UN AGRADABLE PRECEDENTE

UN AGRADABLE PRECEDENTE

(Agosto 1999)

Dolor de cabeza. Luz. Abres un ojo. Sed. Vuelves a cerrar el ojo e intentas dormir un poco más. No funciona, así que abres los dos y buscas en la mesilla un ibuprofeno. Lo coges, te lo tragas con la ayuda del vaso de agua que tuviste la precaución de dejar anoche al lado del analgésico. Tienes ganas de mear, pero no fuerzas para llegar al baño. Mear puede esperar, si te lo haces encima tampoco pasa nada. Entonces, cuando intentas volver a dormir, recuerdos de la noche anterior empiezan a venir a tu mente, y ahí es cuando empiezas a sentir miedo, mucho miedo. Y vergüenza, mucha vergüenza.

A grandes rasgos, esa podría ser la descripción de las sensaciones que tuve al despertar aquel primer sábado de agosto, después de la monumental juerga vivida la noche anterior. Recordaba haber ido al Beachcomber con Mattew, haber bebido mucha birra, entrar en una discoteca grande y encontrarme con la Rio esa, la amiga guapita de Farah que nos caía tan mal. El resto no sabía si había ocurrido en realidad, era parte de un sueño húmedo bastante retorcido o un poco de ambas. En serio me había liado con la Rio esta o lo habría soñado. Últimamente, siempre que bebía alcohol me pasaba igual, que al día siguiente no sabía a ciencia cierta lo que había ocurrido de verdad y qué era fruto de mi imaginación. Más de una vez le había comentado a algún chaval lo bien que lo habíamos pasado tal día de botellón y este me había contestado que ese día estaba en no sé dónde con sus viejos, como dándome a entender que el botellón había ocurrido dentro de mi cabeza y horas después de haber vuelto a casa. Yo esto, como todo lo malo que me ocurría, lo achacaba al tripi que me comí a mediados de 1998 y que me sentó como un tiro, pero, claro, dentro del affaire este de Rio, no tenía manera de comprobar hasta dónde había llegado realmente y qué era parte de mi imaginación, por no decir de mis más oscuras fantasías de joven salidorro madrileño. Por una parte, me hacía sentir extrañamente bien la idea de haber sobado a Rio de mala manera, pero, por otra, me daba pánico el pensar que aquel desliz podía arruinar mi relación con Farah de manera definitiva.

Después de la gran cagada, o gran hazaña, según se mire, del día anterior, y de unos cuantos conatos de arrepentimiento y desesperación resacosa, llegó un momento a media mañana en el que tuve que serenarme y ponerme a planear la estrategia que iba a seguir. Aún no había perdido a Farah para siempre, ni ella se podía haber enterado de nada todavía. Seguramente nos íbamos a ver por la tarde, así que tenía unas cuantas horas para inventarme una mentira creíble con la que afrontar posibles preguntas de Farah. Así a bote pronto, se me ocurrió contarle a Farah, como quien no quiere la cosa, que me lié tanto el día anterior porque me hice amigo de otro español o, mejor, de un italiano que había por ahí y que se llamaba Mario. Con esto aprovechaba que Mattew había estado llamándome Mario toda la noche, confundiéndome sin duda con mi antiguo colega Mariete el Ariete. Con esta mentira, yo siempre podría tener las espaldas cubiertas por si Rio se encontraba con Farah algún día y le contaba que se estuvo dando besitos con un tal Mario. «¿Podría este truco llegar a ser efectivo?», me preguntaba a mí mismo, bueno, dependiendo de en qué escenario nos encontrásemos, de los múltiples que podían darse.

El primer escenario, y más favorable para mí era que Rio anduviese tan borracha el viernes que no se acordase de nada de lo que había ocurrido entre ella y yo, y que su amiga, igual de pedo que ella, no estuviese en condiciones de ayudarla a recordar.

Otro escenario parecido implicaba que Rio se acordase de haber perpetrado actos impuros en la discoteque con un hombre, un hombre atractivo, todo hay que decirlo, pero no supiese identificar al culpable.

Una tercera variante era que ella se acordase bien, pero por circunstancias personales suyas, un novio del que estuviese enamorada, por ejemplo, prefiriese callarlo y seguir como si nada.

