra mantenía las puertas abiertas para subir la silla. Ignacio frunció el ceño cuando miró a Drozhin—. Yo digo que es lo mejor tanto para ustedes y para él. El llanto de Isak lo único que trae es sufrimientos y desgracias, incluso para su portador.
—¿Entonces por qué lo inventó si tanto lo evita? —preguntó el español y el Alfa lo miró.
—Yo no soy su creador —terminó y se inclinó con suavidad. Abrió el portón con cuidado y los invitó a que se fueran. Ismael se despidió con una reverencia y subió a la camioneta con Ivar. Ignacio miró con el ceño fruncido al hombre.
—¿Sabes quién es Henry Weston?
Drozhin miró con rapidez la camioneta y luego volvió al Cotidiano. Su expresión dura no cambió ni tampoco titubeó cuando respondió a su pregunta.
—Sé que ese Cotidiano es suyo —murmuró, se hizo a un lado cuando la camioneta dió marcha atrás—. La verdad es que... yo no tomaré cartas con Alemania por agarrar El llanto de Isak. Tampoco dejaré que los medios me envuelvan en problemas ajenos. Henry Weston es un Alfa puro que aprendió a convivir con civiles, yo no confío en eso. Ninguno de los míos es lo suficientemente funcional como para portar un cargo en el gobierno y él domina el mercado. Si los Cotidianos se crean a la medida de su Alfa no quiero pensar en lo que es capaz el cachorro que tanto protegen. Henry es un hombre disfuncional, listo y manipulador, siquiera el Gobierno alemán puede controlarlo y le han tirado los palos a COTIDIANO OMEGA... porque si ese Omega que tienen ahí es la última esperanza de los alemanes... no quiero pensar en el peligro que carga.
—¿Puede ser más peligroso que la bestia rusa? —preguntó una vez más y Drozhin frunció el ceño apenas, como si hablar de eso le disgustara.
—Isak era un niño... Un humano que cargaba con su Alfa. Solo dañó a mi familia —respondió—. Pude controlarlo porque es humano... pero no sé... cómo sea con un Cotidiano. Ivar es extraño.
—Entiendo —Ignacio se inclinó con respeto—. Espero que su familia se encuentre saludable. Y si algo pasa... trataré de que no lo involucren.
El Alfa asintió a pesar de no creer en la palabra del Cotidiano. Ignacio se subió a la camioneta y viajaron en silencio cuando la lluvia empezó a chocar contra el vidrio. No sacó charla ni tampoco lo hizo Ismael, el español volvió la mirada por el retrovisor y pudo ver a Ivar en el fondo, tan dormido sobre la silla de ruedas que parecía un cadáver. El Omega que lo había insultado estaba recostado en el asiento de atrás y siquiera parecía haberse dado cuenta que ya estaban camino a casa.
No duraron ni una mañana más en Rusia. El frío no era bueno para los Cotidianos y rápidamente alzaron vuelo hacia sus hogares, Ismael se quedó con Ivar y el Omega lo acompañó en silencio. Le pareció sumamente callado y cansado, lucía debilitado. Ignacio no hizo ningún comentario sobre lo que pensaba de Ivar y se despidió formalmente con Ismael.
Poco le importaba los sentimientos de Ismael con Ivar. Anton Drozhin era un Alfa peligroso en todos los sentidos, bastante listo y viejo como para saber todo el tablero del juego. Ignacio sabía eso, le fue fácil comprenderlo porque ambos se manejaban en el mismo mundo, cosa que Ismael no tenía. Cuando el español llegó a su casona pidió un baño caliente al instante.
Ignacio se quitó la ropa y rápidamente se metió al agua, las burbujas le hicieron cosquillas en la nuca y solo enterró su cuerpo por completo. Mantuvo la respiración y esperó oír el vacío de sus movimientos bajo el agua. Trató de evocar a la paz y a la calma para pensar claramente. Si ataba los cabos como debía sabría sacar provecho del asunto.
