VACACIONES Y TRABAJO
VACACIONES Y TRABAJO
(Verano 2004)
Mayo empezó con la reciente ruptura de mi relación en la distancia con Farah Shah y la cancelación de nuestra futura boda. Esto en teoría debería haberme entristecido bastante, porque yo llevaba luchando por esa chica seis años y además estaba un poco obsesionado con ella, pero no lo hizo. Por una parte, el fin de nuestro romance vino como un fracaso, pero también como una liberación. Con Farah todo era tan complicado y su carácter tan difícil que casi me alegré de haberme librado de ella. Por otra, yo en España estaba feliz con mi vida de estudiante. Unas pocas clases a la semana, a las que iba en coche; unos amigos con los que salía mucho; una novia que no daba problemas; una primavera idílica; un Real Madrid lleno de galácticos; mi gimnasio, mi fútbol y hasta un nuevo Gobierno sociata en el país para enmendar los errores del anterior. Todo iba bien por aquí, pero lo más importante era que, por primera vez en mucho tiempo, no sentía la presión de tener a Farah esperando por mí ni metiéndome prisas para acabar los estudios y encontrar un trabajo cuanto antes.
Mis amigos, Estelle y una vida tranquila sirvieron como sustituto de Farah durante esos días, así que tampoco la eché de menos demasiado. Todavía tenía los exámenes de junio, pero estos los iba a afrontar con menos nervios. Si aprobaba, bien, y si no, pues para septiembre. Después, por una vez en la vida, me iba a tomar unas vacaciones de verdad, sin ir a Inglaterra a currar ni a aguantar las historietas de terror de Farah. Libre al fin de su influencia nefasta, me empezaba a dar cuenta de lo mucho que esa chica me había complicado la vida.
Mi relación con Estelle fue progresando poco a poco y con ella descubrí que no todas las mujeres tenían el explosivo temperamento de Farah Shah. A diferencia de esta, Estelle era calmada, inteligente y considerada. A cualquier sitio a donde íbamos, Estelle le caía bien a todo el mundo y con ella nada era aburrido. Estelle era la mujer diez, la tía perfecta para mí en todos los sentidos. En todos, menos en uno. Por mucho que me esforzaba, no lograba ver a Estelle demasiado atractiva. A ver, le empecé a tomar cariño, era superfácil llevarse bien con ella y nuestras relaciones sexuales eran satisfactorias, pero no sentía la locura esa de ver a una persona y que te hierva la sangre de deseo. Vamos, que a pesar de todas sus virtudes, seguía sin sentir demasiada atracción, dicho de manera llana y clara. Poco a poco nos fuimos metiendo Estelle y yo en una agradable rutina de vernos todos los días y de dormir juntos los fines de semana. A pesar del problemilla antes mencionado, yo estaba feliz y trataba de convencerme, con cierto éxito, de que la atracción física no lo era todo en una relación, siendo más importante el cómputo global de felicidad que esta proporcionaba.
La verdad es que yo era feliz con Estelle, e incluso me empecé a enamorar un poco de ella. Ya solo salía con mis colegas a lo bestia una vez a la semana y al fútbol, porque el resto de días estaba con mi nueva novia. Todo transcurrió con relativa calma durante mayo y los primeros días de junio, pero pronto empezaron las dudas por mi parte. La primera cosa que me hizo pensar que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza fue una noche en la que salimos por Huertas Estelle y yo, y nos tomamos un par de copas en una discotequilla de R&B muy famosa que había en aquellos días y que se llamaba La Comedia. Aunque estaba con mi piba, no pude dejar de apreciar que el garito estaba lleno de tías guiris, de esas que tanto me gustaban, pero lo peor llegó después. Como Estelle era una chica tan sociable y simpática, la tía se puso a hablar con mogollón de peña y se hizo amiga de unas cuantas personas. Entre estas personas había una chica afroamericana que se llamaba Teresa o Tessa, no recuerdo bien, y que estuvo hablando bastante con nosotros en inglés. El caso es que además de estar la tía esta muy simpática con Estelle, también lo estuvo conmigo, y según mi impresión de aquellos instantes, incluso me puso ojitos y empezó a bailar provocativamente, moviendo su culo moreno a mi alrededor. Bueno, qué voy a decir, allí en ese garito, con dos copas de más y escuchando R&B, las sugerentes canciones de Beyoncé y las contundentes rimas de la Missy Elliot, el 50Cent y otros por el estilo, de repente me flipé y me creí el rey del mambo. Estelle no notó nada raro, pero entre la americana y yo hubo cierta química, y yo me cuidé bastante de mostrar ningún tipo de comportamiento afectivo hacia mi novia, para que la otra pensase que éramos solo amigos. Entonces, en décimas de segundo ideé un maquiavélico plan para librarme de Estelle lo más rápido posible.
