Capítulo 40

Jack despertó con el sonido de su celular. Era su amigo August, quien quería saber cómo estaba Pipper. El juez se asomó a la habitación destinada para ella y la encontró aún dormida. Tenía el rostro cenizo, pálido y sus labios magullados a causa de los golpes.

Se acercó para ver si tenía una buena temperatura o si respiraba con tranquilidad. Por fortuna, solo parecía dormir perfectamente.

Dio un suspiro cansado y de inmediato le escribió a su amigo para darle un informe de lo que había visto y le informó que aún dormía. Le aseguró que, en cuanto supiera algo más y el doctor llegara para revisarla, le llamaría para decirle cómo seguía.

Después de ver a Pipper, fue a ver a su hija. Todavía dormía. Se acercó a darle un beso y luego fue directamente a la habitación de Chelsea. Ella también dormía, así que solo despertó a la niñera y le pidió que le informara cualquier cosa que pasara con ellas. Luego se dirigió al hombre de seguridad a cargo y le solicitó lo mismo.

Tuvo que ir a casa de su exesposa para saber que ambos estuvieran bien. Al llegar se encontró con su esposa en medio de la visita de oficiales de policía.

—¡Ya le he dicho que mi hijo no sabe nada! —respondió Alice.

—Señora, su hija es mayor de edad y puede responder por sí solo —agregó el agente.

—¡Jack! —dijo su ex al verlo llegar—. Qué bueno que has llegado, estos oficiales han venido a acusar a nuestro hijo.

Jack se giró hacia los oficiales y estos negaron.

—¿Qué sucede? —cuestionó al agente.

—Estamos aquí porque el hijo del presidente fue hallado muerto —respondió el oficial y Jack fingió sorpresa, alzando ambas cejas como si aquello de verdad le alarmara—. Vinimos por su hijo. Tenemos entendido que protagonizó una pelea con él y estábamos por llevarlo a la estación para hacerle unas preguntas.

—¿Tiene una orden? —inquirió con la mirada sobre él.

—No, solo queremos platicar con él al respecto y que nos cuente qué fue lo que pasó aquella noche —replicó el agente al saber de quién se trataba—. No está arrestado, es una simple conversación.

—Entonces vuelva cuando tenga una orden. Si no hay una, no pueden llevarlo a la estación, pueden preguntarle aquí y si mi hijo dijo que no tiene nada que decir, es porque así es. ¿Debo recordarle todo lo que está haciendo mal al respecto y la razón por la cual puedo pedir su suspensión por acoso? —inquirió y el agente se removió incómodo—. Vuelva con una orden si hay suficientes razones para que se la otorguen; si no, busque a un asesino fuera de esta casa. Mi exesposa ya le dijo que mi hijo no tiene nada que decir y que no saldrá de aquí.

—Por supuesto —dijo el policía y, luego de mirar a su compañero y mover la cabeza en señal de aceptación, se despidió y salió de ahí.

—¿Lo mataron? —preguntó su hijo luego de que se fueran y se quedara a solas con su hijo.

—No lo sé —reconoció su padre y trató de calmarlo.

—¿Pero me están culpando? ¿Me llevarán preso? ¿Y si consiguen esa orden? ¡Yo no hice nada! —Su madre lo abrazó tratando de calmarlo y miró a Jack, quien tomó la mano de su hijo y le hizo mirarlo.

—No obtendrán esa orden de arresto —declaró su padre—. Si la consiguen, no te preocupes, la echaré abajo en segundos, solo cálmate y sabes lo que tienes que hacer. No hables con nadie, solo con tu madre y conmigo. Si alguien te presiona, de inmediato pides mi presencia.

—Sí —dijo el joven en respuesta.

Alice miró a Jack antes de hacerle una seña para que hablaran en privado.

—Hijo, ve a tu cuarto, no hables con nadie —pidió su madre—. Si lo haces, puede que esto se enrede más y haya gente haciendo preguntas incómodas. Ya oíste a tu papá, él va a resolverlo.

Jamie obedeció y salió de ahí. Entretanto, el juez caminó en dirección a su despacho, a donde le siguió su exesposa.

La mujer cerró la puerta y le miró como si lo estudiara.

»Llevas la misma ropa de ayer. Te vi en televisión, no lo niegues y, además, te ves cansado. Dime que no lo sabías o no tuviste nada que ver con eso —pidió Alice y suspiró antes de caminar para sentarse.

—¿Me estás acusando de asesinato o de cómplice de uno? —preguntó directamente y ella reconsideró las cosas al verlo molesto—. ¿Por qué me señalas?

—No es eso, Jack —replicó dando un suspiro resignado—. Es solo que... me parece extraño que hayan venido por él, sobre todo sabiendo que es tu hijo. No sé cómo tomarme eso.

