THE ROVER ARMS

THE ROVER ARMS

(Verano de 2001)

Durante unas semanas viví con una incertidumbre que me atormentaba y me impedía preparar mi viaje a Inglaterra con tranquilidad. Mis padres siempre me habían tenido como el más complicado de sus tres hijos, mal estudiante y poco interesado en deportes u otras actividades extraescolares, al contrario que mi hermano y mi hermana pequeños, que eran bastante repelentes. Sin embargo, en los últimos tiempos había surgido algo por lo que mis padres empezaron a admirarme y sentirse orgullosos, y esto era mi supuesta capacidad para hablar idiomas extranjeros. Durante esos dos años en los que telefoneaba a Farah casi todos los días, mis viejos empezaron a reparar en la soltura con la que ya hablaba inglés y cómo el acento británico se me había pegado. Ellos siempre habían sido de estos típicos españoles que estudian idiomas toda la vida y nunca llegan a hablarlos, por lo que mi recientemente adquirida capacidad para hacerlo sin atascarme ni tener un acento ridículo les había dejado asombrados. Además de inglés, había empezado a pegarles al alemán y al chino en la facultad, solo para sacarme unas asignaturas que necesitaba, pero mis papis lo interpretaron como que yo tenía gran facilidad para los idiomas y vieron en ello un factor que podría redimirme de mis malas artes anteriores.

Qué podía tener esto de malo, pues muy sencillo. Mis padres al ver mis progresos quisieron extender estos a sus hijos pequeños, que ya estaban en el instituto, y que aunque sacaban muy buenas notas, de hablar otros idiomas ni papa. Con el razonamiento de que si yo había podido convertirme en políglota, ellos también podrían, mis progenitores me sugirieron que ese año me llevase a mis hermanos a Inglaterra conmigo para que fuesen aprendiendo. Esto era un tema delicado, pues aunque yo no tenía ninguna gana de que los pesados de mis hermanitos me estorbasen durante el verano, también era verdad que dependía de la ayuda familiar para financiar la mayor parte de mis gastos. Cierto era que yo trabajaba a veces, pero lo que ganaba no hacía más que suponer un complemento a lo que me daban mis viejos, así que no podía enfadarme con ellos.

La estrategia que seguí para librarme de este marrón fue seguirles la corriente a mis padres, diciendo a todo que sí, y atacar a mis hermanos. A estos me acerqué varias veces para contarles cómo había sido mi experiencia de estudiante en Inglaterra, pero omitiendo las partes buenas y exagerando las malas. Así pude convencerlos, más bien condicionarlos subliminalmente, de que pasar el verano en Danetree no les convenía, con el frío, la lluvia, lo aburrido que era el pueblo y lo antipáticos que eran sus habitantes. Ellos contraatacaron preguntándome: «Si es tan horrible, ¿cómo es que tú vas todos los veranos?». No le faltaba lógica a la pregunta que me hacían los dos pequeños monstruitos, así que me quedé un poco pillado. —Bueno, yo es que..., soy un poco raro y, además, me eché una novia allí en ese pueblo y por eso tengo que volver. Así es el amor, una mierda, pero qué se le va a hacer.

Poco a poco, usando las técnicas de manipulación que todo hermano mayor conoce y utiliza para engañar a sus hermanos pequeños mientras aún son jóvenes y tiernos, les fui quitando la idea de venirse a Inglaterra conmigo. Además, a mis padres les comenté que tampoco era bueno poner todos los huevos en la misma cesta, por lo que pudiera pasar.

—Tú imagínate que se cae el avión, con tus tres hijos dentro de él. Vaya put..., vaya faena, ¿eh, mamá? Por eso los yanquis nunca dejan que en presidente y el vicepresidente viajen juntos, para no poner todos los huevos en la misma cesta.

—Anda, no digas tonterías, ¿cómo se va a caer el avión?

—Huy, los aviones se caen como moscas. El otro día sin ir más lejos...

—Ay, hijo, no hables de esas cosas, que trae mala suerte.

Poco a poco fui consiguiendo que se olvidasen de la idea de mandar a mis hermanos a Inglaterra conmigo y de paso fastidiarme el verano. Después de pasarme un mes machacándome las neuronas con los exámenes de junio y una noche entera destruyendo las pocas que me quedaban en la Rave del Mercado, llegó el momento de marchar a Inglaterra de nuevo a buscar un curro de mierda y pasar un mes y pico mendigando a Farah un poco de atención. Por mis palabras no es difícil deducir que no estaba muy entusiasmado con la idea de ir un año más a repetir la misma experiencia de todos los veranos. Como todo en la vida, la primera vez fue emocionante, la segunda y tercera tuvieron sus cosas buenas, pero lo mucho ya cansa y el tema de volver a trabajar en turnos de ocho horas en alguna fábrica o almacén local me empezaba a resultar pesado. Por supuesto, estaba el dinero, que era lo realmente importante, pero siendo sincero, el hecho de trabajar había sido más una idea mía que una exigencia de mis padres, quienes tampoco ponían excesivas pegas para darme la pasta que yo necesitase. Esto siempre que fuese con fines educativos o productivos, no para vicios o juergas, y dentro de un límite razonable, se entiende. Por eso se me ocurrió que buscaría ese año trabajo, pero tampoco me mataría por currar, y en cuanto tuviese el mínimo para sobrevivir, lo dejaría. A mis padres, por suerte, por suerte para mí, claro, no les importaba darme cincuenta mil pesetas más o menos, siempre que estudiase y aprovechase el tiempo. Sabiendo esto les comenté que ese año iba a emplear el verano en estudiar a tope y, por tanto, no podría trabajar tanto como el anterior en el que me pasé, les dije, todo julio haciendo turnos de doce horas en una fábrica infernal.

