REENCUENTRO
REENCUENTRO
(Principios de verano de 1999)
Que ilusión tenía por ver a Farah de nuevo, y no era para menos. Me había pasado todo el invierno pensando en ella, recordando lo bien que habíamos estado el verano anterior y lo buena que estaba. Mi novia, mi novia en la distancia; qué impaciencia esperando que me respondiese a las cartas que yo le enviaba y qué emoción cuando una de estas llegaba. Si tengo algún recuerdo de finales de 1998 y principios de 1999, más que el desastre de la universidad, los fracasos con las chicas o las experiencias psicodélicas en el Soma y otros garitos infames de Gran Vía, es la alegría que me producía leer de su puño y letra que todavía me quería y esperaba estar conmigo pronto.
Por esto, mi primera y única prioridad para el verano de 1999 era volver a verla, evaluar en qué situación se encontraba nuestra relación, reconstruir en la medida de lo posible esta relación y hacer que se enamorase de nuevo de mí. Mi sueño era ir tirando así y mantener a toda costa el contacto y el noviazgo durante unos tres o cuatro años hasta que los dos fuésemos lo suficientemente mayores para estar juntos de manera permanente. Esto no se lo había contado a nadie y podía parecer un sueño tonto de adolescente enamorado, pero soñar es bueno y estar enamorado también. Además, Farah y yo teníamos una cuenta pendiente que resolver. Durante este relato y otros anteriores, he dicho varias veces que yo era muy infeliz por mi condición de ser todavía virgen con diecinueve años y a la vez he reiterado que había hecho el amor con Farah. La aparente contradicción entre estas dos afirmaciones se explica de manera muy sencilla. Farah y yo habíamos mantenido contacto sexual, pero nunca se llegó a producir una penetración vaginal completa. No me gusta hablar mucho sobre este tema, al contrario que otros y otras, que te cuentan cada relación íntima con pelos y señales, nunca mejor dicho, describiendo al detalle cada sensación, cada posición, cada rasgo anatómico (y su funcionamiento) de los participantes y hasta el color del papel de las paredes de la habitación. Yo creo que tampoco es necesario recrearse, porque esto no es un relato erótico y, además, todos sabemos cómo funciona el acto y este viene a ser parecido en la mayoría de las parejas. Farah y yo habíamos vivido el amor y habíamos llegado al orgasmo juntos, pero nunca habíamos consumado del todo, por lo que técnicamente ambos éramos vírgenes. Bueno, yo tenía claro que yo era virgen, y ella decía que también, aunque tampoco podía estar seguro después de estar más de diez meses a dos mil kilómetros de ella. Mi segundo objetivo del verano era, por tanto, perder la virginidad con Farah. Follar de una vez, para poder considerarme un hombre, y hacerlo con Farah, porque estaba enamorado y quería que ella fuese la primera mujer en mi vida. ¿Por qué no lo habíamos hecho Farah y yo habiendo tenido ya unas cuantas ocasiones? Bueno, yo me preguntaba lo mismo muchas veces y no sabría decir la respuesta. Cuando estábamos en nuestros momentos íntimos, los preliminares iban muy bien, pero al intentar la penetración ella se ponía tensa y esto la hacía imposible, o al menos difícil y dolorosa, por lo que abandonábamos la idea y realizábamos otras modalidades amatorias, que también eran muy placenteras. Para el que no se entere de qué coño estoy hablando, otras modalidades podría hipotéticamente referirse a roces, caricias, masturbación mutua, sexo oral, penetración anal, sadomasoquismo, dominación y diversos fetichismos sexuales más. No digo que no los realizásemos todos, sino que en general disfrutábamos más o menos como podíamos. La razón de no consumar nunca no la achaqué a ningún problema físico, porque creía intuir que quizá hubiese algo de tema cultural aquí. Muchos saben que las culturas gitana y moruna, por hablar de dos cercanas a nosotros, valoran mucho conservar la virginidad hasta el matrimonio y que incluso nuestra cultura europea de raigambre cristiana también lo recomienda, aunque la mayoría no hagamos ni puto caso. Yo desconocía a ciencia cierta la procedencia étnica de Farah, debido a su afición por los secretitos, pero podía ubicarla más o menos en la zona del suroeste de Asia que va desde Turquía hasta la India. Tendrían los padres y la cultura de Farah la misma fijación por la virginidad (femenina, claro, que son muy listos algunos) que tenían otras. No estaba seguro de que esa fuese la causa de nuestras dificultades coitales, pero hubiese apostado a que sí y como quería a la chica, no me importaba esperar todo lo que hiciese falta siempre que ella estuviese feliz conmigo.