—Alice, todos en la universidad sabían que estaba peleado con el hijo del presidente, es evidente que vendrían por él; sin embargo, no pueden pasarse los procesos penales por el culo —remarcó Jack y ella asintió—. Si lo detienen de forma ilegal, el fiscal del caso habrá cavado su tumba y te prometo que cualquiera que toque a mis hijos, va a tener una vida para arrepentirse de haberlo hecho.

—De acuerdo —musitó su ex, un poco más tranquila—. Ahora dime por qué tienes un aspecto tan deplorable. Espero que esta investigación derive a otro sospechoso y que los medios no nombren a mi hijo o le echarán a perder la vida.

—No lo harán, me encargaré de eso —respondió y ella le agradeció.

Jack comenzó a contarle lo que había pasado con Chelsea y su abogada. Alice llevó su mano a la boca para acallar el jadeo que pugnó por salir. Tomó la mano de Jack cuando este terminó de relatar todo lo que había pasado. No obstante, lo vio tan tenso que se disculpó por añadir más presión.

—¿Crees que sea buen momento para llevarme a mi hijo fuera del país? —cuestionó y Jack negó con prontitud.

—Si lo sacas del país, estarás dando una implícita declaración de culpabilidad —añadió en respuesta, al tiempo que su ex se detenía a pensar en que lo que decía Jack, tenía lógica—. Estará bien aquí, de la prensa y de los abogados, me encargo yo. Te aseguro que muy pocos van a querer tomar el caso sabiendo que estaré de por medio. Si llevan a juicio algo y pierden, lo harán de cualquier forma, toda su respetabilidad se irá por el caño. Solo un abogado tonto hará tal cosa. Además, te aseguro que el presidente no permitirá que alguien con tan alto rango en el Tribunal mayor, alguien designado por él, en su gestión, se vea implicado.

—El presidente tal vez está furioso y eso sin contar que quizás ya sepa lo de Jamie y su mujer —replicó Alice y Jack sonrió.

—Me sorprende que creas que incluso él podría simplemente hacerme a un lado —respondió Jack—. Claro que el presidente sabe lo que pasó, vaya a saber cómo le fue en privado a la primera dama, pero en público seguirá siendo el amable esposo que es. Pasa lo mismo conmigo, ¿qué crees que dirán si me saca del cargo o me acusa públicamente después de haber sido él quien me puso donde estoy? ¿Crees que estoy en el cargo solo por gusto? Lo que hizo el presidente fue darme un poder del que seguramente se arrepentirá toda su vida. Soy el único juez en este país que puede llevarlo a un juicio político y sabe que lo haré y sabe que conseguiré las dos terceras partes del senado que necesito para quitarlo de mi camino. No es estúpido, seguro que amaba a su hijo, pero nunca más que a su carrera. La diferencia entre él y yo es que yo forjé mi carrera para defender a mis hijos y no temo lanzarla a la mierda para que se bata. Él forjó su carrera por encima de, inclusive, su familia.
Como sea, por ahora solo queda esperar. De todos modos haré una llamada, iré a casa a cambiarme y luego al trabajo. Asegúrate de que nuestro hijo no salga de la casa por ahora y avísame si algo pasa.

—Así será —mencionó Alice y Jack no esperó más, solo salió de la casa de su familia, dejando las mismas indicaciones que dejó con respecto a Chelsea.

No podía quedarse ahí por mucho tiempo. Tenía que asegurarse de que el presidente no hiciera nada contra sus hijos, así que fue a su oficina en la fiscalía y fingió que nada pasaba. Se detuvo en la recepción en donde observó a su alrededor, tratando de descifrar a todos.

—¡FitzGibbons! —dijo una masculina voz que hizo que se girara a ver de quién se trataba.

—¡Alder! —Saludó a su homólogo con sorpresa—. Tiempo sin verte, que te trae por aquí, creí que estabas en Pensilvania. Eso fue lo último que supe.

—Por error mandaron una documentación mía y vine a recogerla. Enhorabuena por tu nombramiento —mencionó el otro sujeto—. Iba a felicitarte, pero he estado sepultado bajo montañas de trabajo en Filadelfia. Ah, y pensar que me faltan todavía dos años para mi retiro. Ser fiscal es lo peor, además no se gana tan bien como siendo abogado de los malos. Debí ser un despiadado abogado, así mi esposa se habría quedado conmigo, pero no todas son como Alice, que se quedó cuando tu sueldo era miserable.

Jack soltó una risa divertida y palmeó su espalda. Ese hombre le había enseñado mucho en su tiempo juntos, cuando él trabajó en la fiscalía y a ese día, Alder era viejo, estaba encorvado y caminaba lento, pero sin duda, más de uno se orinaría de solo verlo en una corte.

