dieciocho

Cotidiano Ismael tenía apenas unos cuantos años en el mundo. La primera vez que abrió los ojos se encontró con su padre, Jerome Schliemann, y el hombre que pagó millones por él. Era el primer Cotidiano sobre el planeta tierra, el primer Omega fabricado que conmocionó a la sociedad y se ganó el interés de muchos. Ismael no evitaba ganarse miradas de deseo y envidia como también no podía evitar quedarse callado ante el mundo que su padre le presentó.

Lo primero que un Cotidiano quiere cuando sale del nido es intentar cumplir con su rol de Omega. Mucha sorpresa se ganó cuando descubrió la brutalidad de las relaciones y el trato hacia los suyos. Ismael le otorgó la imagen de paz a un producto que iba destinado al deseo. Las organizaciones de ayuda y las marchas se agruparon bajo su nombre por el poder que ingeniosamente su padre había creado: No había nada más peligroso que un ser delicado y chiquito que supiera usar las palabras. 

Cada vez que su padre daba vida a otro Cotidiano se encargaba de integrarlo a su ayuda por los Omegas. Las organizaciones que había fundado ofrecían trabajo a los Omegas solteros e Ingrid se encargaba de mejorar la situación en los Orfanatos, promover la adopción no había sido tema fácil. Como tampoco lo fue intentar ofrecer educación sexual a los suyos, y collares para prevenir la mordida de un Alfa. Todos cumplían un rol exacto dentro de la sociedad gracias a la determinación de Ismael. 

Todos menos Ignacio. 

Cotidiano Ignacio era un tema aparte. Sospechaba que nadie le caía bien y justamente Jerome lo confirmó cuando le mostró su perfil de origen. No era un Cotidiano destinado a cumplir el deseo y la necesidad del otro. Poseía la bondad suficiente cuando notaba que la situación implicaba dañar el sistema del mundo. Crear a un Cotidiano para servir a otros Cotidianos no había sido una buena idea del todo.

Jerome creó un ser desgarrado y asqueado por el mundo que destruyó a Igor. Una mancha negruzca entre las plumas blancas. 

Porque cuando de Ignacio se trataba todos debían callarse. Se había ganado el respeto a base de temor y miedos ajenos. Todo el mundo sabía que tras sus ojitos y su baja estatura se escondía un depredador que no tenía temblor ante la idea de asesinar. La bondad, la moral social y la misericordia no entraban en su sistema de valores. Ignacio era la contraparte de un Cotidiano. Porque donde todos ofrecían su ayuda y su cuerpo ante el deseo Ignacio no ofrecía más que voz desgarradora y desaparición de violadores. Para él no existía mejor justicia que tratar a la mierda como mierda aún si eso horrorizara al mundo. 

Los que tenían suerte paraban en la cárcel para pudrirse por años, otros terminaban en una casilla escondida de Marruecos.  Justo donde lo único que quedaba era la pérdida de identidad y la muerte fija de un paro cardíaco. La desesperación que Ignacio causaba había dejado a muchos bajo tierra. El vago conocimiento por la medicina que tenía aquel le permitía extender la vida de sus pacientes un poco más. Ismael no estaba de acuerdo con aquel trato, sin embargo, Jerome le había dicho que lo dejara. Que llegaría un punto en el que Ignacio acabaría su necesidad de vengar a Igor cuando los recuerdos de este desaparecieran por completo de su cabeza. 

Y ahí estaba Cotidiano Ismael recostado en la cama matrimonial, desnudo y con el ceño fruncido pensando qué mierda significaba las letras aleatorias que Ignacio le había mandado por la noche. El día estaba horrible, detestaba la humedad porque sus rizos enloquecían y sospechaba que su celo estaba cerca.  Ignacio no respondió a las llamadas ni contestó los mensajes y lo único en que podía pensar era cosas malas. 

El castaño se levantó de la cama y con piernas temblorosas se acercó al baño. Descansó la cabeza contra la puerta cuando la cerró. El estómago le dolía y la sensibilidad en su cuerpo le hacía cosquillas por todos lados. Dió unos pasos hasta llegar a la ducha. Reguló un poco la temperatura del agua, a su Alfa le gustaba muy caliente, en cambio, él la prefería tibia y suave. Muchas veces había terminado con la piel roja y humeante cuando se metía con Will a hacer cosas en el baño.

