YA ERA HORA

YA ERA HORA

(Verano de 2000)

El segundo cuatrimestre en la universidad, al menos por aquellos años, siempre seguía el mismo esquema. Marzo era un mes tranquilo en el que empezaban las clases después de los exámenes de febrero y en el que no se hacía nada. Abril también era un mes cómodo en el que, además, solía caer la Semana Santa. Mayo traía el momento en el que te llevabas la hostia, porque te dabas cuenta de que no habías estudiado nada y ya estabas a menos de un mes de los exámenes. Esa era la época más dura, porque no solo era importante ir estudiando los apuntes que tenías, sino que, además, había que conseguir los que no tenías y, por si fuera poco, los profesores seguían añadiendo materia como locos. Por suerte, en junio se acababan las clases y aunque este era el mes de los exámenes, por lo menos el alumno contaba con más tiempo para estudiar. Aun así, junio, y también finales de mayo, era el momento de pasarse muchas horas en la biblioteca empollando mientras fuera hacía buen tiempo y otros se divertían. Como tantos otros millones de universitarios españoles, no me quedó más remedio que ir siguiendo todo este proceso hasta que por fin acabé mi último examen en la universidad hacia el veinte de junio. En total había hecho cinco exámenes de seis y tenía esperanzas de aprobarlos todos, o al menos la mayoría. Mientras esperaba que fuesen llegando las notas, me iba preparando para el último examen que tenía realmente, que no era otro que el de conducir a finales de junio y también iba gestionando mi viaje a Inglaterra de ese año. El fin de semana posterior al final de los exámenes hicimos mis amigos y yo un monstruoso botellón para celebrar el fin de la tortura, en el cual nos bebimos cada uno casi una botella y varios acabaron rabando como perras. Aparte de esto, no salí casi nada estos días, porque muchos de mis colegas se fueron de vacaciones y, además, yo ya estaba ultraconcentrado en el examen de conducir y con medio pie en Inglaterra.

El examen de conducir fue un desastre absoluto. No suspendí, fue mucho peor. No pude presentarme porque a los gilipollas de la autoescuela se les olvidó hacer las gestiones burocráticas pertinentes en la Dirección General de Tráfico, o algo así. Lo peor fue que además, mi aprobado en el examen teórico caducaba ese mismo mes si no me presentaba, por lo que también lo perdí. Esto significaba que después de vacaciones tendría que presentarme otra vez a los dos, en lugar de solo al práctico. Ni qué decir tiene que me pillé un enfado monumental, porque ya casi me veía con el carnet, y de repente no tenía nada y estaba como al principio. El profe de la autoescuela se deshizo en disculpas y me prometió que la matrícula de ambos exámenes me la pagarían ellos, además de regalarme algunas clases para compensarme por la molestia. Aunque estaba enfadado, juzgué conveniente no cabrearme con la autoescuela para no empeorar las cosas y acepté sus disculpas y compensaciones. Libre ya de toda obligación hasta septiembre, aunque jodido, me dispuse a comenzar la temporada de verano con Farah en Danetree.

