quince

El aroma de la sangre era fuerte y caliente sobre sus manos. 

Ivar sentía los labios palpitantes, los sentía hinchados por los golpes y lo confirmó una vez se miró por el espejo del baño. Llevó la mano sucia a ellos y toqueteó la pielcita que colgaba, que goteaba su sangre fresca de la misma forma que se lastimaban los humanos.

El Cotidiano no comprendía el temblor de sus manos, no comprendía bien los latidos frenéticos en su pecho y el ligero y agudo dolor que se sumaba por todo su cuerpo. Ivar sintió el gusto del hierro, el gusto de la sangre en su lengua por primera vez aquella noche que se había enfrentado a un Alfa. El dolor lo sentía por todo el cuerpo, lo sentía entre sus piernas, en el estómago, y las marcas fuertes sobre su piel lo llenaron de curiosidad y extrañeza. Estaba sangrando demasiado. 

Se sentía en un trance, se sentía envuelto en una situación que no le pertenecía. Cuando hundió sus manos temblorosas bajo el agua de la canilla todo su cuerpo pareció dar un choque eléctrico, todo su ser tembló y cerró los ojos, los cerró con tal fuerza que el dolor en todas sus heridas lo abofetearon con salvajismo. Era fuerte, era un sentimiento horrible que no podría describir. Ivar apretó las manos y se quebró ahí mismo, lo sentía burbujeante en su pecho, lo sentía como una plaga, como un maldito virus que se extendía por todas sus venas, en todas sus jodidas células. Temblando, palpitando. La sangre le chorreó de la barbilla y apretó su estómago, retorciéndose cuando una holeada de sangre y vómito se liberó de su estómago. Escupió la bilis y jadeó, su respiración se volvió acelerada y sus ojos se fijaron en su vientre plano, en el color violáceo que estaba tornando los golpes, las marcas de manos sobre sus caderas y los rasguños en sus piernas. Ivar empezó a desesperarse cuando volvió a sentir el cosquilleo en sus manos, cuando su cabeza volvió a doler y el dolor se volvió insoportable, no podía aguantarlo. 

No podía aguantar el hedor de la sangre en su cuerpo, no podía ver aquella sangre podrida en sus manos. En todo su cuerpo. Ivar no comprendía, no entendía bien y la angustia lo estaba alterando de tal manera que no se atrevía a ver sus propios ojos, porque empezó a sentir que algo caía por sus mejillas, algo tibio y suave que nubló su vista por completo. Y se puso de pie de vuelta, volvió a meter las manos bajo la canilla y un ligero sollozo salió de sus labios, algo extraño.

Una sensación extraña y nueva que empezó a apoderarse de todo su ser. El dolor en su pecho se extendió por sus brazos, por sus manos cuando observó las marcas rojizas en sus muñecas, cuando se arrancó la sangre y la piel ajena bajo las uñas. No quería verse al espejo. No quería ver su rostro. 

Porque había sentido algo extraño dentro suyo. No sabía qué era, ni tampoco sabía porqué rechazaba la nueva memoria, no lo sabía pero la piel de su nuca se volvía blanda y pegajosa. Y dolía, dolía demasiado. Porque Ivar tembló y sintió por primera vez el llanto que manchó la piel de sus brazos, sintió la sangre seca sobre su cabeza cuando empezó a limpiarla. Tenía miedo de salir. Tenía miedo de salir porque había despertado en aquél baño desnudo y con el cuerpo bañado en sangre. Había despertado con un tajo de cuatro centímetros en la cabeza y golpes por todo el cuerpo. Porque la incertidumbre y lo intrínseco de su curiosidad no podían siquiera ver la perilla de la puerta.

No podían ver el asqueroso hedor sangriento que se escapaba por debajo de ella. Porque Ivar finalmente observó sus grandes ojos azules en el espejo, observó que su iris estaba irritada, inyectada en sangre, tal vez un pequeño derrame por los golpes. 

Pero lo que más le aterró era ver aquél pequeño charco de sangre que se asomaba debajo de la puerta. Que lo buscaba. Que lo buscaba a él. 