-Estelle, estoy súper cansado y me duele la cabeza. Me voy a casa.
-Yo también. ¿Quieres venir a mi casa?
-No, qué va, me voy a mía, que me encuentro fatal.
-¿Tomamos un taxi?
-No, coge tú el taxi. Yo voy andando, que estoy cerca y así me despejo un poco.
Jugada maestra. Salimos del garito y Estelle se montó en un taxi mientras yo le decía adiós con la mano. En cuanto perdí de vista al susodicho taxi, me tiré de cabeza de nuevo a La Comedia a perrear como está mandao. Después de un ratillo buscando, encontré por fin a la afroamericana Tessa y me puse a bailar junto a ella.
-Hey what's up -le dije a la manera en que los yanquis estos saludaban a otros yanquis.
-Hi there.
-Have you seen my friend? That girl I was with before. She's just a friend you know, she ain't my girlfriend.
-And where's your girlfriend? -me contestó ella sonriendo. Como ya estábamos bailando casi pegados y había química por su parte, decidí jugármelo todo a una carta.
-You're gonna be my girlfriend now. -No sé que tal sonaría eso en inglés americano, seguro que hortera a más no poder, pero a mí me funcionó y en breves instantes ya estábamos comiéndonos los morros. Subidón total y primeros cuernos, bueno, cuernecillos, que le ponía a Estelle. Lo que con Farah había tardado años en hacer, y siempre con miles de kilómetros de distancia, con mi nueva novia apenas unas semanas y estando ella todavía en el camino de vuelta a su casa. Con la afro no estuve mal, pero poco tiempo. Nos besamos, hablamos sobre lo que le parecía España y yo le confesé que era un absoluto enamorado de la música de su país. Al rato de estar ahí los dos juntos, ella empezó a pasar de mí y a bailar con los muchachotes africanos que había por la sala y yo me piré a casa a meditar lo que acababa de hacer.
Si la primera corneada a Estelle me hizo pensar mucho en si realmente yo estaba enamorado de esa chica y hacia donde iba nuestra relación, días más tarde recibí una llamada en el fijo de casa que me acabó de abrir los ojos del todo.
-Digamelón.
-Surprise! Hi babe it's me, Farah.
-Err... Hi Farah, how are you? - me dio un escalofrío al oír esa voz tan familiar y ese acento británico tan perfecto.
-Not too bad, and you?
-I'm Ok... What do you... Want?
-Oh come on! I don't want anything. Just rang to say hello and see how you were. -Mentira, si me llamaba era porque quería algo de mí, que nos conocíamos bien después de tantos años.
-Yeah I'm fine. Everything as usual -mentí yo también.
-Ok enough. I'll cut the bullshit now. Look Jack I made a mistake; I shouldn't have let you go. I'm sorry. I'm a mess. I want us back.
-Yeah, but we agreed to finish our relationship. I don't think it is possible to...
-Come on, don't be stupid! You know you are in love with me. I'm your girlfriend forever! -en eso tenía razón, porque a pesar de intentar ocultármelo a mi mismo, todavía pensaba mucho en Farah.
-Look, I'm going out with someone at the moment.
-What! So quick? Oh god, I knew there was another bitch involved. Leave her. Leave that slag now and come back with me.
Awright, don't give me orders now. I'll do whatever I want. You are nothing of me at the moment. -Me puse serio con ella, recordándole que ya no recibía órdenes suyas, pero tampoco le dije que no, funesto presagio de lo que iba a suceder. Entonces ella cambió de táctica y mostró su lado más vulnerable, como intentando darme pena. Lo cual consiguió con creces.
-Babe, it's me, Farah, your baby! Don't you still feel something for your girlfriend after so many years together?
-Look, things are complicated...
-Ok, I'll leave you now and let you think about everything. I don't wanna pressurize you or force you to do anything. You take your own decision, but remember that I love you very much.
