TREN A LUTON
TREN A LUTON
(Verano de 2006-primavera 2007)
Trataré de hacer este capítulo breve, porque las cosas desagradables es mejor que pasen cuanto antes. Cuando acabamos todo el rollo ese de los médicos en la segunda quincena de agosto, contemplé la posibilidad de que Farah y yo nos relajásemos unos días en Madrid e intentásemos, con buena voluntad, recomponer un poco nuestra relación, o al menos desconectar de nuestros problemas. No hubo manera. Mi chica estuvo más insoportable que nunca, haciendo incluso cosas que me llegaron a preocupar seriamente. Hubo un día que estuve a punto de llamar a la Policía del jaleo que me montó en casa, así que por primera vez en mi vida tuve que anticipar su billete de avión y pedirle que se volviese a Danetree. Antes de tomar su vuelo y en un momento de lucidez que tuvimos le dije:
—Look Farah, I know that we are going through a lot these days. I just want you to know that I love you, despite of all that happened. I also wanted to say that I will never force you to do anything that you don't want to do. When you arrive at home you can think of what you want to do with your life and with our relationship. Any decision you make, I will respect it.
Esto venía a decir que dado su comportamiento y las difíciles circunstancias que atravesábamos como pareja, quizá le apeteciese replantearse si quería seguir conmigo o no. Al igual que los médicos, Farah fue incapaz de darme una respuesta clara. Simplemente, me dijo adiós de mala gana y se metió por el control de Policía rumbo a su terminal.
Para no empeorar la situación me impuse una norma, que fue no hablar con Farah por teléfono salvo que ella me llamase primero. Durante los siguientes meses me esforcé en conseguir un trabajo e ir ahorrando para el tratamiento que quizá tendríamos que hacer en un futuro, aunque tampoco tenía muy claro dónde estábamos en esos momentos Farah y yo, y si seguíamos siendo pareja. Desde el verano hasta diciembre no me llamó por teléfono ni un solo día, menos una vez a principios de septiembre, en la que tampoco hablamos de nada importante, sino que más bien parecía que estaba aburrida y le apetecía algo de charleta con alguien. Me pasé todo el otoño de 2006 mirando el móvil como treinta veces al día para ver si tenía alguna llamada perdida de Farah y por tanto la podía llamar yo. No hubo ninguna, así que hacia finales de noviembre empecé a intentar aceptar el hecho de que mi novia, en realidad mi esposa, me había dejado. Cuando pienso en esos días me viene a la mente no solo la sensación de fracaso, rabia y tristeza, sino también el sentirme como perdido. Durante casi un tercio de mi vida, que se dice rápido, mi relación con Farah había sido mi motivación y mi objetivo, pero las nuevas circunstancias aconsejaban ir haciéndose a la idea de no volver a verla nunca más.
Vaya alegría, contenida por si las moscas, me llevé cuando la tía por fin me llamó. Un día, ya bien entrado 2007 y después de seis meses sin saber casi nada de ella, encontré una llamada perdida suya en mi móvil. Esto indicaba que quería hablar conmigo, aunque, claro, a ver qué quería. Igual, sincerarse y dejar claro que ya no éramos nada o, aún peor, charlar conmigo un rato por aburrimiento, señal inequívoca de que no le importaba lo nuestro un pimiento. Pues no, ninguna de las dos cosas. Después de muchos meses de no saber nada el uno de la otra, en una conversación de casi dos horas reconstruimos toda nuestra relación de nuevo. Según Farah, ella me echaba mucho de menos y me quería más que a nada en el mundo, y yo, por supuesto, no iba a hacer otra cosa que creérmelo. Después de tanto tiempo esperando oír lo que ella me decía, no lo iba a poner en duda. A partir de ese día maravilloso ajusté mi vida de nuevo a una vieja rutina que consistía en que todo esfuerzo y todo recurso que cayese en mi mano estaba al servicio de mi querida Farah Shah. Cierto era que todavía teníamos dos superproblemas sobrevolando nuestra relación como buitres hambrientos dispuestos a devorarla: el hecho de que Farah no quería venir a vivir a Madrid ni yo ir a su país y también las dificultades que estábamos teniendo para embarazarnos. Bueno, pues esos problemas estaban ahí todavía, pero si dos personas se aman y quieren estar juntas, no debería de haber nada en el mundo que pueda impedirlo. ¿O no?