Llegué a Luton el uno de julio a medio día y me pillé un autobús hasta Coventry. Para evitar errores cometidos en el pasado, les dije a Jannet y Dany por carta, aparte del día que llegaba, que les iba a pagar la renta religiosamente y todo eso, que no se molestasen en ir a recogerme, que ya me las apañaba yo solo. En lugar de esto, fue a Farah a la que conseguí convencer para que quedásemos en Coventry y ya nos volviésemos los dos a Danetree. Por supuesto, como buen caballero, no le pedí que viniese ella a buscarme, sino que me las arreglé para ajustar el día que yo llegaba, que era sábado, al día que ella solía ir de compras a Coventry. Como la estación de autobuses estaba bastante céntrica y cerca de las tiendas, pensé que a ella no le supondría mucha molestia quedarse un poco más y que nos volviésemos los dos juntos. Nada más llegar a la estación, lo primero que hice fue buscar los baños y meterme ahí, a mear, pero también a engominarme el pelo y echarme el último vistazo antes de llamar a Farah para que viniese al hall a recogerme. Como ya he dicho otras veces, para Farah la apariencia era lo más importante que había en la vida y como las primeras impresiones son las que perduran, había decidido ir vestido de punta en blanco para mi primer encuentro del año con ella. El año anterior había cometido el error de ir a verla hecho un mamarracho, pero ese año fue diferente. Ahí mismo, en el baño, hice el último repaso a mi aspecto antes de salir. El pelo me lo había cortado hacía poco, rapado por los lados y largo y con gomina el flequillo. Camisa de marca, pantalones Dockers y chaqueta modernilla estilo Quicksilver completaban mi indumentaria. En los pies ya no llevaba unas Adidas zarrapastrosas, sino unas botas Timberland nuevas que me habían costado casi veinte mil pesetas. Estas botas, además de bonitas y a la moda, tenían una valiosa virtud, que eran unos taconazos que me elevaban unos cuatro o cinco centímetros sobre mi talla real. Desde el principio de los tiempos, una de las mayores quejas de Farah sobre mí había sido mi baja estatura. Tengo que aclarar que yo no era ningún enano y que andaba alrededor del metro setenta y cinco, una altura media en España. El problema era que Farah, con sus patas largas, medía más o menos igual, y su afición por los taconazos la hacía muchas veces parecer más alta que yo. Esto, que puede tener la importancia que uno quiera darle, era para Farah un gran problema, lo cual me repetía muchas veces «If only you were a bit taller...», mientras me hacía partícipe de su admiración por los hombres altos. Yo fingía reír y no hacerle caso, pero en el fondo me jodía bastante, porque, además, esto era algo que uno no puede cambiar. Si eres gordo, puedes adelgazar; si eres un tirillas, puedes ir al gimnasio; si eres feo, puedes hacer un millón de cosas para mejorar, y las tías pueden ponerse tetas, maquillaje, postizos, tacones, pelucas y así un largo etcétera. Pero los bajitos, ah, los hombres bajitos, no pueden hacer nada y están condenados a sufrir que la peña no les tome en serio y las pibas los menosprecien, solo por una desafortunada circunstancia que ni siquiera es culpa suya, sino de la fatalidad y de unos genes retaquillos heredados de sus progenitores.

El reencuentro con Farah fue bastante mejor del que se produjo el año anterior, en un aparcamiento de Danetree. Como ya nos conocíamos mucho mejor después de dos años y muchas horas de conversación telefónica, la situación fue más natural y menos forzada que en 1999. Ella llegó un poquillo tarde, por lo que me tocó esperar un buen rato en la estación, pero cuando llegó, estaba tan guapa que no me importó mucho. Cuando por fin estuvimos juntos, la abracé y le di un beso, pero ella me giró la cara para que este llegase a su mejilla. Si no conociese sus manías me habría preocupado, pero ya sabía muy bien que ella en público no quería demasiadas muestras de afecto.

—Hey Baby! How are you?

—Hello sweetie! Ahh There you are. Did you have a nice trip?

—Yeah, everything awright, thanks.

—Were you waiting for a long time? me preguntó con una sonrisa traviesa en los labios.

—No, don't worry, I've just arrived. No quería empezar con una recriminación nuestro nuevo periodo juntos, así que mentí y le dije que acababa de llegar, en lugar de admitir que había estado esperando más de media hora.

—How are your parents? Farah hacía esta pregunta un poco por compromiso, porque aunque su relación con ellos cuando coincidieron en España fue correcta, ella siempre se mantuvo un poco distante, por el idioma o por lo que sea, y tampoco te creas tú que llegaron a cogerse demasiado cariño.

—Yes, they are fine. They say hello.

—You've gone stylish! Let me see you a minute. Ahh, very nice. Good job!

—Thanks. You look very pretty too.

—Thank you. My hair's not frizzy, is it?

—No it's Okay.

—Has my make-up smudged?

—No. It's fine too.

—Everything all right then.

—Yes, you look very beautiful.

—Really? Ah thanks babe. By the way, I've been doing some shopping. I even got you a present. I hope you like it.

