Capítulo 17: Una cita inolvidable

Aquellos inocentes ojos no podían dejar de fijarse en Tai y en toda la ropa que había desplegado por la cama mientras sonreía. Neul nunca antes había visto tan nervioso a su hermano.

- ¿Por qué sonríes tanto? – preguntó Tai al ver a su hermana sentada en la silla, apoyando la barbilla contra el respaldo.

- No sé... es que nunca te había visto tan nervioso. ¿No quedabas antes con Ritsuka para ir a jugar al billar? – preguntó Neul.

- De eso hace ya bastantes años, además... no era una cita.

- Sigue siendo como si quedases con él. A Ritsuka no le importará tu ropa, sino lo que haréis. Seguro que él también está nervioso.

- Él nunca se pone nervioso – comentó Tai mirándose en el espejo.

- Sí lo hace, contigo seguro que sí – sonrió Neul.

Tai pensaba en aquella cita con gran nerviosismo. Ni siquiera sabía dónde irían o lo que harían pero una cosa tenía clara, quería disfrutar al lado del que una vez fue su mejor amigo, quería volver a reconstruir desde cero aquellos destruidos cimientos que una vez soportaron su gran amistad y ese amor platónico que jamás se atrevió a confesar.

El rugido de la moto fue lo que captó la atención de ambos en aquella habitación. Al instante supieron que Ritsuka había llegado y pese a la sonrisa sincera de Neul, a Tai sólo le salió una sonrisa que trataba de ocultar el nerviosismo que corría por sus venas.

- Pásalo bien – dijo Neul con una gran sonrisa – cuéntame todo a la vuelta.

Tai salió de la habitación con más nervios aún que segundos antes. Hacía años que ni siquiera estaba a solas con Ritsuka en plan amigos, hacía años que no habían ido a practicar baloncesto juntos o a hacer cualquier otra actividad y ahora... estaban en una cita.

Bajó las escaleras corriendo pero cuando llegó a la puerta, se detuvo unos instantes con la mano sobre la manivela. Dudaba, era la primera vez que dudaba de algo, quizá porque sabía que estaba mal salir con el ex novio de su hermano, más cuando eran gemelos. Observó su mano temblar y entonces, escuchó la voz de su hermano al fondo.

- Si abres esa puerta y sales con él, olvídate de que tienes un hermano – le amenazó.

Tai sonrió de medio lado, como si acabase de resolver todas sus dudas. Su hermano jamás cambiaría por mucho que él quisiera que lo hiciera.

- Lamento entonces que pienses así – dijo Tai – Adiós, Ren – le remarcó abriendo definitivamente la puerta para salir al jardín.

La luz entró por la puerta iluminando el oscuro pasillo de la casa de Tai. Frente a él, Ritsuka le esperaba apoyado sobre su moto y mirando el móvil algo indeciso, quizá porque seguía pensando o buscando algo para la cita. Al escuchar el chirrido de la puerta, Ritsuka se apresuró a guardar el móvil y sonreír a un nervioso Tai que salía por la puerta con lentitud.

- ¿Estás listo? – preguntó Ritsuka con amabilidad.

- Sí, eso creo – dijo Tai con una ligera sonrisa - ¿Qué tienes planeado?

- Ya lo verás – sonrió Ritsuka – vamos, sube. El sitio al que vamos está un poco lejos.

- ¿A las afueras de Seúl?

- No. Vamos al centro – comentó Ritsuka.

Ritsuka le tendió el segundo casco que llevaba en la moto, sin embargo, Tai tardó unos segundos en cogerlo. Nunca le habían gustado las motos, de hecho le aterraban un poco. Para él sólo había dos opciones en ellas, los que se caían y los que se caerían. Sin embargo y pese a pensar de esa forma, acabó subiendo detrás y agarrándose a la cintura de Ritsuka dispuesto a dejarse llevar donde él quisiera.

Tras ponerse el casco, Ritsuka arrancó la moto y condujo hasta el centro de la ciudad aparcando casi a orillas del arroyo Cheonggyecheon, el arroyo que atravesaba el corazón de la ciudad. Tai supo enseguida que iban a parar allí puesto que solía ser un lugar típico para las parejas. Su paisaje verde y la frescura del lugar eran ideales para tener citas, además de las numerosas atracciones turísticas que recorrían aquel camino que seguía la corriente.

