Capítulo 41

Jack miró su reloj, era temprano pero tenía muchas cosas que hacer al respecto. El juicio contra Albert Appleby estaba por empezar y las cartas presentadas por ambos abogados estaban echadas. En el jurado, el magistrado de la Audiencia Provincial era aliado del presidente, pero Jack también tenía los suyos, algunos que tenían poder sobre él, y se encargó de que le hicieran saber que esperaba un juicio limpio o haría que las cosas perdieran el control.

Se colocó su toga y enfiló a la sala de la corte donde ese día se enfrentarían Chelsea y una de las abogadas más perras que conocía, Carolyn Hidden, quien, seguramente, se dijo Jack, lucía confiada y altiva en su lugar junto a su representado.

No había hablado con ella, respetando las pautas del juicio. Desde luego sabía lo brutal que sería esa mañana y esperaba que Chelsea, pudiera combatir. Carolyn, todavía seguía molesta con él por no desechar el caso a una corte marcial, pero de acuerdo con las leyes, estaba en su derecho de no delegarlo.

Por otra parte, Chelsea Randall aún estaba dolorida, ya casi no se veían marcas en su piel, apenas perceptibles pero ella logró cubrirlas muy bien con maquillaje. Tampoco tocó el tema del juicio con ella en esos días, casi no hablaron salvo por Chloe y evitó visitarla lo más posible para no afectar su juicio.

Esperaba que estuviera lista.

Apenas un poco más de una semana atrás fue la primera audiencia y no le fue tan bien, pero deseaba verla vencer. Lo atribuyó a que no estaba bien de salud, lucía cansada, poco estudiada y versada. Carolyn casi la despedazó en la primera audiencia y la seguridad de ese casi triunfo era lo que había hecho que Hidden pidiera un juicio sin espera, a sabiendas de que Randall no tendría demasiado tiempo.

Tantas cosas habían pasado en unos días. La muerte del hijo del presidente seguía siendo la tendencia en todos lados, pero se culpó a un grupo armado del medio oriente, como siempre. Jack lo sabía, el mandatario no se jugaría su posición en eso y aguardaría hasta dar su golpe mortal, o eso esperaba.

La primera dama era quien se veía más rabiosa, y en quien más cuidado montaba Jack.

«Una mujer colérica es capaz de hacer temblar al diablo». Era el dicho que Jack no olvidaba. Una de sus reglas de abogacía no escrita. Cada uno de sus mentores en aquellos años dijo lo mismo. «No temas a un hombre, teme a una mujer furiosa». «Cuando están enojadas, son capaces de desenterrar del océano a la mismísima Atlántida solo para joderte».

Jack no olvidaba sus lecciones, nunca lo hizo. A lo largo de su carrera conoció abogadas, muchas y las mejores siempre fueron mujeres. Los hombres solían ser bruscos con sus acusados, pero guardaban un respeto invisible en las preguntas; en cambio, vio a mujeres hacer pedazos a sus testigos sin piedad alguna.

Aquellas con las que tuvo que luchar, siempre fue con ellas y efectivamente, las veces que le dieron batalla, fue porque alguna buscó entre el inframundo algo de su acusado para salir victoriosa y dio una sorpresa en la corte. Le agradecía eso a muchas, con cada pelea en la corte aprendió a que de una mujer abogada, lo debe esperar todo.

La primera dama no era abogada, pero era mujer, peor aún, era una mujer con poder y con solo estudiar su semblante, sabía que estaba llena de rabia y en aquellos sitios en los que coincidían, siempre había un odio desmedido en su mirada, uno que auguraba un golpe final que él debía esperar.

Con respecto a Jaime, fue llevado a territorio enemigo de Estados Unidos, a Rusia. Lo hizo a sabiendas de que si el servicio secreto ponía un pie allá, desataría una guerra y al presidente no le convenía.

Uno de los hombres de seguridad que Chase le otorgó fue como resguardo de Alice, su hijo y el esposo de Alice, aunque tenía claro que su prioridad siempre sería Jamie, tal como él y Alice lo decretaron.

Pasarían un tiempo allá antes de volver, cuando las cosas se calmaran y cuando August estuviera en la presidencia.

