EL COMIENZO

Se dice que para cerrar un ciclo hay que hacer algo nuevo que te llene el alma, que te ayude a terminar, o tal vez intentar dejar de pensar en lo demás.

Pues todo comenzó después de cerrar uno y querer algo nuevo, el 20 de octubre decidí vivir sólo, como una gran decisión, la mejor de mi vida según muchos.

Pasaba por las calles del lugar de mi nuevo destino, esas calles desoladas y  algo viejas, el sonido del agua, la lluvia cayendo por los viejos canales, los árboles frondosos que se movían de un lado a otro emitiendo un sonido grabe, hermosos lugares que veía, la plaza y la fuente en el centro, todo pasaba sobre mis ojos, hasta que finalmente llegue a mi destino.

Una casa vieja no muy grande, ni mucho menos ancha, heredada por mi abuelo, una puerta muy pequeña de color naranja, blanco por fuera  aunque el naranja se veía en pequeños lugares solo para rellenar, un jardín pequeño aunque con una gran plata de enredadera que llegaba hasta la ventana, la mitad de la casa era verde gracias a eso.

Una cerca blanca alrededor de la casa y un buzón de colores, el más colorido de la calle para ser sincero, esto no se utiliza desde hace años pensé, pero aun así no me decidía a quitarlo.

Tome un par de cajas del auto mientras me mojaba en la puerta intentando abrirla, lograba sentir como los vecinos me observaban, desde su ventana una vez que logré abrirla entre rápido y sin mirar atrás.

Deje las llaves a un lado en un mueble de madera  y las cajas en el suelo, encendí las luces, el lugar  ya estaba amueblado todo estaba cubierto con mantas y plástico, la cocina era pequeña aunque para mí perfecta, era cálido adentro, me quité la sudadera y vi el lugar.

Solo llegué a la primera habitación y me quedé dormido al llegar a la cama.

Ese sueño profundo y ligero después de un día agotador, no importa si la cama es ligera, si las almohadas son suaves o si la cobija calienta, simplemente recaes tu conciencia desaparece y tu estado se paraliza durante mucho tiempo.

-¿sabes que la ironía más grande de la vida?- pregunto en voz alta aunque no requería de una respuesta como tal.

-es ella misma, no la entiendes de ninguna manera y lo único que deja en claro es que morirás algún día.- se respondió así mismo una vez que lo observaba.

-¿Y cómo sabes cuándo vas a morir?- pregunté en ese tiempo no lo entendía, la inocencia de un niño es lo primero que no se tiene por qué desgastar, pero que las personas que ya no la tienen la matan poco a poco, dando golpes de realidad.

-Cuando nacemos hay la traemos escondida en el estómago o acá en el corazón que algún día se parara, también puede estar afuera sentada en un árbol que todavía no que crece, pero te va a caer encima cuando seas viejo.

Solo me quedé callado no dije nada, pero si lo pensé, veía los árboles, observaba por la ventana, me detenía a ver  aquellas pequeñas cosas en el suelo podrían ser un árbol para que me cayera encima.

-no te preocupes Ben- me dijo el abuelo después de ver mi expresión.

-¿Qué es lo buscas niño?- repitió al tener de nuevo mi atención.

Ese hombre viejo con cejas pobladas color gris, al igual que su cabello, de corazón de piedra y cabeza dura.

-no busques, no te detengas intentando encontrar, deja de  esconderte,  el miedo hace tantas cosas que te detiene a ti mismo de diferentes maneras, se más inteligente- dijo mientras solo lo observé.

No dije nada y solo lo deje, como el paso del tiempo, convirtiéndose en recuerdos.

Abrí los ojos, estaba acostado  contra el suelo viejo de madera, avía polvo y pelusa, no podía levantarme, veía las cosas a mi alrededor, había un viejo escritorio algo roto con hojas de papel encima se movía, el sonido del papel era exacto eso sonido crujiente cuando el viento las mueve.

El olor a humedad invadía mi nariz y el sonido de todo aquello a mi alrededor.