Las opciones anteriores eran todas favorables para mí. Crimen perfecto sin consecuencias en las dos primeras, y un poco peor en el tercer caso, en el que siempre viviría con la duda de que mi novia y la fulana esta algún día se encontrasen por ahí y se pusiesen a hablar. Una cuarta opción aceptable, según se mire, es que todo mi affaire con Rio hubiese ocurrido solo en mi cabeza mientras dormía la mona. Estaba muy seguro de que me había encontrado con Rio el viernes por la noche en el Embryo, pero y si el resto de cosas sucias que ocurrieron fuesen simplemente un sueño húmedo de esos que tienen por la noche los jóvenes que están muy salidos. Esta opción significaba que no tenía nada de lo que preocuparme, al respecto de Farah y Rio, pero sí de cómo andaba mi salud mental y, sobre todo, si fue un sueño húmedo, por qué con Rio en una disco y no con Rio y Farah, yo con las dos a la vez y también entre ellas haciendo cositas, en algún lugar más íntimo... «Ese sueño sí que hubiese sido la puta hostia, como para reventar el calzoncillo de un lefazo», me rebuzné a mí mismo con gesto goloso.

Me reí un poco yo solo ante esta última ocurrencia tonta, pero rápido se me pasó el cachondeo al pasar a revisar las opciones menos favorables, que consistían en que Río fuese plenamente consciente de con quién se había liado. En ese caso se lo podía decir a Farah y con ello rompería nuestra relación, pero bien pensado también su amistad con mi novia, pues sería parte culpable entonces a los ojos de Farah. Que Rio le dijese que yo me había liado con su amiga la feilla podía ser una opción, aunque yo también podría negarlo. El problema era que mentir es difícil y muchas veces por tu propio lenguaje corporal, gestos involuntarios o malas vibraciones, la otra persona sabe que le están tratando engañar y al final el remedio es peor que la enfermedad porque además de lo que hayas hecho, y estás intentando negar, se enfadan contigo por mentiroso. Rio y yo estaríamos en este sentido en una especie de empate técnico en el que la verdad nos perjudicaría a los dos. A mí porque Farah me dejaría, pero a Rio también, porque se quedaba sin amiga sexy que presentar a los colegas de su novio, si eso era lo que quería. Qué ocurriría si a pesar de todo Rio le contaba la verdad a Farah, con la esperanza de que con el tiempo a ella se le pasase el cabreo y se hiciesen amigas. En ese caso, yo tenía las de perder porque Rio vivía en Inglaterra y yo no. La imagen de Farah de fiesta por las discotecas de Birmingham y Coventry, siendo acosada, sobada y tras unos cuantos alcohopops eventualmente seducida por algún chuleta local, me ponía físicamente enfermo. Farah era solo mía y no iba a dejar que nadie la tocase. Después de darle muchas vueltas al tema y de un par de cigarritos, resolví los siguientes puntos:

1 Negar todo contacto íntimo con Rio a ultranza si se me preguntaba.

2 Sugestionar a Farah para crear en ella la imagen de Rio como persona mentirosa y poco honesta.

3 Introducir sutilmente la existencia de un misterioso casanova italiano llamado Mario.

4 Volver a Madrid lo antes posible, pero asegurando que Farah viniese a visitarme cuanto antes.

5 No mostrarme demasiado atento o cariñoso, indicio universalmente aceptado de infidelidad masculina.

6 Hasta la tumba, lo que quiere decir no confesar nunca por muchos años que pasen.

Por fin llegó la tarde y el momento de afrontar lo que había hecho, mirando a los ojos a Farah mientras le contaba que la noche anterior había sido un poco aburrida y que no había nada interesante que señalar. —Did you talk to any girls? me preguntó ella casi al principio, metiendo todo el dedaco en la llaga, así de primeras. —No, no way, I was just with my friends... Friends boys, just them —contesté yo disimulando la cara de horror que se me había puesto en un momento. «Joder, con el sexto sentido femenino, la primera vez en la vida que me lo pregunta», pensé preocupado. Por suerte, no estaba mintiendo, porque hablar, lo que es hablar, no había hablado casi con ninguna. Si la pregunta hubiese sido «Did you stick your dirty little finger in some blonde's fancy?», entonces no hubiese habido otra que decir la verdad, pero bueno, el cinismo tampoco venía a cuento en un momento tan delicado de nuestra relación. En esos instantes tenía un miedo horrible de perder a Farah para siempre, porque estaba muy enamorado de ella, pero sorprendentemente bastantes pocos remordimientos por lo que había hecho. Antes de verla me había imaginado que se me haría muy duro mirarla a los ojos y que me sentiría super culpable, pero no era así. Entonces supuse que en el fondo y como para la inmensa mayoría de los tíos, una cosa era el amor y otra el sexo cochino y sucio con otra persona que no sea tu pareja. De este nunca nos sentimos culpables, a menos de que nos pillen, y esto no significa que no queramos a nuestra chica (o chico en caso gay), sino que somos unos cabronazos, pero, claro, qué coño sabía yo de la vida con diecinueve años, todavía virgen y con una resaca del cojón encima, por lo que me dejé de filosofías y me puse a lo mío, que era convencer a Farah para que se viniese a Madrid conmigo lo antes posible.

—Err... You know... I got exams in September, the University and stuff, and I should be thinking about going back to Madrid to do my revision... le dije a Farah una vez que nos sentamos en un banco de un parquecillo cercano.

Ohh what a shame! Never mind me contestó ella sin darle demasiada importancia. «Joder, le digo que me tengo que ir a Madrid y ella me contesta que bueno, que así es la vida. Hostia puta, ¿tú me quieres o no? Porque la verdad no lo parece», me dieron ganas de gritarle, pero en su lugar me tragué mi exabrupto posesivo y me dispuse a negociar.

—Maybe you could come for a week in September... What do you think?

—Yeah maybe, I don't know yet. Will your parents be there in September?

—Yes, of course they will be there, and my little bothers too, and perhaps some more family. The house will be a bit packed those days, but at least you won't be alone when I leave you to do my exams.

—What exams?

—My exams in September, I got plenty of them... The whole month.

—I don't think I will be able to go to Madrid on September —me dijo intentando poner cara de pena, cuando la verdad era que no le apetecía una mierda, con el sombrío panorama de familia y exámenes que le había pintado. Entonces me preparé para lanzar mi órdago definitivo y jugarme el verano a una carta.

—But you wanna go on holidays abroad, like the fashionable people do? Or you wanna be one of those cheeseballs that never go anywhere dije recalcando la palabra cheeseballs, la cual me parecía que era un invento de Farah y sus hermanas para definir a gente fea, pobre y cutre. Ella me miró casi hasta negando con la cabeza. «I'm not a cheeseball», debió pensar, y entonces fue cuando yo solté la bomba.

¿Por qué no te vienes ahora en agosto conmigo a Madrid?le dije en inglés, mis viejos están de vacaciones y tendríamos la casa para nosotros solos y, además, ahora hay rebajas en España... Podrías comprar muchas cosas con muy poco dinero.

La estratagema funcionó bien, y después de dudarlo un poco accedió a preguntar a sus padres si podía venir, y también a consultar si a ella le venían bien esas fechas o no, lo cual no dejaba de ser sorprendente porque Farah tampoco te creas tú que tenía una vida tan atareada. En el trabajo cada vez nos llamaban menos y en la última semana solo habíamos trabajado dos días. Ese era claramente el momento de dejarlo, coger los ahorrillos ganados e irnos de «vacaciones» a Madrid. Al día siguiente, Farah me confirmó que a sus viejos les parecía bien perderla de vista unos días y que ella se fuese a visitar a una amiga en España. Después de todo, la chica ya tenía casi veinte años y podía salir de casa de vez en cuando. Me felicité por mis dotes de sugestión y manipulación con Farah y el éxito de que viniese conmigo a Madrid. Luego lo pensé mejor y me di cuenta de que yo ponía el alojamiento, la comida y me había comprometido a ayudarla comprándole los vuelos. Si, además, estando supuestamente enamorada de mí como decía, con todas estas ventajas no quisiese ir conmigo en de vacaciones, sería ya para mirárselo. Por suerte aceptó venir, aunque haciéndose un poco de rogar. «Las mujeres disfrutan volviéndonos locos», pensé. Las mujeres en general, o más bien Farah en particular, debería haber pensado, pero yo no conocía a ninguna mujer más que a Farah y ni siquiera había hecho el amor con ella en el sentido estricto del término, así que poco podía opinar con conocimiento de causa. Yo solo quería dos cosas en la vida, estar todo el tiempo posible junto a Farah, la mujer de mi vida, y follármela de una puñetera vez.