Cuando colgué el teléfono, ya sabía que iba a volver con Farah tarde o temprano. Cómo era posible que la tía me tuviese tan pillado por los cojones, me pregunté, aunque la respuesta ya la sabía. Farah era preciosa, encantadora cuando quería serlo, seductora y un poco manipuladora. Hablando un segundo con ella por teléfono, mi corazón había latido más fuerte que haciendo el amor con Estelle o cualquier otra tía. El destino ya estaba sellado. Tenía que volver con Farah, pero la pregunta era cómo hacerlo sin herir a Estelle, esa persona que se había portado tan bien conmigo.
Las semanas siguientes fueron divertidas. Por una parte, salía con Estelle y hacía vida normal con ella, pero también, hablaba con Farah todos los días y le prometía que iba a dejar a la nueva en cuanto tuviese oportunidad. Las dos mujeres conocían de la existencia de la otra y se odiaban mutuamente, aunque por distintas razones. Estelle pensaba que Farah, mi exnovia, era una loca que me acosaba aunque yo no quisiese saber nada de ella, y me animaba a no ser tan amable solo por lástima. Farah, por su parte, bueno, qué voy a decir de Farah. «Hands off my man bitch' 'I'll kill her», y cosas por el estilo.
Pronto tomé partido por una de las dos, por Farah, claro, cuando decidí no volver a hablar a Estelle sobre mi ex, pero mantuve convenientemente informada a esta de lo que hacía la holandesa. Farah y yo habíamos acordado en una de nuestras conversaciones que yo dejaría a Estelle, aunque lo de la boda lo habíamos dejado aparcado para el futuro. Yo tenía claro este movimiento, porque muy a mi pesar me había dado cuenta de que seguía enamorado de Farah hasta las trancas, por mucho que saliese con Estelle o cualquier otra chica del mundo, así que consideré inútil resistirse a lo evidente. Aun así, no crean que yo me rendí ante Farah tan fácilmente. Sí, era cierto que iba a volver con ella y dejar a la otra, pero tampoco se lo dije tan claro, y además aproveché para exigirle un montón de contrapartidas. Yo sabía que estaba loco por Farah, pero ella tenía sus dudas acerca de mis sentimientos, así que por qué no hacerla sufrir un poco, acojonarla y luego sacar tajada. Mis exigencias para volver con ella fueron:
1 Aceptaba casarme con ella, aunque no ese verano, sino más tarde.
2 Hasta el día de nuestra boda yo me consideraba soltero y sin novia.
3 En cuanto nos casásemos, ella vendría a vivir a Madrid.
4 No más rabietas, exigencias o faltas de respeto.
5 No más estrecheces. Vida sexual normal y una mamada de vez en cuando.
Farah aceptó todo esto, incluso lo de hacerme una felación alguna vez, siempre que volviese con ella y nos casásemos. Para esto ya solo quedaba un escollo, que era dejar a Estelle, pero cómo hacerlo sin herir sus sentimientos ni causar un escándalo.
Las siguientes semanas, todo junio, me encontré en una situación moralmente complicada. Por una parte, quería dejar a Estelle para volver con el, a pesar de todo, auténtico amor de mi vida Farah Shah, pero también me preocupaba la reacción de Estelle y el quedar como un auténtico cerdo. En esos escasos tres meses de relación, ella se había portado genial conmigo, me había abierto las puertas de su casa y presentado a todos sus amigos, además de salir todos los días conmigo y tratarme como a un príncipe. Como pago por todo esto, yo, en cambio, la iba a dejar tirada a la primera oportunidad.
Pasé varias semanas posponiendo el momento de sincerarme con Estelle y contarle que quería dejarlo con ella para volver con Farah Shah, y también sintiéndome muy mal cada vez que ella me invitaba a su casa o íbamos juntos a algún sitio. Como buen cobarde, cada día que esto sucedía fingía que todo iba bien, aunque ya le hubiese comentado a Farah que ya casi no veía a la otra, cuando en realidad estábamos más unidos que nunca. Ya lo estaba empezando a pasar mal y a intuir que no iba a ser capaz de salir de esa situación con elegancia cuando un amigo gay de Estelle me resolvió la papeleta en cinco minutos.