Esta pequeña mentirijilla piadosa funcionó y ellos me dieron cien mil pesetas para que pasase todo el verano. Con ellas compré mi vuelo de ida y vuelta a Luton y preparé los pagos del alquiler de mi habitación que al cálculo serían unas cincuenta mil pesetas. Con todo ya listo, aterricé en el Reino Unido a principios de julio y me dispuse a pasar la temporada lo mejor posible, y volverme a España con Farah en cuanto tuviese oportunidad. El reencuentro con mi novia fue menos dramático que otros años, porque nos habíamos visto hacía menos de tres meses, y tampoco tuve dificultad para acomodarme en casa de Jannet y Dany, siempre pagando una cantidad mensual por el alquiler, claro. Una vez instalado allí empezó, como todos los años, la rutina de intentar encontrar trabajo y también de tratar de pasar con Farah el mayor tiempo posible. Ya, desde el principio, pude notar que algo no funcionaba como otros años, y Farah creo que notó lo mismo, porque los dos estábamos ya como un poco hastiados de la situación.

—For how long are you gonna keep coming here? I mean, coming in the summer and then going back.

Well, until I finish university I think. Why?

Because sometimes it doesn't feel like we're boyfriend and girlfriend. We're not like a normal couple. We are always away from each other and that's weird. —Ya estaba mi chica poniendo pegas y quejándose por todo. Como enfadarse no convenía a mis intereses, me dispuse a intentar razonar.

Yeah babes, but you know that I have to finish university.

Why don't you come here to finish your degree? —No era mala pregunta esa y, de hecho, yo ya había estado investigando para ver si era posible trasladar mi expediente desde la complu hasta una universidad inglesa para estar cerca de Farah todo el año. En teoría se podía, pero había muchos obstáculos y era muy caro. Por esto, había decidido que acabar en España sería lo más rápido y barato.

Look, the best thing for me to do is to finish my degree in Madrid, and then I'll be free to start a new life with you.

And when is that gonna be? —Otra buena pregunta. Ni siquiera tenía primero y segundo limpios de asignaturas, así que aún me quedaban tres años como mínimo.

About two more years I guess —mentí para darme un poco de cuartelillo.

Great, poor old Farah always waiting. —Se quejó con amargura. Ahora de repente parecía que le habían entrado las prisas, aunque, claro, ya teníamos veintiún años los dos y llevábamos haciendo lo mismo cuatro años, desde que nos habíamos conocido el verano de 1998. Por una parte, podía entender a mi novia. Para mí era duro separarme de ella durante el invierno, pero yo tenía muchas cosas con las que distraerme. La universidad, mis amigos, mis juergas nocturnas y las mil y una historias que te podías montar en Madrid. Ella, sin embargo, no tenía ninguna de estas cosas porque vivía con unos padres estrictos en un pueblucho donde las chicas no tenían nada que hacer, salvo quedarse preñadas y pedir ayudas sociales, o largarse. Hubo una temporada, cuando yo empecé la universidad, que Farah me contó una de sus mentiras fantásticas diciéndome que ella también iba a ir a la universidad en Manchester Salford. Durante un tiempo, ella mantuvo esta fantasía, contándome historias de cómo le iba en la facultad y las clases, pero estas cada vez eran más absurdas y tenían menos sentido, así que un día llegué a la conclusión de que todo era una trola. En ese momento deduje que Farah pasaba todo el tiempo en casa de sus padres sin hacer nada o bien conseguía algún trabajillo temporal para comprarse ropa y poco más. No quise desenmascararla brutalmente y simplemente dejé de hablar del tema y preguntarle. En el fondo, podía entender cómo se sentía, pero yo no podía abandonar mis estudios a medias solamente para estar con ella. Entonces comprendí que igual lo que Farah necesitaba no era acción inmediata, sino una esperanza a medio plazo, algo que le hiciese ilusión, algo por lo que luchar.

Hey —le dije—. I've got an idea. Why don't you come to live with me in Spain?

When?

Well I mean, not now, but just give me one more year to progress a bit with my degree, and then... I mean then you could come to Madrid and we would find a nice place to live in.

Yeah but what would I do there, I mean, what would we do for living?

I could find a part-time job, and I would definitely get help from my parents. And you could work too. Maybe not straight away, but when you're ready.

What If I can't find a job?

It doesn't matter. I would work while I finish my degree.