Por fortuna Elizabeth Thompson fue enviada lejos y estaba tranquila, pero no la llamaría todavía. Lo haría hasta que él pudiera decirle que tendría justicia.

En cuanto a su amigo, se había casado una semana atrás con su prometida. Estaba listo para ser el hombre más importante del país y ese día, el mismo del juicio de Albert Appleby, era el cierre de campaña tanto de August como de Kingston, el actual presidente, quien buscaba la reelección. También cerraba campaña otro candidato, pero no representaba un peligro en absoluto, inclusive, Jack creía que ni siquiera el presidente actual era un peligro, dado que su contienda comenzó cuando el anterior candidato declinó por un escándalo, uno que seguro el mismo Kingston provocó.

Chelsea seguía viviendo en la casa de seguridad. Era cuidada al extremo tanto como Pipper y desde luego, Chloe.

Las cosas estaban tensas y ese día tenía que definirse todo.

—Señoría —dijo la voz del oficial y él se giró a verle—. Esperamos su orden.

—Puedes anunciarme —respondió y el hombre asintió.

Jack suspiró y se preparó. Colocó su celular en silencio y lo llevó en la mano mientras escuchaba las amenas y entusiastas palabras del oficial de la corte.

—¡Todos de pie! —exclamó el hombre y tanto el fiscal como la defensa se pararon en espera de la entrada del juez—. El duodécimo circuito judicial federal de Cortes de Nueva York entra en sesión, el honorable juez Jack FitzGibbons preside.

Jack caminó hacia el estrado y fijó la vista sobre Carolyn y luego sobre Chelsea, ambas luciendo impasibles ante su llegada.

Tomó asiento, agachó la vista y dio una, apenas perceptible, sonrisa al verlas como hienas a punto de disputarse una presa. Hizo una seña para que todos tomaran asiento y no dudaron en hacerlo.

—Todos en orden —mencionó el juez con la mirada sobre los abogados—. Comencemos.

—Caso 22-4356. —Comenzó diciendo el portavoz—. El Estado contra Albert Appleby, en un cargo por la violación en primer grado de Victorie Serpico.

—¿Cómo se declara el acusado? —inquirió Jack.

Albert Appleby tomó el micrófono y miró al juez, como si ya conociera el desenlace del juicio.

—Yo no hice nada —remarco Albert con arrogancia y miró a Chelsea, quien lo ignoró y continuó revisando sus notas—. Me declaro inocente.

El juicio comenzó entonces con Chelsea mostrando sus pruebas, las cuales eran objetadas por Carolyn.

—Señoría, la víctima presentaba laceraciones, sodomía y tenía el cuerpo lleno de moretones porque ese animal no tuvo piedad y casi la parte en dos —dijo Chelsea y entregó al juez el reporte médico de Victorie.

—Fue consensual y fue sexo rudo —aseguró Carolyn antes de emitir una sonrisa.

—La próxima burla y la echo de mi corte —advirtió Jack y la mujer asintió.

—Me disculpo, señoría —replicó la abogada de mala gana.

—Tengo aquí el reporte de los numerosos encontronazos que tuvieron la oficial y el capitán Appleby mientras él hacía chistes sexistas diciendo que nadie nunca le decía que no y mucho menos una oficial mujer —remarcó la fiscal.

—¡Por favor, señor juez! Todos alguna vez hemos hecho chistes sexistas —interrumpió Carolyn.

—Es la segunda advertencia, abogada Hidden, aguarde a su turno —replicó el juez y le dio una mirada que dejaba claro lo que iba a pasar si continuaba intentando hacer perder los estribos de Chelsea.

—Gracias, señor juez —dijo Chelsea—. Varios de los oficiales, los cuales, todos, casualmente fueron enviados a un entrenamiento sorpresa en medio de zona de conflicto para evitar que fueran llamados a la corte. La defensa piensa que somos tontos, así que me tomé el tiempo de solicitar una orden de la corte para que fueran llamados dos de ellos, así que la fiscalía llama al oficial Rupert Scott al estrado.

Carolyn comenzó a revisar sus notas y en ningún momento encontró que llamarían al oficial. Levantó la mirada hacia Chelsea y vio la sonrisa de la fiscal al ver que le había ganado con un temblor al piso en ese momento.