Farah no había cambiado demasiado de un año para otro. Alta, delgada, piel muy morena y pelo largo y liso; Farah tenía más pinta de india que nunca, aunque ella tratase de disimularlo con ropa moderna, mechas de color castaño y mucho maquillaje. Después de la emoción del reencuentro, nos montamos en el bus hacia Danetree y fuimos hablando de nuestras cosas hasta que llegamos, momento en el que ella me acompañó un poco hasta casa de Jannet y Dany y luego se piró a la suya. Había que reconocer que los reencuentros con Farah siempre eran un poco decepcionantes, porque después de tanto tiempo sin vernos, ella estaba conmigo el tiempo mínimo imprescindible y luego se iba, pero como ya me conocía la dinámica de nuestra vida en Danetree, tampoco me agobié demasiado. Yo ya tenía las ideas muy claras de lo que podía esperar de Inglaterra y cuál era su función en nuestra relación, un mero trámite para ganar algo de dinerillo y tratar de traer a Farah a España cuanto antes.

Jannet y Dany andaban como siempre, ella con su trabajo y él con la tele y sus birras. Las únicas novedades que había en esa casa eran la fluctuación en el número de gatos y que ahora tenían televisión por cable y una Playstation que habían dejado sus nietos allí al comprarse una consola superior. Después de hablar un rato con ellos y comer algo, me subí a mi habitación, bueno, a la habitación donde yo estaba, a descansar un poco y organizar mis cosas. Al día siguiente empezó oficialmente mi periodo de estancia estival en Danetree, en el que, aunque sabía que no me lo iba a pasar muy allá, tenía varios objetivos que cumplir. El primero, trabajar y ganar dinero para financiar mi estancia y futuros viajes. El segundo y más importante, estar con Farah lo más posible y convencerla para que nos pirásemos a Madrid cuando mis padres se fuesen al pueblo. Muy pronto me pasé por la agencia de trabajo temporal para dejar ahí una solicitud y mis documentos, y por el banco para ver si todavía me guardaban la cuenta que había estado utilizando todo ese tiempo. Respecto a Rio Park, esa persona non grata a la que yo quería evitar, parecía como si hubiese desaparecido de Danetree, porque Farah no me había vuelto a hablar de ella. Yo, como precaución, había decidido que en caso de encontrármela me haría el loco y no la saludaría ni nada, para evitar que me reconociese. Los días fueron pasando sin demasiada novedad, aparte de mi lucha diaria por tratar de quedar con Farah y también alguna visitilla a la agencia para ver si me habían encontrado algo. El aburrimiento de esos días, cuando no estaba con Farah, lo combatía jugando a la Playstation y buscando canales porno en la tele por cable esa que tenían. También limpié mi habitación a fondo, para poder invitar a Farah a que viniese un rato con la excusa de ver una peli o algo, para darnos el lote en la intimidad, aunque sabía que no iba a ser fácil. Al igual que otros años, finalmente acabó llegando la deseada llamada de la agencia en la que me ofrecían un trabajillo en alguno de los almacenes locales, el cual acepté sin pensármelo mucho.

