5

La lluvia caía sin cesar y Cristóbal aprovechó la soledad del salón de sus alumnos para evaluar guías. Habían algunos que estaban bien perdidos en la materia, aun así no quiso sacarles malas notas.

¿Sería cierto lo que había dicho Alicia? Que no valía la pena ayudarlos si no aprendían nada. Él confiaba en que ellos podrían superarse. Tal vez los dos tenían el mismo objetivo, solo que utilizaban distintos métodos para conseguirlo.

Miró su celular y pegó un gruñido al ver las llamadas perdidas de otro número desconocido, además, de más mensajes.

Los bloqueó de inmediato. Tenía que comprar un nuevo chip sí o sí. Se había confiado demasiado.

Desde el primer mensaje no lo habían molestado por varios días, pero luego, el acoso era algo que superaba su paciencia. Esa niña en serio estaba loca.

Estiró su cuerpo y bostezó sonoramente, ya era tarde. Afuera estaba oscuro y si no salía lo más probable es que se quedara allí encerrado.

Tomó sus cosas y guardó las guías para terminar de revisarlas en casa. Se puso su chaqueta y se dirigió a la salida.

Se despidió del auxiliar de turno y se subió a su auto encendiendo la calefacción. Miró al cielo a través del parabrisas y sonrió. Sí que eran sorprendentes las lluvias sureñas. Cada día le gustaba más vivir allí.

Acomodó su cinturón y antes de encender el motor, vio de paso una silueta conocida saliendo del colegio. Suspiró, no había hablado con ella desde esa vez que le puso los pelos de punta.

Encendió el auto y marchó lentamente. A pesar de todo era tarde. ¿Si le ofrecía llevarla? Lo más probable era que lo rechazara y no de buena manera.

¿Qué mujer más difícil? Como decían sus alumnos, parecía amargada. Todos la encontraban linda, pero su personalidad era tan pesada que esa belleza desaparecía.

¿Qué estaba haciendo? Como si fuera la primera vez que ella hace eso. Debe estar acostumbrada a irse sola. Negó con la cabeza y antes de partir la miró por última vez.

Iba entrando a una calle con poca luz y si no se equivocaba, había tres tipos mirándola de lejos. Forzó la mirada para divisar mejor. No se equivocaba, ellos estaban esperando a que pasara.

La mujer había apurado el paso.

Cristóbal aceleró y dobló a esa calle y encendió las luces haciendo que los tres tipos retrocedieran y Alicia se quedara de pie preguntándose quién era el del auto. Le tocó la bocina y estacionó el vehículo a su lado. Bajó la ventana del copiloto y la miró.

Estaba toda empapada, y no llevaba sus lentes. Le sonrió como si nada.

—¿La llevo? —se ofreció. Ella endureció la mirada. Iba a negarse. Él se acercó un poco más, lo que el cinturón de seguridad le permitía—. Mire, no es tonta, esos tienen malas intenciones. ¿Qué prefiere? ¿Irse conmigo o con ellos? la elección es fácil.

Alicia miró a los tipos escondidos e hizo una mueca de asco. No era tonta. Abrió la puerta y se subió a su lado. Suspiró y lo miró.

—Gracias—Cristóbal no se esperaba eso. Tragó saliva.

—No es nada. ¿Dónde te..., la llevo? —Alicia lo miró raro.

—A la estación de buses—Cristóbal asintió.

Hizo partir el auto.

El camino se convirtió en algo silencioso e incómodo. ¿En serio ella podía lograr eso? Nunca le había pasado. Él era de las personas que siempre tenía un tema de conversación, pero con ella era casi imposible. Era tan predecible que contestaría pesadamente que ni ganas quedaban de intentarlo.

Ella iba algo distraída. Se había sacado el gorro que la cubría de la lluvia y acomodó su cabello que estaba bastante despeinado.

—¿No trajo paraguas? —preguntó incrédulo. Ella lo miró.

—Aquí no sirven los paraguas, se dan vuelta—ahí estaba la respuesta cortante.

—¿Por qué se quedó tan tarde?

—Tal vez por la misma razón que usted, ¿No? —contestó irónica. Cristóbal ya estaba alcanzando su límite.

—¿Por qué es así? Lo esperado sería que actuara normal en una situación así. Ahora no es profesora, sino una mujer normal. ¿Por qué tan a la defensiva? —ella alzó una ceja y lo miró desafiante.

—¿Qué quiere que le diga? ¿Debo reírme de sus chistes tontos? O tal vez que sea como sus alumnos y lo mire con ojitos de gato—Cristóbal frunció el ceño y esbozó una sonrisa.

—¿Qué trata de decir? Sus palabras parecen envidia más que nada.

—¿Envidia? —se bufó—. ¿De qué, de usted? Se volvió loco.

—Entonces esa sensación de que me observaban, era usted. Ahora entiendo todo. ¿Me anda vigilando? —la risa tonta no se le quitaba de la cara al ver como la provocaba. Ella chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Parecía avergonzada.

—¿Qué tan egocéntrico eres? —Cristóbal esbozó una sonrisa.

—Me estás evadiendo, Alicia—a la mujer se le erizó la piel al escuchar su nombre en boca de él.

—¿Por qué tengo que estar aguantando esto? Me bajo aquí, gracias—Cristóbal puso los ojos en blanco.

—El terminal de buses está a unas cuadras de aquí, solo aguanta...

—¡Me bajo aquí! —detuvo el auto y vio como la mujer nuevamente se ponía su gorro—. Gracias, imbécil.

Y bajó dejando a Cristóbal riendo a carcajadas. Esperó a que su silueta bajo la lluvia se alejara. Suspiró algo preocupado, tal vez, debió ser más insistente.

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