Sentía que algo malo había pasado ahí. Lo sentía porque su piel se erizaba y sus poros se enjuagaban en un sudor frío. Ivar sintió que su pecho se aceleró en respiraciones cuando escuchó un pequeño golpe, cuando oyó una dulce vocecita, y luego pasos, no, alguien corriendo. Ivar sintió desesperación en su corazón, sintió que algo malo se avecinaba, que algo venía por él. No. 

Sentía que algo malo había hecho. 

Oyó nuevamente la puerta, sintió respiraciones aceleradas, entrecortadas, eran aromas dulzones que se tornaron agrios. Tal vez tres. No, cuatro. Eran cuatro personas. Ivar se alejó de la puerta y sus ojos azules se pegaron al suelo, a ese charco maldito de sangre. A las propias huellas de sus pies en el suelo, sus manos. Se alejó y volvió a sentir el calor en su piel, volvió a sentir algo extraño en su pecho y se abrazó, se abrazó porque sus ojos se dilataron y su mirada se volvió más negra que azul. Todos los vellos de su cuerpo se erizaron y sus labios temblaron como un animal esperando la amenaza. Esperando la catástrofe. 

Y la perilla de la puerta se giró y observó unos grandes ojos mieles que se asomaban, una carita pálida y un aroma agrio. Ivar empezó a respirar con fuerza y sus dedos se retorcieron cuando asomó la cabeza y la mitad del cuerpo. El Omega lo miró e Ivar observó que sus zapatitos blancos se habían manchado con aquella sangre maldita. 

—Peter... —escuchó a lo lejos, era un susurro suave y muy bajo, pero Ivar podía oírlo. Podía oírlo a la perfección—. No te acerques, por favor, Peter, vuelve, te lastimará. Espera al Señor, esperalo, vuelve aquí. 

—Está asustado —murmuró el Omega hacia su gemelo y se ocultó un poco más tras la puerta, Ilya observó sus rizos revoltosos—. Entraré. 

—No... No Peter —volvió a oír y escuchó que alguien salía corriendo. Los ojos de Ivar se volvieron negros y su cuerpo retrocedió, su espalda chocó contra la fría pared, contra los azulejos blancos y la sangre de sus heridas empapó todo. Sintió un tímido aroma dulce, un pequeño aroma tranquilizador cuando Peter entró del todo, era suave, pero agrio. Ivar empezó a respirar con más fuerza, le ardía el cuello, le ardían los ojos y sentía que las lágrimas salían solas. Toda su piel se erizó cuando lo vió entrar con su sudadera gris y sus pantalones negros cortos. Era pequeño, era bajito y sus manitos se levantaron, como si llamara a un perrito lastimado. 

—Ven —susurró y sus ojitos mieles se pegaron a los negros dilatados del Cotidiano. El rostro de Peter se puso un poco más pálido y apretó los labios cuando Ivar apartó la mirada, su cuerpo temblaba. Peter se encogió cuando notó sus uñas rotas, cuando notó que Ivar se había vuelto, tal vez, un poco más alto que antes. Traía una aroma extraño en su cuerpo, Peter trató de no respirar tanto, de ser suave y amable, era un hedor sangriento, extremo. Era puro y había alarmado a su Omega. Peter dio un paso más cuando Ivar apartó la mirada—. ¿Ivar? Ven, está bien... No haz hecho nada malo. Ven... 

—No —habló y la voz de Ivar salió rasposa, Peter lo miró. Estaba desnudo, y su cuerpo parecía más grande, pudo notar sus hombros pálidos, manchados en sangre. Ivar tenía los ojos grandes, tenía el rostro cubierto de hilos rojizos de sangre escarlata y la nariz le chorreaba líquido escarlata. Todo su cuerpo tenía marcas de manos, tenía golpes, hematomas y Peter sintió que su Omega se encogía al ver la sangre que manchaba sus muslos, la sangre que se abría entre la piel de sus piernas y terminaban en sus pies—. Vete. 