Cotidiano Ivar era un arma. Era de su mismo modelo y tal vez por eso se sintió tan atraído por él la primera vez, algo raro había sentido y esa era la razón. No entendía el por qué Jerome dejó que ese Cotidiano estuviera en manos de civiles ni tampoco el por qué lo soltó bajo un costo sumamente pequeño. Ivar representaba una nueva gama de Cotidianos, no solo sujetos para complacer como lo era Ismael, sino también para luchar. Ignacio se elevó nuevamente cuando no pudo respirar y secó sus ojos, llevó una mano a su cabello corto y frotó suavemente, perdiendo por completo la atención hacia las demás cosas.
¿Qué tanto podría rescatar de todo esto? Hacía mucho tiempo se rumoreaba el ataque de Alemania contra Rusia. Se habían traicionado hace más de cien años a pesar de un tratado. El clima de mierda y las bestias salvajes en las fronteras fueron un alto para los alemanes. Siquiera los Alfas puros de Europa pudieron con la sangre nativa de los más fuertes. Era una ventaja grandísima, las bestias rusas soportaban el frío y el cambio climático con más potencia, eran enormes y dejaban mal parados a cualquier Alfa de alto rango que fuera de otro país. Venía de tiempos viejos, los rusos tenían bestias fuertes y eso había sido el orgullo de toda una larga lista de generaciones. Ignacio supuso que Anton Drozhin fue una cucharada de su propia medicina, era fuerte, listo y le había entregado a Alemania en bandeja de plata la respuesta ante su gran imperio de salvajes. El llanto de Isak no era solamente un experimento entre tantos.
Hasta Jerome Schliemann en toda su honra y narcisismo juraba que Anton Drozhin era su rival más grande, a pesar de que este estuviera retirado por completo. En el mundo bajo le temían y respetaban e Ignacio siquiera prestó atención al porqué. Sabía lo que El llanto de Isak hacía, pero jamás creyó que un lobo de Drozhin tuviera tanto empeño en evitar tal desgracia. ¿Era un experimento tan grande como para que Alemania lo tomara como prueba? ¿O resultaba ser tan absurdo como para tirarlo a la basura, como Jerome hizo?
¿Por qué utilizar a Henry Weston? ¿De qué manera iba mover las piezas Alemania para atacar a Rusia? Ignacio tenía tantas preguntas en su cabeza que no pudo pensar bien. La primera vez que salió al mundo fue sumamente juzgado por no ser como los otros Cotidianos. La cena anual de las clases altas lo dejaron mal parado muchas veces. El Cotidiano de España era un lunático, decían, un desquiciado, maldito, engendro de Satanás con carita de ángel. Ignacio no mencionó nada, pero le hizo justicia a todos sus apodos. Todo el mundo lo consideró disfuncional, hasta el mismo Ismael. Ignacio jamás olvidaría su ceño levemente fruncido y su mirada juzgadora, nadie quería a un Cotidiano con las manos sucias. Nadie quería que los platos mugrientos se vieran a la vista e Ignacio era la moneda reluciente de la corrupción en Cotidiano Omega. Todos lo habían insultado, pero cuando los alemanes lo vieron la intriga creció.
Ignacio no lo comprendió hasta ese momento. Él había sido el primer Cotidiano que tomó justicia por mano propia. El primer Cotidiano que tenía el físico de toda codicia y el cerebro y las acciones de un total desquiciado. Si los Cotidianos podían ser sujetos para complacer también podían ser para matar, y eso lo vieron con Ignacio. El español se quedó quieto y bajó la mirada a sus manos. Él no sentía culpa por sus actos, no sentía nada más que un vacío indudable en su cabeza cada vez que pensaba en toda la gente que había torturado. Trató de juzgar sus acciones. Había matado, ¿Se sentía culpable? No. ¿Había pensado en los cachorros de aquellos Alfas? Tampoco. ¿En su imagen? Mucho menos. ¿Por qué no sentía nada, por qué no sentía culpa? Tal vez algo le faltaba. Tal vez Cotidiano Ivar era como él.