Ambos chicos bajaron de la moto y caminaron por aquel largo paseo a orillas del arroyo. Hacía años que Tai no había ido por allí, quizá demasiados porque ya ni recordaba aquellas cascadas iluminadas, los puentes y el bullicio de parejas que bromeaban y se sonreían con dulzura. Todo allí parecía paz y tranquilidad. El sonrojo llegó al instante a sus mejillas al sentir cómo su acompañante movía la mano hasta acercarla a la suya, tocando con dulzura la parte exterior casi como si pidiera permiso para cogerla. Quizá Ritsuka estaba igual de nervioso, sin saber si debía dar el siguiente paso o no.

Tai no apartó la mano, sino que con el dedo meñique acarició con suavidad los largos dedos de Ritsuka dándole a entender que podía cogerla. No era el único sonrojado allí, Ritsuka, al sentir aquella leve señal para que avanzase aquel paso, se sonrojó y apartó la mirada hacia el arroyo antes de coger la mano de Tai con fuerza pero a la vez... con dulzura.

Pasaron un rato muy agradable y compraron algo de comida para llevar antes de continuar paseando. Aprovecharon para sentarse en uno de los bancos y ver el último espectáculo que hacían en la otra orilla. Tai observó la cara de Ritsuka mientras éste se descalzaba y metía los pies en el agua para refrescarse. Era extraño que en aquel tiempo hiciera buenos días, pero hoy había salido simplemente... perfecto.

- Cuando era más pequeño solía venir aquí a mojarme los pies – dijo Ritsuka – me entretenía leyendo algún libro que compraba en esa papelería de enfrente – sonrió justo cuando señalaba una antigua papelería.

- Desde que te conozco... nunca te gustó mucho estar encerrado en casa.

- Corea es un lugar mágico, casi como Japón – dijo Ritsuka añorando su lugar de origen – odiaba Estados Unidos y esos pocos años que pasé allí. Tampoco es que Corea sea muy especial para mí pero al menos, te conocía a ti. Teníamos diez años y éramos tan inocentes entonces... - sonrió Ritsuka de nuevo mirando el agua.

- El día que te conocí, parecías necesitar un amigo – le aclaró Tai – habías venido a clase con una mujer, ni siquiera era tu madre y eras el nuevo en la clase, nadie te hablaba ni te prestaba atención.

- Tú lo hiciste.

- Yo soy raro, la sombra de mi hermano – sonrió Tai.

- Nunca te lo pregunté pero... ¿Qué hacías aquí en Corea? Ren me dijo que vinisteis a vivir aquí hace muchos años.

- Cuando murió mi madre. Prácticamente ni siquiera me acuerdo de ella, yo era muy pequeño. Cuando la empresa de Japón cerró, tuvimos que trasladarnos a la sede en Corea. Mi padre volvió a casarse con una cantante bastante más joven que él pero... bueno... no sé si conoces a mi padre.

- No mucho – dijo Ritsuka – nunca estaba en casa. Sólo sé lo que tu hermano contaba sobre él.

- Mi padre prohibió a su nueva mujer seguir con los espectáculos y más al quedarse embarazada de Ha-Neul. Tras el parto y sin nada que hacer en la vida, creo que le creó un trauma o algo. Mi padre la dejó en un hospital. A veces vamos a verla, más que nada por Ha-Neul pero... a veces pienso que no es buena idea que ella vea a su madre en ese estado.

- No sabía nada de tu familia. Lo siento.

- No quiero justificar la actitud de mi hermano con esto pero... la verdad es que cambió mucho desde que nos mudamos a Corea. Antes él no era así. Quizá aprendió el modelo de mi padre, el tener que sobrevivir como fuera, el aprovecharse de la gente, el no querer vivir como vivimos... no lo sé. Quizá entendió con lo ocurrido a la madre de Neul que la gente puede aprovecharse de ti y acabaría mal, así que prefirió ser él quien se aprovechase.