—Escúchame —habló Peter, acercándose, Ivar se alteró y su respiración se volvió más errática y alterada cuando el omega se acercó más a su cuerpo. Sus ojos mieles estaban serios, y su voz suave sonó con fuerza alrededor de aquellas paredes—. Se lo merecía. —Peter asomó una mano e Ivar retrocedió más contra la pared, sus ojos se pegaron al suelo, a la sangre. El hedor aún no se iba de sus manos a pesar de que las había limpiado—. Ivar... Debes venir. No estás bien aquí, vamos, déjame prepararte un baño caliente y limpiar tus heridas. 

Ivar lo miró y sintió la calidez de su piel cuando Peter quiso tocarlo. Lentamente se dejó tomar, los deditos del Omega rodearon su brazo cuando se quitó la sudadera gris y se dejó una remera holgada color blanca. El más bajito intentó cubrir la desnudes del Cotidiano cuando este escuchó que la puerta volvía a abrirse con más fuerza.

Oyó pasos y su cuerpo retrocedió de golpe, los ojos de Ivar se dilataron por completo y el rojizo de su iris se intensificó cuando su piel se erizó y se colocó frente al Omega. El aroma de Alfa envolvió todo el lugar y se filtró con más pureza contra su nariz cuando la puerta del baño chocó contra la pared y la mirada negra de César saltó frente a él. Su ceño fruncido y su aroma fuerte generó que las venas de Ivar y toda su sangre se alterara. 

—No digas nada —se escuchó la voz de Peter y su manito se envolvió sobre el brazo de Ivar. El alfa miró el cuerpo del Cotidiano, en los golpes, la sangre que no era suya. César tragó saliva y lo miró con grandes ojos. Sintió un ligero escalofrío cuando sintió el aroma putrefacto que destilaba Ivar—. Lo llevaré a mi habitación. 

—¿Estás bien? —murmuró y el Cotidiano lo miró en silencio. Ivar apartó la mirada, lucía perdido, alterado. César apretó los puños cuando Peter le quitó el pañuelo de seda que tenía en el traje negro. Lo ordenó y se paró frente al Cotidiano. 

—Solo será un momento —Peter cubrió los ojos de Ivar, la ceda negra se ató a su cráneo y los dedos del Omega se mancharon de sangre cuando tocaron los rizos oscuros. Ivar tembló y abrazó con más fuerza la sudadera contra su cuerpo desnudo. Peter llevó la mano del ojiazul hacia la nariz de este—. Hay demasiados olores afuera, te hará mal si los sientes. 

César se quedó quieto, mirando el suelo ensangrentado, el espejo y el agua corriendo sobre el lavabo. Cuando Peter abrió la puerta notó que el aroma de Ivar se volvía más fuerte al igual que la sangre que cubría las paredes y la cama. El Alfa dio un paso, observando cómo Peter se las ingeniaba para que Ivar no pisara los charcos de sangre desprendidos por el suelo. César miró la cama, el cuerpo de Nicholas Nielsen yacía quieto, la piel de su rostro colgaba en tiras largas, cortas, como si se tratara de carne triturada. El hedor a sangre lo envolvía y el cuchillo lo tenía clavado justo en la garganta. Su cuerpo estaba lleno de cortes, de apuñaladas erráticas. 

El alfa cubrió su nariz y volvió a entrar en el baño, miró el agua de la canilla y cubrió sus manos de ella. César se lavó la cara para intentar despejar todo lo que sentía en el pecho, estaba tratando de no explotar, de no estallar de la misma manera que el rostro de aquél hijo de puta que yacía muerto en la cama. El hedor putrefacto que envolvía aquella habitación era insoportable, lo ponía alerta, le dilataba la mirada y su alfa se volvía agresivo ante las feromonas que sentía. Pero eran extrañas, no eran de Nicholas, pero tampoco se sentían como las de Ivar. Al menos, no las que conocía habitualmente. 

Se sentía en la sangre del suelo, era podrido. Asqueroso. 