Mañanas como aquellas eran tan silenciosas y tranquilas que podía oír el silbido suave del viento. Su Alfa se había ido del país la noche anterior para visitar a sus socios. Por lo que sabía iban a celebrar una fiesta de aniversario en la compañía que había invertido en COTIDIANO OMEGA y debían organizar la agenda para preparar la semana festiva. No se imaginaba lo estresado que debía estar Jerome en aquellos momentos. Después de todo, asistir iba a ser una gran oportunidad para promover su línea de Cotidianos a señores de otros países. Ismael suspiró, abriendo sus piernas y notando la espesa humedad blanquecina que se resbalaba por su piel.

De mala gana entró en la ducha y empezó a limpiar su cuerpo. El rostro de Ismael expresaba la angustia y el dolor de cabeza que le generaba Ignacio. Tenía el celular pegado a él todo el tiempo, siquiera pudo dejar de mirarlo cuando hizo el esfuerzo de quitarse el semen de las entrañas. De por sí todos los Cotidianos eran estériles. William lo sabía, todo el mundo lo sabía. Y aquel tenía el morbo de llenar y destrozar su cuerpo por completo. Ismael frunció el ceño cuando adentró dos dedos y la humedad espesa resbaló como sangre. Maldijo por lo bajo.

Jadeó bajito y sus mejillas se calentaron cuando presionó con fuerza. Las piernas de Ismael temblaron y sintió un ligero dolor que lo hizo retroceder en sus acciones. Apagó el agua cuando terminó y luego se detuvo frente al espejo de cuerpo entero. Notó en su rostro una ligera sombra bajo los ojos. Le dolía el pecho. Supuso que sería la ansiedad y el temor de lo que Ignacio podría decir. Estuvo así varias semanas y trataba de meditar, de distraerse en diversas tareas. El estrés lo único que provocaba era ganas de ir a clavarse frente a la puerta del español para saber las noticias.

Toqueteó su cuello pálido, Will le había dejado una suave marca. Sentía todo su aroma por la piel, tan espeso que provocaba sensaciones extrañas en su estómago. El Cotidiano apretó su vientre y ladeó la cabeza; estaba seguro de la cantidad de cachorros que hubiera tenido si tan solo sus óvulos hicieran su trabajo. Seguramente a su edad ya sería madre de una pequeña cantidad de niños rechonchos y gorditos, como a él le gustaba verlos.

Le hubiese gustado la idea de cargar sus propios bebés, pero Will no aguantaba a los niños y había evadido el tema de la adopción muchas veces. Decía eso, y sin embargo cuando estaban en la intimidad Ismael oía a su Alfa gruñir, abotonando el interior de su cuerpo y mirándolo como si se tratara de una fina obra maestra en la cual poner su firma. La necesidad de un Alfa de marcar su descendencia era un instinto animal básico que muchas veces no coincidía con el pensamiento racional de la persona. Ismael no se imaginaba a Will cargando un bolso lleno de pañales ni tampoco lo veía charlando con un niño.

Pensar en una familia más grande le iba a ser imposible con él.

Tal vez por eso se conformaba con hacer felices a los niños ajenos. De alguna manera el sentimiento que abundaba su corazón buscaba el bienestar de los más chiquitos y de los suyos. Cuando visitó las zonas precarias de su propio país no pudo soportar el dolor en su pecho. No pudo soportar el llanto ni la angustia que le generaba el ver a una cantidad considerable de niños que habían perdido su infancia a una corta edad para vivir en un contexto que no les correspondía. Porque Ismael vino al mundo creyendo que el ser humano tenía ciertas etapas en la vida, una estructura básica que lo guió en el mundo y que, sin embargo, pareció no cumplirse cuando escuchó que un niño estaba dispuesto a entregarse en cuerpo para obtener un poco de comida.

Simplemente no podía dejar de lado sus sentimientos. Aquella vez Ismael conoció una tristeza infinita que devastó su estado de ánimo. Jerome le había advertido a Will que era algo normal, que a medida que un Cotidiano reconoce los sentimientos tarda un pequeño lapso de tiempo para digerirlos. Ismael no pudo comprender el mecanismo de las palabras. No pudo comprender cómo aquél dolor indescriptible que presenció se resumía a la simple cotidianidad de lo normal.