—Señoría, la defensa no recibió la notificación de que el oficial Scott sería convocado —intervino Carolyn—. Solicitamos un receso.

—Abogada —dijo Jack a la fiscal, quien se levantó y se acercó para entregarle una orden expedida en la cual notificaba a la defensa.

—Señor juez, la defensa llamó al señor Scott en la audiencia preliminar como testigo en esta corte —respondió Chelsea y Jack asintió—. Las leyes me permiten llamarlo si la defensa lo ha desechado, ya, como parte fundamental de su caso. En el nuestro es importante ahora.

Jack esbozó una sonrisa.

—El testigo es admisible —dijo el juez mientras la abogada daba un golpe a la mesa y miraba furiosa a la fiscal.

—Oficial Scott, por favor, díganos lo que ha escuchado con referente a la relación entre la oficial Serpico y el capitán Appleby —pidió Chelsea al hombre.

—Bueno, ellos a menudo discutían, más el capitán que la oficial —confesó el hombre—. Él solía burlarse de que era la única mujer en la base y ella no respondía, pero sí que hacía gestos de molestia y el capitán la castigaba. La hacía correr bajo la lluvia durante toda la tarde, hacía ejercicios hasta derrumbarse, ese tipo de cosas.

—El jurado tome nota del acoso del capitán a la oficial Serpico —interrumpió Chelsea—. ¿Por qué no declaró eso en la audiencia? ¿Hubo alguna clase de guía de parte de la defensa?

—¡Objeción! Está guiando —interrumpió Carolyn.

—Lo retiro —mencionó Chelsea.

—Alguien de la guardia costera no apuñala a otro —declaró el hombre con un poco de vergüenza—. Son mis compañeros y yo no quería, no quiero afectar a ninguno de los dos.

—No hablamos de camaradería —anunció la fiscal—. Se cometió un delito y las amistades, no tienen cabida—. La oficial Scott, alguna vez respondió a los ataques del capitán de tal manera que fomentara un enfrentamiento físico e irreverencia. —El hombre miró a Albert y luego a ella y negó—. Tiene que decirlo al jurado, oficial.

—No —contestó.

—Entonces, la oficial no era irreverente, no fue grosera, no fomentó los castigos, pero aun así el capitán Appleby la terminaba enviando a correr en invierno bajo la nieve o bajo la lluvia y dejándola en cama por el excesivo ejercicio solo por capricho —anunció Chelsea al jurado—. Díganme si eso no es acoso y un odio con tintes sexistas. No tengo más preguntas, señoría.

—La defensa no tiene preguntas, señor juez —dijo Carolyn, sintiéndose frustrada.

Finalmente, después de mucho, llamaron a la implicada.

—La fiscalía llama a Victorie Serpico a este tribunal —dijo Chelsea y Carolyn sonrió a sabiendas de que esa era su oportunidad.

La mujer apareció entonces y se sentó en el estrado, un poco nerviosa, y miró a Albert, quien sonrió burlándose.

—Oficial Serpico, ¿qué pasó la noche del cuatro de agosto? —preguntó la fiscal.

—Mis compañeros y yo teníamos el día libre, así que salimos a tomar unos tragos, bailamos, bebimos y luego volvimos al cuartel. El capitán Appleby se ofreció a llevarme en su auto y mientras conducía, se desvió por el camino. —Comenzó diciendo—. Vi el auto de mis compañeros pasar y gritar obscenidades, luego de eso le pregunté a dónde íbamos y me golpeó estando arriba del coche, se detuvo en un descampado, me sometió y me violó.

—¿Usted se resistió? —inquirió Chelsea.

—Sí, pero fui sometida a golpes —dijo en respuesta y con la seguridad de que Chelsea estaba de su lado.

—¿Se negó? —preguntó de nuevo—. En algún momento del ataque, usted pronunció la palabra no.

—No lo hice —anunció.

—¿Por qué? —inquirió Chelsea—. Dígale al juez sus razones.

—El manual de procedimientos de la guardia dice que en esos casos no debe haber resistencia —manifestó y tragó grueso.

—Prueba de la fiscalía número treinta, la fiscalía presenta el manual de procedimientos estándar de su cuartel —añadió Chelsea y entregó el manual a la víctima—. Leeré lo que dice el manual. En caso de ataque sexual, se aconseja no poner resistencia y someterse. Así que ahí tenemos la respuesta a su pasividad en el ataque.