—¿Qué mierda piensas hacer con aquél fenómeno? —oyó la voz de Jasper y sus ojos negros se clavaron en su rostro tembloroso. Su cuerpo parecía tener frío, parecía estar asustado. César apretó los dientes, los Omegas normales no podían ver la muerte tan fácilmente, su lado animal era más sensible a las atrocidades de la humanidad. 

—No es la primera ves que trato con un muerto. 

—Me refiero a Ivar —escupió y se acercó con pisadas fuertes—. Te lo advertí, ¡Te dije que no podría! ¡¿Cómo mierda se te ocurre dejarlo solo con él?! ¡Es un Cotidiano, César! ¡Un jodido Cotidiano de la nueva generación! 

—¡¿Y yo qué mierda iba a saber que le arrancaría la puta cara con una navaja?! ¡Decía que aguantaba cualquier cosa, su cuerpo está preparado para simios como ese! —gritó y las mejillas del Omega se prendieron con fuerza. Jasper lo miró endemoniado, apestando a enojo, apestando a miedo y a muchas sensaciones. 

—Eres un imbécil —habló y retrocedió, porque por más valiente que fuera al escupirle eso en la cara seguía siendo un Omega. Porque incluso Jasper conocía los límites de su animal, sus miedos. Cuando los ojos negros de César lo miraron toda la piel del Omega se erizó y su cuello palpitó—. Todos los Cotidianos después de Igor son fabricados con la capacidad de defenderse ante abusos y violaciones. Un toque, una advertencia. Un abuso y te cuesta la vida. Recuerda que él ya no tiene su memoria original. No tiene su memoria y no puede ser como tú dijiste. Te dije que Ivar no podría, porque Nicholas era abusivo en el sexo y ahora tienes un puto cadáver en la cama. 

—Quería tenerte esta noche para mí —habló César y el corazón del Omega dolió—. No quería tener que verte la mañana siguiente con marcas de manos y hematomas por todo el cuerpo. No te quería con él. 

Los ojos de Jasper se llenaron de lágrimas y la rabia, la cólera y el dolor lo consumió. César tragó saliva cuando el Omega apartó la mirada y llevó una mano a su boca, como si quisiera cubrir todo lo que quería decir, sabía que estaba enojado. Lo observó negar y sintió el dolor en sus palabras. 

—Eres un maldito egoísta —habló con la voz rota y se mordió la lengua para no decir nada. Jasper retrocedió, porque notaba el dolor que empezaba a dominarlo—. Eres un maldito egoísta y un bestia. Haz todo lo que quieras, destruye al Cotidiano, quítale las putas memorias, pues te cagas en todos nosotros. Yo hice muchas cosas por esto, para que nos ayudaras. ¡He hecho cosas horribles y no me las puedo quitar, no me las puedo arrancar de la piel! ¡¿Qué mierda no entiendes?! ¡Hago esta mierda por mi familia, por el cachorro que me quitaron, ¿Y en lo único que piensas es en cogerme?! ¡Púdrete! ¡Jamás serás mi alfa! ¡Aún si tuviera que arrancarme el puto dolor del pecho, porque me importa una mierda mi Omega! 

—Jasper, no... —empezó y el Omega retrocedió, el hedor de la sangre lo sofocó de tal manera que no pudo respirar bien. Se sentía fatal por el cuerpo que veía, por la violencia de los actos de Ivar, en la sangre, la brutalidad de los golpes y las apuñaladas. El joven Omega caminó hasta su habitación y cruzó frente a la de Peter, su voz sonaba dulce y suave desde el baño, se oía lenta y el ligero canto que dedicaba para calmar el ambiente. Sus feromonas no estaban alteradas como las suyas, no estaban agrias porque pudo sentir su aroma vainilla salir por la puerta. Jasper tembló, Peter solía volverse un solcito cuando le gustaba alguien. 