Aterricé en Luton un sábado a mediodía y un autobús de la famosa empresa National Service me trasladó a la localidad de Northampton, que estaba cercana a mi destino. Allí acudieron a recogerme Jannet y Dany Stevenson, lo cual me pareció muy bien al principio, pero luego ya no tanto porque se empeñaron en llevarme a un pub local a tomar una pinta, que al final acabaron siendo tres. Mr. y Mrs. Stevenson hacían un gran equipo porque ella no bebía y él no conducía, y a ella le gustaba conducir y a él le gustaba beber. De esta manera nunca tenían problemas y cada uno siempre conseguía lo que quería, al contrario que otras parejas, tanto heterosexuales como homosexuales, donde cada uno quiere una cosa y acaban siempre a gritos. Lo de las parejas homo y hetero lo digo para alejar el fantasma este de la guerra de sexos, exponiendo el hecho de que existen parejas de dos tíos o dos tías y en ellas también hay peleas y quebrantos varios de vez en cuando. Bueno, me gustaría ampliar más este tema de las parejas y sus problemas en otro momento, porque será relevante para el relato, pero tampoco me quiero ir por las ramas. El caso es que Jannet y Dany me invitaron a unas pintas porque me apreciaban y se alegraban de verme, sentimiento que yo también tenía hacia ellos, a los cuales quería mucho, pero había un ligero problema. Esa misma tarde había quedado con Farah para un reencuentro que ambos, o eso esperaba, llevábamos anhelando desde hacía casi un año. Según me iban poniendo las cervezas delante, pintas de medio litro, yo me esforzaba por poner buena cara y bebérmelas rápido para ver si salíamos de una puta vez hacia Danetree, pero mis anfitriones interpretaban esto como una señal de que yo tenía mucha sed y me pedían otra. En teoría Farah sabía que yo llegaba ese día al pueblo y seguramente se pasaría a lo largo de la tarde por casa de los Stevenson para verme, pero mi temor era que si nos demorábamos demasiado, ella se cansase de esperarme y se pirase a su casa.
Eso fue exactamente lo que pasó. Cuando por fin llegamos al chabolo adosado de los Stevenson, eran ya las siete y pico de la tarde y yo estaba pedo. Todavía con cierta ilusión me puse a aguardar la llegada de Farah mirando por la ventana a ver si la veía, pero esperé en vano durante casi dos horas. A las nueve supe que ella no vendría ese día, y tampoco tenía manera de saber si se había presentado antes de que nosotros llegásemos, o si había pasado olímpicamente de mí. El domingo me lo pasé entero en casa esperando por si aparecía. No sabía dónde vivía, así que no podía ir a buscarla y, además, no quería crear problemas con sus estrictos padres, que luego podrían volverse en mi contra. El domingo fue un día largo y decepcionante en el que esperé mucho sin que ella apareciese finalmente.
El lunes a mediodía, cuando ya había decidido llamarla por teléfono durante la tarde, la vi llegar por la calle, a través de la ventana, y detenerse enfrente de mi casa. Después de diez meses de espera por fin tenía a Farah otra vez, pero el momento era un poco inoportuno porque yo estaba sin vestir. De repente, me puse muy nervioso y no supe qué hacer, si saludarla por la ventana e invitarla a subir o si decirle que me esperase a que yo estuviese listo. Las dos opciones me parecieron malas; la primera, porque a ella no le gustaban los animales ni su olor, y en casa de Jannet y Dany había entre perros y gatos una docena de ellos. Tenerla esperando en la calle tampoco era muy cortés que digamos, pero al final me pareció lo menos malo. Ella me vio y sonrió mientras me saludaba con la mano. Me asomé por la ventana y la saludé yo también.
—Hello, Farah. How are you? You look very nice.
—Not too bad, and you?
—I'm Ok. So happy to see you again.
—Yeah, it's been a long time, innit!
—Do you mind waiting for me a couple of minutes? I'm not ready yet.
No me puso muy buena cara cuando le dije que me esperase un rato mientras me cambiaba. Sin perder más tiempo, empecé a prepararme a toda hostia, desodorante, para ducharse no había tiempo, lavarme los piños y ponerme lo primero que encontré por la maleta todavía sin deshacer, un chándal negro Adidas y una camiseta de algodón blanca. Bajé las escaleras al galope, justo a tiempo para evitar que Jannet, que ya la había visto, la invitase a entrar en casa.