I would be the leisure lady then. Leisure lady in Spain, it doesn't sound that bad.

Yes babes. You'll see how everything will be okay —le dije para tranquilizarla un poco y a la vez para concluir una conversación que había sido bastante productiva. Yo tenía decidido que quería un futuro junto a Farah, pero hasta entonces nunca me había parado a pensar seriamente en los detalles concretos. Mi fantasía inicial había sido que cuando acabase la carrera me iría a vivir a Inglaterra para estar con mi amada, pero después de tres o cuatro veranos trabajando allí, ya no lo tenía tan claro. Cuando se pasó la novedad me empecé a dar cuenta que Inglaterra era un país duro para vivir, por el clima y la gente, aunque en el plano económico estuviese mejor que España. Además, tampoco te creas tú que allí ataban a los perros con longanizas y sobre todo para los extranjeros no tenían reservados precisamente los trabajos mejor pagados. Poco a poco fui comprendiendo que lo que había que hacer era traer a Farah a Madrid y ofrecerle una vida agradable, quizá la posibilidad de trabajar, pero sin agobiarla, y también facilidades para poder visitar a su familia cuando quisiese. En un mundo ideal me podía imaginar viviendo con Farah en nuestro piso en Madrid, yo trabajando con un buen sueldo y ella, bueno, ella igual con un trabajo de profesora de inglés o algo así. A mí incluso no me importaría si ella se fuese a visitar a su familia cada poco, porque así tendría libertad para salir alguna noche..., pero, bueno, eso era adelantar acontecimientos. Lo primero que había que hacer era avanzar todo lo posible con la carrera y encontrar un trabajo para tener dinero y...

Do you know you'll have to meet my parents before they allow me to go with you to Spain for good?

Wow, it is the first time you say that to me —dije riéndome, para disimular que me había puesto un poco nervioso. Eso de conocer a sus padres no me hacía mucha gracia, según me los había pintado ella, pero entendía que a la larga sería algo inevitable.

I don't know what they will gonna say. Actually they might like you after all.

Why wouldn't they like me? I mean, I'm not that bad, am I?

We'll see. I'll tell them about you when the time comes.

Awright then. You know better than me.

Durante esos días de principios del verano de 2001 tuvimos Farah y yo muchas conversaciones de este estilo. Lejos de ponerme nervioso o bajo presión, estos temas de los que discutíamos me gustaban por dos razones. La primera es que si ella no estuviese involucrada en nuestra relación no estaríamos hablando de ellos, y la segunda, que parecía que por el momento me estaba llevando yo el gato al agua, convenciéndola de que venirse a vivir a Madrid conmigo iba a ser lo más provechoso para ambos. Yo tenía muy presente que no quería abandonar Madrid, porque tenía que acabar la carrera y también divertirme lo más posible antes de irnos a vivir juntos. Para poner la pelota en su tejado, le dije a Farah que podía venirse a mi ciudad cuando ella estuviese lista, aunque fuese inmediatamente. Yo conocía ya un poco a Farah y sabía que tardaría en dar el paso, así que con esto tendría igual uno o dos años de margen más, pero siempre pareciendo que cualquier retraso era culpa suya y no mía.

La estrategia funcionó bien y Farah se mostró tranquila y levemente ilusionada con la nueva vida que íbamos a empezar en un futuro, la cual yo le había pintado convenientemente de rosa, prometiéndola el oro y el moro. Respecto a sus padres, ella me dijo que sería mejor ir a conocerlos cuando ya tuviésemos algún plan concreto. Si ellos me aceptaban, quedaría muy bien explicarles que ya teníamos claro lo que íbamos a hacer y dónde, y si no, pues sería más fácil hacerlo pese a su oposición. Yo no sabía qué esperar de ese futuro encuentro, pero mi chica me había descrito a sus padres como unos personajes tan fanáticos e intransigentes, que hasta me daba un poco de miedo ese hipotético encuentro. «Quizá el año que viene», zanjamos el tema de los padres y nos dispusimos a ir mirando durante el verano cómo realizar mejor nuestros futuros planes.

Ese año yo no tenía ninguna gana de empezar a trabajar de nuevo en una fábrica o un almacén, pero, claro, ahora que habíamos hecho planes, iba a ser necesario contar con fondos para llevarlos a cabo. Ya estaba sopesando la necesidad de apuntarme en las dos ETT del pueblo cuando se presentó en mi camino una oferta de trabajo bastante curiosa. Por primera vez en mi vida, salvo en una ocasión en la que ayudé a un amigo con resaca, iba a tener la oportunidad de ver un bar desde el otro lado de la barra. Jannet tenía una hija que regentaba un pub y necesitaba un camareta, así que me preguntó si yo estaba interesado. En Inglaterra, debido al fenómeno del turismo, los españoles estamos inevitablemente unidos al estereotipo de camareros, pero aparte de eso, yo tampoco tenía ninguna experiencia dentro del ramo de la hostelería y así se lo hice saber. —Don't worry —me contestó ella—, it doesn't matter. She only needs someone to help her with the bar while she is in the kitchen.