—Oficial Serpico —dijo Carolyn al ver a Chelsea tomar su lugar—. La noche del supuesto ataque, usted aceptó subirse al coche del hombre que dice que la acosaba y violentaba todos los días en el cuartel, ¿no es así? ¿Por qué una mujer que dice que su jefe inmediato la acosa, se sube al auto cuando este le dice que la va a llevar al cuartel? ¿No es lógico que se mostrara esquiva con el capitán Appleby luego de las brutalidades que dice que vivía a diario en su base?

—Estaba ebria y durante el convivio no fue grosero —declaró.

—¿Entonces, si estaba ebria, cómo es que recuerda el protocolo militar? —inquirió la abogada—. ¿Esa noche alguien la obligó a ir a ese bar con ellos?

—No —respondió.

—Fue voluntariamente, entonces —declaró Carolyn y la mujer asintió—. Bailó con ellos, coqueteó con ellos. La pregunta es: ¿también se besó con su capitán de forma voluntaria?

—Sí —respondió la oficial con los ojos llorosos.

Carolyn sonrió.

—Sabemos que usted tiene un alto índice de rebeldía en el cuartel, escapes, no vuelve a su hora, arrestos por insubordinación, además de que muchos de sus compañeros dicen que con el alcohol usted se vuelve muy... ligera —añadió Carolyn—. Más de uno ha tenido que ver sexualmente con usted y que le gusta mantener su libertad sexual al desnudo, que no lo esconde de nadie, así que... ¿Podría ser este el caso con mi cliente? ¿Subió voluntariamente al auto del capitán?

—¡Objeción! —gritó Chelsea.

—Denegada —dijo el juez—. Continúe abogada, pero cuide sus palabras.

—Yo no quería que me violara —confesó la joven con las primeras lágrimas cayendo por su rostro.

—¿Sabía que el capitán Appleby estaba casado? —cuestionó la abogada.

—Sí —respondió la mujer.

—Usted dijo que por protocolo y, siguiendo los reglamentos del manual de la guardia costera, usted omitió decir que no, ¿no es así? ¿Sabía que el capitán estaba casado? —inquirió la abogada.

—Sí —contestó de nuevo.

—Entonces, si era consciente de que el capitán estaba casado y que fraternizar con él no está permitido en los protocolos militares de su guardia, usted violó esas normas escritas —afirmó la abogada y se acercó a ella—. Cabe la posibilidad de que durante el supuesto ataque y la violación, usted, posiblemente, no dijo que no, porque lo estaba disfrutando. En el fondo usted no quería que el capitán se detuviera.

—¡Objeción! —gritó Chelsea.

—Denegada —remarcó Jack.

—Usted apeló a que el caso fuese llevado en esta corte y no en la corte militar de su sección —continuó diciendo Carolyn—. No lo hizo porque sabía que sería severamente castigada cuando su historia fuera echada abajo al comprobarse que se ha visto sentimentalmente relacionada con medio cuartel.

—No es así —dijo la mujer.

—¡Usted, oficial Serpico, sabía que estaba en problemas por su libertino comportamiento y que sus acusaciones sobre un hombre honorable no tendrían peso, por tanto, lo trajo a una corte suprema para atacarlo y apalearlo bajo un pobre discurso de violencia de género y así ocultar que todo lo que usted quería era ser amante de mi cliente! —remarcó mientras la víctima lloraba a mares—. Busca manchar el nombre de un capitán porque se ha visto expuesta como la mujer de todos en su cuartel y porque tuvo sexo duro y necesitaba explicar su estado físico. Su versión de la violación no tiene peso y lo sabe. —Hizo una pausa—. No más preguntas, señoría.

El desahogo de testigos de ambas partes comenzó y finalmente, cuando la defensa culminó, Chelsea llamó a su último testigo.

—La fiscalía llama a Albert Appleby al estrado —declaró Chelsea y este se puso de pie, pasando a su lado y dándole una mirada furiosa. Tomó asiento y esperó—. Señor Appleby, ¿es usted un hombre sexista?

