diez




Pocas veces los Cotidianos tenían el goce de dormir. 

Los primeros meses la señal de insomnio era como un faro en medio de una montaña oscura, latente, lenta, extraña, la resistencia que tenían era fuerte, inhumana. Y a pesar de que Ivar no pegaba ojo desde hacia más de cuarenta horas su rostro seguía igual. Neutro, frío, sus ojos azules no paraban de analizar las fotos que Cesar le había entregado, rápido, agitado, su cabeza analizaba cada detalle, cada marquita sobre los Omegas ofrecidos como mercancía de buena calidad. 

Algunos tenían rasgos latinos, europeos, asiáticos, todo, tenía modelos de todo el mundo marcado en fotografías grandes, llena de rostros serios, de poses que dejaban en evidencia lo curvilíneos que eran, ahí, en las caderas, en el tamaño de las piernas. Ivar notaba la copia que tenía de los libros de Cotidianos, los libros de su padre, aquél que estaba lleno de rostros, de cuerpos, Ivar tragó saliva cuando lo recordó, era un libro gordo, grande, y sabía muy en su interior que él jamás iba a estar ahí. Porque había sido desechado. Su mano viajó a las fotos, a un Omega africano, delgado, de hombros grandes y una piel aceitosa y de aspecto suave. 

Sus ojos eran negros, vacíos y grandes, tenía los labios gruesos y siguió mirando su cuerpo. ¿Le habrían operado las cuerdas vocales, le habrían quitado algunas costillas para obtener aquellas suaves curvas? Volvió a otro Omega blanco como papel, su cabello albino era largo y su nariz era corta y linda. Ivar miró las orejas de todos, habían grandes, chicas, ocultas, sobresalientes. Los Cotidianos reales tenían el mismo tipo de oreja, todos iguales, era un aspecto que no cambiaba, aun si fuera de sangre turca, aún si tuviera sangre latina, no cambiaba. Y todos ellos eran distintos. 

Cotidiano Ivar juntó las fotografías, separó los Cotidianos que eran vendidos en la India de los que eran vendidos en Tailandia. Miró las fotografías de los Omegas rusos, eran más delgados, y tenían un aspecto serio, antipático, la mayoría eran de cabello castaño y mejillas sonrosadas, de mirada filosa. Ivar siguió, y tomó el paquete de la sección exótica, de gustos claros y más exquisitos. Cuando dejó de lado los Cotidianos normales tomó el maso de fotografías que había en el paquete, las dejó sobre la cama y las expandió como si fueran cartas de juego, su rostro se frunció y sus ojos miraron todos los ojos, los rostros, las distintas razas, en su cabeza empezó a brotar mucha información, demasiada. En la industria del tráfico humano las preferencias eran las mujeres, la trata de blancas movía millones, pero sintió algo extraño en su estómago cuando vio a las Omegas de mirada perdida, tendidas en camas, desnudas, eran pequeñas, suaves. 

Las fotografías iban de chicas tendidas en camas, hasta atadas, arrodilladas, las famosas muñecas de la que había hablado Cesar. Mutiladas, delgadas, robustas, iba de todas formas hasta que llegó a las últimas secciones, a las fotos de Omegas hombres, de grandes ojos, de cuerpo frágil, fáciles de coger, de aguantar orgías, desde inválidos hasta de chicos sin dentadura, sin uñas, sin dedos. Ivar apretó los puños, su cabeza empezó a calentarse, su sangre, sus ojos no podían dejar de mirar aquellas fotografías, de mirar a los Cotidianos falsos, a la cantidad de chicos y chicas adiestrados y mutilados para cumplir cada puto fetiche sexual, incluso algunos, los de la sección roja eran destinados a ejecutar. Al sexo duro, a los enfermos que gustaban de coger y matar. Ivar sintió picazón en su nuca, y su cabeza empezó a doler, la molestia lo obligó a rascar la herida, a apretar los dientes cuando escuchó dos golpes suaves en la puerta. 

Sus ojos azules se volvieron con rapidez, como un depredador, sus receptores estaban alterados, calientes, estaban llenos de tanta energía contenida que apretó los puños. 

—Adelante —murmuró guardando todas las fotografías. Ivar sintió en el aire un aroma suave, dulce y cubierto de timidez y nerviosismo. Sus receptores volvieron a actuar cuando giró el cuerpo y sus zafiros chocaron con unos ojos claros, con una piel suavemente bronceada y unos rizos largos castaños color chocolate, no, color miel. El Cotidiano lo miró, ahí, de pie con el rostro fruncido, tímido, era pequeño, curvilíneo y podía sentir en su cuerpo el aroma del jabón y de las pastillas anticonceptivas, lo sentía por todas partes. Ivar bajó la mirada, también tenía un ligero aroma a sangre y a alfa excitado. 