Todo fue muy rápido. Al día siguiente pillamos los vuelos por Internet, solo ida, y yo me organicé mi traslado al aeropuerto mediante autobús. A Farah la llevarían sus padres al aeropuerto de Luton por su cuenta y ya nos encontraríamos dentro de la terminal cuando los viejos estuviesen bien lejos. Los últimos días en Danetree pasaron volando entre preparativos y, por suerte, no hubo encuentro fortuito con Rio por el pueblo, cosa que me aseguré de que no ocurriese tomando la sabia precaución de no salir de casa los tres o cuatro días que aún estuve en Inglaterra. De mis caseros Dany y Jannet me despedí con cierta emoción, porque ya después de tantos años les tenía cariño, y también porque me convenía crear un pequeño vínculo emocional con ellos para asegurarme un alojamiento en Danetree las veces que necesitase venir al pueblo. Desde el verano de 1998 las cosas en mi vida ya no se hacían porque sí ni porque apeteciesen o no hubiese más remedio. A partir del momento en el que conocí a Farah, mi relación con ella pasó a ser el fin único en mi vida, y el resto de cosas se transformaron en medios para aproximarme a él. Durante el invierno tocaba universidad, porque me lo imponían mis padres y porque de ellos dependían mis fuentes de financiación. Además yo intuía que aunque fuesen unos años de sacrificio, con un título universitario tendría más oportunidades en el futuro y esto me convertiría en un compañero más atractivo a los ojos de Farah. Los veranos se organizaban en dos partes, en la primera me venía a Inglaterra, para estar con Farah, pero también para trabajar y ahorrar dinero extra que luego me sirviese para pagar vuelos, hoteles o cualquier otra cosa que hiciese falta para visitar a mi piba durante el invierno. La segunda parte, el año anterior en septiembre y luego en 1999 en agosto, era cuando Farah se venía conmigo a Madrid y tenía también gran importancia. Estos días no eran solo unas meras vacaciones para pasarlo bien juntos e intentar mantener relaciones íntimas. En ellos tenía la secreta misión de cortejar, seducir, si se me permite la palabra, o intentar que Farah se enamorase todo lo posible de mí, porque luego el invierno era muy largo y la distancia puede convertirse muy fácilmente en la antesala al olvido. Como se hacía esto, pues tratándola como una reina, pagándole todo, llevándola de compras y haciendo todas las cosas que a ella le apeteciese hacer. Todo para que ella estuviese tan a gusto y lo pasase tan bien que durante el invierno no me olvidase y cuando llegase el verano siguiente sintiese ganas de volver a repetir.

Bueno, pues ese era el plan para agosto 1999 en Madrid. En apariencia disfrutar de unas vacaciones agradables y, en realidad, conseguir que Farah se fuese de Madrid lo más enamorada posible de mí. Para esto contaba con la casa de mis viejos para nosotros solos durante un mes y suficiente dinero para vivir tranquilamente todo este tiempo. Mis padres estaban enterados de que la chica de Inglaterra venía unos días y como ya la conocían, no me pusieron excesivas pegas. Ellos junto con mis hermanos pequeños estarían durante todo agosto en el pueblo, así que esa iba a ser la primera vez en mi vida que iba a convivir con una chica, y casi hasta la primera vez que iba a estar sin supervisión adulta y responsable durante tanto tiempo. Una vez que Farah y yo llegamos a nuestro piso en el centro de Madrid, lo primero que hice fue llamar a mis padres, para saludar y también para preguntar unas cuantas cosas acerca del funcionamiento de la lavadora, la plancha y otras tareas de la vida cotidiana que yo nunca hacía en circunstancias normales. Mi madre nos informó, además, inocentemente, de que la chica se podía quedar en la habitación de mis hermanos, donde las camas estaban hechas. «Sí, claro —le contesté yo—, así lo haremos», y acto seguido deshicimos las camas, la mía y la que iba a ser suya, y llevamos las sábanas a la cama grande de mis padres para improvisar allí nuestro nidito de amor. Hubiese sido más elegante usar las sábanas de mis padres, propias de cama de matrimonio, pero si las hubiésemos puesto y después lavado y guardado, mi madre se hubiese dado cuenta de que habíamos dormido juntos y se hubiese mosqueado. No es que mis padres fuesen excesivamente puritanos, pero habían sido educados en otra época y apreciaban que se guardasen las apariencias y también temían, como es lógico, que un embarazo no deseado arruinase la universidad de su hijo mayor.