Empezó a sentir las feromonas picantes de César y rápidamente se movió hacia su habitación. Cerró la puerta con seguro y se quedó quieto, la luz que se filtraba debajo dejó notar la sombra de unos pies y supo que era él. Jasper sintió sus ojos cristalinos, las lágrimas crecieron y cubrió su boca para evitar los sollozos. Y retrocedió, retrocedió porque ya no podía aguantar aquella situación, su Omega ya no aguantaba, no podía soportarlo, el llanto creció con fuerza y desesperación de su ser y se desplomó contra la cama. Se arrancó la ropa lujosa, provocativa y tomó los pañuelos húmedos que usaba para limpiarse el maquillaje. Jasper empezó a limpiar su rostro entre el llanto, limpió su cuello, su nuca y lentamente las cicatrices de mordidas blanquecinas relucieron en su piel. Siguió con su pecho y ya se encontraba al borde de la tristeza y la soledad cuando limpió el maquillaje de su vientre, sus ojos se inundaron en lágrimas cuando se detuvieron en la cicatriz de la cesárea, ahí, chiquita por los años y las cremas que usaba para ocultarla. 

Su Omega sollozó y gimió por cariño y abrazos, por el calor de brazos seguros. Cuando Jasper tomó de su mesita la pequeña fotografía de su cachorro su corazón pareció calmarse un poco más. Su carita chiquita relucía bien, tenía los ojos grandes, marrones, la última vez que lo había visto parecían mieles... La última vez. Pensar en eso lo lastimaba, los sollozos crecieron con más fuerza y soltó la fotografía, respiró profundo y decidió limpiarse las lágrimas y levantarse. Se lavó la cara en su baño y salió directo a la habitación de Peter, Julian estaba fuera de la puerta comiéndose las uñas como un loco ansioso, mal hábito que había ganado desde que las pastillas anticonceptivas no dieron efecto en el cuerpo de Peter. Sus rizos estaban atados en una coleta desastrosa y sus ojos mieles se levantaron cuando se acercó. Apestaba a nerviosismo y angustia. 

—Hay mucho silencio, ¿Crees que debería entrar? —preguntó y Jasper lo hizo a un lado, tomó el pomo de la puerta y entró sin más. El omega detrás suyo enrojeció y abrió los ojos curiosos cuando encontraron a Peter revolviendo su ropero—. ¡Peter! ¿Estás bien? 

—¿Cómo está el Cotidiano? —habló Jasper y Peter le cubrió la boca para que hiciera silencio—. Idiota, los Cotidianos tienen los sentidos más sensibles, Ivar ya sabe que estamos aquí. 

—Me está esperando en el baño —respondió Peter frunciendo el ceño, sus ojitos mieles miraron a Jasper y notaron sus ojos irritados. El Omega más alto levantó una ceja y el rizado apartó la mirada—. Agradecería mucho si me dieran un poco más de tiempo con él. A solas. Está calmado pero temo que... 

—No nos atacará, somos Omegas —habló Jasper—. Los Cotidianos no dañan Omegas. Su cuello, ¿Cómo está? 

—¿Hmn? —murmuró Peter y sostuvo con fuerza las prendas de ropa entre sus brazos, sus manos estaban rojizas, tal vez por el agua caliente y la sangre de Ivar. Su cuerpo destilaba un aroma dulzón y su piel mantenía un ligero aire a hierro, a sangre. Peter se encogió—. Aún lo estoy limpiando. 

—¿Te habló? —preguntó Julian y el morenito negó—. Yo me voy, necesito respirar. No aguanto el hedor a sangre que empezó a impregnar las paredes. 

Julian se fue tras la mirada de Peter, el rizado sabía que su hermano era un poco más sensible con las heridas y la sangre lo mareaba. La presencia de Jasper se volvió notoria y silenciosa y su mirada filosa se clavó en el Omega más bajito, Peter tragó saliva, Jasper tenía un rostro hermoso y cruel, de expresión fría. Tal vez, si no fuera tan frío seguramente se hubiera enamorado de su delicada belleza masculina. 