Esto ocurrió una noche en la que fuimos a cenar con los amigos del curso ese de cocina que hacía Estelle. Entre ellos había uno que era venezolano y tenía mucha pluma, y, claro, entre el desparpajo caribeño y lo amanerado que era, nos empezó a decir cosas como «Cuando se casen no olviden invitarme a la boda» o «Qué hijos más ideales van a tener». Yo no le di a esto la más mínima importancia, casi ni me enteré, pero parece que Estelle no le sentó nada bien. Al día siguiente me levanté por la mañana y me fui a mirar si tenía algún correo electrónico. En esos momentos Estelle me habló por Messenger, una aplicación de correo instantáneo popular en aquellos años, y me dijo que tenía algo importante de lo que hablar conmigo.
-Hola
-K tal
-pueds hablar?
-Si clro
-es k tengo algo k decirte pero no qiero k t enfades
-dime
-mira es k yo t veo mas como un superamigo k como novio. mejor t llamo y hablamx
Estelle me llamó y lo hablamos todo, y luego más tarde quedamos y lo hablamos otra vez cara a cara. Por lo visto, Estelle tampoco estaba tan pillada por mi como yo había imaginado y se había agobiado mucho con las sugerencias de su amigo «la loca» de casarse o tener hijos conmigo. Para empezar, aunque esto no me lo dijo ella sino que servidor lo dedujo, yo no había sido primer plato, sino segundo. Al parecer, Estelle había estado muy enamorada de un chico en su país, uno que la había tratado un poco mal, así que para olvidarse se vino a Madrid a hacer un curso de hostelería, uno carísimo, por cierto, y de paso a enrollarse con el primer hombre que le gustase. Pero si el pasado ya venía viciado, el futuro no te creas tú que traía mejores perspectivas. «Tú eres un chico muy especial -me dijo- y me gusta Madrid muchísimo, pero no creo que me quede aquí después de acabar el curso». Luego me contó que sus padres tenían contacto con un famoso restaurante en Nueva York y que ella iba a hacer unas prácticas allí después del verano. Cuando yo le dije que la iba a echar de menos después del verano y esas cosas que se dicen para quedar bien, aunque en realidad yo estaba como si me hubiese tocado la lotería, ella a su vez me informó de que tampoco se iba a quedar el verano en España porque se iba a dedicar a recorrer Sudamérica con sus compañeros del curso.
Un poco sorprendido con Estelle, porque ella también me había utilizado como divertimento temporal, aunque sobre todo aliviado porque no sería obstáculo en mi vida, me dispuse a retomar mi relación con Farah Shah. Por supuesto, a Farah le conté una historia muy diferente, diciéndole que había roto el corazón a una pobre chica por su culpa. Ya sé que no fui muy honesto, pero lo hice, lo primero para quedarme en una situación de superioridad moral respecto a Farah, algo totalmente ficticio porque yo había sido igual de perro que ella, pero también para hacerla sufrir un poco. Aparte de estar enamorado de Farah y desearla ardientemente, también había desarrollado un poco de rencor hacia ella por todos los líos en los que me había metido por su culpa, y disfrutaba atormentándola a veces de manera más o menos sádica. Para volver a vernos, elegimos Farah y yo que sería en agosto y en un lugar neutral, bien lejos de su familia. Esto me daba la posibilidad de pegarme unas buenas vacaciones de verano con mis colegas, e igual con Estelle, siendo totalmente soltero y sin compromiso. «Ya hablaremos en agosto, ahora, déjame en paz», le dije a Farah y me dispuse a empezar el verano.
Por primera vez en mi vida conseguí realizar uno de mis sueños, o al menos acercarme mucho. Desde siempre, uno de mis anhelos secretos había sido pasar unas vacaciones con colegas en alguna isla del Mediterráneo, preferiblemente, Ibiza. No pudo ser esa isla en concreto, pero sí unos días en Mallorca a mediados de julio, en un apartamento con varios amigotes. Cómo pasé esos días, pues os lo podéis imaginar, como un niño con zapatos nuevos, vamos, que en mi puta salsa. Qué hicimos cinco tarados durante dos semanas en la zona turística más cutre de Palma, pues no es difícil de imaginar. Beber, salir, ligar con chicas, pasar todo el día en la playa y toda la noche en la disco, y, en general, vivir un montón de pequeñas aventuras. Allí, en el Arenal, conocí a una chica peruana muy maja, a una neerlandesa con la que intenté ligar sin mucho éxito, a un gay que me acosaba y al que casi acabé pegando un puñetazo, el puño impactó contra una papelera, destruyéndola como medida disuasoria, y a mogollón de colgados de todos los países. Un par de pesados madrileños se nos acoplaron un día, otro día una abuela británica con ganas de marcha, en una cena un alemán borracho se puso en cuclillas a mi lado, como si fuese un perrillo, y no se separó de mí en un buen rato. Además, cabe mencionar todas las alemanas macizas medio en bolas que había en la playa de día y regalando condones a los tíos por la noche, holandesas bellísimas e ingleses e italianos camorristas y estúpidos.
