ORDEN DE ALEJAMIENTO

ORDEN DE ALEJAMIENTO

(Verano de 2007)

Me di cuenta de que las cosas se habían desmadrado cuando me paró la Policía en el control de pasaportes del aeropuerto de Luton. En un arrebato de sentimentalismo había decidido ir una vez más a Inglaterra, para hablar con Farah y su familia, después de haberme metido en su cuenta de correo y leer todos sus mensajes. Ni por un momento pensé que estuviese haciendo algo malo. Ella era mi pareja, bueno, lo había sido durante muchos años, así que tenía todo el derecho de saber qué estaba pasando. Hacerlo no fue complicado, como ya conocía su dirección de correo, e incluso su antigua contraseña, me bastó con probar todos los días con dos o tres passwords para averiguar el nuevo. Después de varios años saliendo con ella, y conociendo sus manías y obsesiones, no me fue difícil encontrar la dichosa palabra, la cual era Turkey, por cierto.

Como he dicho, mis intenciones eran ir a hablar con Farah por una última vez, en teoría para pedirle explicaciones a ella y los suyos, y en realidad para hacer un intento a la desesperada de que volviese conmigo. La idea de que un milagroso Deus ex machina arreglase toda esta historia justo cuando las cosas estaban ya en una situación imposible se resistía a abandonar mi cabeza, por lo que me compré un vuelo barato a Londres con una conocida compañía aérea de bajo coste. Este intento no llegó muy lejos. En el control de entradas al Reino Unido, el funcionario que miraba los pasaportes me dijo que esperase un momento y al minuto se presentaron dos policías, un hombre y una mujer, para llevarme a una habitación y contarme una historieta.

Les ahorraré el rollo en inglés. El resumen de esta conversación, aunque yo no hablé nada, solo hablaron ellos, fue el siguiente. Para empezar, no estaba detenido. Solo me habían llevado a la habitación de los chicos malos del aeropuerto para informarme de que una orden de alejamiento pesaba sobre mí. Una orden de alejamiento solicitada por ya se imaginan quién y otorgada por un juzgado del centro de Inglaterra. Según los polis, inicialmente hubo hasta denuncia por acoso, malos tratos e incluso por agresión sexual, pero esto ya, al ser palabras mayores, lleva todo un protocolo de actuación. Este protocolo, además de ayudar a la víctima, por supuesto, buscaba evitar denuncias falsas o dudosas. Como las graves acusaciones no eran fáciles de probar ni fueron efectuadas, al poco tiempo de su supuesto suceso, Policía y servicios sociales de los West Midlands recomendaron a la denunciante estar muy segura antes de realizarlas en firme. Lo cierto es que yo en esos momentos me acojoné de lo lindo y no quise saber más. Con semejante panorama se me quitó rápidamente la idea de trasladarme a Danetree para hablar con la familia de Farah y, por supuesto, la de ir a ver a la chica a la ciudad donde vivía. —¿Dónde se va usted a alojar? —me preguntaron los maderos para, según ellos, tenerme controlado. Les dije que en casa de unos colegas, aunque había reservado un hotelillo en la ciudad donde Farah vivía. En el resto de cosas que me preguntaron cooperé, y no solo eso, además les aseguré que no tenían nada que temer conmigo, que yo había venido a UK a visitar a unos amigos españoles y que me iría en pocos días sin crear ningún problema.

Después de unos interminables veinte minutos, los policías me dejaron marchar. La situación me recordó a una vez que se me ocurrió en el aeropuerto de Roma acariciar a un perrito que había por allí y se me tiraron varios policías encima para llevarme al cuartucho y registrarme. Eso en su momento me pasó por tonto y tuvo su gracia, pero esto de Inglaterra era ya otra historia. Había sido oficialmente acusado de acosador, maltratador e incluso de agresor, y tenía una orden de alejamiento de la chica con la que había imaginado que pasaría el resto de mi vida.

Salí de la terminal y me dirigí, lo primero, a fumarme un muy necesario pitillo. Después de tranquilizarme, llamé desde una cabina al hotel donde había reservado para cancelar. El siguiente paso fue ir al mostrador de Easyflight para adelantar mi vuelta al siguiente vuelo disponible. Con el tema de las acusaciones me habían entrado unas ganas terribles de irme de Reino Unido y no volver nunca más. Ya había estado una vez en España a punto de ingresar en prisión, en 1998, y no me había gustado tanto la experiencia como para repetirla, y mucho menos en un país chungo de pelotas como era Gran Bretaña. No había vuelos para ese día, así que adelanté mi vuelta para el siguiente. La noche la pasé en un hotel Ibis del aeropuerto, en el que apenas pude dormir por temor a que la Policía cambiase de opinión y viniese a buscarme. Al cabo de veinticuatro horas ya estaba de nuevo en Madrid Barajas, cansado y con la sensación de como si me hubiesen pegado una paliza.

