dieciséis

—No te preguntaré por qué todo este lugar apesta a sangre. 

Sus ojos se dilataron, César entró por segunda vez a su despacho aquél día, caminó hasta su escritorio y tomó los papeles que había conseguido la noche anterior de las pertenencias de Nielsen. El Alfa frente a él se quedó de pie, mirando todo a su alrededor con atención. Jerome Schliemman era el puto hombre más rico del planeta, tenía dinero para desperdiciar por doquier y su ambición no hacía más que crecer cada día. Podía notarlo en su mirada, en sus ojos traviesos que recorrían el lugar como si fuera una pocilga para él. César apretó los puños y sonrió suavemente cuando notó las ojeras que tenía, su cabello lucía brillante, pero no sabía si era gel o simplemente pura suciedad. Verdaderamente lucía un poco mal. 

—¿Vienes a analizar los celos de mis Omegas, Jerome? Pues te digo que el de Peter entra en tres semanas, se volvió más exigente que la última vez así que supongo, te cobrará más —susurró y miró sus manos, César se quitó la sangre seca que le había quedado. 

—Gracias por la información —respondió el alfa y César recién ahí notó al beta detrás de él, cuando Jerome se sentó en la silla frente suyo aquél volvió la mirada al sillón—. Vine por otra cosita, es chiquita, del tamaño de una uña, no es nada. 

—Es más que nada si viniste hasta aquí, ¿No? —César lo miró. Claro que la nada misma era la memoria de Ivar. Trató de disimular un poco el desastre que se avecinaba por aquello, porque sabía que aquél pediría ver a Ivar y este no estaba en condiciones de recibir a nadie, apartó la mirada un segundo a la sangre bajo sus uñas. Se preguntó cómo un ser humano como Jerome Schiliemann pudo crear tal ser capaz de asesinar a un Alfa como lo era Nicholas Nielsen. Ivar era mucho más bajito, parecía perdido siempre, realmente no podía comprender cómo aquello había terminado en tanta sangre y piel destrozada. El Alfa suspiró, solo esperaba que Ivar no se hubiera quitado la memoria que le había puesto—. Vienes por el Cotidiano que me vendiste. 

—Se nos olvidó un pequeño paso al venderlo, si ocasionó algún problema sepa disculpar su comportamiento —habló y César sintió que una máquina estaba respondiendo. En cierta manera Jerome era extraño, su mirada, su comportamiento. A veces no parecía humano. César se preguntó, incluso, de quién mierda era la sangre de su primer Cotidiano, Ismael—. ¿Puedo verlo? 

—No está en condiciones. 

El rostro del otro pareció temblar, una sonrisa suave apareció en sus labios—. ¿Qué sucede? A lo mejor yo puedo arreglarlo, es mi producto. 

—Tienes razón, es tu producto —César se puso de pie, le molestaba la presencia del beta y su rostro de idiota, Jerome se puso de pie cuando el otro caminó hasta la puerta. Desde las noticias hasta los periódicos se fomentaba el orgullo que tenía este por sus Cotidianos, por su ambición y la lucha que había hecho para llegar donde estaba. Jerome había crecido en una familia promedio de Inglaterra, sabía que había estudiado en el extranjero gracias a una beca y que, a pesar de lo mal que lo había pasado, sus ideas y un poco de dinero lo llevaron a la cúspide de toda élite. Jerome era un Alfa orgulloso, normal, que aborrecía las razas puras y lo único que le interesaba era generar dinero con sus Cotidianos. César le sonrió, Jerome había cometido el error de venderle los putos secretos de Alemania a un costo muy barato y, además de eso, un modelo de Omega único en el mundo—. ¿Qué necesitas de él? 

—Es algo chiquito —murmuró—. ¿Me lo puedes traer? No haré nada malo, puedes quedarte a ver si quieres. 

—Mnh —César avanzó hacia la puerta, sus ojos negros se pegaron en la mirada del beta hasta que escuchó pasos acelerados y la voz de Peter gritando algo. César retrocedió y su corazón se aceleró cuando Ivar entró por la puerta con la mirada dilatada y los ojos enormes. El Alfa sintió una sensación extraña, porque su rostro lucía bizarro, distinto, se volvió cuando Jerome lo vio, y supo que notó los golpes, los labios partidos y las marquitas que inundaban su piel pálida. El rostro de Ivar tembló y murmuró algo que no logró comprender cuando corrió hacia el Alfa de traje—. Ivar...

