One-Shot. "¿Albus?" (McGonagallXDumbledore)

La mujer ya estaba cansada. Muy cansada. Demasiados años trabajando en aquella escuela ella sola. Evidentemente, quería a sus alumnos y era un lugar maravilloso. Pero ya era demasiado tiempo. Y estaba agotada. Solo quería descansar y reencontrarse con viejos amigos. Los años le habían cobrado factura. Las arrugas en su rostro de todos los gestos que había hecho al reaccionar ante las circunstancias de la vida. Todas las canas de los años que llevaba encima, casi como un peso muerto. Todas las heridas por el sufrimiento que había pasado. 

Minerva dejó sus gafas en la mesa del despacho y se cubrió la cara con las manos, tratando de despejarse. Abrió los ojos mucho más calmada y miró una foto que tenía colgada en el despacho. En ella, ella estaba junto a Albus Dumbledore, su antiguo compañero y amigo. 

En la foto, podía apreciarse lo nerviosa y feliz que estaba ella al estar junto al hombre. Parecía casi como una adolescente con las hormonas revolucionadas, pero sentía esas mariposas en el estómago cuando estaba cerca suyo. Él siempre fue un hombre realmente sabio y un buen consejero. Ella pensaba que lo sabía todo sobre él. No podía estar más equivocada. Recordaba el dolor que sintió cuando Dumbledore murió. En ese momento, pensó que algo en su interior se había roto, y que jamás lo recuperaría. Pero fue un golpe aún más bajo enterarse de todo el plan que había trazado con Severus Snape y que no hubiese contado con ella. Por suerte, con el paso de los años, había aprendido a vivir con ello. 

—Minerva...—susurró una voz grave y anciana. La mujer reconocería esa voz en cualquier lugar. 

—¿Albus?—preguntó con voz quebrada e inocente. 

Una figura regia se alzaba ante ella. La barba blanca parecía kilométrica. Sus gafas seguían reposando sobre la nariz torcida. Su mirada cristalina era eterna y atemporal. 

—¿Qué es esto?—se preguntaba Minerva sabiendo que aquello no podía ser real.

—Eso ya no importa...—respondió el hombre en voz baja, como si fuera un susurro. 

Entonces, la mujer corrió a refugiarse a los brazos del buen hombre. Las lágrimas de nostalgia corrían como ríos por sus mejillas, cayendo finalmente al suelo. 

—¿Por qué no me lo contaste?

La voz de Minerva estaba rota, pero aún así, quería conocer las respuestas a esas preguntas que llevaban años atormentándola. 

—Nadie debía saberlo, Minerva. 

—¡Pero era tu amiga! Debiste confiar en mí. 

—No podías saberlo...

La mujer solo le abrazó más fuerte. Le había echado de menos. Justo cuando más le necesitaba, él había fallecido; y ahora, volvía a tenerlo frente a ella. 

—¿Y lo de tu hermana?—inquirió separándose de él. 

—Eso eran recuerdos que prefería borrar...

—Pero...

—Querida Minerva—pronunció el mago—, creía preferible que conocieras la parte de mí reformada, ya que ése era el Albus Dumbledore que existía en aquel momento y no veía necesario que rememoráramos al antiguo Albus. No era una buena persona...

—Puede que tú no lo vieras necesario, pero yo sí. Si no conocía tus errores, ¿cómo podría aprender de ellos?

—No era necesario, Minnie. Yo sabía que tú jamás serías tan egoísta como para cometerlos.

La anciana se sobresaltó cuando escuchó ese apodo en la boca de su antiguo compañero. Nadie la llamaba Minnie desde que su marido falleció, salvo los Merodeadores, pero ellos eran un caso aparte. 

—¿Qué ocurre, Minnie?

—Debo de estar soñando, tú nunca me llamaste «Minnie»...

—Ya era hora de que empezara a tratarte con más cariño, ¿no crees?

Y el mago la abrazó con ternura. Ella no se lo impidió, y solo se dejó querer. 

Minerva tenía razón. Estaba soñando. Pero sería un sueño del que ya nunca despertaría...

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Sé que esto no tiene excusa. He estado mucho tiempo perdida. Pero he vuelto y espero que para quedarme. 


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