Después de mi llegada, me derrumbé por fin delante de mis padres y entre lloros y lamentos les conté todo lo que me había ocurrido esos días, y ya de paso, muchas cosas de los últimos años. Durante este tiempo había tenido una imagen de mí mismo como la de un chaval enamorado y con buenas intenciones, un tipo legal a pesar de sus defectillos, un excéntrico entrañable al que no le había tratado muy bien el amor, por lo que fue muy duro descubrir, y empezar a aceptar, que muchas personas me veían como una persona violenta, inestable y obsesiva. Un colgao, sí, pero no uno entrañable, sino uno peligroso al que había que evitar. Como prueba de todo esto los correos de Farah a sus novios, amigas y hermanas en los que me pintaba como un monstruo, como un acosador y un maltratador psicológico, y tampoco tenía a nadie que me pudiese defender con un mínimo conocimiento de causa. Mis padres incluso reconocieron que yo no andaba bien y me recomendaron un psicólogo. Y mis amigos..., mis amigos habían desaparecido de mi vida desde hacía tiempo, cuando mis borracheras, mi consumo de sustancias, mis exabruptos violentos y mi personalidad obsesiva dejaron de tener gracia. Una vez le comenté a uno de los pocos que me quedaban que estaba un poco tocado porque me había tomado un tripi en 1998. —¿Uno? —me respondió el chaval sorprendido—. Chencho, te comiste muchos, ¿o ya no te acuerdas?, y eso sin contar las borracheras, las lonchas de Perico antes de entrar en el Deep, las pirulas en el Coppelia, en el Room, en el Longplay..., las peleas en las que te metías y esas gordas con las que perdías la dignidad. Birra, pitis y Perico era tu lema, ¿o no? —¿Y quién era Perico? Perico era un amigo. Un amigo que volvía a casa por Navidad. Todos los años sin falta nos reencontrábamos con él. Tiro, piti y birra. Refrescante. —¿No recuerdas, colega, lo bien que lo pasábamos puestos de turla, aunque tú te engorilabas mazo y te nos quedabas mirando fijamente mientras gruñías, resoplabas y te sorbías los mocos como un perro rabioso? Ah, tío, qué tiempos aquellos. Tiempos felices, que no volverán. Bueno, en Navidad igual sí. Tú y yo bien lo sabemos. De Nochevieja no pasa.

El psicólogo al que me llevaron mis padres resultó ser una chica muy maja, al principio, que me ayudó algo a recuperarme del bajón provocado por los últimos acontecimientos. Con bastante paciencia y buen criterio, la tía me fue inculcando conceptos que yo tenía aceptados en teoría, pero que, supongo, nunca apliqué en mi vida en común con Farah. Conceptos como que las personas son libres para elegir con quién están en cada momento, las mujeres también, y que nadie tiene el derecho a decidir por otra persona. Durante las primeras sesiones, la psicóloga, Mariajo se llamaba y era de Baracaldo, iba muy de profesional, pero poco a poco se fue metiendo más en el tema y a veces hasta acabábamos discutiendo.

—Si tu novia decide dejarte, no importa cuántos años llevéis juntos, lo enamorado que estés o lo especial e increíble que fue la manera en que os conocisteis. Ella es libre de irse en el momento que decida cortar la relación y tú no eres nadie para obligarla a estar contigo. Lo que te ocurre, amigo Inocencio, es que tú aprovechaste el ambiente de machismo en el que ella se había criado, lo hiciste tuyo y lo utilizaste para tus propios fines.

—Sí, es posible.

—Claro que es posible, ¿y sabes por qué?

—No.

—Pues porque tu problema en el fondo es que tú también eres un machista. Un machista encubierto, porque vas de legal, pero en realidad tratas a las mujeres como objetos. Como algo que está ahí para hacerte feliz a ti.

—Ah, no, yo un machista, no; si siempre he respetado...

—¿Respetado? Pero, tío, si le pusiste los cuernos a tu novia miles de veces y luego te vuelves como loco porque ella te engañó una vez. O sea, tú eres libre de divertirte, pero ella fiel hasta la muerte. ¿Tú cómo le llamas a eso? Yo lo llamo machismo.

—Yo..., pero es que yo solo lo hacía para pasarlo bien mientras estábamos separados..., no por sustituirla por otra. Yo la quería, ¿sabes?