Ese mes de julio fue un rollete. No solo no salí ni un maldito día ni hice nada divertido, sino que, además, Farah se negó en redondo a mantener ningún tipo de contacto sexual conmigo más allá de un esporádico beso en los morros o abrazo cariñoso. En mi condición de joven salidorro, me costaba mucho comprender por qué se producía esta situación de abstinencia cuando mi chica y yo nos queríamos, éramos jóvenes y estábamos juntos, pero, claro, a Farah a veces era un poco difícil entenderla, con sus manías y sus circunstancias extrañas. En el trabajo no me fue mal, gané dinero y no tuve excesivos problemas, aparte del aburrimiento que suponía pasar muchas horas realizando tareas machaconas y repetitivas en una nave—almacén. Cada verano que pasaba en Danetree el lugar me iba pareciendo cada vez un poco más deprimente y antipático. A veces me acordaba de los primeros años, 1996 y 1997, cuando me lo pasé tan bien, pero, claro, entonces era un niñato, estaba rodeado de un grupo de coleguitas y, además, estaba el aliciente de las primeras juergas alcohólicas y la posibilidad de ligar con chicas fáciles. Unos años después todo eso se había desvanecido y Farah era la única razón para ir hasta allí, pero, claro, Farah era una razón muy importante. Por estar un poco más con ella, aguantaba unos trabajos de mierda, un tiempo inestable y lluvioso, una vida sin colegas y la antipatía general de la población local. De hecho, muchas veces me daba cuenta de que cuando iba con Farah por la calle en Danetree o en alguna otra ciudad como Coventry o Birmingham, había ciertas personas que nos miraban mal, con más o menos disimulo. Yo siempre me quedaba con la duda de si nos miraban mal por ser una pareja mixta de blanco y asiática, o bien por ser una pareja de asiáticos en una zona predominantemente blanca. Hay que puntualizar que en Inglaterra, «asiáticos» es el nombre respetuoso con el que designan a los que vienen de la India, Pakistán o países similares, siendo «paki» el políticamente incorrecto. Yo, en ese sentido, sospechaba que los blancos pensarían que yo era un paki más cuando me veían con Farah, pero que cuando íbamos a las ciudades grandes, eran los propios asiáticos los que me miraban mal porque me veían como un blanco que les había robado una de sus mujeres. Eso era lo malo de ser mediterráneo, que según donde estabas eras blanco o paki, debido a tus rasgos intermedios entre los dos. Supongo que con este tema podría extenderme mucho más, mencionando todos los conflictos raciales y étnicos que ha habido en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XX, sus causas y consecuencias, pero sería muy aburrido y podríamos arriesgarnos a acabar cansados. Lo único que añadiré es que durante julio me dediqué a lo mío y traté de ignorar todo lo mejor que pude este tipo de cosas. Cuando mis viejos por fin se largaron al pueblo de vacaciones, no perdí tiempo en convencer a Farah para irnos a Madrid a pasar el resto del verano.

Agosto empezó bien. Ese año Farah parece que no tuvo mucho problema en convencer a sus padres integristas para que la dejasen venir a España de vacaciones. Por una parte, era de suponer que cuanto mayor fuese mi chica, menos pegas le pondrían, pero también, por lo que me contó, sus padres debían de tener otros problemas más graves y ya no ponían tanto celo en controlar a sus hijas. De esos problemas Farah no me quiso decir nada y a mí tampoco te creas que me importaba. Yo no conocía a sus padres, y a ese paso no los conocería nunca, así que, por el momento, con que ella pudiese venir conmigo a Madrid me daba por satisfecho. Ya en el vuelo, Farah y yo nos empezamos a poner cariñosos, y una vez que llegamos a casa y nos instalamos, tuvimos por fin nuestro primer contacto íntimo de ese año. Algunos podrían pensar que pasar el mes de agosto en Madrid, con el calor y lo vacío que está, no es gran cosa, pero para Farah y sobre todo para mí la situación era perfecta. Mi chica venía de un pueblo de la fría Inglaterra, así que estaba encantada con estar en una ciudad grande y calurosa, donde un sol radiante estaba siempre garantizado y, además, había un montón de tiendas y centros comerciales en rebajas. Por si fuera poco, a Farah no le gustaba la playa ni el mar, porque no se sentía cómoda en bañador delante de otras personas, según me dijo, y porque la humedad hacía que su pelo se enredase. Por mi parte tampoco había queja. Veinticuatro horas al día con Farah, la chica de la que estaba enamorado, y encima ella y yo solos en mi casa sin tener que dar cuentas a nadie. Que más se podía pedir.