—Qué tontería, claro que no —respondió con una media sonrisa—. Esto es el siglo veintiuno, ¿por qué habría de serlo?

—Solo limítese a decir sí o no a lo que yo le pregunte, lo demás es irrelevante. —Chelsea declaró eso con autoridad y el hombre apretó la mandíbula—. ¿Diría que esa noche no sintió que ella lo provocaba y usted se sintió todo un macho embrujado por la danza de una hembra deseosa, pero después, cuando ella no dio indicios de querer seguir la fiesta, le enervó y se sintió burlado?

—Claro que no, soy un militar —replicó el hombre—. Los militares somos hombres duros, no nos amilanamos ante nada.

—Le repito, sí o no, nada más —anunció por segunda vez.

—¿Para usted pertenecer a la guardia es sinónimo de hombría? —inquirió.

—Señoría, la fiscal da vueltas —dijo Carolyn.

—Vaya al punto, abogada Randall —pidió Jack.

—Mis preguntas tienen un fin, señoría —anunció y este asintió.

—Responda la pregunta, capitán —ordenó FitzGibbons.

—Tenemos entrenamiento y comportamientos distintos a los civiles —respondió Albert.

—Esa no fue mi pregunta —dijo Chelsea con una sonrisa que enervó a Appleby y se acercó al estrado, lo suficiente para encararlo—. Le pregunté si se creía más hombre por portar un uniforme con estrellas.

—¿A usted le gustan con uniforme? —se burló Albert.

—El interrogado es usted —declaró Chelsea y sonrió—, pero solo como dato, la respuesta es no. Ahora dígame si se siente más hombre por el uniforme.

Hizo una cara de asco que hizo bramar a Albert.

—No —respondió él y apretó la mandíbula.

Carolyn objetó, pero Jack denegó.

—¿No le molesta que la oficial Serpico tenga un récord de velocidad que venció el impuesto por uno de sus subordinados? —inquirió y sonrió—. Justo ahora, ¿no le molestó que le quitara el grado de capitán y lo llamara señor Appleby? ¿No le enfadó que le callara y le pidiera que se limitara a responder sí o no? ¿No le molestó que una mujer fiscal lo callara?

—¡No eres nadie para callarme, perra! —gritó el hombre y golpeó el estrado haciendo que el oficial se acercara para proteger a la fiscal y ella retrocedió temerosa—. Ninguna puta me va a decir a mí lo que puedo o no hacer. Tú y esa maldita deberían besarme las pelotas porque no son nadie.

—Dígame, señor Appleby, ¿le molestó que ella no le diera más entrada y por eso la forzó? —continuó Chelsea, aprovechado que ya lo tenía arrinconado—. No le gusta que le nieguen nada y cuando ella simplemente comenzó a dormitar porque estaba ebria y cuestionó sus acciones, entonces la violó, ¿cierto?

—¡Objeción! —gritó Carolyn.

—¿Es así como un hombre demuestra su poder? ¿Es así como le pareció que debía ser su castigo? —continuó Chelsea y no apartaba la vista de Albert, quien respiraba como un toro embravecido a punto de cornear—. ¿Violarla y golpearla le hizo sentir que podía volver al cuartel y presumir cuán hombre era? ¿Dígame qué quisiera hacer ahora, señor Appleby?

—¡Se lo merecía, la puta! —gritó y Carolyn se llevó las manos a la cabeza—. Bailó como una zorra y movió el culo frente a mí y los demás, ¿qué esperaba que hiciera? Lo estaba pidiendo, su culo lo gritaba, y a las putas, como ella, se les somete fuerte, que sepa que de todos los machos que la montan, uno es el alfa. Usted es justo lo que necesita y lo que le daría por perra. Te borraría esa maldita cara de puta con mi verga.

—No más preguntas, señoría —dijo y tomó asiento en su lugar.

Luego de eso, cada una de las partes dio su alegato final, esperando convencer al jurado de tomar el veredicto correcto.

Al finalizar, Jack otorgó un receso antes del veredicto y salió de ahí para dejar a todos esperar al jurado.

Chelsea salió del lugar y se acercó a la víctima, quien le observó llorosa.

—Cree que todo salga bien —dijo la joven.

