cuatro

—¿Él es el Cotidiano?

—Es muy hermoso.

—No parece un Omega.

—Dicen que están destinados a grandes hombres, no sé porqué un chico como él acabó con un alfa como el amo.

—Tal vez... ¡Oh! Está despertando.

Entrecerró los ojos cuando se percató de las voces a su alrededor. Ivar gimió bajito y llevó una mano a su cabeza una vez despertó por completo, le dolía, le ardía la nuca, los ojos, la borrosa vista que se extendió al ambiente solo le permitió divisar cinco siluetas.

—¿Está muy desorientado? —escuchó una voz suave y baja, Ivar frotó sus ojos y jadeó cuando toqueteo la venda en su cuello, le dolía tanto, tanto—. ¿Crees que le curamos bien? Se ve doloroso.

—No lo sé, acércate.

—No, acércate tú.

—Vamos anda, ¿Eres un mariquita o qué?

—¡¿Ah?! ¡¿Y porqué no vas tú, genio?! ¡Después de todo eres el más grande de todos!

—¡¿Pueden cerrar el pico par de cotorras?! —el murmullo se acabó al segundo de oír una voz un poco más profunda, Ivar aflojó la mirada y más tarde aquellas siluetas empezaron a tener forma humana. Sus receptores no captaban nada extraño, a decir verdad, no captaban nada. El Omega frunció el ceño cuando miró a cinco bonitas especies iguales a él.

Omegas hermosos, finos, tanto que Ivar los confundió con las gamas de Cotidianos. Habían dos que eran idénticos, de hermosos ojos ámbar y una piel aperlada y bronceada, los rizos en sus cabellos parecían hechos a mano, su semblante inocente y risueño era distinto al de los otros tres omegas que le seguían.

Estos marcaban cierta seriedad que confundió a Ivar por un segundo, tenían el cabello azabache a pesar de las distintas facciones que mantenían. Los dos últimos tenían los pómulos puntiagudos, nariz pequeña y unos bonitos ojos verdes brillantes que contrarrestaban con el último Omega que dió un paso ante todos ellos. Este era medianamente alto, de hombros finos, poseedor de una belleza ordinaria que no causó en Ivar muchos sentimientos. Tenía el semblante serio, y parecía notar cierto disgusto en su voz.

—¿Tú eres... Ivar?

—Ivar... —murmuró y los omegas se encogieron un poco al escuchar su voz. El propio Ivar se sintió tocado y una extraña sensación recorrió su cuerpo cuando notó las vibraciones de sus cuerdas vocales. Bajó la mirada, estaba recostado en una cómoda cama y en un cuarto bastante hermoso, el color rojo resaltaba la mayoría de las telas, sin embargo, la blancura de su ropa hizo clic en su mente. No recordaba bien porqué estaba allí, con esa ropa, y esa gente ordinaria.

—¿Porqué... Porqué un Cotidiano como tú terminó en un lugar como este? ¿Eres el cotidiano del amo? —habló el Omega de facciones fuertes, su rostro disgustado y la frialdad de su mirada hizo que Ivar entrecerrara los ojos, una extraña sensación recorrió su cuerpo y su semblante ensombreció su rostro.

No tenía ninguna información sobre el tal "Amo" ni tampoco recordaba la secuencia de haber terminado ahí. El aroma que envolvía aquellas sábanas era bizarro, olía dulce y picante, leve, fuerte, las feromonas de excitación que había era intensa y no entendía porqué él era el único afectado. ¿Acaso esos omegas no sentían aquél aroma en la habitación? ¿O sus sensores estaban dañados? Lentamente parpadeó para aclarar su mente. Nada funcionaba con normalidad. Padre tuvo que haberle informado de la situación, ¿Dónde estaba su uniforme? ¿Quienes eran aquellas personas? ¿Y su alfa, quién era su alfa?

¿Estaba ya... En posesión de un alfa?

La sola idea de pensar en su alfa hizo que su estómago diera cosquillas. Ivar tragó saliva y destendió las sábanas, traía una especie de camisón blanco, con ligeros detalles de encaje y bastante cómodo para su gusto, cuando se puso de pie notó la ligereza de la prenda. Parecía como si no llevara nada puesto.

—Solicito que me lleve ante mi alfa, Omega —habló justo cuando quedó a un paso del chico que lo miraba con disgusto, este era un poco más bajo que Ivar y su mirada se frunció ante la altura ajena. Los omegas lo miraron con sorpresa.

—¿Solicito...? ¿Qué eres un puto teniente? —contestó con enojo el pelinegro, uno de los rizados lo tomó del brazo con fuerza—. ¡Suéltame Peter!

—Te guste o no... Es el nuevo Omega del amo, Jared —Ivar levantó la cabeza y repasó su mirada al tal Peter, el silencio se volvió incómodo y el desagradable y ordinario Omega de cabello azabache frente a él se hizo a un lado. Ivar notó en su mirada las sombras de las lágrimas.