Por fin llegó el gran momento de estar de nuevo frente a Farah, después de todo un año soñando con ella por las noches y escribiéndole cartas románticas durante el día. La primera impresión fue como un poco confusa, por la emoción, pero también por la indecisión de cómo proceder. No sabía si besarla, abrazarla, ambas cosas o ninguna. Al final decidí besarla y ella me giró la cara para que el beso impactase en la mejilla en lugar de los morros. Bueno, no era el mejor de los comienzos, pero después de tanto tiempo era normal estar cortados. Luego empezamos a andar un poco hacia ninguna parte mientas hablábamos y yo le preguntaba cómo le había ido el año y cosas por el estilo. Farah estaba más o menos igual, delgada, morena, ojos rasgados y taconazos de plataforma. Lo único distinto es que se había teñido el pelo a castaño con mechas rubias, estilo que a mi juicio no le quedaba mejor que cuando lo llevaba negro azabache, pero, claro, juzgué que era poco oportuno decírselo y empezar el reencuentro con una crítica. Ella aprovechó para reprenderme un poco por no haber aparecido el sábado, cuando se suponía que habíamos quedado.
—You know, I was here on Saturday waiting for you and you never came. I was really looking forward to it. I dressed up nicely and all that. Where the hell were you?
—Sorry, babes, Jannet and Dany took me to a pub for a drink. I couldn't say no.
—I bet you couldn't you little sod. In a pub, I should have guessed...
Bueno, lo del sábado había sido una cagada que la había dejado un poco molesta, y por eso tampoco apareció el domingo. No fue culpa mía, le dije, aunque la verdad es que yo me dejé llevar y podía haber sido un poco más firme. De todas maneras, a saber a qué hora se presentó ella, porque el vuelo no aterrizaba hasta las dos y entre el equipaje, el autobús y que te recogen, era un poco difícil haber llegado antes de las seis. Bueno, como ya no tenía solución, decidí pasar a otro tema y preguntarle dónde íbamos.
—I'm going home in a minute —me respondió ella con indiferencia. «Joder, si llevábamos apenas diez minutos hablando de pie en un aparcamiento y ya se quería ir. Pues vaya mierda de reencuentro después de un año echándonos de menos», pensé. De repente, volvieron a mi todos los recuerdos menos agradables de mi relación con Farah, que por alguna razón habían estado bloqueados en lo más profundo de mi pensamiento. Durante los meses de invierno, no sé por qué, me había, en cierta manera, concentrado en lo bueno, en los días que pasamos en Madrid, donde estuvimos todo el tiempo juntos y con total libertad. Era como si en su ausencia la hubiese idealizado, a ella y a nuestra relación, y ahora me viniesen de nuevo a la memoria todas sus rarezas, lo difícil que había sido quedar con ella en Danetree los primeros días, su frialdad, su obsesión con que nadie nos viese juntos y otras cosas que a mí me desesperaban. «A ver —pensaba yo—, si quieres estar con una persona, todo debería ser fácil», y con Farah, sobre todo durante las primeras semanas, todo habían sido pegas y dificultades. Que si no podía venir, que si solo se quedaba un minuto, que le daba asco mi casa, que no le gustaba besarme en público, que me lavase las manos antes de tocarla y así un largo etcétera de manías, fobias, restricciones y corta rollos.
Me despedí de ella en The limit, que recordemos, era el punto más cercano a su casa hasta el que me permitía acompañarla, y me volví a la mía con cara de tonto y la sensación de que no iba a ser tan fácil como yo había pensado. Ahora entendía, o más bien recordaba, que si bien la situación de Farah debía de ser complicada con unos padres extranjeros y estrictos, la chica, aparte de estar buena, era bastante rarita y especial. Cuando estaba llegando caí en la cuenta de que nuestra cita, aparte de un poco truño, había sido un fracaso, porque había olvidado preguntarle cuándo nos volveríamos a ver de nuevo, si es que quería, o establecer algún medio de contacto entre los dos para concertar nuevas citas. «Joder, vaya fallo —pensé—, ahora podía pasarme días esperando a que ella me llamase o apareciese».