Tal vez los Cotidianos que Alemania necesitaban eran como él. Ignacio movió apenas la cabeza cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse, sintió un aroma suave a hierbas y supo que se trataba de su Alfa. Los ojos de Ignacio se elevaron a la silueta enorme y a la mirada gentil de aquél hombre viejo. El cabello cortado y cano, las arrugas a los lados de los ojos y la sonrisa amable que le brindó no causaron nada en él.
—Estás de vuelta —habló e Ignacio apretó la mandíbula cuando aquél le besó la mejilla. El Omega recostó el mentón sobre el borde de la tina y miró al hombre. No le gustaba ni tampoco le llamaba la atención, solo permanecía a su lado porque se sentía cómodo. Era una persona gentil que no parecía importarle sus acciones. Ignacio lo odió los primeros dos años que estuvo con él porque no comprendía cómo había terminado siendo el Omega de tal Alfa. Sus morales eran distintas, su manera de pensar, de actuar, de todo. El Omega se relajó sobre la tina cuando el Alfa volvió a la habitación y empezó a quitarse el traje de trabajo.
Le molestó su presencia porque no lo dejaba pensar bien. Ignacio se levantó y secó su cuerpo con rapidez cuando salió del baño. Su Alfa se había puesto ropa cómoda y se había tirado sobre la cama con pereza. Era un hombre que parecía no tener problema con nada y eso lo desesperaba más. Ignacio avanzó desnudo sobre la habitación y se paró enfrente suyo. Los ojos claritos de aquel se clavaron en los suyos y sonrió amablemente. Ignacio apretó los puños.
—Estuve en Rusia.
—Creí que no te gustaba ese país —habló y tomó el periódico que sacó de su bolso negro de trabajo. Ignacio frunció el ceño cuando se sintió ignorado, rápidamente sus ojos se dilataron y avanzó con rapidez a manotear el papel grisáceo. El Alfa lo miró con sorpresa—. Sé que no te gusta que te miren cuando estás desnudo.
—Pero no me ignores así —habló.
—¿Acaso crees que soy de piedra? —susurró el Alfa y apretó la mejilla del Omega con ternura—. Si veo tu cuerpo desnudo querré tocarme y a ti no te gusta eso.
—Claro que no me gusta, es abuso.
—Pero no te estoy tocando.
—Lo estás haciendo en tu mente y eso me molesta, no tienes permitido hacerlo —Ignacio golpeó el rostro del Alfa con el dedo y este se quejó bajito. Se sentó sobre la cama y se recostó con pereza, contagiando a su compañero—. Además, ¿A ti no te gustaban los Alfas?
—Mnh, me gustan cuando pienso en ti —murmuró y el Omega lo miró, el Alfa había tomado nuevamente el periódico—. No me golpees, por favor.
—Búscate una pareja, no aguanto tu coqueteo absurdo —habló—. Además es solo un cuerpo, hay muchos Omegas iguales a mí en el mundo.
—No es lo mismo.
—Claro que lo es.
El Alfa no dijo nada e Ignacio solo se quedó acostado. Aún sentía su cuerpo fresco y suavemente volvió la mirada, pocas veces se había acostado con él. Era suave, lento y placentero. Él disfrutaba de darle placer a pesar de que eran pocas las veces que Ignacio se sentía necesitado, si fuera por el Cotidiano jamás tendrían intimidad, pero su cuerpo necesitaba de un alfa al menos unas pocas veces al año. Ignacio lo comprendió, no era complemente independiente como pensaba, su cuerpo requería el calor de otro Alfa para seguir funcionando. Así pasaba con todos los demás, no sabía si Ivar contaba. Eran unas dos o tres veces al año, en la mayoría había probado drogas para no recordar y aunque su Alfa no estuviera de acuerdo no tenía ganas de estar consciente durante el coito. Si su cuerpo necesitaba semen Ignacio prefería estar perdido por completo durante el acto. No le molestaba olvidarse de dos días de su vida y después despertar un poco agotado en cama. Eso sí, no dejaba que lo marcara, ni un chupón ni tampoco mordidas en los muslos.