—Confío en el jurado —respondió y se alejó para hacer una llamada a casa, pero no la hizo, puesto que se detuvo cuando un hombre mayor se puso frente a ella. Miró su uniforme militar de gala y supuso que era el padre del acusado.

—Randall, Chelsea Randall —musitó el hombre—. No olvidaré su nombre.

—Eso es lo que busco, general —se burló—. Me aseguro de que no se olvide de mi nombre, ni su hijo lo haga.

Pipper le saludó con una sonrisa débil y ella pasó a un lado del hombre mayor antes de abrazar a su amiga.

—Chelsea —dijo su antiguo jefe.

—Fiscal Kempler —declaró y se alejó un poco de Pipper para hablar con él—. No sabía que estaba aquí. Me alegra que me haya dado este caso, es una excelente manera de crecer profesionalmente y de ganarme un lugar entre los fiscales.

—Sí —respondió el hombre—. Seguro que sí, te deseo suerte. Tengo un compromiso y no podré quedarme al veredicto, pero a partir de ahora te deseo mucha suerte.

Chelsea sonrió y le dio un abrazo antes de verlo irse. Sin imaginar que lo que Kempler le dijo tenía un trasfondo distinto al de una felicitación.

Entretanto, Jack permaneció en su oficina y apretó su celular antes de que le dijeran que el jurado estaba listo. Se puso la toga de nuevo y caminó por el pasillo. Para entonces ya todos estaban dentro de la sala de corte.

—¡De pie! —pidió el oficial y todos obedecieron antes de que él entrara.

Miró su mazo de justicia y su celular a un lado, silenciado para evitar contratiempos. Luego miró al frente, primero a Carolyn y luego a Chelsea, antes de encender su micrófono y dirigirse al jurado.

—¿El jurado tiene un veredicto? —cuestionó.

—Lo tenemos, señoría —respondió uno de ellos.

—Adelante —dijo FitzGibbons—. En caso del pueblo contra Albert Appleby por el cargo de violación en primer grado, ¿cómo lo declaran?

—Declaramos al acusado, culpable —respondió el vocero del jurado.

—Damas y caballeros del jurado, pueden retirarse —pidió Jack—. Esta corte y el estado de Nueva York agradecen sus servicios. El acusado será enviado a la cárcel en Isla Rikers a la espera de su audiencia de sentencia. Se levanta la sesión.

Al mismo tiempo que declaraba eso, discretamente llevaba su mano a la pantalla de su celular, la desbloqueaba con habilidad y daba enviar el mensaje.

Jack se levantó y fue a su oficina, llevando su celular en la mano y no sin antes darle una mirada al general Appleby, quien se encontraba entre los asistentes y le miraba de forma amenazante.

Le sonrió, burlándose de él y levantó su celular, moviéndolo en sus manos para dejar claro que lo tenía cogido de las pelotas.

Fue a su oficina y se quitó la toga, miró a su celular y contó:

—Cinco, cuatro, tres, dos... —El celular sonó y él sonrió—. Uno.

—FitzGibbons —habló el presidente.

—Señor presidente —dijo el juez y sonrió—. Le di el tiempo de que tuviera su final de campaña. Además, estaba ocupado en el juicio de tu protegido. Por cierto, la joven novata acaba de partirle los ovarios a tu abogada estrella. Como sea, en estos momentos ya un juez de la Corte Suprema ha girado una orden de aprehensión contra ti, irás a una corte por juicio político. No seré el juez, pero mi solo apellido pesará en el jurado, en el juez, y no quedará nada sobre ti. Desde luego, despídete de culminar tu periodo de mandato, de tu reelección y de todo tu poder. Te dije que efectivamente esto no había acabado y yo no iba a esperar a que lastimaras a mis hijos, aunque confieso que el video llegó a mí por mandato divino. La jovencita que mataste te dio la cogida de tu vida.

—No vas a salirte con la tuya —dijo el mandatario.

—Ya lo hice —respondió con seguridad y colgó.

Encendió su televisor y vio los noticieros plagados del escándalo. Sonrió y agradeció que aún contara con muchos contactos, uno de ellos que mataría por una exclusiva y que no temía arriesgar su pellejo en pro de ganar mucho dinero.