Ok I'll give it a try... But I don't promise anything —dije yo, aceptando de manera implícita el trabajo. A primera vista, las condiciones no tenían mala pinta. Horario de siete a once de la noche en el pub de un pueblo pequeño cercano a Danetree, salario aceptable y empleadora-jefa conocida, así que por qué no intentarlo. Cualquier cosa mejor que estar en una fábrica mierdera siendo parte del infame engranaje humano.

Esa misma tarde se lo conté a Farah y a ella no le pareció mal, en realidad, ni mal ni bien. Como casi nunca nos veíamos después de cenar, en Inglaterra se cena alrededor de las seis, pues tampoco afectaba a nuestra relación, así que por ella no había problema. Al día siguiente, Jannet me llevó en su destartalado coche hasta Newfarm, el pueblecito donde estaba el pub que regentaba su hija, que se llamaba The Rover Arms. Dentro de la configuración territorial de Inglaterra conviene apuntar que la situación es un poco diferente de la de otros países. En Inglaterra el campo es la parte más bonita del país y los pueblecillos pequeños son los lugares elegidos por mucha gente de clase media y media-alta para vivir. Por el contrario, la clase trabajadora y el lumpen se apiña en las ciudades, feas, contaminadas y con una gran tasa de criminalidad. Por qué ocurre esto en ese país, al contrario de otros muchos donde las ciudades concentran la riqueza y en el campo está más desfavorecido. Pues, francamente, ni puta idea. Igual el éxodo rural durante la Revolución Industrial hizo que los desheredados se marchasen y solo se quedasen en el pueblo los propietarios, o alguna razón parecida. Lo cierto es que el pub era bonito y estaba en un pueblito idílico, de esos con césped verde, casas acogedoras y cabina de teléfono roja. Dentro de él cabía esperar que la clientela del local fuese más selecta que la que había en Danetree, pero, claro, seguía siendo un pub y un inglés borracho, rico o pobre, noble o plebeyo, es siempre un inglés borracho.

El pub era todo un edificio, como una casona grande. Los pisos superiores albergaban las habitaciones donde vivía la familia que lo regentaba y la planta baja, el bar y el restaurante propios de la Public House. Esta planta tenía por tanto la cocina y una gran barra de forma cuadrada en el centro. Dentro de esta barra estaba el camarero o camareros sirviendo y fuera había mesas donde sentarse a beber y ocasionalmente a comer, aunque esto solía ser casi siempre los findes. La decoración era la clásica de los pubs británicos, moqueta imitando alfombra en el suelo, muebles y barra de madera, papel en las paredes y múltiples elementos decorativos de estilo decimonónico, que si un cuadro, un reloj de pared, lámparas de latón, etc. A la entrada un gran cartel, «The Rover Arms», recibía a los clientes y debajo de él había una placa con el nombre del landlord.

El landlord, o regente del bar, era Jamie, el marido de la hija de Jannet, que se llamaba Susan, aunque raramente se le veía por allí. En realidad, era Susan la que llevaba todo el trabajo del pub y de la casa mientras su marido andaba por ahí perdiendo el tiempo en la mayoría de los casos. Susan era muy inquieta y siempre se estaba metiendo con todo el mundo con comentarios impertinentes, aunque por lo general, de broma. Físicamente me recordaba un poco a Kylie Minogue, prototipo de mujer pequeñita, extrovertida y resultona, aunque salvando las distancias, claro. El marido ya no me caía tan bien porque me pareció, cuando lo conocí, un poco bruto y prepotente, uno de esos clásicos mostrencos que no tienen nada de especial, pero que atraen a un tipo de mujer determinado que confunde la chulería con la hombría. De hecho, a mí Jamie me parecía un pobre hombre, un niño bobo de cuarenta y pico años y 1,90 de estatura, que iba por la vida disfrazado de macho alfa, cuando no llegaba ni a la altura de patán común. Sin embargo, Susan parecía estar tan enamorada de su marido que le permitía cualquier cosa, como no dar ni golpe, emborracharse o ser un imbécil. El único momento en el que Susan se ponía seria cuando estaba en el pub era para contarnos que su marido estaba así de «perdido» porque tenía depresión, pero que no era su culpa. Yo, por más que lo miraba, no veía que el tío estuviese deprimido, sino que era un vago y un golfo, pero, claro, quien era yo para juzgar, cuando yo también tenía una relación bastante peculiar entre manos.