Los días fueron pasando dentro de una agradable rutina de levantarse tarde, cocinar en casa, salir de compras y estar juntos todo el rato. De vez en cuando también teníamos relaciones, como siempre sin penetración, porque ella no quería o porque decía que le dolía. A mí esto no me hacía mucha gracia, pero como estaba tan enamorado, tampoco quería presionarla para hacer algo que ella no quisiese hacer. Como en años anteriores, mi intención durante agosto no era solo disfrutar. Además, estaba la misión de hacer que Farah se enamorase de mí todo lo posible y que se sintiese tan cómoda que quisiese volver muchas más veces. Esto podía ser fácil cuando Farah estaba de buenas, pero a veces requería gastar algo de pasta para hacerle regalitos y comprarle cosas, y en otras ocasiones mucha paciencia, cuando ella empezaba con sus caprichos, sus manías o alguno de sus berrinches ocasionales. Ya, casi desde el principio de nuestra relación, había podido adivinar que Farah tenía una personalidad difícil y un tanto errática. Tan pronto era encantadora y divertida, como le entraba una de sus rabietas y se enfadaba contigo sin razón aparente, y cuando esto ocurría no se quedaba callada haciendo pucheros, precisamente. Cuando Farah se alteraba te gritaba, te perdía el respeto y te decía cosas que podían ser muy hirientes, especialmente en mi caso, al estar yo tan enamorado de ella. En concreto, hubo una tarde que se enfadó mogollón conmigo sin razón alguna y me estuvo llamando de todo durante un buen rato, para luego acabar llorando como una magdalena. Yo ya estaba acojonado con que me dejaba cuando la perra se le pasó tan rápido como le había entrado. Al día siguiente le bajó la regla y yo empecé a sospechar que igual sus idas de tarro tenían más que ver con sus hormonas que con cualquier cosa que yo hubiese dicho o hecho. Otras veces no eran sus enfados lo que me descolocaba, sino las limitaciones que tenía, debidas a sus múltiples fobias y manías. No era extraño que yo le propusiese hacer algo de lo más normal y ella me dijese que no, que no podía por algún tipo de razón absurda. Ese verano, por ejemplo, fue imposible llevarla a la piscina algún día, porque se negó en redondo, según ella porque la gente la miraba, el agua estaba sucia y así unas cuantas excusas más a cada cual más surrealista.

A pesar de todo esto, y de otras posibles desavenencias, el mes de agosto me resultó de lo más agradable. La inmensa mayoría del tiempo ella estuvo de buenas y el par de rabietas que tuvo las sobrellevé con paciencia. Además, sus rarezas y su mal carácter puntual quedaban ampliamente compensados por su belleza y su encanto. Farah no era una chica guapa sin más. Su altura, su pasión por la moda y su obsesión por ir siempre arregladísima hacían que casi pareciese una modelo. Por si fuera poco, sus rasgos asiáticos, piel morena y pelazo negro la convertían en una belleza exótica y racial única, al menos en la España de esos días. Si a esto sumamos su personalidad femenina y caprichosa, lo encantadora y aduladora que podía ser cuando quería, lo mucho que decía estar enamorada de mí y el hecho de que compartíamos cama todos los días, no es difícil entender que yo estuviese dispuesto a aguantar casi cualquier cosa con tal de tenerla a mi lado.

Pero el tema de aguantar las peculiaridades de mi chica iba a tener que irse ya posponiendo para el año siguiente, pues agosto se estaba aproximando a su fin y dentro de muy poco mis padres iban a volver a Madrid, Farah a Inglaterra y yo a la facultad de Empresariales para hacer los exámenes de septiembre de las asignaturas que me habían suspendido. Solo me quedaban un par de días para estar con Farah y ya me había un poco hecho a la idea de pasar otro invierno lejos de ella, cuando sucedió, casi sin darnos cuenta, un nuevo hito en nuestra relación. Uno que yo había estado esperando durante años. Ese día habíamos salido de compras toda la mañana y estábamos cansados, así que después de comer nos tumbamos en el sofá a ver la tele. Nos dormimos y cuando despertamos, nos empezamos a poner cariñosones, hasta el punto de que cuando me di cuenta, ella ya estaba sin bragas y yo corriendo por el pasillo en bolas para coger uno de los condones que tenía guardados en la habitación. Regresé con el preservativo y me lo puse rápido para no perder la erección. Entonces me tumbé encima de ella dispuesto a mantener una de las sesiones de frotamiento genital que normalmente hacíamos como sustituto del sexo normal que practica la gente corriente.

—Don't worry babes, I won't try to stick it in —le dije para tranquilizarla y que se relajase.

