COSAS QUE NO SE PERDONAN
COSAS QUE NO SE PERDONAN
(Primavera 2007)
La vuelta a Madrid, con espera interminable en el aeropuerto de Luton, fue horrorosa y los días que siguieron no te creas tú que mucho mejores. Deprimido, rabioso y angustiado, no podía quitarme a Farah y su traición de la cabeza, así que como acto de mortificación final me decidí a escribirle una carta de despedida. En ella le explicaba que no quería verla más, que tuviese suerte en la vida y que yo la había querido muchísimo, pero ella había traicionado mi amor. Vamos, que los típicos lloros y reproches de la parte despechada en toda ruptura. Hecho este último acto de purificación emocional, el resto de junio lo pasé relativamente tranquilo, currando y sin hacer nada para los exámenes esos de quinto de carrera de los que llevaba matriculado lo menos tres años. A ese paso no iba a acabar los estudios en la puta vida, pero me daba igual. Ya que me había librado por fin de Farah Shah, igual también me animaba a eliminar de mi vida el otro factor que me llevaba amargando la existencia un montón de años, la licenciatura esa asquerosa de Empresariales que cursaba solo para satisfacer a mis padres.
Para dar un nuevo giro a mi vida, se me ocurrió también que lo que necesitaba era una nueva novia que me ayudase a olvidar a Miss Shah lo antes posible. Este truco ya me había casi funcionado durante 2004, así que me puse como loco a buscar pareja, sin pensar ni tan siquiera un momento que empezar una relación por despecho y utilizar a una chica inocente para mis sucios propósitos igual no estaba del todo bien. Por las noches empecé a salir con cualquiera que saliese, amigo, conocido, conocido de conocido o incluso solo, y por el día le pegaba a los chats esos de Internet que eran tan populares para conocer gente. Después de un mes de arduo trabajo en la búsqueda de pareja y de descartar a alguna candidata, por fin empecé a salir con una chica latinoamericana que tenía diecinueve años y parecía agradable. No quiero dar muchos detalles sobre ella, porque fue parte inocente en esta historia horrorosa. Lo único que diré es que quedábamos muchos días para pasear por el Retiro, cenar y cosas por el estilo.
Todo empezó a mejorar poco a poco, pero no por mucho tiempo. Demasiado bueno para ser verdad hubiese sido que Miss Shah me dejase en paz definitivamente, y como no me fiaba nada de ella, cambié de número de móvil para asegurarme que no me llamase ni que yo tuviese tentaciones de responder a su llamada. La desastrosa visita a Luton sería la última vez que hablásemos, al menos por mi parte. Sin embargo, hubo una cosa que no tuve en consideración, la cuenta de correo electrónico que le hice cuando estuvo viviendo en Madrid y que casi no había usado. Nunca pensé que recibiría el ataque por este canal, hasta el día que abrí mi correo y me encontré ahí en la bandeja de entrada un e-mail de Miss Shah. Por supuesto, no fui capaz de resistirme a abrirlo a ver qué me contaba. Las cosas con mi ex nunca eran sencillas, así que en ese correo me explicaba, además de pedirme perdón por todo, que se había dado cuenta de que yo era el hombre de su vida y que quería estar conmigo para siempre, sin importar los problemas que pudiésemos tener. La trascripción del correo electrónico es la siguiente:
Hey sweety! I just wanna say I'm deeply sorry for hurting you the way I did, I'm a bitch, I don't deserve you. I'm just so sorry for every pain I caused you. I received your letter, I felt like shit, & ashamed of what I did, I'm sorry, your letter was so sincere & true it hurt & made me cry for days. I can't explain my behaviour, I'm pathetic. Those people mean nothing to me and believe it or not I never slept with them, I just talk to them as mutual friends, that's all. I do love you very much and would like you to forgive me again, I can't force you It's your decision [...] One last chance, I'll leave everything and come to you forever, start fresh, if you want me. If you still have the last week of July off till 1st week in August, and don't have plans I'd like to come to Madrid. I realised nothing else matters to me but you [...]
I promise no more lies, tantrums, messing about or tears for you my sweety!! I love my baby you're the only one who can love me [...]
I'll be waiting for your reply. I hope you can forgive my behaviour towards you and get back with me.
Leer esto después de casi nueve años de relación, y de estar enamorado hasta las trancas de la persona, no hizo más que liarme aún más. La cabeza me decía que pasase de problemas, pero el corazón me animaba a darle a Miss Shah una última oportunidad, como ella me pedía en el correo. Más que sus disculpas y sus excusas, dos cosas me convencieron para hacer esto último. La primera, que ella me decía que como me quería tanto, se iba a venir a vivir a Madrid para siempre y sin crear más problemas. La segunda fue que me aseguró que no se acostó con ninguno de los tipos a los que veía en Inglaterra, siendo su relación con ellos más como de amistad. No sabía si creerme esto, pero es cierto que era lo que yo quería oír. Al fin y al cabo yo debía de ser a estas alturas el mayor hipócrita de la historia por haber montado tanto escándalo porque me hubiese puesto los cuernos mi pareja cuando yo le había sido infiel multitud de veces. Cierto es que yo la engañé solo para pasarlo bien y porque me sentía solo sin ella y nunca me planteé sustituirla por otra chica, pero, claro, eso como justificación estaba bastante cogido por los pelos. La realidad era que yo estaba muy lejos de ser una víctima inocente, siendo más bien un hijoputa fariseo que se indignaba cuando le daban de su propia medicina.