Una vez instalados en casa de mis viejos comenzó una rutina, por llamarla de alguna manera, aunque para mí, y también para Farah, casi todo era novedad. Lo más fascinante era que podíamos dormir juntos sin ningún pudor, no como el año anterior en el que estaban mis padres y teníamos que guardar cierta compostura. Para mi sorpresa, nos acostábamos por la noche, yo con unos calzoncillos y dispuesto a quitármelos a la menor indicación, y ella con demasiada ropa para mi gusto. Yo me había imaginado que nos iríamos al catre desnudos y nos entregaríamos a la pasión, pero parecía que a ella a esas horas le apetecía más dormir que otra cosa. Las tres primeras noches, entre la novedad y lo excitado que estaba al tener un cuerpo de mujer tocándome, generalmente unas nalgas apoyadas contra mi erección, apenas pude dormir. Luego me fui acostumbrando y encontré increible la sensación de dormir con mi chica, sobre todo el poder acariciarla, abrazarla y también el sentir su respiración durante toda la noche. Además, Farah tenía un sueño muy profundo, por lo que podía meterle mano y sobarle todo lo que quisiese sin que ella protestase, lo que era bueno pero también malo, porque tanta alegría sin eyaculación podía traducirse en un gran dolor escrotal toda la noche. Más de una vez pensé en o bien eyacular sobre su cuerpo dormido, o bien pasarme un momento al baño a que me aliviase la alemanita, pero nunca lo hice. Lo primero me parecía una cerdada y lo segundo una especie de traición. De este modo, no me quedaba otra que guardarme mis energías para por la mañana, que era el momento en el que parecía que andábamos más activos sexualmente. Según nos íbamos despertando, ya empezaban los abrazos y las caricias, los cuales pasaban a tocamientos y a despelote rápidamente. Diversas técnicas sexuales eran entonces puestas en práctica, aunque de manera un poco torpe, dada la poca experiencia que ambos teníamos, y también que Farah, a menos que estuviese muy pero que muy excitada, era bastante tiquismiquis. A veces, cuando empezaba con sus protestas —Don't touch me there, don't kiss me that way... Don't breathe on me— o con sus remilgos a la hora de tocar ciertas partes de mi anatomía, la verdad es que me ponía un poco nervioso, pero, claro, como yo era un supervirgen, tampoco tenía con qué comparar y me imaginaba que todas las mujeres serían más o menos así en la realidad y no como nos trataba de hacer creer que eran el cine para adultos. Con el tema de la penetración seguíamos teniendo problema, porque ella en cuanto yo me colocaba el condón se ponía tensa y empezaba a protestar y poner caras raras. Yo me contagiaba de esos nervios y perdía la erección rápido, lo cual me dejaba bastante preocupado. «Me estaré volviendo impotente antes incluso de haber follado por primera vez», pensaba horrorizado, aunque luego la recuperaba en cuanto pasábamos a otro tipo de jueguecitos. Al final, lo que casi siempre hacíamos era frotar nuestros órganos reproductivos, es decir, la minga y el chochete, uno contra otro hasta alcanzar el orgasmo, pero sin la tan deseada penetración por mi parte. A veces Farah se ponía arriba, a veces lo hacía yo, y generalmente ella parecía tener problemas para entender que la eyaculación es una parte importante de la sexualidad masculina. —Don't let the sperm come out, It makes a mess —me decía a veces, lo cual me daba bastante por culo, en sentido figurado. Como se trataba ante todo de ser un caballero y de hacer que Farah estuviese siempre contenta, para que luego no me olvidase durante el invierno, intentaba hacer todo a su gusto y de no molestarla de ninguna manera. No me hace mucha gracia dar tanto detalle en referencia al tema sexual, pero este fue sin duda la parte más relevante del mes de agosto. Recordemos que durante el año vivía la abstinencia propia de una relación a distancia y, además, para un chaval de diecinueve años, el sexo es lo más importante que pueda haber en la vida.