—Hurry up! And don't breathe on my face, awright —me ladró ella, tan romántica como siempre. Me coloqué encima y empecé con la faena como ya había hecho otras veces. Entonces ocurrió algo excepcional. Pude notar cómo en lugar de deslizarse por encima sin ir a ninguna parte, el tema se quedó como atascado entre sus piernas. No me lo podía creer, por primera vez en nuestra vida amorosa, la férrea defensa de su zona íntima parecía querer ceder un poco a las fuerzas invasoras procedentes del exterior.

—Did it hurt —le pregunté un poco asustado un segundo después de sacarla.

—No, why?

—Because I think it went a bit in.

—Really? —me dijo ella con cara de incredulidad. Gran error por mi parte comentarle el progreso de penetración que se había producido, porque entonces empezó a ponerse un poco más tensa. Hasta ese instante había estado muy relajada, quizá porque estábamos recién despiertos de una siesta de esas demoledoras de verano, pero una vez reveladas mis intenciones penetratorias, la operación empezó a complicarse como sucedía siempre.

—You relax and don't think about anything —susurré mientras escupía discretamente un gran babote en mi mano derecha y lo distribuía uniformemente sobre el Durex que ya me había colocado, para dotar al tema de más lubricación.

—I hate when you do that! It's disgusting...

—Shhhh you relax babes. Just relax, Ok?

Con mucho cuidado y algo de suerte, conseguí llevar mi pene a la situación anterior de encajarlo en la dirección adecuada, aunque sin poder profundizar mucho. Por una parte, ella estaba un poco más tensa debido a que yo había revelado mis intenciones como solo un cretino podía hacerlo; pero por otra, el refuerzo en lubricación de mi escupitajo y que ella se encontraba en un momento del ciclo menstrual, cosa que descubrí después, cercano a la bajada de la regla y en el que las hormonas parecían incrementar su libido, jugaban muy a mi favor. Me paré un segundo, ahí encima de ella, y comprobé que todo estaba bien. No había grandes dolores por su parte y la erección se mantenía firme. Entonces empecé a mover mis caderas despacio pero sin pausa. Palante, patrás. Palante, patrás. Palante, patrás. En círculos, dirección agujas del reloj. En círculos contrario a las agujas del reloj. Otra vez palante. Otra vez patrás, y así un buen rato de la hostia y con bastante paciencia. Poco a poco, casi imperceptiblemente al principio, los músculos que protegían con tanto celo su virginidad empezaron a dar de sí y ceder un poco. Yo en ese momento, más que cachondo, estaba como concentrado en una tarea que requiriese gran precisión y habilidad. Palante, patrás. Palante, patrás. Y ella, ella estaba con una cara de susto que indicaba que no estaba disfrutando nada de nada, pero lejos de presentar resistencia, me sujetaba por las caderas y hacía fuerza a ratos hacia sí misma y a ratos en sentido contrario cuando sentía que el progreso penetratorio estaba yendo demasiado rápido.

Estuvimos así un rato que no sabría cuantificar. En el sofá del salón, yo encima, cubierto en sudor y con mi extraña coreografía de palante-patrás, y ella poniendo cara de susto todo el rato. Cada pequeño avance que se producía nos animaba a seguir progresando y retomar el empuje con renovados bríos. Llegó el momento en el que ambos nos dimos cuenta de que el pene ya estaba casi todo dentro de ella, lo cual nos había costado casi la vida lograr.