A partir del día que recibí el correo electrónico de Miss Shah, empecé con ella un lamentable intercambio de e-mails a espaldas de mi nueva novia, la chica latinoamericana, de la cual, sin embargo, informé a Miss Shah de su existencia. Mis correos, me da hasta vergüenza trascribirlos, fueron patéticos y recorrieron un amplio espectro de emociones, desde el reproche, el insulto y las exigencias hasta suplicarle casi de rodillas que no saliese de mi vida y se viniese conmigo a Madrid. Lo poco de dignidad que me quedaba en la vida lo perdí escribiendo todos esos correos, propios de un pichacorta inmaduro y llorica. Pero si yo estaba ya bipolar total, Miss Shah tampoco te creas que se cubrió de gloria. Después de los primeros mails, en los que ella me juraba amor eterno y que haría todo lo que yo le ordenase, como una buena esposa, en cuanto le dije que había cortado con mi novia latinoamericana, la tía se relajó y pasó a escribirme cada vez menos, cada vez más espaciado y cada vez acerca de cosas más irrelevantes. Que si estaba cansada, que si le había salido un grano, que hacía calor en Inglaterra y mierdas así.
Como por correo ya no avanzábamos, empezamos Miss Shah y yo a hablar a veces por el Messenger, sistema de mensajería instantánea de aquellos años. En estas conversaciones yo intentaba sonsacarle cuándo se iba a venir de una vez a vivir a Madrid, como me había prometido en sus mails. Esto me cabreaba porque la tía me había hecho dejar a mi nueva novia para volver con ella y ahora pasaba un poco de hacerme caso. Un día que estábamos hablando por Internet y la chica tardaba como cinco minutos en contestarme cada mensaje se me ocurrió que la muy sinvergüenza podía estar hablando con alguien más. De nuevo hice algo que no se debe hacer, pero que era imprescindible para encontrar respuestas. La cuenta de correo electrónico y Messenger de Miss Shah se la había creado yo, razón por la cual conocía la contraseña de acceso. Simplemente me metí en ella y comprobé con horror y decepción que Farah estaba manteniendo una conversación simultánea, además de conmigo, con Adnan el turco y con otro tipo más. Intenté calmarme y ver primero de qué estaban hablando, pero me indigné cuando vi que Farah estaba pidiéndole al turco ese que le dejase ir a su país a visitarlo durante el verano. No pude más y estallé ahí mismo en el Messenger, revelando mi posición y poniéndoles a los dos a parir, especialmente a Falsa Shah, mi ex-esposa y la mayor traidora de la historia mundial.
Pero lo que sí fue ya descorazonador fue la reacción de Miss Shah. Ella, con toda la dignidad del mundo, le dijo a su amiguito turco que yo no era más que un tipo loco, un antiguo conocido que la acosaba de vez en cuando, y que por favor le llamase a su móvil para aclarar las cosas. Lo que ya me acabó de matar fue la reacción del pollo diciéndole a mi ex «the guy's crazy» y riéndose de mi dolor. «No, chico, no, yo no estoy loco, es tu amiguita la que me ha vuelto majareta con sus mentiras y sus jueguecitos». Eso no iba a quedar así. Mi última venganza, una venganza absurda, patética e inútil, fue escribirle un largo y respetuoso e-mail al turco, con copia a Farah, contándole toda la verdad. En ese correo le explique al tío que llevábamos nueve años de relación y que estábamos incluso casados a los ojos de Dios, y también todos los desmanes y traiciones que nos habíamos hecho el uno a la otra y viceversa. Tan conmovedor y sincero parece que resultó ser mi correo que incluso Adnan me contestó con amabilidad, diciéndome que no tenía ni idea de todo eso y que sentía haberme juzgado como un loco.
La que no se tomó nada bien el correo fue Miss Shah. Su respuesta fue demoledora. En ella lo primero que me escribía era «te odio» y «no te quiero volver a ver más». Pues, vaya novedad. Lo que venía después fue una relación de todas las razones por las que yo había sido el peor novio-marido de la historia y le había estropeado los mejores años de su vida. Inútil, golfo, vago, drogata, enano, adúltero y niño de mamá, fueron algunos de los calificativos que empleó para explicarme cómo yo la había decepcionado y no había conseguido hacerla feliz. Según Miss Shah, yo había sido incapaz de encontrar un trabajo en Inglaterra, proporcionarle una casa y darle hijos, cosas normales que cualquier mujer pide a su pareja. Además de inútil en este sentido, la chica me acusó de haberle puesto los cuernos muchas veces, de haber incluso pillado una enfermedad de transmisión sexual, de ser un inútil en la cama y lo más imperdonable de todo, de ser un calvo de mierda. Para terminar, Miss Shah me sugirió que me hiciese gay, bueno, más bien que saliese del armario que maricón ya era y que me buscase un tipo que me diese por culo todas las noches, porque ninguna mujer del mundo iba a ser feliz con un desastre como yo. Respecto al tema de las infidelidades, ella me recordó que yo había sido el primero, pero que ella ahora se arrepentía de no haber estado con otros tíos antes, porque todos los que había probado últimamente, que habían sido muchos, eran mil veces más hombres que yo. Ah, y que por favor no le estropease más con mis patéticas intromisiones sus posibilidades de encontrar un tío de verdad.