Con mis amigos todo fue muy bien. No quiero mencionar sus nombres para no ponerles en evidencia delante de las autoridades eclesiásticas, pero diré que para mí fueron casi como hermanos. Con ellos viví un ambiente de locura y desenfreno, pero también fueron respetuosos y cordiales. No hubo en ese viaje ningún tipo de sustancia ilegal, salvo medio porrete que pilló alguno en un momento puntual, y la única travesura políticamente incorrecta fue meternos en un puticlub a altas horas de la noche por error.
-Tío, este sitio es muy raro, solo hay mujeres con mala pinta. Yo creo que son putis.
-Claro que lo son. ¿En qué mundo vives?
-Vámonos de aquí, tronco, por favor.
-Tranquilo, chaval -me contestó uno de mis colegas, que por su reacción ya debería tener cierta experiencia en ese tipo de antros-. Esto es un bar como otro cualquiera, solo que hay putis, pero tú no tienes que acostarte con ellas si no quieres.
-¿Ah, no? Es que yo como nunca...
-Pues, claro que no. Te tomas algo, hablas con las troncas si quieres y si no, pues nada.
-Pero aquí la peña viene a..., a follar, ¿no? -La palabra «follar» la pronuncié en un susurro, para que no me oyesen las meretrices y se acercasen a mí.
-Claro, si le dices a una que quieres ir arriba, le pagas y te la tiras.
-Tío, esto no me mola, larguémonos de aquí.
-Venga, no me seas maricón...
Ahí acabó la conversación, porque de súbito cada uno de nosotros fue rodeado por dos o tres lobas, que en mi caso deberían de ser de Rusia, o uno de esos países, que se nos insinuaban de manera más o menos agresiva y nos sobaban el culo y la entrepierna para intentar ponernos cachondos. Cómo no, uno de mis colegas, el que se sentía más cómodo en esos sitios, se había pedido una copa, así que tuvimos que esperarnos allí a que la acabase. Durante el rato que estuvimos allí hablé un poco con dos de esas mujeres, las cuales no sabría decir si me resultaron simpáticas, me dieron miedo o más bien lástima. Además, he de reconocer que las tías estaban buenas y sabían cómo provocar a un hombre, pero, bueno, ese era su trabajo, así que esto no es de extrañar.
Salimos por fin cuando el colgao de mi amigo se acabó la copa y hubo metido mano a todas las chicas del local.
-Esto lo hacíamos mucho cuando estuve en el ejército -recordemos que la mili todavía duró hasta finales del siglo XX-, con los compañeros. Ahí nos íbamos a los putis, nos tomábamos una copa y mientras, metíamos mano a todas las putas.
-¿Y no follabais con ellas?
-No, eso no. Yo, por lo menos. Los otros, no sé.
-Vaya sinvergüenza que estás hecho. Incentivar la prostitución con tu sucio dinero. Seguro que esas pobres no están ahí por gusto ni por voluntad propia. A saber qué mafia las tiene secuestradas y obligadas ahí a prostituirse.
-¡Putero cabrón! -soltó otro por detrás, completando el argumento.
-Ah, tío, que yo no he inventado el mundo. Siempre habrá putas, puteros y chulos. Está en la naturaleza humana.
-Anda, venga, no me cuentes tus rollos justificatorios y larguémonos a dormir de una puta..., vez.
Ahí acabó todo. Nos fuimos a dormir sin darle gran importancia a esta última travesura, y yo sin ser consciente de que había cruzado, muy levemente, es cierto, pero cruzado una línea muy peligrosa. Hay determinadas cosas que cuando las pruebas una vez ya pierdes el miedo a hacerlas y las tendrás siempre presentes en tu vida, generalmente para mal. La primera borrachera, el primer cigarrillo, el primer porro, la primera raya de cocaína, el primer grito, la primera traición, la primera agresión, la primera infidelidad, el primer burdel, la primera prostituta y así un largo etcétera de prácticas moralmente reprobables en las que todo es empezar.