- Pues no, no lo justifica – dijo Ritsuka – pero en parte lo entiendo. Vio cosas que quizá no debió ver, igual que tú y, aun así, me alegro de que salieras diferente.

- Me refugié en Neul, en que necesitaría una familia ya que mi padre pasaba de estar en casa y su madre no volvería a la casa en mucho tiempo. Intenté ser como su familia biológica aunque sea media hermana.

Ambos se observaron en silencio. Durante aquellos segundos no parecía importar nada más, hasta que Ritsuka salió del trance para sacar los pies del riachuelo.

- Tenemos que ir a otro sitio – comentó con una sonrisa mientras se secaba los pies con unos pañuelos de papel y volvía a calzarse las zapatillas deportivas que llevaba.

- ¿Hay que volver a la moto?

- Sí, llegaremos antes en ella.

Tai empezaba cada vez a tener algo más de confianza en Ritsuka pese a no gustarle la moto. No podía negar que abrazarle se sentía bien y era de las pocas oportunidades que tendría para hacerlo. Supo dónde iban cuando llegaron al paraje de la Torre N. El gran mirador de Seúl. Ritsuka aparcó y ambos bajaron para ir hacia la torre.

Cogieron el teleférico que les subiría a lo alto de la colina y desde allí, seguramente, tras ver las vistas de la ciudad, bajarían andando la colina para disfrutar del aire libre y de la vegetación del lugar.

Desde la base de la torre, cogieron el ascensor pasando por las numerosas cafeterías y restaurantes de la zona hasta la cima de la torre. Para Tai, aquello era nuevo y es que, aunque había vivido ya muchos años en Corea, nunca antes había subido a la torre N.

- ¿Te gusta? – le preguntó Ritsuka al ver cómo se acercaba con rapidez al cristal.

- No había venido aquí – dijo Tai sonriendo – es precioso.

- Las vistas al caer la noche son las mejores de la ciudad.

- Aún es media tarde.

- Por eso mismo voy a invitarte a cenar.

- ¿Con estas pintas? ¿Aquí? – preguntó Tai mirándose.

- Bueno... hay un restaurante de lujo y en el segundo piso... un restaurante familiar coreano. Te invitaría al de lujo pero quizá me rehúses la invitación, así que te dejo elegir.

- No habrá sitio en el de lujo.

Ritsuka sonrió ampliamente antes de acercarse hasta él y besar sus labios con calma y suavidad. Su único testigo eran los pocos turistas que estaban allí contemplando la ciudad el aquel cielo azul que pronto oscurecería.

- Eso puedo arreglarlo – dijo Ritsuka con una sonrisa.

Tai entendió que Ritsuka hablaba de dinero. Quizá aún no se había hecho a la idea de que Ritsuka no era un pobretón como él, que estaba acostumbrado a salirse con la suya, y con los billetes adecuados, le harían un hueco en el restaurante. Pensar aquello le hizo darse cuenta de que eso es precisamente lo que habría hecho su hermano, era por lo que Ren estuvo con él y no quería ser igual.

- Me gustaría probar alguna vez un restaurante de lujo a tu lado, pero hoy prefiero el familiar.

- ¿Estás seguro? – preguntó Ritsuka.

- Si llevásemos más tiempo saliendo o fuera una celebración especial, no tendría objeción en aceptar tu invitación, pero creo... que me gusta nuestra relación tal y como está ahora, me gusta la sencillez de las cosas, el ambiente familiar porque eso es lo que me habría gustado formar contigo – le aclaró Tai.

- Tú siempre tan sentimental – sonrió Ritsuka antes de besarle una vez más.

Tai cerró los ojos una vez más, dejándose llevar por aquellos sensuales labios que eran capaces de darle la más absoluta felicidad. No habría querido separarse jamás de él. Sentía los cálidos dedos de Ritsuka en su nuca, acariciándola con suavidad y una gran sutileza, con gentilidad como jamás antes la había sentido. Por primera vez, comprendió que Ritsuka trataba de sanar aquel corazón destrozado y dejaba a un lado toda su ira y el ansia de venganza.

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