siete
—No permite que nadie entre.
Habló fuerte y claro, apartó la mirada un poco cuando escuchó el sollozo del Omega fuera de la habitación. El alfa suspiró y frotó su rostro, estaba sentado en su silla, frente a su lujoso escritorio de vidrio ante una mañana tormentosa como aquella. Jared bajó la mirada a su ropa, traía el mismo traje que la noche anterior, cubierto de sangre.
—Peter dijo... Que Ivar se acercó cuando notó que no la estaba pasando bien —comentó, el alfa frente a él levantó la mirada, lo notaba disgustado, enojado, podía verlo en sus ojos, en sus labios. Jared se encogió de hombros cuando llevó una mano a su mentón. El amo parecía bastante cruel cuando estaba enojado.
—Estuve leyendo sus capacidades —habló y se levantó de su silla. Jared lo miró con el ceño fruncido, y sintió un poco de escalofrío cuando fue directo a la puerta y la cerró con cuidado. Se quedó unos segundos ahí de pie—. Cotidiano Ivar iba a ser el Omega de Henry Weston.
Jared abrió los ojos con sorpresa, retrocedió unos pasos y su semblante cambió de un segundo para el otro. Rápidamente se acercó al alfa.
—¿Qué...? ¿Qué mierda estás diciendo? —murmuró—. ¿Compraste el puto cotidiano de Henry Weston? ¡¿En qué mierda estabas pensando?! ¡Debes devolverlo, tienes que devolverlo! ¡Sabía, sabía que algo raro pasaba con él, lo ví en sus ojos, están vacíos, vacíos, estaban vacíos, César!
—¡¿Quieres callarte?! —rugió el alfa cubriendo su boca, lo arrastró lejos de la puerta y lo soltó cuando el Omega se resistió, su mirada salvaje, fuerte—. No es para tanto, Ivar fue desechado, ¿Entiendes? La compañía Cotidiano ni en sueños fabricaría un Omega personalizado para ningún civil, ni siquiera para mí.
—¿Y cómo mierda llegó a tus manos? —preguntó temblando.
—Yo... Conseguí un aparato antiguo para leer sus memorias, lo tengo ahí, cuando me dijeron que iba a ser un Omega destinado para el gobierno Alemán no dudé en comprarlo, tiene demasiada información. Demasiada, Jared —habló y un brillo misterioso se presentó en sus ojos—. Henry nunca solicitó un Cotidiano, alguien del gobierno lo mandó a hacer, él no tiene idea, no tiene una jodida idea que la memoria de un Omega artificial está en el bajo mundo. Aquí, aquí. Con toda su puta información.
—No te metas ahí, no lo hagas... —negó el Omega—. Por algo lo vendieron, por algo no se lo entregaron... César, tu prioridad es cuidar aquí, cuidar de nosotros, no te metas con Henry, es un alfa puro, es un maldito cínico... Y no creo que Ivar sea flores y amor para un alfa de su tipo... Ese Omega no fue hecho para ti, ni para nadie de aquí. Fue para Henry.
—Le arranqué sus memorias, no lo reconocerá.
—Anoche reconoció sus protocolos de seguridad, reconoció su puta capacidad de romperle la cara a un alfa siendo un Omega de sesenta kilos. ¿Crees que no luchará por buscar sus memorias?
—Fue solo un reflejo —habló—. Eso... Fue solo un reflejo de lo que pudo haber hecho antes. Perderá sus conocimientos al pasar el tiempo.
—Pero si los pierde... ¿Qué quedará después?
—No lo sé.
—Ivar.
Nada. El silencio detrás de la puerta fue monótono, terrible. El alfa suspiró un poco y volvió la mirada, Jared junto a otros Omegas miraban todo con suma atención. César maldijo en su interior y los miró mal, agitando un poco la cabeza para que se fueran. Cuando el pasillo quedó vacío volvió su mirada.
—Ivar —murmuró, el silencio volvió, cerró los ojos—. Sé que probablemente estás asustado. Que no entiendes muy bien lo que pasa... Lo que hiciste. Pero déjame pasar, ¿Sí?
Escuchó que la puerta se abría y relajó su rostro, César miró dentro y el rostro de Ivar apareció ahí, aún cubierto de sangre, con la mirada perdida y el pecho desnudo. El alfa recorrió la mirada por todo su cuerpo.
—Pasaré —habló y entró con cuidado. La mañana estaba ruidosa afuera, tormentosa, fuerte. Rápidamente se acercó a los ventanales y cerró con cuidado, el agua había mojado el suelo de madera, las cortinas, le pareció siniestro y terrorífico el hecho de ver que la luz opaca del día reflejaba la habitación oscura de Ivar, con él lleno de sangre y su mirada perdida—. Hace frío... Te ibas a enfermar si seguías con las ventanas abiert...
—No puedo enfermarme —contestó y se dió la vuelta, Ivar apareció frente a él y se encogió un poco de hombros. A veces le disgustaba mucho que hiciera eso—. Quiero preguntarte algo.
César lo miró, sus ojos negros se clavaron en los azules, fuertes, Ivar tenía un hilo de sangre recorriendo su cuello, su pecho, notó la sangre de sus dedos. Sabía que se había escarbado la carne de su nuca para encontrar sus memorias, aquellas que estaban ocultas en su despacho.