—No, la mayoría prefiere trabajar para firmas importantes porque es ahí donde consigues fama y dinero a raudales, sobre todo rápido —reconoció Jack y sonrió—, pero es siendo fiscal, donde haces los mejores contactos. Supongo que todo depende del cristal donde se vea. Yo elegí ganar por años un sueldo bajo, trabajar mucho y sobre todo enterrarme horas entre múltiples casos, pero valió la pena. Alice, sin duda, lo soportó bien.

—Recuerdo cuando eras fiscal, una bestia —declaró el sujeto y se quedó pensativo—. Me alegra haber estado ahí para decir que te ayudé alguna vez, siempre es bueno ver cómo tus pupilos un día son enormes monstruos. Lo siento, ya estoy viejo.

Jack sonrió.

—¿Cómo te ha ido por allá? —inquirió Jack.

—Bien, hay trabajo siempre, pero es complicado, debo viajar horas a casa porque mi nueva esposa se niega a mudarse —declaró con un suspiro cansado—. Por fortuna tengo un chofer, pero mi viejo trasero se resiente al ir sentado por horas.

—Te comprendo, de la Corte Suprema a casa son más de cuatro horas, también tengo un chofer y también tengo un culo viejo, ya no soy un veinteañero —bromeó el juez mientras su amigo sonrió.

—Supe que tienes una hija —replicó.

—Los chismes vuelan —reconoció Jack pero asintió—. Se llama Chloe y es apenas una niña, pero es hermosa, como su madre.

El anciano le miró y sonrió.

—¿La conozco, a la madre? —inquirió y Jack se encogió de hombros.

—No lo sé, se llama Chelsea, es fiscal —anunció y el hombre hizo memoria.

—Randall, sí la conozco. ¿Es ella, no es así? —Jack movió la cabeza en señal de afirmación—. La he conocido poco, es joven y se abre paso en esto como todos, pero ya veremos. Me alegra que al menos te hayas dado una segunda oportunidad, tal vez un día podamos comer juntos y ponernos al día todos estos años. Por cierto, ¿te enteraste de lo que pasó con el hijo del presidente? Supe que lo mataron en la Casa Blanca, la noticia le ha dado la vuelta al mundo. Se habla de que el país no es seguro ni para el presidente, de que ya no nos teme nadie, ya sabes, amarillismo y se cree que fueron rusos o se menciona terrorismo del medio oriente.

—Sí, acabo de enterarme de camino aquí. Más tarde visitaré al presidente para ver cómo está y ponerme a sus órdenes —se burló y el otro hombre dio un suspiro—. Su hijo no era muy amigo del mío, tuvieron una pelea, de hecho, pero eso no cambia que el presidente y yo, colaboramos. —El hombre asintió—. Es una pena lo que pasó. —Volvió a mirar por el rabillo del ojo y continuó su conversación.

—Se habla hasta de un posible complot de su propia gente y nadie sabe por qué las fuerzas federales no recibieron información. No solo eso, escuché que no hay rastro de los videos de seguridad —mencionó el fiscal con un tono bajo mientras Jack escuchaba atento—. Ojalá encuentren al culpable. No le di mi voto y a decir verdad, no me agrada el presidente, pero... de eso a desearle mal.

—Totalmente —respondió el juez y de pronto se vio despidiéndose del hombre mayor, intentando llevarlo hasta su auto, pero el anciano negó y se puso rebelde.

Jack permaneció de pie y de reojo miró de nuevo antes de darse la vuelta al ver la mujer que pasó a su lado.

Caminó con rapidez y al verla subirse al ascensor, corrió e impidió que las puertas se cerraran. Se adentró en el elevador con ella y se paró a su lado.

—¿Qué buscas? —inquirió y la chica se giró.

—Disculpe —preguntó nerviosa.

—Pasaste tres veces frente a mí, en cada una me mirabas como esperando que te prestara atención, así que dime, ¿qué es lo que quieres? —cuestionó Jack. La observó con atención y al verla mirar a todos lados, buscando una salida, suspiró. Presionó el botón de detención del ascensor y bloqueó el paso a la joven al panel de mando para que hablara—. No voy a preguntarlo de nuevo, será mejor que me digas que es lo que quieres.

—No sé de lo que habla, solo buscaba a mi compañera —mencionó, pero Jack no era tonto. Se fijó que llevaba una gorra, que en su pecho no había un gafete de identificación y que estaba muy nerviosa—. No la encontré y por eso iba a subir a buscarla.

—La mensajería se deja en la recepción, hay personal que se encarga de llevarla a todos los pisos, ¿por qué tu compañera pasaría hasta otros pisos sin que seguridad le cuestione? —Volvió a preguntar y sonrió con maldad, aunque se dio cuenta de que ella todo el tiempo mantuvo la cara baja—. ¿Por qué tú lo estás haciendo también?