Bueno, además de ofendido me mostré algo sorprendido por ese mail tan lleno de veneno. Si llega a ser una carta en lugar de datos por Internet, Miss Shah se hubiese envenenado al chupar el sobre, de toda la ponzoña que había contenida en el mensaje. Durante nuestra relación siempre creí que yo había sido la parte que había hecho más por la pareja y que Miss Shah me adoraba. Bueno, pues parecía que no había sido así siempre. Entonces se me ocurrió que en los últimos tiempos Farah no me había puesto los cuernos a mí con ningún tipo, sino que había sido al revés. Era a los otros tipos a los que Farah había engañado conmigo. Ella ya me había abandonado hacía tiempo, por lo que ahora los importantes eran los hombres que estaba conociendo en Inglaterra, y yo solo un segundo plato para cuando alguno de los otros tipos le fallaba, poder tener un poco de afecto, conversación e igual una vacación a gastos pagados en España.
Pues ya estaba hecho. Farah me odiaba, yo la odiaba también, así que después de nueve maravillosos años ya se acaba la historia. Pues no, como un mes más tarde la tía me llama por teléfono, le di mi nuevo móvil cuando empezaron los correos electrónicos, para hablar conmigo como si yo fuese un viejo amigo. La conversación que mantuvimos fue en tono cordial y en ella hablamos de temas banales, trabajo, su familia, el tiempo, antes de pedirnos los dos disculpas por nuestros últimos exabruptos. Me agradó ver que Farah estaba mucho más calmada y, además, simpática conmigo. La chica incluso me habló de olvidar el pasado y recuperar nuestra relación poco a poco, a ver qué pasaba. Mentiría si no reconociese que aunque me preocupó que todo volviese a empezar de nuevo, el eterno ciclo de disculpas y promesas, una gran parte de mí deseaba que Farah entrase en razón y nos diésemos una segunda, tercera o enésima oportunidad. Ya estaba montándome la película de que Farah igual quería volver conmigo y cómo organizar su futura llegada a Madrid, cuando la chica me volvió a llamar, esta vez mientras estaba en el trabajo.
Como quien no quiere la cosa, o más bien, como quien le cuenta una confidencia a una amiga, Farah me comentó esa vez que estaba un poco preocupada porque llevaba varias semanas acostándose con un tipo, un húngaro de esos que había por UK, pero que todavía no se había quedado embarazada. «Genial», le dije yo. Que la mujer de tu vida te cuente que se lleva semanas abriéndose de piernas para que la insemine un inmigrante, como si tú fueses su mejor amigo gay, es lo que todo hombre quiere oír. Por un instante la vista se me nubló de la rabia contenida en todos esos últimos años, pero luego, en dos segundos, la rabia se me pasó. Se me pasó para convertirse en un estado de furia homicida. Entonces colgué la llamada, sin mediar palabra, y me entretuve unos minutillos intentando hackear de nuevo su cuenta de correo electrónico, para revisar sus mails y ver si lo que me contaba era verdad o más fantasías de las suyas. Tuve que preguntarle a un coleguita del curro cómo se hacía, pero al final lo conseguí. En ese momento el jefe me pidió una cosa, de malos modos, y le solté un puñetazo de lo rabioso que estaba. No le hice casi nada, pero me echaron a la puta calle. Me dio igual, ya estaba hasta los cojones del empleo ese. Por culpa de Farah ya había perdido una novia y un trabajo ese verano, además de perderla a ella para siempre. Por su culpa, siempre todo por su culpa.
En toda relación existen cosas imperdonables, líneas rojas que no se pueden cruzar y puntos de no retorno. Hasta ese momento, Farah y yo nos habíamos disculpado todas las decepciones, infidelidades y disgustos que nos habíamos infligido mutuamente, pero ahora había ocurrido algo imposible de perdonar por mi parte. Que la que hasta hacía poco consideraba la mujer de mi vida estuviese intentando embarazarse de otro tipo, de un cualquiera en términos de tiempo de relación, me indicaba de manera rotunda que todo estaba perdido y que ya no había ningún tipo de futuro para nosotros. «No, si es que hay cosas que no se perdonan —me sorprendí diciéndome a mí mismo—. Esta tía me las va a pagar. Zorra traidora. Hay cosas que no se perdonan».
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