Cada sonido todos jugaban al mismo tiempo  en mi oído, respire profundo he intenté levantarme de nuevo, estaba sucio cubierto de polvo y tierra, vi un par de cosas gire  una y otra vez, había una ventana de círculo demasiado sucia enfrente de mí, poca luz entraba solo unos cuantos rayos del sol, el sonido de los pájaros cantar afuera.

Finalmente me di cuenta de que estaba en el ático de la casa.

Había un par de cajas no eran mías, con libros y más a mi izquierda un cuadro viejo de una chica, con colores y trazos aunque demasiado gastado, lo vi por unos minutos, escuché la contestadora abajo.

Parpadeé y limpie mi rostro,  baje corriendo, aunque con la cabeza en otro mundo, estaba invadido de pensamientos que no tenían ningún sentido.

Y de repente mi mente estaba en blanco, caminaba descalzo por toda la casa el suelo era frío, pero no le importaba a mis pies o mi cuerpo, parecía un zombi caminando por todas las habitaciones, no sabía que buscaba y no las miraba siquiera solo caminaba, coloque la tetera, comencé a quitar el plástico de todos los sillones, mientras escuchaba a mamá en la contestadora.

-hola hijo espero que estés bien con amor mamá, ¡deja a ese hombre en paz estará bien mujer!- papá termino la frase algo que me hizo reír.

La cocina estaba casi vacía recuerdo cuando mamá tenía todo en distintos recipientes, cada especie y todo en la nevera, la cocina me recordaba tanto a ella y a la abuela solo recuerdo cundo las dos se juntaban a hablar de sus problemas mientras cocinaban y el olor a vainilla y a veces a galletas recién hechas.

Había dos habitaciones en la casa además del bañó, en una no había ventanas aunque en la otra avía una ventana que apenas se abría pues la enredadera llegó hasta aquí, era bastante larga no tenía idea de cuánto tiempo estuvo aquí, algo en mí no me afectaba no quería cortarla así que la deje.

Las cortinas eran blancas y delgadas cerré las dos aunque deje la ventana abierta, mi cama era grande y tenía un par de almohadas, había un viejo clóset vació aunque con unas viejas botas cubiertas de lodo en la orilla, no eran mías y no quería descubrir más allá.

Tome un poco de café, me senté afuera de casa en una silla blanca mientras veía a mi alrededor, era algo curioso como las personas que salían de sus casas por la mañana, ante los primeros rayos de sol, mientras llegaban más de mis cosas en cajas me di cuenta de que realmente no era mucho lo que tenía, pero no importaba era lo que necesitaba.

Terminé la taza y comencé a meter cajas después de que la mudanza las dejo en mi puerta, me gustaba acomodar cada cosa en su lugar eso me recordaba un poco a mamá, adornos de navidad que jamás pondría al ático, libros que una vez ya leí en mi habitación, todo el día intentando acomodar para terminar agotado y dormir.

Mi segunda noche aquí y no podía hacerlo, solo daba vueltas por la cama, el sonido de mi reloj se escuchaba cada vez más cerca seguía cada segundo mientras veía al techo, uno, dos, tres, clag, Clog...

El sonido del agua goteando por alguna parte de la casa cada gota la contaba imaginando de dónde caía, eran las 3 am mi reloj dejo de contar los segundos y mi teléfono estaba trabado me levanté y caminé a la cocina.

Las luces parpadeaban limpie mis ojos ante la luz del fregadero y escuché algo en el ático, tragué saliva y con algo de temor me dirigí hacía haya mis pasos eran lentos, baje las escaleras de la pequeña puerta, del techo.

Con una pequeña lámpara intentaba ver desde abajo respire profundo y subí, comencé a subir lentamente tenía miedo, el polvo me hizo estornudar comencé a poner más atención a el cuadro de aquella mujer, la luz de la luna daba en sus ojos algo que me llamo la atención.

Se llamaba Olivia el año no se lograba ver, los colores desaparecían tal vez por el sol o lo viejo que era, pero los ojos grandes de un color marrón y negro  apenas notable.