No quise darle más vueltas al desastre y me dispuse a cenar y a acostarme, para descansar un poco y estar preparado para el día siguiente, en el que tenía varias cosas que hacer. El martes me levanté, reuní todos mis documentos y me dirigí a la empresa de trabajo temporal en la que había estado apuntado el año anterior y que tan buen resultado me había dado. En ella ya no estaba Amanda, la cuarentona sexy y provocadora que era mi amiga; en su lugar me atendió un tal Wayne, como John Wayne, un tipo que parecía soso y aburrido, aunque eficiente. La idea era obtener un trabajo para julio y ahorrar pasta para tirar agosto y septiembre y también tener algo reservado por si acaso. Con unas cinco libras la hora que te solían pagar en mierdas de esas de almacén o fábrica, trabajando cuarenta horas a la semana, podías ganar unas ochocientas libras al mes. Contando con que mi alquiler eran cincuenta a la semana, esto me dejaría seiscientas de ahorro neto, salvo pequeños gastos puntuales que pudiesen aparecer. Con lo que yo no contaba era con que esto de los trabajos dependía un poco del tema de la oferta y la demanda y esos días la situación estaba muy tranquila. Parecía como si las empresas no necesitasen currelas no cualificados con la misma urgencia que el año anterior. Los días fueron pasando y a mí no me llamaba nadie de la agencia para ofrecerme un trabajo bien remunerado. Cuando ya llevaba más de una semana en Danetree, ocioso pensé que igual los trabajos se los daban a aquellos que eran más pesados y se personaban todos los días en la oficina a dar la vara, con el fin de librarse de ellos. Por eso decidí que hasta que me diesen un trabajo, mi trabajo sería ir todos los días a la agencia a presionar educadamente a sus trabajadores para que me buscasen algo de una puta vez. Mientras tanto esperaba, intentaba quedar con mi supuesta novia y me aburría como una ostra. Ese año no había curso de inglés para españolitos, así que tampoco podía contar con la compañía de algunos compatriotas para pasar el rato. Por lo visto, y según me enteré, Bill, nuestro profesor y organizador de los cursos, había decidido llevarse a los estudiantes a Irlanda ese año debido a los problemas y peleas que hubo el año anterior con gamberros locales y de los que yo no tuve culpa alguna.
Esos días logré ver a Farah unas cuantas veces, pero siempre menos tiempo del que me hubiese gustado. La tía siempre tenía algo que hacer o alguna excusa para irse rápido y yo no lograba entender bien por qué. Por una parte, era posible que sus padres la tuviesen vigilada de cerca para que no anduviese con chicos, pero también podría ser que se aburriese conmigo, que le gustase estar con su familia o incluso que se viese con otro chaval y que estuviese dividiendo su tiempo entre los dos. Citas, lo que se dice citas, no teníamos, en el sentido de que hiciésemos algo en concreto o fuésemos a algún sitio de los considerados de ocio. Farah y yo nos limitábamos a pasear por las vacías calles y parques del pueblo y, como mucho, a darnos algún solitario beso o cogernos de la mano en los extraños momentos en los que ella se mostraba receptiva, aunque la tónica general era de frialdad por su parte y desconfianza por la mía. Más de una vez, incluso después de dejarla cerca de su casa, estuve merodeando escondido por los alrededores para ver si la razón por la que se iba era para estar con otro chico. No descubrí nada raro y llegué a la conclusión de que Farah salía un ratillo para estar conmigo, una hora o poco más, y luego se metía en casa para no salir en todo lo que restaba de día.
Los encuentros con Farah no solo fueron un poco decepcionantes. Además de dudas sobre sus sentimientos por mí, surgieron una serie de quejas por su parte, que iban desde que yo era un poco pesado con mi insistencia de querer verla a todos los días, hasta que ese año estaba menos guapo que el anterior, según ella.
—Last year you looked nice and tanned, but this year you've gone scruffy... And your hair... It used to be dark. What happened to it? It's gone blondish. I hate blonde men, I do.
