3

Ya habían transcurrido dos semanas desde que Cristóbal comenzara a impartir clases. No demoró casi nada en ganarse a sus estudiantes y llevarse bien con todos sus colegas. Días después de llegar comenzó a conocerlos a todos, y para su sorpresa, cada uno de ellos lo recibió de buena manera.

La única que no cambiaba su actitud seria y desentendida era Alicia. Cuando Irma decía que no se lleva bien con nadie, hablaba en serio. La mujer por más que él intentara entablar una conversación, ella no cedía. Al parecer le había tomado resentimiento. ¿Por qué? no lo sabía.

La hora de recreo había llegado, y como era costumbre, se dirigió a la sala de profesores a tomar una taza de café. Debía preparar las guías para el siguiente curso y planear mejor sus evaluaciones. Antes de entrar, notó la tensión en el ambiente. Cuando asomó la cabeza para ver qué pasaba, todos miraban a Alicia mientras ella hablaba con un alumno, parecía enojada.

Entró sin llamar la atención y se quedó en la puerta esperando que alguien dijera algo. Eso no pasó.

—Por fa, profe. En serio no puedo tener como promedio rojo matemáticas. Todo menos eso. Le ruego que me ayude—Alicia miró enojada al muchacho.

—¿Ayuda? ¿Es una broma? Te la pasaste todo el semestre haciendo bromas y payaseando. Dime, ¿Se te hace justo? ¿Aprendiste algo si quiera? ¿Tienes cara de venir aquí y rogar? Ya estás grande, los actos tienen consecuencias, asúmelas—lo regañó sin siquiera inmutarse. El muchacho parecía afligido.

—Profe, le juro que el otro semestre tomo más atención. Mi mamá me va a matar. Una guía, algo, cualquier cosa que sirva para subir el promedio.

Ella se puso de pie aguantando las ganas de gritar, se notaba lo irritada que estaba y el esfuerzo sobre humano que hacía para no perder los estribos.

—¡Yo no regalo notas! Si en todo el semestre no te las ganaste no vengas aquí a hacerme perder el tiempo—el muchacho bajó la mirada y se puso a llorar incomodando a todos allí. La mujer tragó saliva e hizo una mueca de disgusto—. Vuelve a tu sala.

Le ordenó y el muchacho sin nada más que decir, salió de allí con la mirada enrojecida.

Alicia volvió a sentarse y continuó con lo que estaba haciendo. Todos volvieron a sus lugares sin decir nada. Cosa que Cristóbal lo encontraba insólito. ¿Nadie le diría nada? Así no se debía tratar a un niño, esto lo enfureció.

—¿Qué le pasa? —interrumpió el silencio incomodo, volviéndolo más incómodo. Se acercó a Alicia que no le había tomado atención—, ¿Esa es forma de tratar a su alumno? —se paró a su lado haciendo que ella dejara de hacer su actividad.

—¿Tiene algo que decir profesor? —lo miró desafiante. Se notaba lo molesta que estaba en su mirada. Cristóbal apreció los ojos color avellana y sonrió de medio lado.

—Sí, mucho. ¿Se hace llamar docente con esa actitud tan pedante? ¿Cree que así se ganará el respeto de sus alumnos?

Alicia hizo una mueca de disgusto. Se puso de pie y lo enfrentó.

—Sí, soy docente, tengo un título que lo comprueba, y sí, así se debe ganar el respeto, con mano dura.

—Está loca—dijo sin darse cuenta. Alicia levantó una ceja indignada—. ¿Tiene vocación acaso?

—¡¿Se necesita vocación?! —reclamó la mujer—. Es un trabajo, como cualquier otro, donde nos exponemos como personas, ¿Cree que está bien ser amigos de los alumnos? No es natural. Ellos vienen aquí a aprender.

—Pasan nueve horas encerrados aquí, nos ven más que a sus papás, ¿Cómo no ser considerados con ellos? está comprobado que responden de mejor forma a estímulos buenos, no malos.

—¿Buenos? ¿Está loco? ¿Acaso los esperará con desayuno a todos? ¿Les mandará mensajes diciéndoles buenos días y buenas noches? ¿Los ayudará a media noche cuando tengan algún problema? Por supuesto que no. Un profesor enseña, nada más. Si excede esa relación ellos se aprovecharían, hay que tener límites. ¿Es justo que alguien que nunca le importó lo que uno le enseñaba pase sin siquiera saber una tonta ecuación? Fíjese que no. Mis alumnos me odian, sí, pero pasan de curso sabiendo lo que hacen. Si usted es del tipo de profesor que regala notas sin fijarse si aprenden, cosa suya, no me meteré en su forma de enseñar. Así que le pido que no se meta en la mía.

Cristóbal se cruzó de brazos sin saber que decir. Tal vez si lo sabía, pero le encontró algo de razón en sus palabras. Pero aun así, sentía que estaba equivocada.

La mujer tomó unas cuantas cosas y salió del salón dejándolo con la palabra en la boca.

Se mordió el labio con algo de frustración.

Sus colegas se acercaron a él y le tocaron el hombro con empatía.

—Es mejor no meterse con ella—le dijo Irma con algo de pena.

Él asintió y tomó asiento, ¿Qué le pasaba a esa tipa?

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