—Don't take it out now, whatever you do —me ordenó ella y yo la obedecí sin rechistar. Me había costado años llegar a meterla ahí dentro, así que ahora como para sacarla. Entonces empecé más con los movimientos circulares para ver si se relajaba un poco más la situación. Mientras me movía, me mordía la lengua y trataba de pensar en cosas poco estimulantes, para no terminar demasiado pronto, ya que habíamos logrado llegar tan lejos. En ese instante, el pene estaba como encajado dentro de su vagina, pero sin poder moverse al estar ahí apretujado entre unas paredes de carne implacables. Poco a poco el abrazo del oso vaginal contra mi pobre minga se fue relajando y llegó un momento en el que se empezó a sentir cierta lubricación escurridiza ahí dentro. Entonces Farah cambió su postura rígida de muerta por una más natural en la que subió un poco la cadera y me rodeó con sus largas piernas, facilitando mucho más la penetración. En esos momentos ella empezó a gemir, y luego a gritar como una loca, mientras yo retomaba mi rutina de palante—patrás con mucho cuidado para no acabar antes que ella. Cuando creía que ya no iba a ser capaz de aguantar más y sentía ya todo mi amor por Farah queriendo escapar de mis huevos al infinito sideral, noté que ella estaba por fin llegando al orgasmo, más que nada porque me lo chilló a dos centímetros de mi oreja «Orgasm! Orgasm!», ahí a grito pelao y casi dejándome sordo. Una vez recibí el mensaje, yo también me dejé llevar hasta alcanzar el éxtasis.

—You can take it out now... Carefully please —me dijo y yo obedecí.

—Wow it has been fantastic! Are you Ok babes?

—Is the condom awright? It's not broken or anything, is it?

—The condom is not broken, don't worry. But tell me, did you enjoy?

—Yessss! I enjoyed! —me dijo gritando y un poco cabreada. A ella lo único que le importaba era si el condón estaba bien o se había roto. —Check the condom to see if it's okay —me repitió otra vez y yo me lo quité y se lo enseñé para que viese que no estaba roto y todo el semen se encontraba a buen recaudo en su interior.

—Are you happy now? You see, all in there.

—Is it safe then?

—Yes it should be safe.

—Better be, otherwise I'm dead.

Esta vez las quejas de Farah no me afectaron como hacían otras veces. Le di un beso en la frente, justo donde nacía el pelo ese tan negro y liso que a mí me volvía loco, y me fui al baño a pegarme una duchita. Todavía estaba un poco triste porque Farah se tenía que ir en un par de días, pero a la vez me sentía eufórico por haber hecho el amor por primera vez en la vida. Ya no era un virgenciano patético, ahora me podía considerar un hombre, al haber perdido de una vez la virginidad. Bueno, con casi veintiún años ya era hora, pero por lo menos lo había hecho con la que era claramente la mujer de mi vida. Solo Dios sabía cómo quería a Farah, cómo estaba de enamorado de aquella chica hasta la médula. Vale que a veces ella fuese un poco especialita y que nuestras circunstancias eran bastante complicadas, pero siempre me decía a mí mismo que las cosas más difíciles son las que merecen la pena. Fue mi pobre padre quien me enseñó esta frase para animarme a estudiar más, pero para su desesperación, yo la había empezado a usar para convencerme de que esa relación con una extranjera rara, que vivía en otro país y de la que realmente no sabía nada, podía llegar a salir bien. Por ahora no iba mal la cosa, habíamos convivido un mes sin más altercado que algunas rabietas por su parte, habíamos perdido la virginidad juntos, ella parecía bastante enamorada de mí y, además, estaríamos en contacto telefónico durante todo el invierno gracias a un plan especial que tenía contratado con Telefónica.

—Fucking bastard —me dijo ella cuando entró en el baño, medio en broma medio en serio. —You made my Fanny bleed you fucking paedophile. —Había que reconocer que Farah cuando se ponía a insultar a la gente era una tía bastante ingeniosa y que, además, tenía mucha gracia para inventarse motes, palabras y cosas raras.

—Sorry babes! Let me see... —Efectivamente, mi pobre novia estaba sangrando un poco por la zona más íntima de su anatomía.

—What is it? I'm not pregnant, am I?

—Ha ha ha ­—me reí en su cara ante tamaña bobada—. Of course not! Don't you know that when women lose their virginity, they actually bleed a bit down there? —En teoría, las clases de educación sexual eran muy completas en el Reino Unido, como país avanzado que era, pero vista la chorrada con la que me salía la moza, o ella estaba mala el día que lo explicaron o tan buenas no eran.