No supe qué decir a esto, por lo que me quedé callado. No solo tenía que tragarme sus rarezas, sino que, además, tenía que aguantar exigencias. Después de que Farah se fuese a su casa y de que se me pasase el cabreo ese día, me puse a meditar sobre esto último. Respecto a lo de ser pesado, eso era normal porque yo, a pesar de todo, sentía una gran atracción por esa chica y no podía evitarlo. De lo otro, de parecer scruffy que en inglés significa desaliñado, me puse a pensarlo y me pareció que hasta tenía algo de razón. Había pasado un año desde que nos conocimos y esto significaba que ella se había convertido más en mujer, si cabe, mientras que yo seguía un poco apegado a mi estilo. Frente a su creciente sofisticación, según pude notar en su ropa, calzado y maquillaje, yo seguía igual, con mis mismas pintas de adolescente punki malasañero. Estas pintas, pantakas ajustados o chándal, zapatillas retro, camisetas de algodón y bomber Lonsdale todavía podían tener algo de gracia en España y en un entorno barriobajero-alternativo. Por el contrario, esta indumentaria estaba totalmente desfasada en Inglaterra, donde el revival punk-skinhead ya había pasado de moda hacía siglos. Allí se llevaba un estilo más moderno, limpio y elegante, con algún toque hip hop o americano y nada que fuese deprimente o marginal. Por decirlo de alguna manera, vestirse de skin, mod o punk en Inglaterra en 1999 era como vestirse de chulapo o manolo en Madrid, algo ridículo fuera de situaciones muy puntuales.
Por esto, decidí eliminar todo tipo de camisetas de algodón, chándales y zapatillas cuando fuese a ver a Farah. Afortunadamente, tenía unas botas Timberland nuevas bastante elegantes, Dockers, vaqueros y algunas camisas y polos. La cazadora Lonsdale la dejé porque era discreta y bastante chula. El pelo me lo había cortado como un gilipollas antes de ir a UK y se me había aclarado con el sol. Por fortuna, el cabello me crecía muy rápido y ya había tomado la clásica forma redondeada al crecer todo igual. Un día me fui a la peluquería y les pedí que rapasen los lados y la parte de atrás para dejar una forma chula, que una gomina comprada en el super local a sugerencia de Farah se encargaría de mantener. Todos estos cambios para agradar más a Farah podrían haber sido entendidos como una vergonzosa traición a mi estilo personal y una flagrante bajada de pantalones por algunos. Yo prefiero pensar que fue progresar y adaptarse a unas necesidades, en lugar de enrocarme en mi posición por pura soberbia como hacen los garrulos. Un día que salió el solete me sirvió para acabar mi transformación de patito feo a cisne guapo. Como ya había estado con Farah ese día, me pillé una bici de Jannet y me fui a un prado que conocía, a tirarme y a tomar el sol toda la tarde. Me pegó bien y me quitó un poco el color blanquecino que tenía, aunque me tuve que echar algo de un aftersun que había por casa por la noche para aliviar el requemado. Para Farah la estética era muy importante y se la tomaba muy en serio, arreglándose como si fuese a una fiesta solo para ir a hacer la compra o dar un paseo. Como es lógico, no iba a ir ella hecha un pincel y yo un mamarracho, así que yo también empecé a arreglarme cuando iba con Farah para que ella se sintiese más feliz conmigo. No solo mejoré de aspecto sino que, además, aprendí una valiosa lección. El amor requiere a veces que nos adaptemos un poco a la persona amada, a sus gustos y a sus manías, por muy estúpidas y molestas que estas nos parezcan. Este es el precio que todos pagamos por sentirnos queridos y el derecho a restregarnos contra el cuerpo de la otra persona. Algún romántico dirá que a la larga el celibato o la prostitución salen más baratos, pero para la mayoría de los mortales, vivir una vida sin amor ni sus múltiples efectos secundarios es como no haber vivido en absoluto.
Si bien mi relación con Farah fue progresando lentamente esos días gracias a mi infinita paciencia con sus rarezas y mi capacidad de adaptación, había otro frente abierto que no acababa de solucionar. Esto era que encontrar un trabajo se estaba demorando mucho más de lo que yo había calculado que lo haría, y claro, sin ingresos mi economía se iba agotando lentamente. Nunca fui de esas personas que se agobian si no tienen cosas que hacer, ni mucho menos, así que por eso no tenía problema. Mi preocupación venía del hecho de que necesitaba dinero para subsistir ese año, pero también ahorrar para el siguiente. Si me comía todos los ahorros sin generar nada, al próximo verano no tendría para comprar vuelos ni para el alquiler y entonces no podría venir a ver a Farah.