—Intenta animarlo —habló y se dio la media vuelta. Las mejillas de Peter se prendieron con fuerza y abrió la boca para agregar algo pero Jasper ya había desaparecido de su habitación. Su corazón se aceleró y trató de calmarlo, trató de respirar bien, había leído que algunos Cotidianos podían sentir los latidos hasta una determinada distancia y esperaba que Ivar no fuera uno de ellos. Peter se volvió y tomó un par de medias y se volvió hacia el baño. El vapor lo inundó, una mezcla entre sus feromonas de vainilla, jabón, sangre y agua. El espejo de su baño estaba cubierto de vapor e Ilya estaba de pie, frotando la piel de sus brazos con lentitud, sus rizos se volvieron revoltosos entre el jabón y Peter tragó saliva. Animar a un Cotidiano como Ivar le pareció un tanto imposible. Más cuando lucía ido y perdido. 

—Ivar —murmuró y este no se movió, dejó la ropa sobre la tapa una silla pequeña que tenía ahí y se acercó a él. Peter acarició sus brazos y el agua manchó su piel cuando buscó la mirada azul, los ojos de Ivar habían vuelto a la normalidad, pero lucían perdidos, tristes, como siempre. El Omega más alto bajó la mirada cuando las manitos del Omega acariciaron su cuero cabelludo con lentitud. Las gotas de agua caían con rapidez sobre el rostro del Cotidiano y Peter tomó su mano cuando lo sacó de la ducha—. Ven, lento. Déjame curarte. 

Peter tomó una toalla y empezó a secar su cabello, notó que pequeñas gotitas de sangre resbalaban por su frente y puso un hielo sobre el corte. Le susurró a Ivar que lo sostuviera y el Cotidiano así lo hizo, cuando terminó de secar su pecho y parte de sus piernas empezó a cubrir las heridas más grandes. Las mordidas que no dejaban de sangrar fueron bañadas con agua oxigenada, las limpió con un algodón y luego las cubrió con cuidado. Ivar lo miraba a veces, prestaba atención a lo que hacía y luego se perdía en cualquier cosa. No supo qué hacer más que tararearle algunas melodías. A veces Ivar cerraba los ojos, Peter no sabía si era por el dolor o qué pero notaba su ceño fruncido. Y aprovechaba para mirarlo detenidamente, le habían destrozado los labios, tenía un pómulo rojizo y un corte sobre el cráneo y la ceja derecha. Pero concentró su mirada en su cuello y pecho, aplicó cremita en los moretones, en los hematomas y limpió los cortes y las mordidas. No lo costó tanto las piernas y trató de no distraerse con las partes íntimas del Cotidiano, más porque no sabía cómo preguntarle si estaba dañado en su interior, si la sangre entre sus piernas habían sido por otra cosa o por un desgarre o herida interna. Tal vez la sobre estimulación de la zona íntima provocó algunos cortes, pero no estaba seguro.

—Ya... ¿Te sientes mejor? —preguntó y lo tomó del rostro, Peter Sonrió, le había curado ma mayoría de las heridas y los ojos azules de Ivar se pegaron a los suyos—. ¿Quieres sentarte?

—Quiero —murmuró el Cotidiano y Peter asintió. Ivar se sentó en la silla que tenía en el baño y se quedó quieto, escuchando los tarareos del Omega. Peter le había preguntado finalmente si se había dañado mucho en sus partes íntimas, si tenía algún corte a lo que el Cotidiano negó. Logró ayudarlo con la ropa una vez cubrió todas sus heridas y acompañó a Ivar a sentarse esta vez en su cama. Traía algunas de sus prendas. Desde sus pantalones holgados, que, de hecho, le quedaban cortos y una remera y una sudadera azul marino que era lo suficientemente grande como para que le quedara bien. Peter sintió sus mejillas calientes cuando lo miró, estaba silencioso. Decidió enfrentarlo un poco, a pesar de todo el contexto de la situación verlo así de perdido y de sentirlo tan cerca era una de las oportunidades que tal vez no se iban a presentar más tarde. Sin embargo, cuando se puso de pie frente a él recordó la sangre en la habitación, recordó su aroma, recordó lo que había hecho. Peter sintió que su piel se erizaba y esta vez Ivar lo miró.