Porque mientras los conocidos de Will gastaban millones de dólares para sus campañas publicitarias, del otro lado del mapa un niño se quitaba la ropita y vendía cualquier cosa para llevarse algo a la boca. Porque lo único que pensaba Ismael era en ver toda esa cantidad de dinero que se podría invertir en un plato de comida, educación y una vivienda. Pero había cosas que no entendía, le dijo Will. Había cosas que no debían cambiar porque así funcionaba el mundo. Porque a veces resultaba más fácil manejar al que está a oscuras y no al que puede crear su propia luz. No hay arma más despiadada que ganarse el favor a partir del deseo del otro.

Cotidiano Ismael se cambió de ropa con el corazón doliendo y una tierna y suave incomodidad en la cabeza. Tal vez visitar a Ingrid y charlar un poco sería lo mejor para calmarse. Por lo que sabía su Alfa estaba en la ciudad y ambas residían momentáneamente en un hotel.  De alguna manera se sentía intimidado por la mirada de la otra mujer, no estaba enterado si sabía que Ingrid y él habían compartido sus genes para crear a Ivar; y que en cierta manera habían podido crear un cachorro, aún si este nació de la manera más artificial del planeta. Ismael secó su cabello, pensando, a Ingrid no le gustaba del todo que buscara a Ivar.

Se sentía un poco solo e incomprendido. William le había sonreído tiernamente cuando se lo contó y luego follaron. Ingrid se negó a continuar e Ignacio solo aceptó por el simple hecho de molestar a Jerome. Parecía que nadie comprendía sus sentimientos, y que de alguna manera aquel Cotidiano iba a ser su única y remota realidad de ver a un cachorro con su sangre. Tan propio que el corazón que portaba se estremecía ante la idea.

Ismael salió de su habitación y bajó hasta su despacho. Este se encontraba ni bien cruzaba la sala principal, siempre vacía y enorme, tan monstruosa que cada sonido provocaba un eco terrorífico. El gusto de William era algo antiguo, su hogar olía a libros viejos. Estaban desparramados por toda la casona, en muebles, sobre la mesa. Creyó que su Alfa era un amante puro de la literatura, pero la conversación acabó con un simple “ya no tengo tiempo para leer” dando fin a la emoción del Omega. La biblioteca era un lugar enorme y solitario, propio de él. Entre los libros escondía fotos suyas junto a William, a veces solo o de algunas flores o cosas que le llamaban la atención, dejaba notas y pensamientos vagos que tenía al día y los colocaba en la página favorita de cada libro que leía.

Si bien William tenía ciertos defectos, no podía evitar agradecer la comprensión que tenía por descubrir el mundo. De alguna manera la pasión que su Alfa había perdido en la literatura la encontró en las palabras de Ismael. En la cama, en las noches de lluvia mientras el Omega le recitaba sus frases favoritas y ambos charlaban sobre las cuestiones planteadas en la historia. A veces William se quedaba quieto, escuchándolo leer. Otros Alfas no tenían el mismo pensamiento que William, y no permitían que sus Cotidianos aprendieran más de lo que ya sabían.

Ismael decidió tomar su pluma y un poco de papel para escribir. Constantemente manifestaba sus deseos, anhelos e inquietudes con la esperanza de volver a leerlas si algo pasaba con sus memorias. Había tenido numerosas charlas con Ignacio respecto al tema, y este no hacía nada más que repetir que en el mundo bajo todos querían abusar de Cotidiano Ismael. Y muy en su interior tenía miedo de terminar como Igor, el antecesor de Ignacio. El Omega se acercó a la ventana, un día nublado y friolento como siempre. No quiso abrirlas, pero arrastró el sillón cerca de ellas para recibir un poco de luz.

Empezó a escribir. Primero colocó sus iniciales, la fecha y la primera palabra que se le vino a la cabeza para describir qué sentía aquel día. Inconscientemente su mano guió la pluma de manera rápida y seguida. Cuando levantó la mirada trató de inspirarse al ver la extensión del jardín, en su colorida selección de flores y en el vacío y la soledad que lo rodeaba.  Ismael notó que el gran portón negro se abría y un auto negro entró, brillante y tan único como siempre.

La punzada que sintió en su pecho provocó que soltara la pluma. Ismael se levantó y rápidamente salió de la biblioteca, cruzó la sala principal y se precipitó cuando salió a la intemperie. El frío chocó contra su piel y su cabello húmedo. Se sintió tan feliz de ver al moreno y delgado Ignacio que rápidamente corrió hacia él cuando bajó de la camioneta. Ismael gritó su nombre y no pudo evitar aplastarlo en un desesperante abrazo lleno de alivio. El rostro de Ignacio se frunció y se quedó tan duro como una roca ante el afecto, golpeó suavemente su brazo, pero no sabía si era para responder amistosamente a su manera o para decirle en lenguaje corporal que se alejara de él.