—Ven —murmuró uno de los chicos y sintió el tacto cálido de sus dedos cuando tomó su mano. Ivar avanzó, la habitación repleta de feromonas quedó detrás suyo una vez se encontró frente a un pasillo y varias habitaciones iguales. El aspecto del lugar era extraño, había luces rojas, tapizado color vino y había esencia a rosas y vainilla por todas partes. Ivar miró los cuadros que colgaban de las paredes, eran siluetas, marcas, diferentes posiciones de una persona desnuda que parecía disfrutar de todo. La mirada azulada del Omega se dilató, la fragancia de aquél lugar era extraña. Los ruidos, las miradas. Cuando se detuvieron frente a una puerta de madera oscura Ivar sintió el aroma intenso a alfa, el Omega frente a él se hizo a un lado—. ¿Estás bien?

Ivar se quedó unos segundos en silencio antes de contestar. Los ojos ámbar del rizado parecían resaltar ante las luces rojizas, su piel, su nariz, le agradó inmensamente sus clavículas marcadas.

—Sí —contestó, el Omega levantó las manos y acarició el hombro de Ivar, era mucho más alto y un poco más grande que aquél. A decir verdad Ivar se sintió extraño, se preguntó, tal vez, porqué él no lucía tan bonito y delicado como aquel. Sus dedos, su tacto, sintió incluso las vibraciones de su sangre cuando removió la ropa que traía.

—Si incomoda mucho, lo mejor que puedes hacer es tomar la posición contraria y manejar tú los toques —habló y sonrió para alejarse más tarde. Ivar se quedó quieto, sus receptores no advertían nada, golpeó la puerta y trató de establecer nuevamente las sensaciones en su cuerpo. Aún sentía el aroma dulzón de un Omega excitado.

Cuando abrieron la enorme puerta los ojos azules de Ivar vislumbraron una presencia magnífica y fuerte. El joven Cotidiano sintió que su piel se erizaba y su cuerpo respondía de manera sumisa al ver los grandes músculos, los grandes brazos. Ivar se relamió los labios disimuladamente, sus sensores buscaron algún tipo de atracción. Era un alfa apuesto.

—Cariño —murmuró, y Ivar sintió que sus mejillas enrojecían. La mirada oscura de aquél alfa era intensa, fuerte, tanto que el Cotidiano tuvo que tragar saliva para deducir bien el estado de aquél hombre. Cuando pasó dentro del cuarto se encontró con cierta decoración exótica y apagada, de colores fuertes. El alfa fue directo a sentarse sobre la cama. Era grande, alto, parecía un adulto mayor, tal vez, cruzando los treinta—. Dime, por favor, ¿En qué estás pensando?

—Mnh —murmuró y se encogió de hombros, apretó las manos sobre su vientre. Un cosquilleo suave lo azotó—. Estaba pensando en tí.

—¿En mí? —preguntó, y Ivar asintió—. ¿Qué pensabas?

El Cotidiano se quedó quieto unos segundos, su mente hizo cortocircuito. De repente, la blancura de sus pensamientos lo desalentó un poco. Ante situaciones como estas, debería saber qué responder. Pero se quedó ahí, quieto. No sabía si la sinceridad completa iba con aquél hombre, y eso lo asustó un poco.

—Eres... Muy grande —murmuró, y sus ojos se clavaron en la mirada oscura. No entendía bien porqué no conocía ningún rasgo de aquél. Era su alfa. Su alfa. Pero siquiera podía recordar su nombre. Ivar disimuló su ignorancia y sonrió apenas, su cuerpo respondiendo a las feromonas que sentía—. Ahí... ¿Ahí abajo eres grande también?

—Mierda... —murmuró el alfa negando con una sonrisa, Ivar sonrió de lado, acercándose. Sentía un ligero gusto a excitación en el ambiente, y sus sensores empezaban a calentarse—. Resultaste ser... Un poco atrevido, ¿No lo crees?

—¿A tí no te gusta? —murmuró, ya de pie frente a él. El alfa lo miró sonriente, el brillo misterioso de sus ojos enloquecieron sus receptores. Sus feromonas, su aroma, era su alfa. Era su alfa, pero no lo reconocía bien en su mente—. Eres mi alfa... Después de todo, ¿No...?

El mayor sonrió juguetón y rápidamente lo tomó de la mano, Ivar se acercó y sus piernas de abrieron en la cintura del hombre cuando este lo atrajo con rapidez. El joven Cotidiano sintió el bulto sobre su carne, sobre sus muslos, lentamente meneó las caderas y rodeó su cuello con los brazos. El calor, sus cuerpos, quedaron pegados en un segundo, sintiendo la respiración del otro.

—Eres grande —murmuró sintiendo el aliento caliente ajeno. Las manos del alfa pararon en su cintura, cálida. Le gustaba los toques—. Me gusta.