Esos días traté de dejar la vergüenza en casa e ir a la agencia de trabajo a menudo, oficialmente a preguntar, pero también a presionar y dar la lata. Tanto insistí que al final consiguieron encontrarme un trabajillo temporal en una fábrica cercana. Parecía que mi suerte estaba a punto de cambiar en ese sentido, aunque poco imaginaba que iba a ser para peor. La empresa se llamaba Trade Binders y no estaba lejos de donde yo vivía, como a unos veinte minutillos a pata. Hasta ahí todo bien, pero pronto empezaron las pegas. Para empezar, el sueldo era bastante más bajo que el que había tenido el año anterior, apenas unas cuatro libras la hora. Además, había que trabajar en turnos y a mí me tocaba el primero, lo que significaba entrar al tajo a las seis de la mañana. Por si fuera poco, en la agencia me advirtieron que el trabajo era duro, así que cuando me presenté el lunes siguiente en el sitio acordado a las seis menos diez, ya estaba un poco con la mosca detrás de la oreja. El madrugón, me había levantado a las cinco, y los nervios por el primer día ya me habían puesto un poco de mal humor. El paseíllo hasta la fábrica se me hizo eterno, porque en Inglaterra y de madrugada hacía un frío para el que no venía preparado. Cuando llegué me encontré con algo muy distinto de lo que había visto cuando trabajé en Orange el año anterior. En lugar de unas modernas instalaciones, mi nuevo lugar de trabajo era una vieja y destartalada fábrica, sucia, cutre y atestada de una maquinaria infernal. Los otros currelas, todo tíos, allí no había casi chicas, tenían en su mayoría bastante mala pinta y hasta algunos parecían yonkis. La mañana no empezó mal del todo, porque la maquinaria se estropeó y estuvimos un buen rato haciendo el gandul. Aprovechando que no estaba haciendo nada y que el jefe acababa de llegar, me llamaron para una pequeña entrevista en su despacho. Uno de los currelas me acompañó hasta la puerta, llamó y me invitó a que pasase. Dentro me senté enfrente de un tipo de mediana edad, cabeza de buque y sin cuello, que me cayó antipático instantáneamente. Sin muchas presentaciones, el bestia ese me leyó las condiciones y me pasó unos papelajos para firmar. Entre estas condiciones hubo una que no me gustó un pelo.
—If you fail to complete the forty hour a week shift, even for just one hour, you won't get paid at all. Do you understand that? —me dijo el cabezabuque mientras me dirigía una mirada mezcla de desprecio e impaciencia. Como necesitaba el dinero le dije que sí a todo, incluso a eso de que si perdía una sola hora de trabajo, por llegar tarde, ponerme malo o lo que fuese, me quedaría sin cobrar el sueldo de toda la semana. Esta condición me parecía del todo abusiva e injusta, pero qué iba a hacer yo. Con diecinueve años, sin conocer bien el idioma y necesitando el trabajo, lo que más miedo me daba era que se aprovechasen de mí y me engañasen como a un chino. El año anterior habían sido de lo más legales en Orange, pero allí en la fábrica chunga y con el jefe tramposo ese, no sabía si podía esperar el mismo fair play.
Después de las presentaciones y la entrevista, me volví a la nave y pude comprobar que las máquinas ya empezaban a carburar, lo que significaba que no había más cojones que empezar a currar. La empresa se llamaba Trade Binders, pero no por capricho, ni era el nombre del dueño ni nada. Binders significa «encuadernadores» en inglés, y eso era lo que hacíamos, encuadernar. La dinámica del trabajo me pareció horrorosa, una puta esclavitud, y consistía en ponerse enfrente de una de las máquinas de la cadena de encuadernación y alimentarla constantemente con unas balas enormes de papel que pesaban una tonelada. El que crea que el papel pesa poco, que meta un montón de periódicos y revistas viejas hasta llenar una caja de cartón, de esas de mudanza, y luego intente levantarlo. El trabajo no solo era duro; además, el cargar el papel en la máquina requería cierta habilidad, porque si no se atascaba y bloqueaba toda la cadena, siendo el responsable reprendido en público por ello. A los diez minutos de esta rutina, coger las balas del palé, cortar las ligaduras de plástico con un cúter, subirlas a pulso, cargarlas en la máquina y aprovechar mientras se la traga para coger otra bala, empecé a sudar y a arrepentirme de haber aceptado ese curro. El tiempo fue transcurriendo muy despacio, como siempre que se pasa mal, y nuestra producción avanzando a trompicones. Las máquinas se atascaban cada poco y eso nos permitía a mí y a los otros currelas unos breves momentos de descanso antes de que todo volviese a empezar. Entre mis compañeros no había casi chicas, excepto una rubia jovencita, ni tampoco estudiantes ni gente normal en general. Todos los currelas parecían pertenecer a un extraño tipo de freak rudo, fracasado y grasiento. A mi derecha se puso un tipo vestido con ropas militares y sonrisa bobalicona, que debía tener algún tipo de discapacidad mental. A mi izquierda tenía a un culturista rapado que compaginaba ese curro con el de portero de discoteca, y con el que hablé acerca de esteroides y hormonas del crecimiento, los cuales, me contó entusiasmado, eran muy baratos en mi país. Dirigiendo todo el funcionamiento de las máquinas, se ponía un chaval de gafas que se fumaba unos «cigarrillos de liar» trompeteros allí mismo y fingía cabrearse cuando las máquinas se paraban aunque en realidad le daba igual. La tarea de la rubia jovencita era hacer un poco de chica de los recados, porque no tenía fuerza suficiente para manejar los fardos, y, además, recibir una buena ración de acoso sexual e insultos machistas, lo cual, la verdad, no parecía molestarle en exceso. No era fea la chica, pero después de hablar con ella comprendí que la pobre debía de ser un poco «límite», es decir con cierto retraso mental en el sentido literal del término.