El Cotidiano frotó un poco el rostro contra la cama cuando el Alfa habló.
—En dos semanas será la cena de gala —Ignacio lo miró—. ¿Vendrás?
—No, no soy un maldito trofeo para presumir. Si quieres ir cómprate otro Cotidiano.
—Pero sirven buena comida, piensa en eso —el Alfa golpeó su nalga con el pie y el otro lo miró con enojo—. Vamos, dicen que esta vez irá un chef muy reconocido.
—No iré por tu estómago, nadie nos quiere en esa fiesta estúpida —respondió y volvió a recostar la cabeza contra la cama.
—Tienes razón, estoy muy fofo, debería hacer ejercicio —El Cotidiano lo miró, su Alfa era un hombre grande y alto, sí estaba gordito, pero no se notaba—. No he ido en tantos años que ya siquiera me preocupa mi figura. No puedo presentarme así a tu lado, ¿Qué dirán los otros Alfas? ¿Cómo puedo presentarme en mi estado siendo que tú eres demasiado bello? A veces me gustaría hacer dieta, pero estoy tan viejo que lo único que espero es el día de mi muerte y disfrutar lo que me queda probando grandes delicias.
—Deja de decir eso, no estás fofo, solo eres de huesos grandes —contestó—. Todo el mundo dice que eres un Alfa muy bueno, yo soy el malo aquí. No soy un Omega para ti y lo sabes.
—Yo te quiero, eso es lo que importa. ¿Seguro que no quieres ir? Irá Ismael, él es tu amigo, ¿No?
—Yo no tengo amigos —susurró cansado. Y lo miró—. Deja de insistir, no iré y no dejaré que me lleves. Si sigues hablando de esa cena acabaré contigo.
El Alfa se encogió de hombros y siguió leyendo el periódico. Ignacio se recostó nuevamente sobre la cama y esta vez se arrastró hacia su lugar, enterró su cuerpo debajo de las sábanas y su cabello húmedo mojó el almohadón. Las cenas de gala de las clases altas eran exclusivamente para Alfas que poseían Cotidianos. Eran juntas muy costosas que organizaba Jerome para presumir a sus hermosos Omegas y todo el dinero que poseían. A Ignacio no le gustaba aquellas juntas, por la madrugada Jerome inyectaba a los Cotidianos y realzaba su celo para divertir a los Alfas. Una vez incluso observó cómo compartían a uno entre tres, eso devastó a Ignacio y nadie evitó que la cosa terminara mal. Lo golpearon por faltar el respeto y él no hizo más que rebanarle el miembro con el hierro ardiente de la chimenea. Ellos no eran más que él, y se los gritó, nadie era más fuerte él, ni un puto Alfa.
Sin embargo, la lamparita en su cabeza pareció prenderse.
—¿Sabes si Henry Weston irá a la cena?
—¿Henry Weston? —preguntó su Alfa frunciendo el ceño—. No lo conozco.
—Es un político alemán, él...
—¡Ah! —el hombre sonrió—. Claro, sí, sé de quién hablas. La verdad es que no sé si irá, amor, se rumoreaba que iba a tener un Cotidiano pero no sé si ya lo tiene en su hogar. Mmm... creo que se lo darán en la cena. Ya sabes, es una bienvenida a los nuevos socios. ¿Por qué preguntas?
—A Ismael le interesa —respondió. Ignacio apartó la mirada, si Henry Weston iba a la cena inevitablemente se cruzaría con Ismael. Se preguntó qué clase de Alfa sería, Anton Drozhin le había advertido sobre él. Ah... si el mismo Alfa ruso y la Alemania misma no podía contra Henry algo grande equipaba consigo. ¿Por qué no matar su duda? ¿Qué tan peligroso era aquél Alfa y porqué todo un gobierno le temía?
Y lo más interesante era saber el por qué Ivar debía estar con él.
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