Por suerte, había conseguido esos meses un currillo gracias a un enchufe de mi viejo. No era gran cosa, pero por lo menos me pagaban y, además, como vivía con mis padres y no hacía gran cosa con mi vida, casi todo mi sueldo lo había ido ahorrando. Rápidamente organizamos Farah y yo un encuentro, bueno, una visita de ella a Madrid coincidiendo con un puente que había en febrero y en el que seguramente mis viejos se irían a su amada casa de La Sierra. Esa semana que estuvimos juntos no lo pasamos demasiado mal, porque logramos dejar los malos rollos a un lado y nos centramos en disfrutar, y en hacer el amor para ver si había suerte. La chica estaba muy guapa, trajo un montón de vestidos de verano, que se puso todos los días que hizo buen tiempo. Por extraño que parezca, conseguimos pasar de puntillas por nuestros problemas y cuando yo al final intenté hablar de ellos con Farah, ella no quiso darles demasiada importancia. «Leave it, we'll discuss things some other time», me dijo, y a mí me pareció bien porque también ella había sufrido lo suyo y se merecía unas vacaciones.
La segunda vez que Farah me visitó en 2007 fue parecida. Semana Santa y toda la casa para nosotros solos. En esta ocasión, sin embargo, no todo fue tan bien. Uno de los días en los que estuvo en mi casa me pillé un cabreo monumental cuando ella sacó su cartera para pagar algo y yo descubrí que en ella llevaba una foto tamaño carnet de un chico. Ganas de matarla me dieron, pero después de unos cuantos gritos y aspavientos la tía me apaciguó contándome una historieta. Según ella, el chico era Adnan, uno de esos turcos de los que era tan amiga. Cuando este pollo se volvió a Turquía, porque solo tenía un visado de turista o de estudiante o algo así, le dio a Farah una fotillo para que se acordase de él y Farah la había olvidado en su cartera. Casi hasta me sentí avergonzado por haber tenido un ataque de celos así por una chorrada tan nimia. El tipo, por lo visto, debía de ser un chavalín, apenas un adolescente, y Farah le había ayudado varias veces, como quien asiste a un hermano pequeño. —I can't believe you got jealous of that boy! Come on he's just a kid. I helped him with things, UK documents and stuff. That's all.
Habiendo evitado este pequeño escollo en la segunda visita de Farah, todo fue un malentendido, me tocó a mí visitarla a principios de junio. Esa vez acordamos que yo no iría a Danetree, sino que reservaría una habitación en un hotel de esos estilo low cost que había en Coventry. Por mi parte, no me sentía con fuerzas de aguantar las chorradas de su familia, y por la suya, tampoco hubo oposición a este plan. Como en las visitas anteriores, hicimos coincidir nuestra semana juntos con sus días fértiles, porque aunque no lo decíamos ninguno de los dos claramente, yo sabía que ella quería tener un hijo y además veía en esto la única manera de salvar nuestra relación.
Mi visita a Coventry estuvo peor de lo que yo me esperaba. Farah llegó tarde el primer día y aunque cumplió en eso de quedarse casi una semana conmigo en el hotel, la tía estuvo como apática. En esos días no mantuvimos relaciones apenas y además no quiso salir de la habitación. Lo único que hizo Farah durante mi estancia fue ver la tele y enviarme a por comida fuera. La verdad es que tampoco hubo ningún incidente desagradable, bronca o rabieta esos días, pero yo encontraba a Farah muy rara. Rara como si estuviese distante, como si hubiese algo que no funcionase.
La última noche que pasamos juntos me levanté un momentillo a mear, serían las tres de la mañana, y después me volví a la cama. Fue en ese instante cuando tuve una revelación. Así, medio dormido como estaba, mi subconsciente tomó el control de mi mente racional y me ordenó sustraer el móvil de mi chica para investigar un poco. Farah en ese momento roncaba como un búfalo, así que tuve vía libre para extraer de su bolso el terminal y encerrarme en el baño para examinarlo. Por suerte, la tía no lo había apagado, como hacía muchas veces, así que le eché un vistazo a sus llamadas y mensajes. He de reconocer que no estaba nada bien lo que hice, pero necesitaba respuestas y esa era al parecer la única manera de obtenerlas.