—¡Me tenías aterrado! —susurró y se alejó, Ismael tomó del rostro a Ignacio y verificó su estado. La carita del más chico se frunció nuevamente cuando apretó sus cachetes—. ¿No te pasó nada malo, verdad?

—¿Por quién me tomas? —habló y se zafó del agarre. Ignacio era un poco más bajo que él—. Ugh, dejaste todo tu aroma en mí. Detesto tu instinto cotidiano de querer ayudar a todo Omega.

Ismael no respondió, su naricita se levantó tratando de olisquear el aire para notar otro aroma. Sintió feromonas dulces y su corazón se llenó de una alegría extraordinaria. Ismael levantó la mirada a los asientos y se sintió fatal cuando no encontró a nadie y notó que Ignacio caminaba hasta el baúl.

—¿En serio? —murmuró Ismael y corrió para ver a su cachorro—. ¿Qué te costaba llevarlos adelante?

Ignacio lo miró mal.

—Oh disculpe, ¿Quiere también que le traiga una alfombra roja para que no ensucie sus hermosas pantuflas, mi princesa? —bramó y abrió el baúl, la mirada de Ismael viajó a un cuerpo pálido, a un rostro blanco y cubierto de pecas que le recordó a Ingrid. Su cabello negro y rizado estaba desordenado, al igual que su ropa. El Cotidiano no tuvo tiempo de admirar bien el rostro del cachorro porque Ignacio ya había metido mano entre el cuerpo de Ivar. Fue ahí cuando Ismael notó otra anatomía más chiquita, hecha pelotita a un costado. Su rostro enrojeció y se quedó atónito cuando oyó que Ignacio se quejaba al cargar a Ivar.

—¿Y él es...? —preguntó y levantó la mirada. Ignacio parecía llevar de capa a Ivar.

—No me mires así. Yo no daño Omegas. Se tragó algo sospechoso, creo que es la memoria de Ivar, tiene su nuca destrozada —habló y continuó arrastrando a Ivar. Ismael tragó saliva—. ¿Pretendes quedarte ahí parado como un bobo? Trae al otro.

Asintió. No le costó cargar al Omega, verificó que estuviera con vida por las dudas y buscó algunos signos de violencia. Ismael levantó la mirada cuando Ignacio dejó a Ivar en el suelo de la entrada y se dispuso a arrastrar el cuerpo como un saco de papas. Quiso gritarle pero la voz se le fue cuando casi se resbaló con el cuerpo del chico sobre los brazos.

El Cotidiano verificó que nadie estuviera viendo. Aunque su hogar estaba en un barrio privado y los cercos fueran altos tenía cierto temor en sus acciones. Ignacio parecía acostumbrado a ello.

Cuando entró notó que el Cotidiano español había dejado a Ivar sobre el sillón de la sala principal. Lo notó un poco cansado y dejó suavemente al Omega en otro sillón más pequeño, sus ojos analizaron su rostro en un segundo. Tenía la piel morena y los rizos eran un beso del sol, ondulados y brillantes. Su rostro era fino y su cuerpo dejaba notar las curvas que tenía. Notó en él un aroma puro y común. A pesar de su belleza no era un Cotidiano.

—Clark lo vendió a un burdel alejado de la ciudad. Es concurrido por personas de clase alta, pero no sabes el aroma nauseabundo que había ahí. Él apesta a sangre y feromonas extrañas, el otro es raro. ¿Sabes lo que me inquieta más de todo esto? Es que Jerome lo visitó recientemente —habló Ignacio y se levantó del sillón. Ismael volvió su cuerpo cuando notó que el Cotidiano hacía a un lado el cuello de Ivar para notar la cicatriz de su nuca—. Esto está fresco. Se la han arrancado. Parece una herida grande, está cicatrizando hace mucho tiempo.

—¿No tiene nada? —preguntó y se acercó suavemente. Ignacio le preguntó por los objetos de primeros auxilios y luego los fue a buscar. La mirada cálida de Ismael se perdió en el rostro de Cotidiano Ivar. Sin duda alguna podía notar en él los rasgos de Ingrid, en su nariz, sus pecas y sus rizos oscuros. Ivar tenía una estructura facial bastante distinta a los modelos que Jerome suele fabricar, le pareció moderno, extraño. Se acercó suavemente a sus rizos y acarició su cabello con lentitud, su curiosidad recorrió su cuerpo grande, sus hombros ligeramente más anchos de lo normal y sus manos pálidas con dedos largos.