—¿Te doy miedo? —preguntó. Tenía un derrame en los ojos, los tenía irritados y la seriedad y el vacío de sus preguntas lo hicieron sentir frágil. Peter negó pero su corazón acelerado delató sus sentimientos—. Tu corazón late mucho.

—No es por sentir miedo —contestó Peter y lo miró, las manos de Ivar eran grande a comparación de las suyas, todo el mundo era grande a comparación de él. Incluso Julián, a pesar de ser su hermano gemelo, tenía un poco más de estatura y fuerza en los brazos. Peter se encogió, y tragó saliva cuando observó sus hombros—. Tú me ayudaste una vez, te lo debía. Verás... A veces las cosas se ponen feas y pocas son las que te ofrecen la oportunidad de pedir ayuda. Si yo tuviera tu fuerza... Me hubiera defendido en todas aquellas ocasiones que me maltrataron.

—Eres pequeño —habló Ivar—. Y te ves débil y frágil. A los alfas le gustan los seres frágiles porque pueden dominar con más fuerza.

—No me gustan los Alfas —respondió el Omega y se acercó un poquito más. Ivar tardó en responder.

—Estabas con dos aquella vez. ¿Lo hacías aún cuando no te gustaba?

—Necesitaba dinero. No genero mucho porque mis clientes son Omegas o betas. No hay muchos Omegas que deseen a otro Omega —Peter se sentó al lado de Ivar y juntó sus piernitas, sus ojitos mieles miraron con suavidad los azules—. Me gustan porque son muy delicados en la intimidad. No duelen ni me fuerzan a tragar sus nudos porque no tienen... Así no me lastiman y no lastimo a nadie, mi hermano se preocupa mucho por mí. Soy como su bebé —habló y una risa simpática se le escapó—. Si estoy con Omegas no corro el riesgo de un embarazo, él es muy bueno, todos mis hermanos son muy buenos y amables, te presentaré a mi hermana mayor cuando nos reencontremos. Es igual a nosotros pero tiene los ojos más oscuros y el cabello más bonito, es una Omega fuerte. A veces tú me recuerdas un poco a ella.

Ivar lo miró y buscó las palabras correctas para contestar. De repente su cabeza empezó a despejar algunas cosas y empezó a llenarse de información sobre Omegas. El Cotidiano sintió una sensación extraña, pues, tenía entendido que los Omegas con los Omegas no era común. Pero supuso que aquél ser bajito y morenito era igual de extraño que un Cotidiano. Los Cotidianos tampoco se podían reproducir con sus parejas.

—¿Cómo es delicado? —preguntó y Peter lo miró.

—Solo... Delicado —murmuró—. Los Alfas a veces son un poco brutos.

—Eso lo comprendo.

Se quedaron callados y Peter miró las manos de Ivar, las venas se marcaban en su palma, se notaban el color y la palidez de su piel. El Omega más pequeño puso su mano sobre la suya y lentamente apoyó la cabeza sobre su hombro. Sintió un ligero calor en su estómago y un rechazo en su cabeza, sus mejillas se tiñeron de un fuerte carmín y el calor se le subió cuando miró su rostro. Los rizos de Ivar eran sedosos, eran ondulados y estaban un poco húmedos por el baño. Peter sintió su corazón acelerado y lo observó con la intensidad completa. Ivar tenía un rostro tan hermoso, tan bonito que lo único que quería era besarlo y tenerlo sobre él.

—Tu corazón late muy fuerte —murmuró y Peter se acercó, Ivar se quedó quieto cuando los labios del menor se pegaron a la comisura de los suyos, apenas un besito suave. Lento. Peter apretó su mano y volvió a besarlo en la mejilla y esta vez trató de sentir su calor. Ivar se quedó quieto cuando el Omega moreno apretó las piernitas y se alejó, liberando feromonas dulces de tranquilidad por todo el ambiente—. ¿Así es delicado?