Además de la convivencia y mis esfuerzos por enamorar más a mi chica, realmente no pasó mucho más de trascendencia. La vida en agosto en Madrid es bastante tranquila y como parecía que nosotros éramos más bien caseros, no salíamos demasiado durante el día y nada por la noche. Farah, con ir a ver tiendas de ropa a la zona de Sol y Gran Vía, y algún que otro paseíllo por parques o zonas comerciales, estaba más que contenta. Alguna noche la llevé a cenar a un Vips y ella volvió encantada, pensando que habíamos estado en un buen restaurante. Por suerte, Farah tenía gustos bastante sencillos en cosas que no tuviesen que ver con su aspecto personal. Con la comida me dio algo de lata porque no quería comer carne que no fuese kosher, o en su defecto halal, porque según ella lo tenía prohibido por su religión. Por suerte, fichamos una carnicería moruna en Lavapiés, donde comprábamos carne picada para hacer nuestra especialidad, pasta boloñesa muy picante, y los días que no queríamos cocinar, McDonalds y kebabs nos sacaban del apuro. Con la bebida era más fácil porque Farah no bebía nada de alcohol ni tampoco tenía mucho interés en salir de noche. Alguna vez nos dimos una vuelta por Huertas, que me pareció la zona más fashion de Madrid y la que más le iba a gustar, aunque no le entusiasmó demasiado. También mis colegas me llamaron algún día, pero me hice el sueco para no quedar. Total, para qué salir de casa si allí tenía todo lo que necesitaba y, además, no iba a llevar a Farah a un botellón a sentarse por el suelo y mear entre dos coches. En el tema del shopping y de las tiendas sí que tuve que tener más paciencia y aprender a aguantar, porque la tía era empezar a ver ropa, zapatos, bolsos, maquillaje, perfumes..., y no parar en horas. No solo se gastó en compras casi todo lo que ganó en Teamlink, que serían unas cien mil pesetas, sino que además me echaba la bronca de vez en cuando por no ir a la moda ni querer comprarme nada para mí. Yo, que hasta el año pasado había sido semipunki malasañero, tuve que armarme de paciencia e incluso a veces morderme la lengua para no mandarla a la mierda, pero claro, el objetivo estaba bien definido, había que enamorar a Farah todo lo posible para que nuestro amor resistiese un año más, y si para eso había que vestirse de horterilla, pues así sería. Farah incluso me sugirió un día que me pusiese mechas plateadas en el pelo y un peinado a lo Ricky Martin, cosa que le dije que ya haría al año siguiente con la esperanza de que se le olvidase durante el invierno.

Como el roce hace el cariño, aunque más que roce Farah debía tener ya una especie de síndrome de Estocolmo conmigo, porque la tenía casi secuestrada y salíamos bastante poco de casa, al final ella empezó a dar muestras de estar razonablemente enamorada de mí. No solo nuestro noviazgo ya era oficial y plenamente reconocido por ella, sino que, además, sus halagos a nuestra relación y mi persona fueron ganando en intensidad y frecuencia, y sus rabietas y pegas remitieron levemente. Hubo incluso un día que se refirió a servidor como su marido, al confundir la palabra boyfriend con husband. Este gesto me encantó, aunque lo disimulé un poco.

—You know, it is that my parents got married so Young. I think they were eighteen when they tied the knot me dijo como disculpa a su error.

—Well, maybe one day we'll tie the knot too. But only if you behave well and don't create trouble —le respondí a modo de vacile, pero para ver que pensaba ella de la idea de casarse conmigo.