Durante los descansos y la comida no me mezclé con nadie para que no se me pegase nada del frikismo imperante y recibí la llegada de las dos de la tarde como si fuera un condenado a trabajos forzados al que le llega el indulto. Me volví a casa cansado y un poco traumatizado, porque yo tenía pensado trabajar tres o cuatro semanas mínimo, pero después de ver el sitio y las condiciones, empecé a sospechar que no iba a aguantar mucho más de una semana en aquel agujero. De hecho, si no hubiese la puta condición esa de completar la semana entera, habría abandonado el curro ese mismo día, o bien hecho dos o tres días de mala manera para sacar algún dinerillo. Ahora, por la puta cláusula semanera había que aguantar la semana allí como fuese. Por la tarde, después de comer, pude ver un poco a Farah y le conté mis penas.
—It's a really hard job, you know. —Nunca estaba seguro de cuando se decía job y cuando work, como con in, on y at, pero ella me entendía igual.
—I told you not to work there. It's a crappy place. I wouldn't go there even if it was the last job on earth —me respondió, lo que venía a significar un ̀te lo dije ́ en toda regla. Nos quedamos un rato más por ahí, e incluso hubo un breve momento de tumbarnos sobre el césped y besitos. Bueno, yo tumbado en el césped y ella sobre mi cazadora Lonsdale después de mucho insistirle. Qué ganas de tocarla y besarle tenía, pero la tía se me resistía siempre un poco y yo nunca lograba entender por qué. «Joder, si somos novios será porque yo le gusto, pero luego no me deja tocarla ni quiere besitos... Tío, no entiendo nada», pensaba mientras seguía tratando de aproximarme. Con Farah siempre había un sentimiento de frustración por mi parte, que a veces era muy grande y en otras afortunadas situaciones disminuía, pero que siempre estaba ahí. En cierta manera era como si yo estuviese al cien por cien en la relación y ella al cincuenta y con reservas. Igual si yo hubiese sido un triunfador con las mujeres, uno de esos chicos que siempre tienen novias a cual más mona y caen en gracia a todas no se sabe muy bien por qué, Farah no habría tenido tanto poder sobre mí. Como la realidad era que yo no pasaba de ser un tipo corriente y Farah era una chica muy guapa, simpática cuando quería y además exotic girl, ella hacía lo que quería conmigo y yo tragaba con sus rarezas a cambio de considerarme su novio y poder sobarla de vez en cuando. El amor es muy relativo y como dicen los ingleses, los del montón generalmente acabamos queriendo a quien tenemos y no teniendo a quien queremos, aunque sea duro reconocerlo, así que a joderse y a tragar, que ya llegarán tiempos mejores. O no, quién sabe.
El martes me levanté a las cinco de la mañana con la obligación de ir otro día a currar a Binders y el objetivo de aguantar hasta el viernes para que me pagasen. Al igual que el lunes, curré como una mula y volví reventado a casa después de ocho horas en aquella encuadernadora de los cojones. Antes de Binders ya no me gustaban mucho los libros, pero después de sufrir encuadernándolos allí, empecé a sentir por ellos un intenso odio. Mi teoría era que habiendo tele, video y consolas, quién coño los necesitaba, pero que no desaparecían porque había gente apegada a las cosas desfasadas que se resistía a aceptar el progreso. No es necesario describir con detalle el miércoles y el jueves, ambos días deprimentes y muy parecidos al martes. Ocho horas levantando peso en una nave industrial, rodeado de frikis y con la sensación de que el tiempo no avanza. Hubo momentos en los que pensé que no llegaba al viernes, que no podía más y que lo dejaba aunque no me pagasen, pero me sobrepuse porque no quería llamar a mis padres para pedirles dinero. Con lo que me diesen por la semana de trabajo en Binders tenía para pagar el alquiler de casi un mes, así que tenía que resistir hasta el viernes. Cuando por fin llegó este esperado día, las cosas empezaron a verse de otro color con la llegada del fin de semana y del fin de la tortura. Me pusieron a apilar cajas junto con una mujer que había por allí y empezamos a hablar.