Según llegué al pub, lo primero que hice fue meterme en la barra y aprender cómo funcionaba la caja registradora, que era bastante complicado, y cómo se tiraban los distintos tipos de cervezas que había: Lager, Bitter, Guinness, Ale y Shandy. Las dos primeras eran relativamente fáciles. Abrías el grifo de la cerveza y arrimabas el vasico, de pinta o de media pinta, al chorro para que impactase en el lateral y no hiciese mucha espuma. La Guinness tenía su ritual porque había que llenarla a la mitad y luego esperar a que se depositase el gas en el fondo o no sé qué historias. La cerveza tipo Ale era cerveza artesana que se echaba con una especie de palanca a presión y no con un grifo, y pese a ser la más exótica para mí, el modo de echarla no tenía más misterio. La Shandy era «una con limón» de toda la vida y aunque parecía sencillo, la hijaputa producía muchísima espuma si no lo hacías bien. El noventa por ciento de lo que me iban a pedir era cerveza, pero a veces alguien podía pedir un vino, un refresco, un licor o, incluso, una infusión. Los refrescos venían también en unos grifos especiales y el vino era una bebida exclusiva de las mujeres. Los licores tenían una medida ya prefijada de medio dedo, así que cubatas al estilo español, nada de nada, y en todo el tiempo que iba a estar allí en la barra, me dijeron que nadie me iba a pedir un café, un té o algo de comer más complicado que una bolsa de patatas fritas.

Una vez aprendí las técnicas básicas de la profesión camarerística, me dejaron en la barra sirviendo birras, aunque siempre bajo la supervisión de alguien. Mi única pifia ocurrió con unos de mis primeros clientes, dos chicos y una chica del pueblo. La chica, una rubia potente y escotada, me pidió una cerveza de botella y yo con los nervios se la acabé tirando por encima de esas peras enormes que tenía. Menudo susto me llevé, y cómo no, me deshice en excusas, pero la chica no se lo tomó a mal y me disculpó el error por ser novato. Vaya tetas que tenía la moza, impresionante, oiga. Bueno, después de este incidente de principiante, le fui cogiendo el tranquillo a eso de poner birras y servir cosas, y hasta me empezó a gustar. A finales de mi primer día ya lo controlaba todo relativamente y Susan me confesó que el chaval que me había estado vigilando durante toda la tarde para ver que no la cagase, había quedado gratamente impresionado conmigo. —He said «take him, he's good »—me dijo a su vez Susan a modo de halago, mientras hacía un chiste sobre camareros españoles, algo así como que llevábamos en los genes eso de poner copas. Bueno, yo no sé si lo llevaba en los genes o no, pero la verdad es que la primera impresión fue buena y, por tanto, el día de prueba satisfactorio.

La rutina de julio de ese año resultó mucho más agradable que la de años anteriores. Para empezar, no tenía que madrugar, que es lo que más asco da en la vida de toda persona, y también tenía todo el día libre para andar con Farah. Por la tarde cenaba a las seis y luego Jannet me acercaba a currar a Newfarm. La mayoría de los días, sobre todo durante la semana, el pub estaba bastante vacío. Los fines de semana se solía llenar un poco más, aunque casi siempre todas las personas que aparecían por allí eran parroquianos conocidos. Por suerte, en ese pub no había borrachos violentos, macarras ni gamberros. Para mí el estar allí poniendo copas me parecía a veces más un pasatiempo que un trabajo. Había momentos en los que yo era como un cliente más pasando la tarde en el bar, salvo por el insignificante detalle de que era servidor el que ponía las cervezas. Durante todo el tiempo que estuve allí no tuve ningún problema y todo el mundo me trató como si fuese de la familia. Los únicos incidentes, leves, fueron un par de parroquianos que se escaparon sin pagar y algún que otro malentendido de tipo cultural. Algunas de las normas no escritas de los pubs de Inglaterra me resultaron curiosas, como cuando le entregabas una cerveza perfecta a un cliente y te la devolvía enojado porque tenía medio dedo de espuma. Según aprendí, eso se entendía como una ofensa, porque el cliente consideraba que le estabas timando unos pocos mililitros de alcohol y se ponía farruco. Tampoco estaba permitido para el camarero beber ni regalar cerveza a los amigos y si al final del día la jefa te decía que te podías tomar una birra, se refería a que te daba permiso para beber, pero pagándola tú. Todo esto se debía al elevado precio que tenía el alcohol en el Reino Unido, casi todo impuestos. La Corona británica sabía muy bien que gobernaba sobre un pueblo de borrachuzos y por eso gravaba el alcohol con una fiscalidad exagerada, tanto para intentar desincentivar el consumo como para recaudar dinero a costa de los curdos del país. Entendido esto, también pude comprender por qué la hija de Jannet había querido contratarme. No solo me estaba haciendo un favor, además sabía que yo no conocía a nadie en el pueblo y no iba a andar regalando birras a familia y amigos, como, por lo visto, habían hecho algunos de mis predecesores.

El tiempo fue pasando lentamente entre servir birras por la noche e intentar quedar con Farah durante el día y llevármela a mi habitación. Esos días mi chica no me hizo mucho caso porque había novedades en su casa y la verdad es que yo tampoco le hice mucho a ella. Con mi nuevo y flamante curro de camareta, donde no solo ganaba dinero, sino que además podía beber alcohol, conocer gente interesante y ver de vez en cuando alguna parroquiana joven y hermosa, ya no estaba tan dependiente de mi Farah como los años anteriores. Entre los asiduos del bar pude también reconocer a un amigo de Mattew, un tal Mark, con el que ya me había tomado algunas birras. Este chico me lio para jugar algunos partidos de fútbol con el equipo local del pueblo, siempre falto de jugadores, y también Jamie, el marido chulo de Susan, me hizo lo mismo para el equipo de billar del pub. Además, estaban organizando esos días una especie de fiesta karaoke para festejar no sé qué del pueblo, así que diversión no me faltó. De las novedades en casa de Farah no me enteré muy bien cuando ocurrían, pero mi novia me fue haciendo un resumen puntual de los acontecimientos, sobre todo porque podían afectarnos a nosotros también.