—Really? Would you do that for me? I think my parents would like you if they knew you. You're a good boy... You're decent, not like the rest of the lot. Real dogs they are. Very naughty, they just wanna get into your knickers and then off. We're not allowed to do that. That's nasty innit.

—Yeah, maybe in ten years we'll think about it —zanjé yo la conversación riéndome de ella pero, en realidad, muy serio. Yo solo necesitaba unos tres o cuatro años para acabar con la uni y tener un puto título debajo del brazo, y mientras lo hacía, correrme unas cuantas juergas más con los colegas. Una vez hecho esto nos podíamos casar, ir a vivir juntos o lo que ella quisiese. Yo haría lo que fuese necesario para estar con Farah, porque estaba muy enamorado de ella y, además, firmemente convencido de que ella tenía que ser mía y de nadie más. «Es el destino», murmuré mientras nos preparábamos para salir a dar una vuelta por el centro.

Los primeros veinte días de agosto todo fue estupendo, lo que significa que se me pasaron volando. El plan de conseguir que Farah se enamorase bien de mí iba viento en popa y, además, logré tener más sexo en esos días que en todo el resto de mi vida anterior. Entre tanta felicidad a veces se colaba la idea de que igual tenía que hacer algún examen en septiembre, pero generalmente me costaba poco deshacerme de ese pensamiento tan inoportuno. Yo, cuando estaba con Farah, no tenía tiempo ni ganas para nada que no fuese ella, y no me iba a quitar ni un segundo de estar a su lado para buscar unos apuntes, que a saber dónde estarían, y ponerme a estudiarlos. Además, tenía pendiente el cambio de universidad, así que para que gastar energías en una asignatura que luego no tenía ninguna garantía de que me fuesen a convalidar en la nueva carrera. Otra amenaza al placentero estilo de vida que llevábamos Farah y yo, esta vez inevitable, era que mis padres volverían a Madrid hacia el día tres de septiembre y querrían, como era lógico, instalarse en su casa y dormir en su cama, cama que hasta entonces veníamos utilizando Farah y yo. Para superar este obstáculo se me había ocurrido un descabellado plan, consistente en pillar una habitación en algún hotel decente, aunque no demasiado caro, y trasladarnos allí hasta el día diez más o menos, que era cuando en teoría acababan los exámenes que yo no iba a molestarme en hacer, pero que mis padres querían que hiciese. Una vez hecho esto les preguntaría a mis padres si Farah podría venir a visitarme otra vez a Madrid, dado el hecho de que la universidad no empezaba hasta octubre y yo no tenía nada que hacer hasta entonces. Cuando le expuse toda esta película a mi chica, ella me contestó sin muchos rodeos:

—Look, I think I should be going back to England now. It's my family and stuff, you know...

—Yeah, but they can have you all around the year. —No estaba seguro de que esa expresión fuese correcta, pero creo que ella me entendió lo que quería decir.

—Don't get me wrong babes, it has been great to be here with you and... I mean, I had a holiday and all that, but I better go and stuff... Yeah?

Seguimos un rato más discutiendo, pero no logré sacar nada en claro. Ella se quería ir ya a Inglaterra y no había manera de convencerla para que se esperase unos días ni de que me diese una razón concreta de por qué se quería ir ya, tan pronto. En cierta manera pude entender que ella echase de menos a su familia, a sus hermanas Nasira y Rashida sobre todo, pero por qué tanta prisa, si iba a estar todo el año con ellas y apenas había estado unas pocas semanas conmigo. Cuando mejor estaban yendo las cosas, de nuevo Farah daba un giro total a la situación y otra vez aparecían mis dudas respecto a lo comprometida que estaba ella con nuestra relación; es decir, yo adoraba a Farah, ella era para mí el ser más importante de la puta creación, pero había muchas cosas que me molestaban de ella y una de estas era la racanería con la que siempre actuaba con respecto a mí. Farah siempre estaba poniendo pegas para venir a verme cuando estábamos en Inglaterra y cuando venía lo hacía el tiempo mínimo posible, y ahora en España, cuando estábamos bien a gusto, quería marcharse cuanto antes, aunque todavía nos quedasen días para disfrutar. Como siempre, todo esto lo hacía sin dar explicaciones ni una razón clara, así que no servía de nada discutir y enfadarse hubiese sido contraproducente de cara a veranos futuros. Después de mucho hablar, razonar, suplicar y hasta incluso sobornar con llevarla de tiendas y comprarle un superregalo, conseguí que se quedase unos cinco días más. Una vez llegados a este acuerdo, entramos en Internet y compramos el maldito billete de vuelta a Londres Luton por unas trece mil pesetas, suma que pagué yo con mi tarjeta bancaria a sabiendas de que nunca la recuperaría.