Le había enviado el video y este lo lanzó en televisión nacional. En ese momento la mierda se había esparcido por todos lados y no había nada que se pudiera hacer. Los teléfonos de su oficina comenzaron a sonar, su celular y él solo salió sin responder.

—Señoría... —dijo su asistente y este levantó la mano para frenarlo.

—No ahora —ordenó con la mirada sobre ella—. Diles que no estoy, que salí o que no te puedes comunicar conmigo, lo que quieras. Evade las llamadas.

—Sí, señor —contestó la joven.

De inmediato caminó por el pasillo, sintiendo las miradas de todos, quienes seguramente ya habían visto la noticia viralizada.

En el vestíbulo se encontró con Chelsea, la vio hablando con la prensa y sonrió a lo lejos. Le pareció que se desenvolvía con fluidez y que sabía manejar a la prensa.

Por primera vez vio a la mujer como lo que era, una profesional fuera de su capullo. Ya no podía verla como una joven abogada. Ese día, en su corte, Chelsea demostró que era una perra cazadora y que no dejaba muro en pie si se trataba de ganar.

Esperó a que ella terminara de hablar con la prensa para aparecer. No quería que la prensa dejara de prestarle atención solo porque la noticia del presidente lo involucraba, así que esperó hasta que ella terminó de hablar y se dio la vuelta para volver a su oficina.

Mientras la veía caminar, se detuvo una vez más cuando uno de los jueces de distrito se acercó para presentarse. Ella sonrió y Jack pudo ver la emoción en los ojos de la mujer. Se sentía valorada y reconocida, por primera vez, Chelsea se sentía valiosa en una cuna donde los hombres eran lobos rabiosos.

Volvió a sonreír al verla saludar a varios que antes no la miraron ni le prestaron atención, pero que en ese momento la veían como su igual.

—¿Viste a esa chica? —dijo uno de los jueces.

—Sí, fui el juez, tuve que verlo —bromeó y el otro juez sonrió divertido.

—Dicen que acorraló a Appleby y le partió las bolas hasta que confesó —declaró el juez—. No sé cómo es que siempre los juicios divertidos te tocan a ti. A mí me toca siempre un adolescente idiota que robó la tarjeta de crédito de su madre e hizo un lío por toda la ciudad. El presidente del jurado me dijo que fue hábil.

—Sí, lo acorraló fuerte y lo incitó, pero se cuidó muy bien de no caer en el acoso y provocar que la defensa argumentara una confesión forzada —declaró Jack y sonrió—. Es buena, conoce hasta dónde presionar. Confieso que tenía dudas sobre si podría con el caso, pero sin duda me cerró la boca y dejó claro que está lista para pelear contra abogados de la talla de Hidden. Tú conoces a Carolyn, es una maldita psicópata y si no me equivoco, llevaba varios años sin una derrota.

—Sí, así es —dijo el otro juez—. La vi cuando se iba, casi me derriba, iba furiosa. A Randall nadie la veía como buena fiscal, puesto que le daban casos pequeños y solo había tenido un caso grande. Le llamaron suerte de principiante, pero probó que estaba lista para las grandes ligas.

—Lo está, es muy buena —replicó Jack y sonrió.

Se despidieron y caminó hacia la salida donde se encontró de frente a Chelsea. La fiscal se quitó las gafas y observó a Jack, quien le dio una mirada altiva.

—Bien hecho, fiscal Randall —dijo antes de pasar a su lado y seguir su camino a la salida.

Chelsea permaneció de espaldas a Jack por unos segundos y luego lanzó un chillido y dio un saltito, emocionada.

Caminó rumbo a su oficina y se encerró antes de abanicarse el rostro para no llorar.

Siempre quiso el reconocimiento de su trabajo, que vieron que era buena en lo que hacía y nunca le daban la oportunidad de desempeñarse en lo que quería.

Cuando estaba bien con Jack, quería que la respetara no solo como su pareja, como mujer, sino que la reconociera como fiscal y por fin lo había logrado.

Pudo ver la mirada de Jack momentos antes. Estaba orgulloso de su desempeño.

—Lo logré —musitó antes de hacer un puchero de emoción—, pero ya no estamos juntos. No fue así como lo quise, pero supongo que vale lo mismo.

Se limpió las lágrimas y sonrió contenta de lo que había logrado.

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