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Cristóbal no tardó mucho en conseguir otro trabajo. Hubo muchas propuestas, pero la que más le convenció fue impartir clases en una pequeña comuna a las afueras de la ciudad, al sur del país. Así se alejaría kilómetros de los problemas y respiraría aire puro.
La mudanza fue bastante rápida; su nueva casa era pequeña y acogedora.
El primer día era el más importante. Ir con la directora y presentarse a los demás profesores.
Llegó al pequeño y sureño colegio, estacionando en la calle y se dirigió a rectoría, donde su nueva jefa lo estaba esperando.
Golpeó la puerta y vio como ésta se abría y detrás de ella se asomaba la cabeza de la anciana mujer.
—Llegó, pase—le hizo un gesto con la mano.
—Espero haber llegado temprano.
—Está bien, aun no empiezan las clases. Ya tenemos todo listo, su horario y los cursos a los que le debe enseñar. A los de primero y segundo mayormente. Son los más tranquilos—le entregó unos papeles.
—Gracias.
—Ahora debemos ir a conocer a sus colegas, es un colegio pequeño, así que profesores tenemos los justos y necesarios. Somos como una familia, estoy segura que lo recibirán muy bien.
Se dirigieron con calma hasta una pequeña cabaña al final del pasillo. Ya se veía el movimiento, pero no era tan grande como en los antiguos colegios en los que hizo clases.
La mujer golpeó la puerta y la abrió rebelando el acogedor lugar. Una mesa en medio de la sala y varios casilleros alrededor de ésta. Allí divisó a cuatro personas distraídas. La mujer se aclaró la garganta y sonrió cuando todos le prestaron atención, menos una.
Cristóbal observó el lugar y a cada colega que se presentaba frente a él. Una mujer en sus cincuenta con un cabello bastante platinado sonrió mostrando su amarillenta dentadura por tanto fumar. En otro rincón se encontraba un hombre en sus cuarenta de cabello canoso guardando algo en su casillero; a su lado otro hombre más viejo aun, encorvado y arrugado, estaba forzando la mirada para ver bien quien era el desconocido que había entrado.
En la cabecera de la mesa se encontraba una mujer que no levantaba la mirada ya que estaba bastante ocupada escribiendo sobre unas hojas. Llevaba el pelo amarrado en una cola, y el reflejo de sus lentes no permitían ver sus ojos.
—Bueno, aquí les presento al nuevo profesor de historia. Cristóbal Alday.
Todos sonrieron y asintieron con afecto. La mujer que escribía levantó la mirada sin haberse percatado de lo que estaba pasando. Al ver como todos aplaudían, ella también lo hizo.
—Ellos son, el profesor Román, enseña castellano—apuntó al viejo de mala vista—; la profesora Irma, enseña biología—indicó a la mujer platinada—; el profesor Mario, enseña Física—el profesor levantó la mano desde lejos con cordialidad—. Y ella es Alicia, nuestra profesora de matemáticas.
La mujer hizo un gesto con la cabeza en forma de saludo. Su cara era de pocos amigos, a pesar de lo joven que se veía.
—Mucho gusto—dijo finalmente Cristóbal con esa sonrisa que lo caracterizaba. Era encantador por naturaleza, demasiado encantador. Tal vez por eso se había metido en ese tonto problema.
—Bienvenido—dijo Irma con alegría—, al fin una cara nueva. Ya me estaba cansado de ver a estos viejos—bromeó haciéndolos reír a casi todos.
—Lo nuevo deja de serlo en poco tiempo—respondió. La mujer asintió.
—Tienes razón.
—Entonces los dejo, en quince minutos más empiezan las clases—dijo finalmente la directora. Él asintió. La mujer se retiró y Cristóbal suspiró.
Miró a Alicia y vio que había un puesto desocupado a su lado.
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó con educación.
—Como quiera, me da igual—respondió concentrada en sus cuadernos y papeles, parecía enojada.
No dijo más que eso. Se sentó y acomodó sus cosas. La mujer recogió algunos papeles y se puso de pie saliendo del salón sin decir nada. Eso lo dejó extrañado. Esbozó una sonrisa sin entender.
Irma se acercó a él.
—Ella es así. Pesada. No se lleva con nadie, ni con los alumnos. Si no fuera buena en lo que hace, estoy segura que la Regina la hubiera echado hace mucho—le contó con algo de miedo.
¿En serio existían personas así? Bueno, después de lo sucedido con su antigua alumna, no le cabía duda que personas raras estaban plagando el mundo.
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