Estas novedades fueron las siguientes: una de las hermanas de Farah, Nasira, seguramente envidiosa de que su hermana hubiese conocido a un apuesto extranjero, se hizo novia de un chaval de Europa del Este que conoció en Coventry ese año. Recientemente, con la caída del comunismo y la Guerra de los Balcanes, Inglaterra había ido recibiendo una gran cantidad de inmigrantes y refugiados de estos países, así que ahora los centros de las ciudades estaban llenos de grupitos de hombres jóvenes de Rumania, Bulgaria, la ex Yugoslavia y países así. Nasira un día de paseo por Coventry vio a uno que le pareció guapo y se puso a hablar con él. Por lo que me contó Farah, el chaval al principio pensó que Nasira era una abogada que le iba a ayudar con sus papeles, porque muchos de estos este-europeos eran irregulares, y le siguió el rollo. Más tarde, cuando se conocieron mejor, se hicieron novios, porque se gustaron y también porque a los dos les convenía el tema. Ella ya tenía veintitantos y estaba harta de vivir con unos padres que la controlaban y la prohibían ir con chicos, y él, hombre solo en un país extraño, no le iba a decir que no a un chochete y, además, fuente de apoyo emocional, lingüístico (el chico de inglés poco) e igual hasta económico. Esto último no lo digo con retintín ni ironía, sino empezando ya a darme cuenta de que las relaciones no son solo algo romántico, sino también un proyecto de vida. El caso es que la hermana de Farah se quería casar con este este-europeo, valga la redundancia, y así se lo había al fin comunicado a sus padres, creando un conflicto monumental, aunque no tanto como Farah se imaginaba.

Cómo podía esto afectar a nuestra relación, pues sencillamente porque el caso del este-europeo y Nasira era igual al de Farah y yo para los padres de ambas, un noviazgo de su hija con un extranjero de distinta etnia y religión (Farah seguía manteniendo que eran judíos) que les resultaba difícil aceptar. Como actuasen los padres respecto a su hermana y el novio era más o menos lo que nosotros nos podíamos esperar de cómo reaccionarían con nosotros. Por suerte, y debido a circunstancias como que eran más viejos o que el chico era inmigrante ilegal, forzaron a Nasira a ser la primera que rompiese el tabú y trajese a un chico, además extranjero, a casa de sus padres. Yo seguí este asunto con moderado interés y con la tranquilidad de que nosotros no soltaríamos la liebre hasta dentro de un año como mínimo, cuando las aguas se calmasen, pero había veces que Farah ya me ponía de mala leche hablando todo el día de su hermana y el novio. «Joder, céntrate en nosotros, que tu novio soy yo», me daban ganas de decirle cuando me empezaba a contar todo sobre el novio de su hermana, Darko se llamaba, y si era guapo, listo, había sufrido mucho o historias parecidas. Farah ya había conocido a Darko y lo había visto un par de veces, pero yo no tendría el gusto ese verano. Aunque parezca extraño, empecé a sentirme un poco celoso del tal Darko, que era montenegrino, por lo visto, porque Farah hablaba todo el rato de él, casi diría que hasta con fascinación, pero, claro, como era el novio de su hermana, tampoco podía mosquearme y acusarla de nada. Hubo un par de veces que, cansado de competir en halagos y atenciones con otro tío, por muy novio de su hermana que fuera, le insinué mi descontento a Farah por esto, pero ella se enfadó mucho y me dijo que era un terrorista por decir esas cosas. —How dare you say that. He is going to be like my brother me dijo toda digna, así que me tocó callarme y no seguir por ahí.

La aparición de este Darko fue buena porque él y Nasira nos allanarían el camino a Farah y a mí, pero también me empezaba a molestar la admiración que Farah parecía sentir por él. Hubo más veces a lo largo de ese verano en las que tuve que recordarle a Farah que se centrase en nosotros y dejase a su hermana y futuro suegro en paz. Como no quería amargarme ni estar de mala hostia, al final decidí autoconvencerme de la versión buena, por otra parte más lógica, de esta historia. Farah se alegraba mucho por su hermana y la supuesta admiración por el chico se debía a que ella nunca había tenido un hermano y le hacía ilusión tenerlo. El hombre de su vida era yo y el otro, una figura fraternal, como las que ya se había inventado cuando la conocí. Hay que recordar que al principio de nuestra relación mi novia me dijo que tenía cuatro hermanos fuertotes. Yo creía, cuando descubrí el engaño, que me dijo esto para acojonarme y que no me portase mal, pero ahora entendía que igual ella siempre había deseado tener hermanos chicos.