—Ah, y esa es tu excusa, que la querías. Para que lo sepas, se puede querer a una mujer e incluso tratarla bien, entre comillas, y ser un machista. Cualquier actitud que menosprecie, menoscabe o agreda a las mujeres solo por el hecho de ser mujeres es machista. ¿Dices que la querías? Sabes que el amor romántico tradicional es un gran baluarte del patriarcado.

—Pues yo no soy machista. Ni machista ni feminista, creo en la igualdad.

—Siempre soltáis esa tontería y os quedáis tan panchos. Para tu información, el feminismo no es lo mismo que el machismo, pero en opuesto. El feminismo es un movimiento social que busca acabar con la opresión que llevamos sufriendo las mujeres durante siglos, y el machismo una actitud horrorosa que busca perpetuar esa opresión. Lo ves, no son lo mismo.

—A mí todos esos rollos me dan igual. Yo lo único que veo es que Farah, mi ex, me ha traicionado de mala manera, cuando yo lo he dado todo por ella. Lo siento, pero es lo que pienso.

—¿Que tú los has dado todo por ella?, vamos, si has hecho todo lo que no se debe hacer en una relación sana, todas las cosas imperdonables. Cualquier psicólogo, bueno, y cualquier persona con dos dedos de frente te dirá que hay cosas que una mujer nunca debe tolerar. El control, los celos, las infidelidades reiteradas, las mentiras y la violencia. Hay cosas que no se perdonan.

—¿Violencia? Te juro que yo nunca la obligué a mantener relaciones conmigo ni tampoco le levanté jamás la mano. Ella puede decir lo que quiera, pero no es verdad.

—Ya, pero sí gritabas y rompías cosas, ¿no? Eso también es violencia, aunque a ella no la toques. Violencia machista. Las agresiones no tienen por qué ser solo físicas.

—Ah, ¿y ella qué? Ella también me gritaba y me insultaba, y hasta a veces me daba golpes. ¿Sabes lo que es que la persona a la que quieres te amenace con suicidarse? Y no una vez o dos, muchas veces. Todo eso no es violencia..., mach..., feminista.

—No, eso no es violencia feminista, te acabo de explicar que el feminismo no es el opuesto del machismo, sino una cosa totalmente distinta.

—Pues yo lo veo igual.

—No es lo mismo.

—¿Por qué no es lo mismo?

—Porque no es lo mismo la violencia machista que la violencia en general. La primera se da del hombre hacia la mujer y está amparada por un sistema político, económico y social que lleva siglos funcionando. Lo segundo es violencia por otras razones puntuales, porque la tía sea un bicho o porque esté mal de la cabeza, pero no por tú ser hombre. ¿Entiendes ese matiz?

—No mucho, la verdad.

—Bueno, pues, piénsalo. Además, el acoso también es parte de la violencia machista. Te pusieron una orden de alejamiento en Inglaterra, ¿no es verdad? Sería por algo. ¿No la acosabas entonces?

—¡Pero si era ella! Era ella la que cuando yo ya no quería saber nada de nada me volvía a llamar diciéndome que me quería y todo eso. Luego la tía desaparecía de nuevo y, claro, yo la llamaba diez o doce veces, pero para que me explicase qué coño estaba pasando.

—Ya. Bueno, en eso te daré un poco, muy poco, la razón. He visto casos de chicas que lo dejan con su novio y luego cometen el error de darle esperanzas liándose otra vez con él. Esto lo hacen porque se sienten solas, porque se aburren, porque les apetece tener relaciones y piensan «mejor con uno conocido» o por cualquier otra razón. Entonces el exnovio vuelve a creer que tiene posibilidades con la chica y ya tenemos «pelmazo» para rato. Por eso, lo que les recomiendo a las mujeres que estén en esa situación es que ignoren en la medida de lo posible a sus exparejas.

—Yo no soy un acosador. Ella me volvió loco con sus tejemanejes y sus dimes y diretes.

Bueno, eso es lo que piensas tú, pero ella igual piensa otra cosa. Por desgracia para ti, la sociedad también te verá como un acosador si sigues por ese camino. Justo o injusto es así. Todavía estás a tiempo de cambiarlo.

—Vale, si yo lo dejo, pero es que tampoco he hecho nada malo. Yo creo que esa tía me puso un amarre de esos de amor y por eso me he obsesionado tanto, ¿sabes? Las mujeres de esos países lejanos tienen poderes misteriosos —dije haciendo un gesto esotérico con las manos.

—Y las mujeres de Euskadi tenemos el poder de pegarte una hostia para que dejes de decir tonterías. Cómo te va a poner un conjuro de amor. ¿Tú estás tonto o qué?

—Todavía la quiero. La echo mucho de menos. Ojalá todo se arreglase de alguna manera.