Su cuerpo cayó como peso muerto en los brazos de Jerome cuando este tocó algo en su cuello. La sangre manchó los guantes blancos del Alfa y sus ojos viajaron por los rizos húmedos del Omega—. Es por seguridad —comentó automáticamente cuando César se acercó con el ceño fruncido, sus ojos se clavaron en las manos del beta, que empezó a descubrir el cuello de Ivar de la gasa mal colocada. Podía sentir sus feromonas prenderse, el aroma de Ivar, su cuerpo temblaba de a ratos cuando de un segundo para el otro Jerome veía la marca en su cuello. El silencio que se formó alteró un poco a César. 

—Tuvo problemas con un Alfa —aclaró y apretó los dientes cuando el beta tomó un bisturí y le cortó la piel con cuidado, los dedos de Jerome tomaron pequeñas pinzas y estas se hundieron en la nuca del Omega. Ivar apretó los puños y lo escuchó quejarse, pero no podía moverse. No comprendía bien, si había tocado algo o qué mierda. César trató de recordar la anatomía de los Cotidianos, en ninguna parte decía que se los podía paralizar de tal manera. Creyó tal vez que se trataba de algún truco de Jerome con sus productos. La sangre que se derramó por el suelo empezó a sentirse, olía a hierro, era pura y fuerte. Cuando el Alfa logró sacar la memoria sus dedos estaban cubiertos de sangre, la pinza salió de igual manera y la memoria se despegó de la piel y la humedad, su corazón latió con fuerza cuando guardaron la memoria en un pequeño frasquito, sin siquiera limpiarla—. ¿Cuánto tardará en sanar?

—Los Cotidianos no deben ser mordidos —susurró Jerome cuando tomó la nueva memoria que el beta le pasó. César la reconoció al instante, el empaquetado le resultó familiar. Se quedó en silencio cuando el otro empezó a suturar la herida. El rostro de Ivar estaba pálido, pero sus mejillas ardían y las lágrimas en sus ojos dilatados brillaban cristalinas, la saliva chorreaba de sus labios y el temblor lo acurrucó con amabilidad. La mirada de Jerome viajó a los golpes, a sus piernas lastimadas y su fina piel masacrada en las impurezas que aquél lugar le prometía. Lucía igual de extraño para él, cuando terminó cubrió la herida con gasa, mirando al Cotidiano al que le había dedicado demasiado tiempo y dinero para que terminara de aquella forma—. Sanará en algunos días, no lo fuerces demasiado. 

—Mnh —César lo miró con grandes ojos cuando dejó al Omega en el suelo, Ivar empezó a respirar con más fuerza y sus ojos lucían idos, tan perdidos que el Alfa frunció el ceño—. ¿Me lo dejarás así de tonto o qué?

—Se levantará cuando me vaya —Jerome lo miró de cuerpo entero, su expresión se volvió un poco más sombría, más asquerosa a la que tenía hoy en la mañana. César siquiera le sonrió, como ya tenía lo que buscaba no hacía falta buenos tratos—. Mis Cotidianos no son como los prostitutos que tienes en tu burdel, si lo ofreces a chanchos salvajes no te durará ni para fin de mes. 

—Lo hubieras pensado el día que decidiste venderlo a civiles —los ojos negros de César miraron el rostro de aquél, Jerome lucía aún más demacrado cuando mostraba su desprecio. Sus ojos viajaron del Alfa hasta el Cotidiano en el suelo y sonrió suavemente, tan vacío. 

—Haz lo que quieras entonces —habló y se quitó los guantes blancos, César vio sus manos grandes, pálidas, notó las venas violáceas de los dedos, la palma. Aquél Alfa era tan extraño—. Pero recuerda que él es un Cotidiano, no un humano. Deberías pensar en los clientes a los que le ofreces ese producto, ya sabes... Por su seguridad. 