—So, does that mean that I'm not a virgin any more? —me dijo mientras se sentaba en el retrete y empezaba a hacer pis. Desde casi el principio de nuestra relación, Farah nunca tuvo reparos en mear o incluso cagar delante de mí, lo cual me agradaba, porque a pesar de ser un poco asquerosete, indicaba que ella se sentía cómoda conmigo.

—Yes, you're not a virgin no more. You've lost your virginity to me, which means that I'm now the man of your life. —Dije pretendiendo estar de broma, pero en el fondo muy en serio. Farah era mía y nunca la dejaría marchar. Igual alguna vez, durante esos años en los que a la fuerza debíamos vivir separados, le pondría los cuernos con alguna chavala en Madrid, si la noche era propicia y el crimen perfecto, aunque visto lo poco que ligaba, tampoco lo tenía tan claro. Lo cierto es que Farah era mía y yo iba a hacer todo lo que estuviese en mi mano para que estuviésemos juntos. Juntos para siempre.

—Sorry Jack me interrumpió en mis pensamientos. Ella siempre me andaba poniendo motes, porque eso de Inocencio le resultaba un poco difícil de pronunciar. De Chencho pasó a Chench, de Chench a Chuck y luego de Chuck (pronúnciese chack) a Jack, y en Jack me había quedado aquellos días. —Sorry Jack babe, I think I'm gonna do something disgusting right now —me dijo, lo cual era señal inequívoca de que quería expulsar una caca. No es que a ella le importase que yo estuviese presente, pero juzgué conveniente coger la toalla y salir para no estropear el momento maravilloso que acabábamos de vivir con temas marranete—escatológicos. Justo cuando salía por la puerta se oyó el primer zurullo, cagado por la bella mujer de la que yo estaba perdidamente enamorado, impactar contra el agua del retrete. —Thanks for waiting love ­—le dije y ella me lanzó un beso allí sentada en la taza del váter mientras me sonreía. «¿Habrá algo en esta vida más maravilloso que el amor?», me preguntaba mientras sacaba las cosas para empezar a hacer la cena.

El último día de Farah en Madrid resultó extrañamente relajado, muy diferente de como había sido el año anterior. Por una parte, ella estaba ya pensando más en su familia que en otra cosa, y por otra, yo estaba tranquilo, como si hubiese cumplido finalmente con una tarea que tuviese pendiente desde hacía tiempo o me hubiese quitado un peso de encima. Por fin, después de tantos años, había perdido completamente la virginidad, y lo que era más importante, al fin había desvirgado a Farah. Ahora ya nadie podría cuestionar que yo había sido el primer hombre de su vida, yo esperaba que el primero y último, ni ella podría ya nunca buscarse a otro e irle con la historia de que era virgen. En cierta manera, el hecho de que Farah me hubiese dado su virginidad, de una maldita vez, me servía como una prueba de que por su parte también había cierto compromiso con nuestra relación. Esto me tranquilizaba y a la vez me hacía creer que al final, y a pesar de todo, Farah y yo podíamos tener un futuro juntos. En la puerta de la terminal uno del aeropuerto de Barajas nos despedimos un año más.

—Ok baby I should be going now, shouldn't I?

—Yeah it is time.

—Now I feel so sad. I wish I had stayed for a bit longer.

—Well... You could have stayed for a bit longer if you wanted. —Eso sonó un poco a reproche, pero rápidamente comprendí que por ese camino no llegaría a ninguna parte y lo suavicé de inmediato recordándole lo mucho que la quería.

—Never mind. Soon we will be together again babes.

—You know I'll miss you a lot.

—Yes I'll miss you too. It's gonna be hard being without my baby.

—Ok, don't worry. We'll be together soon. Remember that I love you so much.

—Jack babes... Have I ever said to you that I love you?

—No, I don't think so. I've said it millions of times, but I don't remember you saying it ever. Y esto era verdad. Yo casi desde el primer día le dije que la quería, aunque, claro, en otro idioma que no es el tuyo suena como menos tremendo.

—Ok I think I'll say it now. Here I go... I love you.

Por fin había logrado que Farah me dijese que me quería, y también hacerle el amor como debe ser. Y solo después de tres años de relación. Ya era hora.



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