—Quería... Agradecerte por lo de la otra noche —murmuró, Ivar se puso de pie, traía puesto pantalones holgados, grises, traía una sudadera azul y nada más debajo. Sus ojos azules se conectaron con los claros y se acercó, notó la diferencia de altura entre ellos, a pesar de que medía un metro setenta pudo sentir el cambio entre ellos. Aquél era bajito, de ojitos luminosos como un venado pequeño, de hombros chicos. Ivar se sintió muy grande a su lado. 

—Te estaban lastimando —murmuró, bajando la mirada a las manitos del Omega—. ¿Cómo estás? 

—Estoy bien —susurró el moreno soltando una suave sonrisa, Ivar frunció el ceño cuando este acercó dedos tímidos a la manga de su sudadera, cuando sintió su aroma volverse más dulce y su mirada más risueña y tersa—. Estoy acostumbrado, ¿Tú estás bien? —preguntó, acercándose más, el Omega levantó una mano a la mejilla de Ivar, ahí, donde le había pegado el Alfa. El Cotidiano no se movió cuando bajó la mirada, aquél debía medir cerca de un metro cincuenta y uno, tal vez dos. 

—Se curará —murmuró tomando la mano del chico, sus ojos se volvieron a sus dedos delgados, a sus uñas cuidadas y largas, era tan fino, tan bonito que fácilmente podía compararlo con un Cotidiano. Ivar bajó su mano y lo soltó—. No deberías estar con dos alfas al mismo tiempo... Teniendo un cuerpo de tu tamaño. 

—¿Dices que... Con mi cuerpo no puedo soportar dos alfas? —preguntó, suave, sus ojos lo miraron con intensidad. 

—Bueno, parecía que no lo disfrutabas —respondió, y retrocedió unos pasos. Podía notar demasiada tensión en aquél ser humano, en sus feromonas, en su manera de actuar, Ivar miró las fotografías sobre su cama, a medio guardar—. Aún puedo sentir el aroma de la sangre en ti. 

—¿Tanto puedes oler? —Ivar iba a contestar hasta que sintió unas pequeñas manos en su cintura, sus ojos bajaron a los dedos finos, abiertos, recorriendo su pecho, su abdomen—. Me gustan muchos tus músculos... Te ves muy grande... Y delicado. 

—Gracias —respondió, sin comprender bien la situación. Ivar volvió la mirada, las orbes ámbar del Omega estaban dilatadas, brillantes, su piel bronceada se veía suave, y podía notarla caliente. Ivar frunció el ceño, respirando más lento. 

—Nunca vi a un Cotidiano de frente —murmuró, y el moreno acercó su nariz a su pecho, sintió su naricita, su respiración cálida—. Hueles rico. Tu rostro es muy... Extraño, me gusta —susurró, llevando sus manos al cabello de Ivar, el Cotidiano lo miró—. Jamás vi a un Omega tan alto y fuerte como tú. 

Frunció el ceño, y abrió los labios cuando el Omega se puso de puntitas y se acercó a su oído. Ivar tomó sus manos y notó su piel caliente, sus feromonas dulces, su mirada se dilató cuando escuchó el susurro de su voz. 

—Y eso... Me pone mucho —Ivar lo miró y fue cuando el Omega apretó las manitos en su nuca que sintió sus labios sobre los suyos, el Cotidiano frunció el ceño, mientras sentía la lengua del Omega sobre la suya, tenía un sabor dulce y todo él empezaba a apestar a feromonas sexuales. Ivar retrocedió, intentando separarse, podía sentir la sangre en su cuerpo cubierta del sudor de su excitación, sus manos lo sostenían, suaves, sin la fuerza suficiente como para tirarlo lejos. No comprendió bien el porqué, el porqué su cuerpo le impedía a reaccionar con fuerza ante un Omega bajito que destilaba feromonas sexuales por todo su cuerpo. 