Tragó saliva cuando Jerome se colocó los anteojos negros que ocultaron sus ojeras y sus ojos crueles. El beta le abrió la puerta y el rostro de Julián y de Peter se encontraron sorprendidos ante el Alfa. César gruñó y Julián se encogió de hombros con temor, en cambio Peter se hizo a un lado cuando Jerome lo miró de arriba abajo. Debía corregir la costumbre de los gemelos de espiar tras las puertas. 

—¿Sigues acostándote con Omegas? —preguntó y Peter balbuceó con las mejillas rojas—. ¿Quieres acostarte con uno de mis Cotidianos? Es un producto nuevo en el que estoy trabajando, te gustará. Necesito arreglarle algunas cosas, pero debo saber si sus feromonas... Excitan Omegas. 

—Él no quiere nada —habló Cesar avanzando, su ceño fruncido demostró la molestia que sentía por las palabras. Peter abrió la boca y Julián se la cubrió con rapidez—. Él no quiere nada de eso. 

—Mnh —Jerome se encogió de hombros y siguió avanzando, el beta que lo acompañaba le tendió una tarjeta a Peter que César tomó. El Alfa gruñó y el hombre se hizo para atrás, cuando ambos se perdieron de vista el Alfa se volvió hacia Julián. 

—Fíjate que no le ofrezca nada a los otros —habló y el rizado asintió, quitó su mano con un gritito cuando Peter empezó a escupirla. Los Omegas empezaron a pelear y el Alfa rodó los ojos, entrando nuevamente al despacho cuando notó que Ivar empezaba a levantarse. Peter quiso entrar pero César le cerró la puerta con seguro, lo escuchó maldecir y luego oyó sus pequeñas pisadas enojadas. Los ojos negros del hombre se clavaron en la figura pálida y temblorosa, se acercó con lentitud y lo ayudó a levantarse. Ivar lo miró, seguía un poco atontado pero logró mantenerse de pie. César pudo ver bien su rostro limpio, las heridas cubiertas y su mirada vacía—. ¿Estás bien?

Ivar no contestó, la mano de César limpió la saliva que manchaba su barbilla y acarició la mejilla violácea. Aquél Cotidiano lucía frágil, igual que un gatito mojado o un cachorrito lastimado. Sintió pena y necesidad de sentarlo y buscarle una taza de chocolate caliente. Tocó el corte en su labio, la sangre seca revestía el color sandía y la mirada de Ivar se puso cristalina, su ojo violáceo tenía marquitas de sangre. Ivar ya siquiera quería comentar algo. Tomó su mano y lo ayudó a sentarse con cuidado, trató de no apretar mucho, puesto que su piel tenía algunas manchas amarillas, golpes, se sentía fatal. Se sentía terrible porque creyó que estaría bien, y que a pesar de los golpes y lo lastimado que Ivar se veía... No podía dejar de pensar en el cuerpo tendido de Nicholas sobre la cama. El Cotidiano lucía tan frágil e indefenso que jamás se le cruzaría por la cabeza que había asesinado a una persona. De alguna manera, su Alfa se puso alerta ante aquellos ojos vacíos y tristes, porque realmente no sabía de qué más podía ser capaz. 

—No volveré a dejarte solo con un Alfa, aún si viniste al mundo por eso —murmuró y se alejó, el Cotidiano lo miró—. Aún así... Hemos conseguido buena información, si quieres lo charlamos después o... 

—Me siento extraño —murmuró y César lo miró, su alfa se alteró un poco cuando los ojos de Ivar se dilataron, lucía triste, pero su rostro parecía cansado, incluso disgustado—. No me siento... Yo. 

El Alfa se quedó callado. Siquiera sabía cómo se percibía Ivar como para decir aquello, creyó que era la nueva memoria, que tal vez toda la conmoción y los sucesos lo trajeron a este punto final. César tragó saliva, no sabía bien lo que había pasado, pero Peter le había comentado que Ivar estaba en shock por lo que había sucedido y que tal vez su memoria vacía estaba almacenando los recuerdos. César se puso de pie con lentitud, ni siquiera sabía si Ivar seguía recordando sus principales objetivos. Quiso tocarlo, pero el Omega frunció el ceño, perdiendo su vista en el escritorio de vidrio. César lo miró con grandes ojos cuando las orbes azules del Omega parecieron desaparecer ante la oscuridad que empezó a marearlo. Ivar miró su pequeño reflejo, su rostro deformado en aquél vidrio lustrado y limpio. 