Después de admirar por un rato el cuadro husmee las cajas avía ropa  vieja de hombre, al igual que una guitarra vieja sin cuerdas,  una caja con viejos diarios y libros con polillas adentro  y aquellos animales del tiempo que acaban con las cosas poco a poco, y una carta que fue enviada  aunque la devolvieron.

Esta estaba perfecta el tiempo no le afectó y tenía una M de color rojo con un par de etiquetas no las conocía y el olor a flores y perfume de mujer no tenía nombre.

La curiosidad me mataba pero la dejé a un lado salí de ahí eran las 7 am, tenía unas grandes ojeras, me lave la cara para decidirme a llegar al trabajo.

Me di una ducha no logré desayunar y me dirigí al trabajo, mi auto no encendía por lo que tome una vieja bicicleta del ático, las ruedas rechinan aunque después fueron a un ritmo perfecto, hace tiempo que no subía a una bicicleta.

La mañana era fresca aunque los primeros rayos del sol lo cambiaban todo sería un día caluroso.

Se escuchaba el sonido de la fuente en la plaza algunas personas pasaban ya sea en auto o caminando.

Antes del trabajo me dirigí a la facultad, los profesores eran exigentes y aunque solo pase por un par de cosas, me cansaba pasar por ahí.

Me sentí raro al estar de nuevo ahí, no era muy bueno me dormía a la mitad de las clases tenía pocos amigos y no me gustaba salir, mi abuelo asistía a la mayoría de reuniones para padres.

Estar en un lugar como este me hacía recordarlo a pensar de solo ser la institución de mi universidad, el lugar no había cambiado mismos maestros aunque diferente generación de estudiantes.

-señor Cloudman  que sorpresa tenerlo por aquí- dijo mi antiguo profesor de inglés y ciencias.

Era un hombre ya viejo algo gordo y con grandes cejas pobladas tenía canas y hablaba lento aunque escribía rápido, algo que nunca entendí.

-hola profesor un gusto verlo- contesté tragando saliva estaba justamente en ese momento incómodo solo lo vi para salir corriendo.

Ese maestro era de lo peor, pero aprendí muchas cosas a su lado, mi abuelo me recordaba a el no solo por la forma en la que llegó a disciplinar, era el tipo de personas con las que tenías una conversación distinta no sabías que decir o como hablar por qué simplemente crees que dirás algo tan tonto como para que te llevan a la dirección o te den un golpe violento.

Comí un poco para salir en la bicicleta me recordaba a una que tenía cuando cumplí 12 está era un poco más alta, no llevaban casco he intentaba no caer, aunque después de un rato pude entender.

Logré llegar al trabajo apesar de las calles saturadas, el restaurante le saule pleureur el mejor restaurante del lugar rogué mucho para estar aquí, para terminar de lava platós y solo admirar como cocinan.

El olor era esquisto en cada plato, cada uno de los ingredientes eran específicos creando algo tan especial que solo degustar con un solo bocado.

-Así que vives en la vieja casa de Don Matías- dijo un chico de mi edad detrás de mi, era el mesero intenté sonreír o responder abrí la boca, pero no dije nada.

-oh, mi nombre es Arturo- lo saludé

-Ben– respondí el sonrió  he intentamos hablar, pero el trabajo no nos dejó.

Al terminar estaba agotado, salí del lugar con un par de bolsas negras llenas de basura en la mano para poder irme, eran las 10:00, Arturo estaba ahí con un par de chicos y un cigarrillo en la mano, veía mi vieja bicicleta parecía un chico de 12 con eso, pero me había gustado me recordaba a lo poco que viví en mi infancia.

-¡Wow! no estaba seguro de lo que decían ya sabes los rumores- dijo uno de los chicos, tome la bicicleta.

-¿perdón?- la tome y antes de subir

-tu casa – respondió una chica que trabajaba conmigo, no le di importancia, y me dirigí a casa estaba demasiado cansado, aunque quería saber más del lugar donde vivía, le perteneció a mi abuelo era lo único que sabía.

Al llegar a casa solo caí a la cama, no sentía los pies ni las rodillas  y sin pensarlo me quedé dormido.

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