Es curioso como un estímulo visual es capaz de hacerte sentir físicamente enfermo, como con escalofríos y hasta ganas de vomitar. Así me sentí yo al abrir la carpeta de mensajes y ver que Farah había intercambiado cientos de ellos con el, según ella, inofensivo niño turco, la mayoría de ellos bastante subiditos de tono. Y eso no era lo único, además del turco había misivas con otros dos chorbos más. «Igual eran solo bromas entre amigos», pensé durante un segundo, pero la evidencia era irrefutable. En un ataque de rabia que no fui capaz de contener me metí en la habitación dando gritos y encendí la luz.
—Who are these guys sending you dodgy texts?
—What guys, what you talking about ?—Farah me contestó de mala gana, todavía dormida.
—¿Cómo que what guys, cómo que what guys? Puta zorra, los guys de tu puto móvil. —Ya no sabía ni en qué idioma estaba hablando del mosqueo que llevaba.
—You been looking into my phone, how dare you?
—I looked because I need to know what's going on. You're my wife. I go into your mobile, and what do I find? There are tons of messages from three different men: Adnan, Tihomir and this other son of a bitch. Who are they?
—Adnan is my Turkish friend and Tihomir is a girl, you know.
—Yeah right! Tihomir a girl? Then why are you calling him a sweet boy in your texts? —Se quedó callada ante esta última pillada.
—They're just friends.
—Friends or something else, you b... —me callé para no pronunciar la última palabra. No quería insultar, porque con la pillada que le había hecho ya era suficiente humillación.
—That's not your business! Who the hell are you to tell me who I can speak with?
—Well, I'm your husband. Remember?
—Give me my phone.
—No. Not until I tell all of them you are a married woman.
—No you won't do that. Give me my fucking phone now!
Me metí en el baño con el móvil en la mano y me puse a llamar. Primero llamé a Adnan el turco, que no me lo cogió, y luego al tal Tihomir, que resultó ser búlgaro. Con este último hablé un rato, no para insultarle ni amenazarle, sino para exponerle respetuosamente que Farah era una mujer casada. Cómo no, el tío, supongo que todavía medio dormido y bastante alucinado, me dijo que él no tenía ni idea de que la tronca tuviese marido y que fue ella la que se acercó a él por la calle. Lo que me faltaba por oír, ahora Farah perseguía a los tíos por ahí. —Bitch, you ain't got dignity! —le grité desde el baño, casi al borde de un ataque de rabia. Mientras tanto, ella aporreaba la puerta, insultándome y llorando, para que le devolviese su teléfono.
—Look I got your Passport. If you don't open the door and give me my phone, I'll chuck it out the window. —Ante esta última amenaza de tirar mi pasaporte por la ventana tuve que claudicar. Abrí la puerta y le di su teléfono mientras nos mirábamos los dos a los ojos con cara de puro odio. Ella entonces me tiró el pasaporte a la cara—: Here, have your shit —lo cual me hizo perder los nervios. «Las cosas se dan no se tiran, ¡adultera!», le dije gritando y le lancé mi propio pasaporte a la cara como ella me había hecho hacía un segundo. Por desgracia, el pasaporte salió despedido con fuerza y le impactó de canto en todo el careto de bruja que tenía, dándola un buen golpe.
—Bastard, you hurt me! I'll report you to the police —me dijo y se puso a llorar tapándose la cara con las manos. En ese momento me acojoné, porque aunque no había sido mi intención hacerle daño, se lo había hecho y lo último que me faltaba era encima ser acusado de maltratador en un país extranjero.
—Look I'm sorry. I didn't want to harm you —le dije, y me acerqué a ver qué tal estaba. Con alivio pude comprobar que no tenía herida ni marca ni nada.
Este último brote de violencia tuvo la virtud de calmarnos a los dos un poco. Entonces le sugerí a Farah que dejásemos de discutir, que yo ya no quería hablar más con ella, y le pedí que se fuese de la habitación que yo había pagado.
Farah hizo su maleta en diez minutos y luego se fue con viento fresco. «Eso es, las putas a la puta calle», me dije a mí mismo mientras intentaba poner en orden mis pensamientos. «Tío, tú tranqui, te acabas de librar de una tía horrorosa, piénsalo así». Pues no, no me libraba de ella todavía. A los cinco minutos volvieron a llamar a la puerta. Abrí y era Farah, por suerte solo ella, sin la Policía ni nada.