—You know... I only worked here for a week and it has been the worst of my life. I hate this place.
—Be careful if you wanna leave. If they find out you ain't coming back, they might not pay you.
—No way! Can they really do that?
—Listen! When I leave, and it won't be long, I'll tell them I'm ill and take a sickie. As soon as they transfer the money into my account, I'm gonna tell them to bugger off.
—Yeah, I'm going to do the same... When I leave.
—Sabes que he pasado una semana aquí y ha sido la peor de mi vida —le dije a mi nueva amiga en cuanto tomé cierta confianza—. Ten cuidado, que estos no te pagan si saben que no vienes más —me dijo ella en inglés, intuyendo mi futura deserción. Luego me explicó que la manera de dejarlo era fingir enfermedad hasta el día en que te ingresasen la paga. —Así lo haré, gracias —le contesté yo, y seguí currando hasta que por fin llegó la hora de la libertad en la que salí por las puertas de Trade Binders jurándome a mí mismo que nunca volvería. Acababa de completar una semana bastante perra y todavía tenía la incertidumbre de si me pagarían o no por ella. Si no me pagaban estaba dispuesto a volver allí y quemarles el tenderete, me decía a mí mismo, aunque en realidad sabía que no haría nada más que joderme.
El fin de semana estuvo regular. El sábado, bien, porque pude ver a Farah un par de horitas y ella estuvo moderadamente cariñosa. El domingo fue peor porque empezó a llover y, cómo no, Farah me dijo que no podía salir porque estaba lloviendo. Yo, que hubiese hecho cualquier cosa por verla un rato, desde escalar el Himalaya hasta desperdiciar mis vacaciones en un pueblo deprimente de la Inglaterra profunda, tenía dificultades para entender esta particular idea del amor que tenía Farah. Si estás enamorado de alguien, pero no vas a ver a esa persona porque caen cuatro gotas, pues no sé, igual es que tampoco estás tan enamorado.
Decidí no atormentarme demasiado con estos pensamientos porque al fin y al cabo Farah era una chica y, además, bastante rarita. Yo me consolaba pensando que ella me quería a su manera y que sus circunstancias personales y su educación extraña de mano de unos padres intolerantes le impedían actuar de otra forma. La alternativa a esto, que ella solo estuviese conmigo porque no tenía nada mejor que hacer en el pueblucho donde vivía, prefería ignorarla y no pensar mucho en ella. Además, Farah no solo tenía momentos de frialdad e indiferencia. Dentro de una personalidad tan variable como la suya, había veces que sabía ser cariñosa y bastante aduladora. Cada cierto tiempo nuestro romance y mi persona recibíamos ambos un auténtico chaparrón de halagos por parte de Farah. En esos momentos, Farah decía que yo era el tío más maravilloso del mundo, guapo, sexy, íntegro, considerado y muchas más cosas, vamos, sin comparación con cualquier otro chico que pudiese haber en Inglaterra. Y nuestra relación, bueno, nuestra relación era tan especial, tan única, tan difícil pero a la vez tan romántica que seguro tendría que acabar bien por fuerza. Yo, como joven enamorado, me lo creía todo y mi compromiso se reforzaba notablemente. La pregunta era si mi novia se creía también lo que estaba diciendo, hablaba por hablar o bajo el impulso de algún tipo de subidón anímico. Las dos naturalezas alternas de Farah, la exageradamente positiva y la negativa, rácana y egoísta, me confundían bastante. Como ella era tan guapa y yo estaba tan ávido de cariño y sexo, los beneficios de la primera siempre compensaban con creces las inconveniencias de la segunda. Estaría viviendo una auténtica historia de amor, o por el contrario estaría siendo mangoneado por una loca, o peor, utilizado por una espabilada. A veces me parecía que las tres opciones anteriores se iban sucediendo alternativamente según el estado de ánimo de mi chica. Acabaría bien todo este lío... Solo el tiempo y Farah me darían la respuesta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top