Ivar lo sostuvo de la cintura y fue cuando el Omega aprovechó para colgarse por completo de su cuello. El más alto frunció el ceño, sintiendo dolor en su nuca, en la herida, el pequeño chico lo empujó, y el Cotidiano cayó sobre la cama con el Omega encima. Ivar abrió los ojos y su corazón empezó a latir con fuerza cuando notó que sus manos temblaban. Notó que todo su cuerpo no quería responder a sus pedidos. Sus zafiros se alzaron cuando el morenito se sentó sobre su pelvis, no, sobre entrepierna, sintió el peso de sus glúteos, de sus muslos grandes rodear su cuerpo. Ivar lo miró, aquél Omega tenía las mejillas prendidas, los ojitos brillantes y el cuello aperlado en sudor. Fue cuando notó que empezó a mover sus caderas, fue cuando notó el cuerpo de un verdadero Omega segregar lubricante y algo más que lo inquietó, que causó que apretara la carne blanda de su cintura para que se detuviera, para que dejara de abrir las heridas. Porque lo sentía, sentía la sangre en él. 

—Te están dañand...

—Me gusta... Me gusta sentirte, me gusta mucho —jadeó y sus manos recorrieron todo el abdomen de Ivar, sus deditos acariciaron su piel, hasta que finalmente se hicieron puño en los pulgares del Cotidiano, respirando fuerte, podía sentir su excitación, podía sentir la excitación real de un Omega, de aquél que Ivar, que toda la empresa de Cotidianos copió y buscaba tener. No fue hasta el segundo siguiente que el moreno empezó a mover su trasero sobre el miembro de Ivar que la puerta se escuchó, fuerte, rápida. Ivar levantó la mirada, y sus manos se apretaron más cuando una mano se asomó a los rizos del Omega y le jalaron con fuerza—. ¡Ah! 

—Peter... Pequeño Peter... —la voz de César resonó, suave, Ivar sintió su aroma picante, fuerte y dominante opacar las feromonas del Omega, este gimió, apretando los pulgares de Ivar y dejando escapar un hilo de saliva de sus labios—. ¿Sabes que esto se puede considerar abuso sexual, mi pequeño niño? 

—Lo quiero... —gimió, cerrando los ojitos, temblando, Ivar abrió la boca cuando empezó a sentir la humedad en todo su pantalón, cuando miró, ahí, en los pantalones finos del Omega su pequeña erección y la humedad notoria en la tela—. Lo quiero para mí... P-para mí. 

—Vaya, ¿Acabaste? —preguntó el alfa, apretando el cabello, la mirada de Ivar se dilató cuando escuchó el quejido bajito. Sus ojos azules rápidamente se volvieron al Omega cuando este soltó sus pulgares y sus manitos cubrieron su ropa húmeda, temblaba. Pero no olisqueó el miedo en él, sino excitación, deseo, y placer. 

—Deja que me folle, s-solo deja que... —jadeó y sus dedos se aferraron al elástico de los pantalones de Ivar, el Cotidiano respiró pesadamente, sintiendo la calidez de sus yemas sobre su piel. César sonrió y su mano lentamente fue bajando por el cuello de Peter, lento, grande, el Omega gimió bajando la mirada llorosa a Ivar—. Quiero... Quiero que me folle. 

—Vaya escena me están dando ustedes dos —murmuró el alfa—. Por muy caliente que parezca la propuesta, necesito al chico este ahora mismo, así que Peter, corazón, ve a buscarte a otro Omega que quiera follarte. 

—N-no... —jadeó y apretó las manos en la ropa de Ivar. El Cotidiano estaba callado, mirando al Omega, a su respuesta corporal ante un ser como él, la curiosidad que lo invadió fue extraña, fue extraña porque no sabía que era capaz de calentar a un Omega de esa forma. De sentirse así. César tomó al Omega en brazos y fue cuando se escuchó otra voz, suave, pero enojada.

—¡Peter! —se escuchó, y César arrancó al Omega de Ivar, sus manitos se despegaron de su ropa y el chico pudo levantar bien la mirada. Peter gimió y pareció peso muerto cuando otro Omega idéntico a él lo sostuvo con sus brazos—. Perdone, mi señor, Peter está cerca de su celo... Y bueno, ya sabe cómo se pone... ¡Perdona, Cotidiano, mi hermano no tenía la intención de...! 

—Julian, ya, llévalo a su cuarto —habló, Ivar miró a los dos Omegas, eran hermosos, pequeños, sus ojos azules no pudieron divisar por completo la belleza natural de aquellos seres, sus ojos viajaron de aquellos brazos delgados, de aquél aroma real... A su cuerpo, de repente Ivar se sintió extraño, demasiado grande, en brazos, en hombros, en altura para ser un Omega, para ser un jodido Cotidiano, su ceño se frunció, mirando su abdomen, y su pantalón—. Ponle vendas en las heridas, y cierra bien la puerta, no podemos dejar que se folle a todo el jodido mundo. 