—Pues yo que tú me iría olvidando, amigo. Si ella no quiere saber nada de ti, es su decisión.

Poco a poco Mariajo fue pasando de apoyarme e intentar ayudar a restregarme todo el rato que había hecho cosas que no habían estado nada bien; la primera de ellas, obsesionarme con una mujer de esa manera. Creo que mi psicóloga en aquellos días estaba haciendo una tesis o un estudio sobre el tema este de los acosadores, así que por eso se tomó tan a pecho mi caso particular.

—Vamos a mirarlo desde otra perspectiva. Si un tipo se hubiese portado con tu hermana, o una amiga tuya, de la misma manera que tú te has portado con Farah durante todos estos años, ¿ese chico te caería bien? ¿Sería tu amigo?

—Joder, pero si yo me he portado de puta madre con ella.

—Ay, la hostia, tú no has entendido nada de nada. ¿Vas a dejar a la chavala en paz de una puta vez o vas a arruinarte la vida, a ti y a ella, como un gilipollas?

—Tú qué coño sabrás de mi vida...

—Más que tú desde luego, ¡chalao!

—Anda y déjame en paz, coñazo de pava.

—¿Qué has dicho?, ¿qué me has llamado, machista asqueroso? Fuera de mi consulta antes de que pierda la paciencia. ¡En la vida había visto un ser tan manipulador y tan hipócrita como tú!

Fue en ese momento cuando mi relación médico-paciente con Mariajo concluyó. Después de pasarme casi nueve años haciendo lo imposible por mi relación con Farah, por rescatarla de su familia fundamentalista y traerla a vivir una vida idílica en la soleada España, ahora resultaba que según la cantamañanas esta el malo era yo. Nada más y nada menos que un machista obsesivo y controlador que le había hecho la vida imposible a una inocente persona humana. No estaba para nada de acuerdo con este veredicto de Mariajo. Vale que yo había cometido errores, como los comete todo el mundo, y más con veinte años, pero, vamos, que después de todo el paripé que ella y su familia habían montado con la boda y todo ese rollo, y todos los años que habíamos pasado juntos, que la tía esta, mi legítima esposa, se marchase de mi vida sin tan siquiera molestarse en darme una explicación, me parecía inaceptable. Una llamada, una simple llamada de cinco minutos, o incluso un mensaje de texto me hubiese bastado, aunque, claro, las propias acciones de la persona eran la mejor respuesta a mis dudas.

Durante dos meses todo este rollo del psicólogo fue parte de mis esfuerzos por recomponer mi vida y olvidar para siempre a Farah Shah. Después de ese tiempo, lo acabé dejando de manera abrupta porque no estaba de acuerdo con la visión que me daba la psicóloga de que todo era culpa mía por ser un machista. Oye, que igual era verdad, pero a mí eso no me ayudaba y como el que la pagaba era yo, bueno y mis padres, al final la mandé a paseo e intenté superar la situación por mi cuenta.

No fue fácil. Por una parte yo seguía muy enamorado de Farah, a pesar de todas las guarradas que me había hecho. Ella era mi vida, mi identidad, mi primer amor, y todo lo que me rodeaba me recordaba a ella de una u otra manera. La ropa que tenía en mi armario, mucha de la cual eran regalos suyos, los lugares de Madrid y la música que escuchaba en la radio o en los bares, todas estas cosas me traían recuerdos de los tiempos felices en los que estábamos juntos y yo me sentía completo. Durante los últimos diez años había construido mi vida alrededor de Farah, o más bien tomándola a ella como pilar fundamental sobre el que levantar el resto de las cosas. Ahora que me faltaba me sentía como vacío, como perdido y sin saber qué hacer o para qué levantarme cada mañana. Perdido y también rabioso al pensar que ella podría estar persiguiendo a otros tipos y entregándose a ellos mientras su legítimo marido, la persona a la que había prometido amar y respetar el resto de su vida, la echaba de menos y sufría la humillación del abandono.

En lugar de mejorar, esta sensación de derrota, de rabia y de frustración se fue intensificando según pasaban las semanas y los meses, hasta que llegó a un punto que se volvió insoportable. Ya ni la cajetilla de tabaco que me fumaba todos los días, ni la pornografía, ni las drogas ni la expectativa de algún día conocer a otra chica que me hiciese olvidar a mi ex, conseguían tranquilizarme. «Como no haga algo pronto con mi vida, voy a acabar cometiendo una locura», me dije a mí mismo. Tenía que encontrar cosas que me mantuviesen la mente ocupada y me procurasen algo de satisfacción, o al menos algo de paz, para no perder la chaveta. Lo único que se me ocurrió distaba mucho de ser una buena idea. De hecho, era la peor idea del mundo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top