—Déjame curarte la herida en el cuello mientras hablábamos... ¿Sí?
Ivar se sentó en la cama cuando fue a buscar en un cajón el pequeño botiquín que todos los cuartos tenían. Contenía en su interior cosas básicas, rápidas, pero lo suficientes para sanar cualquier herida interna o externa. Debía tenerlos, siempre, como también la ropa limpia, los anticonceptivos y, cuando la cosa estaba dura, tal vez un poco de drogas camufladas en potes de pastillas normales. Sus omegas a veces pasaban malos ratos, y las habitaciones como esas tenían el equipamiento necesario ante un alfa, incluso entre toda la habitación se podían encontrar navajas, pequeñas, grandes, por si la situación se ponía fea.
—Me faltan mis memorias —habló Ivar. César descubrió el cabello sobre la herida en su nuca y frunció el ceño con una mueca, la piel estaba rojiza, destruida, pero aún podía ver el espacio donde antes habían estado su pequeña y gran memoria—. Me las arrancaron, no lo había notado al principio pero...
Se quedó en silencio.
—¿Fuiste tú?
Preguntó y detuvo sus movimientos, la sangre en la nuca de Ivar caía lenta, sus heridas, todo, cualquier Omega normal estaría de urgencias por algo así, pero Ivar parecía considerarlo como un pequeño rasguño. César apretó los labios y miró de reojo cómo las venas empezaron a marcarse en el cuello de Ivar, en sus antebrazos, su mano hecha puño. Fue al segundo siguiente que miró al espejo a lo lejos y observó sus grandes ojos, dilatados, enormes. De repente le pareció una criatura extraña, deforme, bastante delgada a pesar de tenerlo a unos centímetros. César miró el rostro en el espejo con atención, alterado, extraño.
—Cuando te compré ya estabas así —habló y siguió limpiando la herida. Ivar tomó su mano y su corazón latió con fuerza por unos segundos, su alfa se removió en su interior y sus ojos destellaron, pero evitó reflejarlo cuando la mirada azulada de Ivar lo miró. El dolor que sintió en su pecho se presentó extraño, ante la sorpresa de ver un ser hermoso, de aspecto tranquilo y sereno. César volvió la mirada al espejo, recordando la deformidad de aquella figura. Pero duró pocos segundos cuando Ivar tomó su mano y la miró con cuidado—. ¿Pasa algo?
—¿Porqué me estás mintiendo? —murmuró sin siquiera mirarlo, sus dedos llenos de sangre seca recorrieron las venas notorias en su antebrazo, juguetón. César tragó saliva—. Puedo sentir tus latidos... Estoy muy enojado, mucho...
Habló a pesar de no expresarlo en el rostro, César soltó el algodón y llevó una mano al rostro de Ivar, el Omega levantó la mirada.
—Está bien... Está bien... Yo... Te he mentido —empezó y acarició su mejilla, los ojos de Ivar se dilataron de a poquito, y suavemente el alfa se alejó de sus toques, y acarició sus rizos. César apartó la mirada a la ventana, y frunció el ceño, cansado—. No quería decirte esto... Yo... No lo creí necesario. Sí. Fui quien te arrancó las memorias.
César esperó ver algo, alguna expresión, alguna mueca, pero Ivar se quedó en la misma posición, con el mismo rostro, con todo, como si lo hubieran congelado en el tiempo. El alfa notó que sus labios temblaron un poquito, y que rápidamente sus ojos se dilataron con fuerza, completo. No sabía si todos los Cotidianos eran así.
—Espera... Yo... El día que te compré vino un hombre aquí, un beta —habló, y dejó de tocarlo—. Me dijo que lo hiciera, que te han desechado porque... Porque tu alfa no te quiso, te vendieron así, con sus memorias, sus cosas, y quitándote esos recuerdos ibas a poder vivir bien sin su rechazo. Solo fue eso... Ivar, ese hombre, el que te vendió, se llevó tus memorias para fabricar un Omega nuevo.
Ivar no dijo nada, pero sus ojos volvieron a su estado normal. De repente apartó la mirada, y en sus ojos se reflejó la tormenta de la ventana, ahí, en su rostro pálido.
—¿Mi alfa no me quiso? —se preguntó y pareció descomponerse más. Bajó la mirada—. Por eso no te reconocí. Tú no eres mi alfa. Eres un desconocido.
—Piensa del lado positivo... Eres el primer Cotidiano verdaderamente libre —habló—. Tienes la oportunidad de querer a cualquier hombre o mujer que te guste.
—No... —respondió—. Yo no puedo querer, ningún Cotidiano puede hacerlo. No podemos sentir... Ninguna cosa que desconocemos... Aquí —murmuró y llevó una mano a su nuca—. Un Cotidiano sin sus memorias no es un ser libre. Es condenado, cada palabra, cada pensamiento, cada cosa que hago fue programada, fue hecha alguna vez en la historia del mundo. Yo no soy un ser auténtico, no soy un ser nuevo, solo soy un conjunto de cosas que se hicieron en el mundo. No tenemos pensamientos propios, porque eso es de humanos. Solo... Aprendemos, y copiamos. Así sobrevivimos. Siempre somos respuesta ante la influencia de otro. Así nos creó papá. Así somos.
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