—Sí, señor. 

—Y Julian... —habló el alfa cuando el Omega ya estaba en la puerta, arrastrando a su hermano que se quejaba, que quería a Ivar—. Deja de llamarme Señor... ¿Sí? 

El chico asintió y cerró la puerta. El silencio se alzó como faro entre ellos, y fue cuando César lo miró que Ivar reaccionó finalmente. 

—¿La humedad en tus pantalones es tuya? —preguntó señalando la ropa de Ivar, el Cotidiano se negó, cubriendo un poco la zona. Era lubricante de Peter. 

—Él... Él vino a agradecer por salvarlo y de repente... Ya estaba sobre mí —murmuró, sentándose. Ivar miró su ropa y empezó a quitársela. César caminó, buscando prendas nuevas y yendo al baño por un poco de toallas húmedas. La habitación de Ivar anteriormente había sido para recibir clientes, y al entrar al baño se podían encontrar medicamentos y una cantidad de productos para una limpieza rápida del cuerpo. Las toallas húmedas servían mucho cuando se recibía a más de un cliente en la noche. 

César se acercó, Ivar estaba terminando de quitarse los pantalones cuando el alfa se arrodilló frente a él y le ayudó con la ropa interior. Sus manos empezaron a pasar suavemente las toallas por la piel. 

—Peter es así —murmuró—. Le gustan los Omegas, le gustan mucho, los viernes cuando baila lo hace con Omegas, los toca, él se divierte y los Alfas se calientan al verlo así. 

—Pero la otra vez él estaba... 

—Pocos son los Alfas que... Logran acostarse con él —respondió, tirando las toallitas sucias y buscando la ropa interior que había tomado—. Ese par de gemelos son muy codiciados, Ivar, Julian se mete con Alfas y Peter prefiere que un Omega lo folle. Yo le pedí que intentara con Alfas, llevaba poquito tiempo experimentando... Pero creo que lo que pasó la otra vez solo reforzó sus gustos por los Omegas y su negación hacia los míos, pues bueno, parece que le haz flechado. 

—Se sintió extraño —murmuró bajito, colocándose la ropa interior, César lo ayudó con el pantalón limpio—. No creí que podría excitar a un Omega. 

—Bueno —habló César, mirándolo—. Estás de puta madre, a mí también me gustaría pasar el día entero con tu culo en mi verga, pero verás, hay trabajo. 

—Pero es distinto, tú eres un alfa, mi cuerpo está concentrado para llamar tu atención, mis feromonas, todo. Es para los alfas, no para... Omegas. 

—Oh Cariño —habló César tomando con ambas manos el rostro de Ivar, tratándolo como un niño—. Eres tan chiquito, tan jovencito, por muy inteligente que tengas la cabecita aún hay cositas que no entiendes de nosotros. Mira, a veces en el mundo hay alfas que gustan de otros alfas, y Omegas que gustan de otros Omegas. No es tan común verlo por aquí, pero en realidad es muy normal, ¿Captas, no?

Ivar lo miró—. Tal vez le gusto porque... Soy un Omega alto... Tal vez porque...

—¿Crees que tienes pinta de Alfa? —preguntó César, Ivar no contestó. El alfa suspiró, bajando la cabeza, rendido. El Omega apretó los labios suspirando, el alfa aún seguía entre sus piernas—. A ver, Cariño, ¿Cómo te explico? Que estás más bueno que... Que no sé, que comer pollo con la mano, que hacer una orgía, no sé. Eres un Cotidiano que calienta a Omegas, en vez de generarles rechazo, adoración por... Por alguna caridad, no sé. Eres alto y fuerte, y eso no significa que te haga menos Omega que el resto. Que Peter sea un puto elfo frágil y chiquito no lo hace mejor que tú.

—Entiendo —murmuró y César se levantó, fue directo a la puerta. 

—Ven, te conseguí una nueva memoria —habló, Ivar lo miró confundido. 

—¿De dónde la sacaste? 

—Me lo donaron en Unicef, Ivar, ¿Qué crees? —se burló—. Lo compré, claro. 

—¿Cotidiano Omega vende cosas así, sin más? 

—Cotidiano Omega vende hasta semen de Ismael, no jodas, tu padre solo se maneja por el dinero. ¿Quieres tu memoria o no? 

Ivar se levantó, sus ojos azules se dilataron cuando escuchó el simple nombramiento de su padre. El hecho de saber que había sido desechado lo llenaba de un vacío incomprensible, y estaba decidido a llenarlo. 

—La quiero. 














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