Estos cinco días con Farah, antes de que ella se fuese y yo me viese abocado a empezar de nuevo el coñazo de la universidad, fueron menos alegres que los anteriores. Por una parte, ella ya estaba más con la cabeza allí que aquí y se dedicaba a llamar a su familia con más asiduidad que antes, y a salir de tiendas a comprarles regalitos, lo típico. Yo, por mi parte, tampoco estaba muy feliz. A la ansiedad y la depresión de los últimos días en los que iba a estar con Farah se sumaba un ligero sentimiento de rencor contra mi piba, como si me sintiese decepcionado porque ella hubiese decidido abandonarme antes de tiempo. Esos días fueron más difíciles que los anteriores y hasta me tuve que esforzar para no estar de mal humor. Poco a poco fui aceptando como inevitable que Farah se iba a tener que ir tarde o temprano y también haciendo balance de cómo había ido el verano. En lo positivo había pasado dos meses seguidos con Farah, en los que había logrado que nuestra relación se consolidase todo lo que era posible dentro de nuestras difíciles circunstancias. Además, me la había traído un mes entero a Madrid, sentando un agradable precedente y, bueno, parecía que ella se volvía a Inglaterra bastante enamorada de mí. En el tema sexual tampoco se había dado mal la cosa, regular en Danetree pero muy bien en Madrid, donde tuvimos muchas relaciones, aunque también es verdad que sin conseguir una penetración vaginal completa y, por tanto, perder la virginidad. Aquí es donde empezaba ya lo negativo.

Aparte de que se me iba la novia y no la vería en bastante tiempo, el hecho de no haberla desvirgado todavía, unido a que, siendo realista, yo no conocía realmente nada de Farah, me hacía a veces mostrarme suspicaz. Farah era mi novia, pero yo no sabía quiénes eran sus padres, ni donde vivía, ni el teléfono de su casa, ni tan siquiera su apellido. Ella no me había dejado ver nunca su pasaporte, y en el Reino Unido no existía carnet de identidad, al menos por aquella época. Su tarjeta de crédito decía «Farah S.», pero eso no probaba nada, porque esta era solo un medio de pago y no una prueba de identidad. Ella ya me había contado desde el principio varias trolas, como que tenía varios hermanos mayores, que luego resultaron ser hermanas. De estas solo conocía a dos, Nasira, a la que había visto dos veces, y Rashida, a la que vi una vez en 1998 y a la cual fui presentado como amigo. Cuando reflexionaba sobre todas estas cosas, era consciente de que si ella desease hacerme desaparecer de su vida lo podría hacer con gran facilidad, y eso unido a que ella no quisiese perder la virginidad conmigo, por la razón que fuese, me daba que pensar. Igual, Farah, si ese era su nombre real, estaba aprovechando el hecho de haberme conocido para pasarlo bien y pegarse unas cuantas vacaciones a mi costa durante unos años, antes de encontrar un marido del agrado de su familia con la virginidad intacta. Al fin y al cabo, la idea de disfrutar de joven y luego cambiar de tercio y sentar la cabeza no parecía tan descabellada, si se piensa bien. El problema era que eso me dejaría a mí hecho polvo y con el corazón destrozado. Yo a esas alturas ya había decidido que Farah era la mujer de mi vida y ella me había seguido más o menos la corriente. Si al final todo resultaba ser una farsa y ella me abandonaba en unos años, me iba a quedar con una cara de tonto antológica, por todo el tiempo perdido y sobre todo por no haberme acostado con ella.



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