—¿Qué... qué me pusieron? —susurró con un hilo de voz y sus manos temblorosas viajaron a su nuca, sus dedos intentaron arrancar la gaza, intentaron removerla pero César lo tomó, negando. La cabeza de Ivar pareció arder en llamas, su pecho dolió, y sus ojos azules se pegaron a los negros cuando las lágrimas cristalinas se tiñeron de un rojo carmesí. César lo soltó, con el corazón latiendo con fuerza y su alfa alzando la guardia ante el aroma de Ivar, la sangre le chorreó por las mejillas y su voz se distorsionó, extraña, grave—. ¿Q... qué me...? 

—¡Ivar! —gritó y el Cotidiano le vomitó encima. Las manos de César se tiñeron de un rojizo fuerte, no, era puro, era tan carmesí que la sangre se volvió negra y el aroma le subió por los pulmones. Los ojos del Alfa se tiñeron de un color puro y putrefacto, alerta, fuerte, sus manos ardieron y Ivar cubrió su boca, cayendo de rodillas mientras la sangre se despedía de sus labios color sandía y su mirada se enjuagaba en la humedad de una impureza interior. El Cotidiano se retorció y César quiso levantarlo, quiso ayudarlo cuando la mirada extraña de Ivar se pegó en él. Sus ojos negros y grandes eran enormes, extraños, y sus colmillos demostraron la pestilencia que lo rodeaba. César apretó sus hombros cuando de un segundo a otro los ojos del Cotidiano se volvieron negros por completo. La sangre en sus mejillas pareció detenerse y la fuerza en su anatomía se volvía destructiva. Su aroma se volvió pesado, el dulzor desapareció y se volvió agrio, se volvió como la sangre, extraño. Las venas de Ivar se marcaron en su rostro y César no tuvo palabras cuando sintió el ambiente pesado, la sangre en sus manos, el vómito de Ivar resbaló por sus mejillas y su rostro endemoniado le arrancó la piel de un mordisco cuando encontró su mano. 

César rugió con fuerza, su Alfa sintió el dolor, lo tomó del cuello pero Ivar rápidamente lo agarró entre sus manos. La presión en sus dedos se marcó en la piel rojiza y rápidamente lo empujó lejos de él. El Cotidiano se golpeó contra la pared y esta se cubrió de sangre. César tenía la cara rojiza, y sentía cómo la herida en su mano latía con locura, se sintió mareado al simple hecho de ver la sangre cayendo como un río, espesa y suave contra el suelo. Su respiración se volvió errática cuando Ivar intentó ponerse de pie, su cuerpo tembloroso parecía no controlar sus extremidades, sus piernas, sus manos, pudo oír sus huesos, sus rizos despeinados cubrieron su rostro pero sus ojos negros y la sangre en su barbilla se vio claramente. Ivar temblaba, y balbuceó algo extraño. Como si de repente no supiera hablar, como si intentara decirle algo. 

—Yo... Tengo... t-tengo... —susurró y César sintió que el corazón se le subía por la boca, su respiración se aceleró cuando la sangre volvió a expulsarse suavemente por la boca del Cotidiano, pero pudo oír su voz quebrada, pudo ver el último destello de sus ojos negros antes de decirlo—. N-no es... Weston, es... Cotidiano —murmuró y se ahogó entre la sangre, su cuerpo se desplomó y el líquido escarlata chorreó de sus labios cuando respiró profundo—. Es... Cotidiano. 

















































Hola.

Los invito a leer mi nueva historia, son relatos cortos.

Últimamente leí la mayoría de los comentarios, ¡Muchas gracias por recomendar mis historias! Me hace feliz porque yo como que tengo un poco de vergüenza recomendar algo mío, no soy una persona muy sociable y me cuesta mucho pedir. Agradezco su amabilidad hacia mí, espero que se encuentren bien, cuídense. 

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