—It's four o'clock in the morning. There are no buses to Danetree and I don't wanna disturb my family. Can I wait here until morning? I promise I won't bother you. —Ya se me había pasado un poco el cabreo, siendo sustituido por una gran sensación de decepción, así que la dejé pasar. La primera hora la pasamos los dos despiertos y sin hablarnos, pero al final el cansancio y la curiosidad pudo más. «¿Por qué?», le pregunté al final. Quería saber qué sentido tenía volver a tomar el contacto conmigo y darme esperanzas si lo que deseaba era estar con otros chicos. Si esa era su intención, ¿por qué no me dejó en paz en Madrid?, o incluso mejor, una escueta llamada para decirme que ya no quería nada conmigo y que estaba con otro hubiese sido suficiente. Nos hubiésemos ahorrado los dos un mal trago, y yo tiempo y dinero. Todas estas preguntas se las dirigí a Farah de manera respetuosa y con el único propósito de entender un poco qué coño era lo que pasaba por su mente. Las respuestas fueron bastante confusas y muchas de ellas hasta sin sentido. Según me contó, todos los sufrimientos que había pasado en los últimos tiempos la habían dejado trastornada en el plano psicológico y por eso su comportamiento había sido un poco errático. A veces me quería a mí, otros días quería al turco, otros intentaba encontrar a su príncipe azul entre los múltiples inmigrantes este-europeos del centro, a veces solo quería que un tipo cualquiera la preñase para tener un bebé e incluso había días que no quería nada más que morirse. Vamos, lo que se dice una cabeza bien amueblada. Respecto a los sufrimientos pasados, bueno, pues la verdad es que el noventa por ciento de esos sufrimientos se los inflingía ella misma con su manía de tomárselo todo como una tragedia.
Hablamos durante varias horas y no saqué nada en claro. Cuando ya me estaba empezando a cansar de dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo, Farah me pidió perdón por primera vez y me dijo que sentía mucho haberme hecho daño. «Vale, que muy bien», le contesté, y entonces ella se bajó los vaqueros y las bragas, se tumbó en la cama y me indicó que si me apetecía podía hacerle el amor como compensación. No me lo pensé ni dos segundos. En un instante ya estaba tumbado sobre ella, medio en bolas y jadeando como un perro en celo. Estoy convencido de que Farah disfrutó de ese polvo porque ella no era mucho de fingir, básicamente si no le gustaba algo te lo decía a la cara, y esa madrugada la tía gimió como una condenada. Nada más eyacular, ella me susurró al oído, o yo creí entender, que esa era mi última oportunidad para embarazarla. Sí, claro, a saber si ya estaba embarazada de otro o cuando yo me fuese se follaba a cinco o seis más y luego a los nueve meses me venía con la historia de que era mío el mocoso. No quise saber más. Con un nudo en la garganta y una sensación como si me hubiesen pegado una paliza, me aseé un poco, cogí mis cosas y me bajé a recepción. Farah me acompañó hasta abajo y en el ascensor le quité el anillo de supuesto diamante, a saber lo que era en realidad, y me lo guardé.
—Give me my ring. You don't deserve it, traitor!
—Ok —me dijo bajando la mirada.
—Awright, you can have it. — Se lo devolví para que se lo quedase como recordatorio de lo que me había hecho. En la recepción les pedí que me llamasen a un taxi.
—Are you going now to the train station?—me preguntó Farah extrañada, porque mi billete de tren para Luton Airport era a las doce y pico.
—If you want I can go with you.
—Yeah yeah, whatever —le respondí yo.
Cuando llegó el taxi me metí yo solo y le dije al taxista, un jamaicano calvo y con cara de mala hostia:
—To Luton airport.
—That's gonna be seventy quid man. You show me the dough now.
Le enseñé las setenta libras y salimos hacia el aeropuerto. En la acera, Farah me decía adiós llorando y farfullando cosas que no tenían sentido. Yo ya no aguantaba ni un minuto más con ella en esa condenada ciudad. Ni de coña me iba a pasar toda la mañana esperando, junto a Farah Shah, al maldito tren a Luton.
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