Trató de sentir sus feromonas, pero sintió aroma a ropa limpia, a sangre y un suave vainilla similar al otro Omega. Ismael frunció el ceño y acercó su naricita al cuerpo de Ivar. Olía mucho a ese Omega. Le pareció extraño.

—Quítate —oyó a Ignacio cuando lo empujó suavemente. Ismael se hizo a un lado y sus mejillas se prendieron al ver al moreno con un bisturí en la mano. Ni siquiera sabía de dónde lo había sacado porque estaba seguro que eso no había entre las cosas de primeros auxilios. El Cotidiano avanzó y lo tomó de la muñeca—. ¡Oye! Esto es filoso.

—¡Claro que lo es! ¿Qué pretendes cortar? —preguntó y se lo quitó como una madre le quita un par de tijeras a un cachorro. Ignacio frunció el ceño e Ismael lo miró—. Tú no puedes ir por ahí cortando lo que sea, no tienes el conocimiento suficiente.

—¿Y tú qué sabes? —bufó y apuntó con su dedo el cuello de Ivar. Ismael alejó el bisturí de Ignacio y se acercó al Cotidiano como una madre protegiendo a su cría—. Huele extraño y su cuello parece podrido. Hay que ver lo que esconde su memoria.

—No digas tonterías —Ismael tomó el rostro de Ivar en sus manos. Era tan solo un cachorro de ocho meses, no sabía nada de la vida. El castaño acarició sus mejillas—. ¿Cómo fue que lo encontraste?

—Escuché que un Cotidiano iba a ser expuesto en un burdel. No tenía información sobre ninguna venta a civiles, como bien sabes Jerome va por los peces gordos —comentó—. Fue un cambio ilegal. Al parecer tu padre está haciendo trato con desgraciados del mundo bajo.

—No puede hacer eso —murmuró Ismael y rápidamente observó el cuello lastimado de Ivar—. Va contra nuestros derechos.

—Se está quedando sin fondos —Ignacio caminó a su alrededor. El Cotidiano español se acercó al Omega de rizos chocolate—. Al parecer las exigencias de Alemania le está secando hasta el último centavo. Fabrica productos basura, de baja calidad y poca resistencia. Se está abriendo al mercado entero.

—William no me ha contando nada... —murmuró Ismael y su pecho dolió. El otro lo miró de arriba—. Esto es terrible. Se está saltando muchas cosas.

—No creo que William esté al tanto. Jerome está haciendo de las suyas hace mucho tiempo —murmuró Ignacio y bajó la mirada a las manos delgadas de Peter—. Hay algo que lo está desesperando. Lo está apurando. No sé qué sea pero Jerome está muy histérico por ello. Él es un asqueroso hijo de puta, pero siempre valoró su producto por sobre todo. Tú sabes todo lo que dejó por su ambición. Por los Cotidianos.

Ismael no contestó. Claro que lo sabía. Prefirió desviar sus pensamientos de aquel tema, no le gustaba pensar en ello. Ismael tomó a Ivar entre sus brazos y su mirada se perdió, notaba la presencia de Ignacio husmeando el Omega moreno.

—¿Por qué lo vendería a civiles? —murmuró y bajó la mirada al cuello pálido de su cachorro. Su sangre recorría aquellas venas, la sangre de Ingrid, era, en cierta manera, un Cotidiano perfecto. ¿Por qué Jerome vendería tal Cotidiano en el mercado ilegal? ¿Tenía alguna falla? Lo único que pensó fue en las hermosas pestañas que Ivar tenía. Notaba manchas amarillentas en su piel, su pecho se llenó de un dolor familiar cuando removió la ropa de su cuello y notó las mordidas cicatrizadas y los ligeros cortes. Ismael sintió de todo en su pecho, y cuando levantó la mirada observó a Ignacio con la oreja pegada en el vientre del Omega.

No sabía qué sentía Ignacio al ver un Cotidiano lastimado. ¿Tal vez pena? ¿Enojo? ¿Ira? ¿En qué se manejaba para cumplir tal propósito? Ismael empezó a sentir una punzada en la nuca, su cabeza dolió cuando notó que Ignacio empezó a apretar el estómago del Omega con fuerza. El ceño fruncido del chiquito se volvió notorio, al igual que el dolor que sintió Ismael en el cuerpo al ver un Omega agonizando.