No le di más vueltas al tema y me centré en lo mío. Seguir trabajando en el pub y encontrar una fecha idónea para volver con Farah a Madrid eran todas mis preocupaciones. Bueno, eso y también debía de ir empezando a estudiar para los exámenes de septiembre, pero me daba que ese año no iba a hacer tampoco mucho más que presentarme a alguno sin haber estudiado para ver qué tal. Ese año me costó más llevarme a Farah a Madrid, porque ella estaba muy inmersa en su situación familiar, yo no del todo mal currando en el pub local y mis viejos parecía que no se decidían a irse de vacaciones. Por fin, a mediados de agosto, conseguí que los dos nos fuésemos a Madrid, cuando ya no había moros en la costa. Esas minivacaciones de finales de agosto y principios de septiembre no solo íbamos a disfrutar y pasarlo bien. Ese año yo había ya cambiado mi objetivo de siempre de tratar de enamorarla lo más posible, para que no me olvidase en invierno, por uno nuevo, que no era otro que ir ya haciendo planes sobre el terreno para cuando ella se viniese a vivir conmigo a Madrid. Con mucho disimulo empecé durante esos días a mirar cosas, como qué precio tenían los alquileres de los pisos y las habitaciones en pisos compartidos, qué posibilidades había de encontrar trabajo para alguien que todavía no hubiese acabado la carrera, o para alguien que solo hablase inglés, y otras cosas que se me iban ocurriendo. Farah me seguía un poco la corriente, a veces, y otras veces torpedeaba mi entusiasmo con exigencias poco realistas para gente de nuestra edad. Por ejemplo, me podía decir que no quería vivir en un piso, sino en un chalet con jardín, que quería que tuviésemos un buen coche, que no iba a trabajar y cosas así. Yo entonces me desesperaba un poco, pero como no quería enfadarme con ella, le decía a todo que sí, aunque supiese que era casi imposible. A principios de septiembre mis padres regresaron a Madrid y Farah, haciendo un esfuerzo sobrehumano, accedió a quedarse en casa unos días más para estar conmigo, a condición de que mis viejos no la molestasen. En principio ella se quería ir, para no coincidir con ellos, pero logré convencerla para que aguantase un poco más, exponiendo el hecho de que si yo iba a conocer a sus viejos pronto, ella también debería hacer algo de esfuerzo por caerle bien a los míos que, además, seguramente nos iban a ayudar bastante cuando nos fuésemos a vivir juntos.

El experimento con mis padres y Farah bajo el mismo techo no salió del todo mal, bueno, por lo menos fue bien los primeros días, pero antes sucedió otro de esos hitos en nuestra relación, como cuando se vino por primera vez a España, cuando perdimos la virginidad o cuando me dijo «Te quiero» por primera vez. Una de las últimas noches antes de regresasen mis padres, una de esas de principios de septiembre, estábamos mi piba y yo acostados en la cama, pero todavía no nos habíamos dormido. Esa tarde habíamos tenido actividad sexual, así que estábamos bastante tranquilos. Como muchas otras noches, empezamos a hablar en la cama y se nos hizo bastante tarde. Farah era una chica callada cuando no tenía confianza con alguien y una fiera cuando se enfadaba, pero cuando estaba relajada era una persona muy habladora y si la dejabas coger carrerilla, te lo acababa contando todo, consciente o inconscientemente. Esa noche la conversación iba acerca de su familia y los problemas que tenía con ellos desde la infancia.

You know, it is not easy when your parents are from a different nation. Poor Nasira is trying that her boyfriend gets accepted by my parents, but they will never accept him.

Yeah, but they want their daughter to get married one day, don't they? —No me hacía mucha gracia empezar a hablar otra vez de su Hermana y su dichoso novio, pero pensé que igual podía sacar algo en claro respecto a su familia y mi futura situación.

Yes, of course they want that the girl gets married one day, but they don't like the boy because he is a foreigner. They don't trust those Eastern Europeans. They say they are all after the stay visa. If only he was from Bosnia, it would be different... I guess...

Why from Bosnia? I thought the guy was from Montenegro.

What?

You just said if that boy was from Bosnia it would be different. Why? —En ese pequeño desliz cometido por Farah, podría ser la punta del iceberg de una historia mucho más gorda, porque yo intuía, yo sabía que había muchas historias que no encajaban. Yo, después de tantos años, sospechaba muchas cosas, pero tampoco ella me había confirmado nunca nada.

Because from Bosnia... They are nicer people, aren't they?

Well I don't know. I don't know the difference between Bosnia and Montenegro. You tell me. —Farah se quedó callada un rato sin saber qué decir. Yo entonces insistí un poco con la idea de que si queríamos tener un futuro juntos, ella tendría que ser sincera conmigo en todo o en casi todo, al menos.

Look Farah, if you really want us to have a future together, you will have to start explaining some things to me...

Like what?

Things about your family, about your background... Things like that.

Ok. What do you want to know?

Your parents... Are they Jewish?

Yes —me contestó de mala gana sin apenas mirarme.