Las vacaciones en Palma terminaron y me volví a casa a pasar agosto y a ver a mis dos «solo amigas» por el momento. Con Estelle quedé en Madrid cuando ella regresó, e incluso le llevé un regalo, un perfume Calvin Klein que compré en el aeropuerto de Mallorca. Ella también me compró un perfume a mí y me lo dio. Entonces yo le comenté, antes de darle mi perfume, que el suyo me recordaba a CK, a lo que ella me respondió «¡No, es mucho mejor! CK es una mierda que solo regala la gente cutre».
Al final, el perfume se lo regalé a Farah, con la que quedé en Roma, ciudad eterna y capital de la República Italiana, a mediados de agosto. Qué hacía mi chica en Roma, pues acompañar a una de sus hermanas, Rashida, que había decidido ir una semana de vacaciones a esta ciudad. Como la ubicación era neutral y estaba lejos del control de sus padres, cuando ella me propuso ir, yo también me compré un vuelo a esta ciudad. Los cuatro días en Roma empezaron bien, con muchas ganas de vernos después de tanto tiempo y relaciones íntimas a escondidas de su hermana, pero la cosa se fue enfriando poco a poco hasta que el último día la tía tuvo incluso la desfachatez de decirme que era más divertido ir de vacaciones con amigas que con el «novio». En fin, esa era mi Farah, siempre una de cal y otra de arena, pero como estaba tan guapísima, yo la quería tanto y además ya la conocía, no se lo tuve en cuenta demasiado y retomamos la relación, pero no como antes. Esto significó en la práctica el volver a hablar casi todos los días por teléfono y a las negociaciones sobre nuestra boda, aunque como ya me conocían sus viejos el tema de vernos en persona era imposible por el momento. Por una parte, ellos no la dejarían venir a España sin estar los dos casados, y por otra, yo no podía volver a aparecer por ahí después de haber cancelado una boda, a no ser que viniese ya directamente a pasar por el altar. Debido a esto y aunque yo quería mucho a Farah, le dejé bien claro que hasta el día de la boda no éramos pareja oficial, y que ella tenía todo ese tiempo para pensárselo en serio antes de dar el paso, porque yo no quería más quejas, dudas o rabietas por su parte.
Con mi vida sentimental de nuevo encauzada, aunque detenida en un extraño impasse, me dispuse a pasar finales de agosto y principios de septiembre dedicándome a diversos quehaceres prácticos. Aparte de un par de exámenes a los que presentarme tenía dos tareas. La primera era despedirme de Estelle, a la que llevé a cenar por ahí y luego a tomar algo. No pude ir a su casa después porque ella ya no la tenía alquilada, estaba en un hotel con sus padres, así que nos dijimos adiós en la calle.
-Bueno, esto es la despedida.
-Eso parece.
-Vendré a visitarte a Madrid algún día, si te parece bien.
-Sí, claro, seguro que sí.
-Ah, y si te apetece venir a Nueva York a verme, estás invitado.
-Muchas gracias -le dije yo, pensando que aunque me encantaría, iba a ser muy difícil realizar este viaje. Siempre me he arrepentido de no haberlo hecho, porque oportunidades así no son muy comunes y después, con el tiempo, se pierde el contacto.
-Bueno, yo ya te dejo en paz. Ahora ya puedes volver con tu novia, si quieres.
-Ja, ja, qué cosas tienes -dije yo haciéndome el loco y a la vez pensando «no es tonta la tía».
-Bueno, gracias por todo. Me encantó conocerte. Hablamos por Internet.
-Seguro que sí, Estelle, seguro que sí -respondí yo mientras creí notar como la nariz me crecía por momentos. Entonces nos dimos dos besos y se piró de mi vida para siempre.
Después de esta tibia y cordial despedida, supe que había elegido a la chica correcta. Al recordar cómo eran las despedidas con Farah, un drama, una tragedia y una catástrofe de la que tardaba varios días en recuperarme, comprendí que «la inglesa» era a la que yo había querido siempre y que de la otra nunca había estado nunca realmente enamorado.