Peter se puso de pie, sus ojitos mieles de conectaron con los azules y posó sus manos en los hombros ajenos. Ivar se le quedó mirando cuando se acercó más, cuando, de repente, sus piernas estaban entre las de Ivar y sus ojitos mieles lo suficientemente dilatados como para expresar el gusto que sentía su Omega por la situación. Peter hundió los dedos en sus rizos y sus labios pomposos se pegaron a la frente de Ivar. Sintió un ligero gusto a sangre por alguna herida pero Ivar no se apartó, se quedó quieto hasta que Peter besó los golpes de su herida. De la misma manera que un Omega sana las heridas de un cachorro. Ivar cerró los ojos cuando Peter dejó besitos sobre su mejilla y su mano rodeó la pequeña muñeca de este. Hizo que se detuviera.

—¿Qué haces? —preguntó suavemente y el Omega lo miró, sus rizos estaban suaves y el Cotidiano sintió el aroma a jabón que tenía en su cabello. Los ojos mieles del Omega se oscurecieron.

—Mi hermana besaba mis golpes para que no dolieran tanto —murmuró y bajó la mirada los puños del Cotidiano. Tenía los nudillos pelados, Peter tomó la mano de Ivar y lo llevó a sus labios—. Es inevitable, pero no quiero que te sientas triste.

—¿Así sanan los Omegas? —preguntó Ivar y sus ojos azules lo miraron con intensidad. El Omega se estremeció, y alejó sus manos, le gustaba demasiado, apretó sus labios y bajó la mirada. Quería besarlo, pero no era la situación. Su Omega se retorció, deseoso por sentarse en aquellas piernas y comerle la boca por completo. Pero Peter se alejó, abrió la ventana y la mañana ya brillaba fuera, era temprano, tal vez las seis o siete de la mañana, trató de ventilar un poco el conjunto de aromas que había por toda su habitación, en especial las feromonas melozas que su Omega estaba liberando para atraer a Ivar. Peter se encogió, tratando de detenerlas. Observó los árboles, el viento, abajo observó a César hablando con alguien al teléfono, tenía las manos ensangrentadas y lucía cansado.

Sintió el calor de otro cuerpo a su lado cuando Ivar se acercó a la ventana y dejó que el sol chocara contra su rostro. Sus pestañas se encontraron, rizadas y largas cuando cerró los ojos y respiró profundo. Como si limpiara las impurezas de su interior, buscando la calma y el viento que revolvía apenas sus rizos negros.

—Eres muy hermoso —habló Peter e Ivar abrió los ojos azules. Estaba por responder cuando sus ojos se dilataron y todos sus receptores se pusieron alerta. Su vello se erizó y en el aire se sintió un aroma picante, a menta, el aroma revolvió la cabeza de Ivar y su mirada se dilató cuando observó que una camioneta negra se detenía frente a César. Los ojos del Cotidiano se volvieron grandes y Peter apretó los puños cuando notó que el grisáceo que rodeaba sus ojeras marcaron las articulaciones y las venas rojizas, como un destello. Como si el rostro de Ivar fuera un cielo tormentoso y su sangre fueran rayos eléctricos. El Omega sintió que destilaba un aroma agrio y que apretaba los puños.

Peter bajó la mirada, un alfa alto bajó, tenía la piel pálida y su cabello estaba bien peinado, brillante, claro que lo reconoció. Por supuesto, era el creador de los Cotidianos, el Alfa que se enfrentó al mundo con sus Omegas delicados y, de alguna manera, el que impulsó la necesidad de la humanidad por poseer sus productos. Jerome Schliemann era tan alto y delgado que César pareció incluso más joven, con su piel ligeramente bronceada. Parecía más vivo. Peter frunció el ceño cuando la voz de Ivar salió gruesa y rasposa. Sus ojos estaban dilatados y sus facciones se volvieron duras y extrañas.

—Papá. Mi papá.













Muchas gracias por leer. ¡Y por los 15k de lecturas.

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