La cabeza del Cotidiano empezó a doler y sus puños se cerraron con fuerza cuando le rogó a Ignacio que se detuviera. Que lo dejara en paz. Cuando observó su rostro pálido, su mirada filosa y sus mejillas limpias pudo comprobar que no le afectaba tanto como a él. Ismael apretó los dientes cuando el dolor pasó de su cabeza a su pecho.

—Necesito que vomite —murmuró Ignacio volviendo sus manos al cuerpo del chico. Ismael negó con la cara hirviendo, sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos.

—No lo hagas —susurró con la voz quebrada cuando los dedos de Ignacio volvieron a presionar el estómago ajeno.  Ismael sintió que el aire se le fue del pecho. Sus manos empezaron a arder y su piel se tiñó de manchas rojizas, el Cotidiano no quiso mirar cuando Ignacio enterró sus dedos dentro de la garganta del Omega y presionó, a la vez que apretaba con brutalidad su estómago. Ismael dejó a un lado a Ivar y se levantó con la mirada aturdida cuando escuchó el vómito y ligeros sollozos. Levantó sus manos, su piel manchada, su mirada dilatada se volvió entre el ardor en su pecho cuando observó al Omega con los ojos abiertos sin más. Ignacio lo hizo a un lado, enterrando la mano en el vómito para buscar lo que tanto deseaba.

Notó su mirada dilatada, su piel grisácea y el temblor de su cuerpo. Sin embargo, nada pudo borrar su sonrisa extraña. Ismael sintió el dolor insoportable sobre la nuca y se tambaleó con fragilidad. La debilidad lo consumió por completo cuando sus piernas temblaron y su cuerpo se desplomó por el suelo.



Ismael volvió a sentir un dolor agudo en la cabeza cuando abrió los ojos. El sol chocó contra su mirada y la apartó con brusquedad. Abrió los ojos, reconociendo su habitación, el aire puro y las feromonas que su cama mantenía. Levantó las manos con curiosidad y ahí estaba, la pigmentación rojiza en su piel se marcó como arañitas, demostrando que había presenciado el dolor ajeno de un Omega. Sintió su garganta seca cuando se sentó en la cama. Se tomó unos minutos para recomponer energías.

Escuchó el tono de su celular y llevó una mano a su cabeza por el molesto ruido. Primero se levantó y fue directo al baño para beber un poco de agua. Ismael se lavó la cara y sus ojos se clavaron en la llamada que seguía sonando en su celular. Cuando contestó sintió la voz de Ignacio tan fuerte que tuvo que alejar el celular de su oído.

—¿Esta vez sí es Ismael? —oyó y frunció el ceño. Murmuró un leve sí y tocó su cabeza con una mueca—. ¿Sigues lloriqueando por eso? Pasaron como dos días.

—Sabes que me afecta más a mí que a ti —habló con tono enojado.

—Ya, pero tiene sus frutos —aclaró—. No te iba a dejar al cadáver y al perrito en manos tuyas. Estabas como muerto, por un momento creí que se paró tu corazón.

Oyó las palabras de Ignacio y levemente se acercó a la ventana, no estaba su auto negro—. ¿Te los llevaste? ¿Dónde estás?

—En mi casa de las praderas —respondió e Ismael sintió que su piel se erizó cuando pensó en Marruecos—. No me refiero a la casa que estás pensando. Esta sí está en las praderas. Alquilé un lugar tranquilo, aunque extraño un poco la comodidad de mi España. Tengo bien atendido a tu cachorro, aún no despertó.

—¿Y el Omega? —preguntó. Ignacio respondió al instante.

—Pues me mordió. Creo que me tiene miedo.

—No quiero que vuelvas a lastimar a un Omega así —habló y por un momento hubo silencio del otro lado.

—No lo volveré a hacer —respondió el Cotidiano e Ismael suspiró. Se dirigió al baño para tomar una ducha fría y puso en altavoz la llamada. El Omega empezó a quitarse la pijama cuando escuchó las últimas palabras de Ignacio—. Lo que había en el vómito era la memoria de Ivar. Está deteriorada, pero no del todo. Necesito que vengas.

Ismael se quedó quieto—. ¿Está todo bien con Ivar?

Silencio.

—Ivar tiene una estructura extraña.








Volví.

No recuerdo si les pregunté, ¿Qué piensan de la nueva portada? 

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