La segunda tarea, una vez libre de Estelle, de Farah, por el momento, y de los exámenes, fue encontrar una empresa para hacer las prácticas laborales que me obligaban desde la universidad. En teoría yo estaba apuntado en la bolsa de prácticas desde principios de 2004 y había hecho un par de entrevistas, pero ninguna con éxito. Aprovechando un día que había ido a la facultad a hacer un examen, me pasé por la oficina de la coordinadora para meter un poco de presión. Funcionó y allí me pusieron en contacto con una empresa para hacer una prueba y empezar a trabajar con ellos si esta iba bien.
La entrevista fue bien, valoraron mucho mi nivel de inglés y me ofrecieron el trabajo, el cual acepté sin dudarlo. En primer lugar, las prácticas eran obligatorias para acabar los estudios, pero además me iban a pagar un pequeño sueldo de cuatrocientos euros al mes, que aunque era una miseria, por ayudar allí cinco horas al día tampoco estaba tan mal. La «empresa», por llamarla de alguna manera, no era más que un solo tío, el dueño, que era experto en marketing, consulting o no sé qué rollos, y que se dedicaba a asesorar a otras empresas más grandes. Este hombre, que se llamaba Áxel Lewis, era un auténtico maestro en relaciones sociales, el clásico tipo que conocía a mucha gente y le caía bien a todo el mundo. El rasgo más característico de su personalidad consistía en que el tío era un poco caradura, como él mismo reconocía con orgullo. Esto, unido a su carácter jovial y optimista, hacía de Lewis un tipo sonriente y de trato fácil, capaz de engatusar al mismísimo diablo. Siendo consciente de sus habilidades interpersonales, mi nuevo jefe había decidido ya desde joven prosperar convirtiéndose en empresario en lugar de ser un asalariado más. Para esto se había alquilado un pequeño local en el barrio de Tetuán y montado en él una empresilla de asesoramiento. Dentro de este local había tres mesas con ordenatas, una de las cuales fue para mí, otra para el jefe y otra para una administrativa que también trabajaba allí. Así, en esta pequeña empresilla y junto con estos dos figuras, me puse a currar todos los días de cuatro a nueve de la tarde. Cuando le conté a Farah que tenía un trabajo, se puso muy contenta y me dijo que por fin las cosas empezaban a funcionar. Ella a su vez me contó que si yo tenía trabajo, ella tenía una fecha de boda para nosotros, si a mí me parecía bien. «¿Qué fecha?», le pregunté yo y ella me respondió que a finales de diciembre. Como esto era bastante inusual le pregunté el porqué de elegir ese mes, y ella me dijo que una hermana suya se iba a casar en primavera por el juzgado. Antes de la boda, los novios iban a hacer la ceremonia religiosa en casa, como era costumbre dentro de su cultura, y la hermana le había ofrecido a mi chica la posibilidad de hacer dos ceremonias conjuntas, para compartir los gastos y los honorarios del sacerdote, gurú, rastafari o lo que fuera que nos casase.
La oportunidad era demasiado buena para desaprovecharla, porque al compartir la ceremonia religiosa con su hermana y futuro cuñado no tendríamos que organizar nada y, además, al ser dos parejas, la condición de infiel que todavía tenía yo frente a su cultura sería mucho más fácil de ocultar. Llevando un poco la lucha a mi terreno, le comenté a Farah que si nos casábamos ella tendría que venirse a vivir conmigo a Madrid, como me había prometido. Negociamos un rato más y al final llegamos a una especie de acuerdo que nos satisfizo a los dos. Farah y yo nos casaríamos en una sencilla ceremonia religiosa, oficiada por un clérigo de su fe en la casa de sus padres, el veintiocho de diciembre de 2004. Después, yo me volvería a Madrid a prepararlo todo y ella vendría en febrero de 2005 a vivir conmigo, al principio a casa de mis padres un tiempo, hasta que lográsemos ingresos suficientes para alquilar nuestro propio apartamento. Además, he de confesar que yo tenía una buena razón para querer esta vez acelerar las cosas y atrapar a Farah para siempre. De un tiempo a esa parte había ido comprobando con horror como el pelo me empezaba a clarear en la frente y parte de la coronilla. Después de una fase de negación, «el otoño es la época de la caída» y demás zarandajas, la cantidad de pelos en el desagüe de la ducha y el incipiente cartón frente al espejo me obligaron a aceptar la realidad. Me estaba quedando calvo con veinticinco años. No desfallecí y decidí luchar con todas mis fuerzas contra la calvicie, al contrario que muchos otros que aceptan este cruel regalo de la genética y se resignan a ser calvorotas. «Alopecia androgénica de origen genético», me dijo el dermatólogo al que fui a consultar, después de leer en Internet que los centros capilares eran todos un fraude. Según el médico, este proceso no se puede revertir, pero sí detener, así que me preparé con todas mis fuerzas para afrontar este nuevo reto. Lo primero que hice fue tirar el bote de gomina a la basura. Después me fui a una farmacia y me compré, con receta, los medicamentos que debería aplicarme ya de por vida para retener el pelo que me quedaba. Estos eran dos. Uno se llamaba Monoxidil, y era un pringue con propiedades vasodilatadoras que te aplicabas sobre el cogote para detener la caída del cabello. No me importó demasiado tener que echarme ese líquido todos los días, si con ello conservaba el pelo que tenía, pero sí tuve más reparos con el otro medicamento. Este se llamaba Naxtrón-Pecia 286 y era de la misma familia que el famoso Propecia, aunque estaba en fase experimental y era más potente. Lo bueno de este medicamento, eran unas pastillas, consistía en que detenía la caída de inmediato y además regeneraba algo el pelo. Lo malo era que su principio activo era un inhibidor de testosterona, creí entender, y eso de jugar con la química del cuerpo podía tener sus efectos secundarios.