—A mí también me gusta este de aquí—murmuró y lo tomó con fuerza del trasero. Ivar jadeó y el estímulo lo volvió sensible, de repente, la atmósfera empezó a sentirse espesa. Lo sentía, lo sentía tanto que sus pupilas se dilataron—. Eres lindo.

—Me vería más lindo... —susurró y meneó las caderas sobre la entrepierna ajena. Ivar se acercó peligrosamente al oído del hombre, su mente nublada, los estímulos, y sus labios moviéndose solos—. Contigo dentro.

—Ja... Qué bueno que lo dices, porque soy un gran fanático de la belleza —murmuró y lo tomó del mentón, Ivar lo miró con cierta intensidad, analizando las facciones ajenas, grabando cada arruga, cada marquita, cada rasgo mísero y pequeño en su cabeza. A su alfa le gustaban los Omegas atrevidos, y rápidamente su cuerpo respondió a las necesidades ajenas. Ivar ronroneó como un gatito cuando el hombre acarició su cuello vendado, meneó las caderas, las piernas regordetas alrededor de la estrecha cintura, apretándose con vigor, como un animal en celo. Se dejó colgar en su cuello cuando buscó su boca, y lo besó, lo besó con tal intensidad que sus feromonas empezaron a emitirse sin que lo supiera, sus receptores se hundieron en un sinfín de deseos, de placer al sentir las manos ajenas sobre su carne, al complacerlo—. Ya, ya, chiquito, no quiero dañar esta belleza que te traes de cuerpo. 

Ivar no entendió bien sus palabras, pero sonrió de lado cuando el alfa repasó sus labios gruesos con su dedo pulgar, secando la saliva de la pomposa y rosácea boca. Los ojos azules del Omega lo miraron con intensidad, y las manos de Ivar se pasearon por el pecho ajeno, presionando, hasta llegar al estómago, el pelinegro bajó la mirada a la hebilla de los pantalones ajenos y volvió a levantarla. El alfa parpadeó y rápidamente lo recostó sobre la cama. 

—Una probadita no daña a nadie —susurró sobre los labios ajenos y los devoró de una estocada, Ivar gimió y lo abrazó con fuerza, pegó su cuerpo al otro y lo rodeó con las piernas, suspirando, tragando toda feromona que empezaba a sentir. Sintió que el alfa le acariciaba las piernas, los muslos, sintió su lengua contra la suya cuando finalmente se alejó. El hombre se puso de rodillas y lo tomó de las piernas, la sonrisa ladina que tenía sobre el rostro causaron sensaciones extrañas en Ivar, intensas, su cuerpo entero vibró cuando la gran mano ajena empezó a ascender sobre su ropa, levantando el camisón, levantando toda prenda hasta su pecho. El ojiazul notó que no traía ropa interior, y observó ahí, su cuerpo una vez más, su corazón se oprimió, pensando en los otros Omegas, pequeños, mirando sus piernas largas, su estómago plano—. Mierda... Eres una maravilla, chiquito. 

—¿Enserio lo crees...? —preguntó ido y el alfa se carcajeó, se inclinó sobre él y besó sus labios una vez más, su barbilla, su cuello vendado. Bajó hasta su estómago, y mordió con suavidad la piel, Ivar se estremeció y apartó la mirada al techo, sus manos fueron a parar al cabello del alfa cuando este se detuvo en sus partes íntimas, en su pelvis, suspiró y abrió más las piernas cuando sintió su lengua caliente, abrazador, cálido, su cuerpo entero vibró y se arqueó, gimiendo. Ivar se deshizo en gemidos queditos, en moviminetos lentos, en jadeos. Sintió las manos de su alfa sobre su vientre y la tomó, mientras elevaba la mirada azulada a la vista de aquél hombre sobre su cuerpo, llevó sus dedos a su boca y los mordió con suavidad, mientras sentía el ligero sudor que caía por su pecho, en la humedad reciente en sus partes íntimas. 

Las sensaciones nuevas quedaron grabadas en su mente, en su piel, en las reacciones de su cuerpo, en su mente ya no había nada más, nada, solo la imagen de aquellos ojos negros, de aquellos dedos, de aquella mano tomando su cuerpo virgen, su cuerpo inexperto. Ivar se sintió, primeramente, un Omega deseado. A pesar de las diferencias que sentía con su propia especie, con su propia jerarquía. Su mirada cristalizada brilló cuando buscó el rostro ajeno, sus dedos temblorosos chocaron contra las mejillas rasposas, con la mirada dilatada de un alfa adulto sobre su cuerpo. El mayor elevó la mirada, y se separó cuando las manos de Ivar cepillaron la humedad de su mentón, de sus labios. El alfa lo miraba, cegado, con las pupilas dilatadas, deseándolo a todo momento. 

—Eres... Mi Cotidiano. 






















































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