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La tensión se sentía en el ambiente. Cristóbal claramente estaba furioso e indignado, no podía creer lo que estaba pasando, y lo que era peor, él quedara como victimario.

Una linda muchacha de cabellos claros y mirada triste, estaba con la cabeza cabizbaja mientras recorrían lágrimas por su rostro. Sentada, en un rincón, no se atrevía a mirarlo, o por lo menos, fingía no poder hacerlo.

Un hombre de avanzada edad miraba a ambos, pero estaba claro que sentía pena por la chica y algo de rencor por el hombre que solo le quedaba cruzarse de brazos y esperar.

—Profesor, ¿Cómo es posible que haya hecho esto? —le preguntó el director. Cristóbal se tensó. ¿Era una broma de mal gusto? Miró a su alumna, esperando que recapacitara. Era obvio que no lo haría.

—No he hecho nada por lo cual deba arrepentirme—la muchacha pegó un quejido de pena y se largó a llorar con más ganas. El director negó con la cabeza.

—¡Esto es inaudito!, ¿Cómo se atreve a negar el acoso que ha estado haciendo hacia su alumna?

—El único acosado aquí he sido yo—se defendió. No sabía cómo todo se había salido de control. Jamás había mirado de otra forma a sus alumnos, menos a Catalina que, era realmente molesta. Pero como profesor, no podía hacer nada contra el carácter tan pesado y mimado de la muchacha. En un abrir y cerrar de ojos se había convertido en un pervertido acosador. Él no lo era, pero todos lo creían. Miró a la chica y se acercó unos cuantos pasos hacia ella—. ¡Di la verdad! Di que has sido todo este tiempo tú. ¿No te das cuenta el daño que puedes provocar?

—No me haga esto—reclamó la muchacha. El pegó un bufido de indignación.

—No lo puedo creer. ¡Jamás me involucraría con una de mis alumnas! Es el colmo, no hay pruebas de esto, nunca le di alas, nunca traspasé los límites, ni con ella ni con nadie.

—Ella dice otra cosa, profesor—intervino el rector—. Si reconoce lo que hizo, ella no será expulsada.

—No reconoceré nada, ¡Por que no he hecho nada!

—¡No sea poco hombre!

—Si sigue así director, tendré que tomar medidas. Nadie me acusa, menos sin pruebas—dirigió su mirada a la muchacha nuevamente—. Deberías ir a un psicólogo, tu falta de afecto es tremenda. Nadie puede mentir de tal manera y no sentir culpa.

—Usted me obligó, usted insistió... ¿Por qué me hace esto profesor? —le preguntó con los ojos cristalizados. Cristóbal se quedó congelado, esa muchacha necesitaba ayuda y urgente.

No iba a soportar que su carrera se viera manchada por una vil mentira de una niña caprichosa. Apretó sus nudillos, no lo aguantaría.

Algo que les había enseñado a sus alumnos era a defenderse. Y eso haría, se iba a defender porque no había cosa que más amara que enseñar, nadie le quitaría eso.

—Llamaré a las autoridades profesor—le advirtió el director—. No conseguirá trabajo en ningún otro colegio y perderá su licencia de docente...

—Lo demandaré por difamación—el hombre se rio y negó con la cabeza sin creerlo—. Y si es necesario, rebelaré todos los secretos que tiene este colegio, entre ellos, los suyos.

El director se quedó en silencio.

—¿Qué secretos?

—¿Lo digo al frente de ella? Usted sabe de lo que hablo, me quedé callado porque pensé que esto afectaría a mis alumnos, pero viendo que ya no lo serán, ¿Qué más da? —espetó seriamente. El hombre entrelazó los dedos de sus manos sobre el escritorio.

—¿Qué quiere?

—Un despido por necesidades de la empresa y mi carta de recomendación.

El hombre asintió e hizo un gesto para que saliera de allí. La chica tenía una mirada incrédula, y al ver salir a su profesor, lo persiguió llamando la atención del director.

—¿Qué hace? ¿Se irá? —lo detuvo con algo de angustia.

Cristóbal contó hasta diez, no quería salirse de casillas. A pesar de todo, era un profesor.

—Sí, me iré, muy lejos.

—¿Por qué? yo...yo no quiero que se vaya profe, no se vaya... por favor...

—Mentir hace mal, sobre todo cuando esa mentira afecta a más personas. Tarde o temprano sale a la luz ya que te pudre por dentro. Tú, te estás pudriendo Catalina, y eso, está afectando a tu cordura. Di la verdad, tal vez así te dejen quedar en este colegio—ella negó con la cabeza.

—No quiero vivir en un mundo donde usted no esté—comenzó a llorar haciendo que Cristóbal temblara un poco.

—No me sigas. No...me molestes más.

Ya dicho esto le dio la espalda y fue a buscar sus cosas. Sin despedidas, sin demora, sin tristeza, lo único que quería hacer en ese momento era salir de allí, esa chica le provocaba escalofríos.

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