-¿Cuáles son esos efectos? -le pregunté al médico durante la consulta, y este me respondió que el medicamento podría afectar a todo lo relacionado con la testosterona, incluido la agresividad, la libido, las erecciones, la cantidad y calidad de espermatozoides producidos y cosas por el estilo. No me hizo mucha gracia escuchar esto y le pregunté al doctor qué pasaría si no tomaba el Naxtrón y me limitaba a untarme la almendra con el Monoxidil.
-Bueno, entonces ralentizarás la caída y aguantarás unos años más con el pelo que tienes -me comentó el doctor. Por supuesto, yo no quería quedarme sin erecciones, pero tampoco mondo y lirondo con veintisiete años, así que le pregunté de nuevo por las virtudes del Naxtrón-Pecia ese de los cojones.
-Frena la caída de manera espectacular y regenera algo de pelo, pero siempre que mantengas el tratamiento.
-Sí, pero es que los efectos secundarios son tremendos.
-Ya, te entiendo. Lo que hacemos con algunos pacientes es usar el Naxtrón unos meses como tratamiento de choque y luego mantener los resultados con el Monoxidil.
-¿Y qué pasa con los efectos secundarios?
-Las contraindicaciones duran lo que el tratamiento. Un mes o dos más, a lo sumo.
Al final el dermatólogo me convenció para reforzar el tratamiento del Monoxidil con un par de meses tomando el Naxtrón por vía oral. Después de todo, hasta diciembre no iba a estar con Farah, así que tampoco importaba si mi libido, el cómputo de espermatozoides o la rigidez peneana disminuían un poco. Total, para lo que iba a hacer yo solo, pues casi que me daba lo mismo. Un par de meses antes de la boda suspendería el tratamiento con Naxtrón y confiaría en que el Monoxidil se bastase para conservarme el cabello que todavía me quedaba y que, por supuesto, me rapé, como hacen todos los calvos con un poco de dignidad. Este pelillo, aunque no era lo suficientemente denso como para llevar el tupé engominado de años anteriores, todavía se notaba y daba la impresión, según el ángulo desde el que se viese mi perola, que más que calvo era un tío con la cabeza afeitada. Por suerte, el pelo rapado no me quedaba especialmente mal, al tener el cráneo redondito y los rasgos relativamente proporcionados, y junto a este vino una barba de cuatro días, aunque bien arreglada. Ese año, con las guerras de Oriente Medio todavía frescas, el look «taliban», barba y cabeza rapada, se había puesto muy de moda en Estados Unidos y por extensión en el resto del mundo. Yo, además, sabía que a Farah le gustaba este estilo con la barbita, así que esperaba engañarla el tiempo suficiente para casarnos, antes de que descubriese la verdadera magnitud de mi problema alopécico.
Pues nada, otra vez con una boda planeando sobre mi despejada cabeza, y parecía que iba en serio, me dispuse a pasar los últimos meses de libertad, pero también los últimos meses de echar de menos a Farah, trabajando para ahorrar dinerito y estudiando para ir dejando la carrera ya casi terminada. Nada de tonterías esta vez. Todo tenía que salir bien.
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