I think you're lying... Please no more lies. Are your parents Jewish, yes or no?

No! They're not Jewish! Awright I lied. I told you that when I met you ages ago, and then I didn't know how to tell you the truth after so long.

And why did you tell me that!

I didn't tell you that they were Jewish; I told you that they were from Israel. You assumed they were Jewish.

Ok I assumed... And why didn't you tell me that I was wrong?

Because I never thought that I would have anything serious with you. I thought "yeah, have fun with him, but don't tell him anything. Don't scare him off".

So, if they are not Jewish, what are they?

Well you tell me, you Mr. Know—it—all. —Esta última frase se puede traducir como «Dímelo tú, sabiondo».

You tell me, they are your parents.

Yeah but why do you wanna know? What is so important about it? I thought you loved me for who I am, regardless of my parents... Sort of... Country and stuff.

Well maybe because one day I will have to meet them, and it would be an advantage for me, sorry for us, if I knew what I am dealing with.

Ok, we're Arabs.

What?

A—rabs, read my lips. We are Arabs. Are you happy now!

Árabes. Por fin había logrado que Farah me contase la verdad sobre la procedencia de su familia. Estaba casi seguro de que era imposible que fuesen hebreos. Simplemente, no parecían hebreos, no hacían cosas de judíos. Como era posible que se le hubiese ocurrido decirme una cosa tan absurda y yo le hubiese seguido el rollo durante tanto tiempo. A veces me daba la impresión de que Farah, a pesar de ser guapa y hablar un inglés correctísimo con acento pijo, tampoco era especialmente espabilada. El porqué de esta mentira, bueno, eso ya era más complicado. Igual pensó que yo la iba a discriminar por su etnia, sus complejos la hicieron mentir o vete tú a saber. Yo quería mucho a Farah, pero en mi vida me había topado con una persona tan mentirosa y fantasiosa como ella. ¡Cuatro años de relación y todavía no sabía nada de ella a ciencia cierta! Aprovechando que había roto sus defensas, decidí presionar para ver si conseguía averiguar algo más.

Ok, so... What country did they come from?

Who?

Your parents.

Why do you wanna know that!

Why not? Why don't't you want to tell me?

Israel, they came from Israel. —Increíble, la tía seguía mintiendo, aún después de haberla pillado, aunque era verdad que también había árabes en Israel. A pesar de todo, lo de que era árabe tampoco me quedaba del todo claro. A mi Farah me seguía pareciendo más como india o iraní, pero, claro, yo los únicos árabes que conocía eran de Marruecos, y quizá los de Siria, Arabia, etc., eran diferentes a los magrebíes.

Are you sure?

Look, I'm getting really worried now. Are you sure that you want to be with me? Why are you asking me all these things. I'm British and that is all that counts. If you ain't happy with that, you can bugger off...

La rabietilla significaba que ya no quería seguir hablando de esos temas, así que juzgué prudente dejarla en paz por el momento. Al menos, ya había averiguado una cosa bastante importante, que era la etnia. En el tema de la filiación religiosa de su familia no quise meterme por miedo, aunque me lo imaginaba. Lo que sí estaba claro es que la chica era británica, porque el pasaporte lo había visto y en el aparecía claramente United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland y el escudo de la reina Isabel, o lo que fuera. Que sus padres viniesen de Israel me parecía todavía bastante raro. Cierto era que en Israel también hay árabes, y supongo que algunos de ellos acabarían en Inglaterra, pero el tema era que el idioma ese raro que la había oído alguna vez hablar no me parecía árabe ni de coña. Yo no sabía árabe, pero sabía cómo sonaba el árabe. Hacía ya algún tiempo, mirando en diccionarios, concluí que el idioma era indoeuropeo, pero cuál. A mí todo en Farah me parecía como indio, pero igual estaba equivocado, quizá era iraní, kurda, o igual era verdad eso de Israel. Recordemos que la Palestina histórica fue posesión británica y quién sabe si allí se instalaron trabajadores o militares de otras partes del imperio.

Bueno, al menos ahora sabía algo más de mi piba. «No te preocupes, mi amor —le dije al día siguiente—, a mí eso no me cambia nada». Después le expliqué que eso era importante para mí solo a efectos de poderle caer mejor a sus padres cuando los conociese, o al menos evitar malentendidos. A mí, la procedencia étnica y religión de Farah, fuese la que fuese, me daba igual. Mi postura oficial era que yo respetaba a todas las personas, etnias y religiones. Ella no parecía muy convencida al principio de que a mí no me importase esto, pero poco a poco, con tacto y buenas maneras, le fui mostrando que la tolerancia y el respeto a las diferencias eran la base de la sociedad moderna. Al fin y al cabo, no estábamos en la Edad Media ni en los tiempos de las guerras de religión. Ya en pleno siglo XXI, y salvo conflictos locales muy puntuales, occidentales, árabes, judíos y gente de todas las creencias podían convivir en paz y armonía. Entonces, un par de días más tarde llegó el martes once. El martes once de septiembre de 2001.

Fin de la parte 1

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