La joven suspiró y apenas levantando la vista, señaló la cámara. Jack entendió y se dispuso a reanudar el ascensor. No obstante, la voz afuera le hizo prestar atención.

—¿Están todos bien? —preguntó la voz del técnico desde afuera.

—Me disculpo, acabo de darme cuenta de que me recargué sobre el panel de seguridad y activé el botón de stop por error —mintió Jack desde dentro—. Ya lo reanudo.

—Perfecto. —Escuchó que dijo el hombre y de inmediato, Jack reanudó el recorrido del elevador. No obstante, se apresuró a pulsar el botón que lo llevaría al piso de su despacho. La joven guardó silencio y más adelante subieron otras personas mientras ambos se mantenían cada uno en una esquina pero él estaba al tanto de que no huyera.

Cuando el elevador se detuvo, no dudó un segundo en bajar y ella, aunque dubitativa, también lo hizo.

La mujer caminó detrás de él hasta verlo adentrarse en una de las oficinas. También entró al ver que dejó la puerta abierta. Su corazón latía acelerado, pero se adentró. Jack cerró la puerta de inmediato y de inmediato fue a su escritorio y pulsó el mando para cerrar sus persianas.

—Empecemos por lo primero, ¿quién demonios eres? —cuestionó a la joven y esta solo tragó grueso—. Una vez que me lo digas, exijo que me digas qué quieres.

—Me llamo Elizabeth Thompson —declaró la chica—. Lo estaba mirando porque no sabía si era seguro hablar con usted. No era mi intención en absoluto, solo quería traerle esto, pero se lo iba a dejar debajo de su puerta.

Sacó del bolsillo de su mono de la compañía de mensajería, un celular y se lo entregó.

Jack observó el objeto que la joven tenía en sus manos, pero no lo recibió de inmediato. Antes fue a su escritorio y sacó una bolsa de seguridad para evidencias y le pidió que la echara dentro.

—¿Qué es eso? —preguntó un tanto confundido y frunció el ceño cuando la chica comenzó a llorar.

—La razón por la que mataron a mi hermana, Melissa —declaró limpiándose las lágrimas—. No tiene contraseña. Vea el último video.

—Ya, lo siento, pero yo no tomo casos. En realidad, ya no soy abogado, pero puedo derivarte con algunos...

—Ella iba a darle eso —interrumpió la joven—. Trabajaba en la compañía de mensajería. Esta es su ropa. Hace unas semanas fue a la corte de arraigo, algo así, no estoy del todo segura de dónde ocurrió todo. Iba a entregar un paquete, pero en su celular tiene un sistema de verificación. Debe tomarse una foto a la entrada de cada edificio de entrega en su ruta, también escanear la entrega en ese momento. Por error, activó la cámara de video de su sensor de verificación. Estaba conectado a su celular por aquello de la verificación o el GPS; no lo sé, solo puedo afirmar con seguridad que, mientras lo hacía, grabó una conversación entre dos hombres que decían algo grave sobre usted.

Jack frunció el ceño y miró a la joven con atención.

—¿Sabes de lo que se trata? —La joven negó.

»Fue descubierta escuchando y aunque se excusó y fingió que no pasó nada, lo cierto fue que no la dejaron en paz desde entonces. —Elizabeth aseguró mortificada—. Dijo que siempre había hombres fuera de su casa, que la seguían a todos lados y que se sentía acosada y temerosa. Todo me lo dijo por teléfono, así que ella me envió el celular por correo a través de su compañera y me dejó una carta en la que decía que se sentía en peligro. Esta nota, no dice mucho pero deja claro lo asustada que estaba.

El juez leyó la nota en la que ella le pedía que no se comunicara a su teléfono, que le escribiera al teléfono de su compañera.

—¿Le llamaste? —inquirió FitzGibbons y ella asintió con seguridad.

—También le escribí a ambas, pero no obtuve respuesta y unos días después la Policía llegó para decirme que mi hermana se suicidó —mencionó la joven mientras el juez suspiraba—. Sé que no se suicidaría, por eso me pidió que le llamara al número de su amiga, pero cuando pregunté en la compañía de seguridad, me dijeron que había renunciado. Fui a su departamento, pero no falta nada y no encontré algo que me diera una pista.

—¿Por qué me das la grabación? —inquirió el juez.

—Ella me la envió por algo, era muy correcta y seguro que sabía que iban a matarla, así que hizo lo que tenía que hacer para que valiera la pena —confesó la joven de forma determinante—. Tengo una hija, solo ayúdeme a ir a donde no me encuentren. No le pido que encuentre a su asesino, solo que me ayude a irme lejos. Toda la justicia que obtendré por ella será que ese video sirva de algo.

Jack suspiró y asintió.

Sacó de su cartera todo el efectivo que poseía y fue a su caja fuerte de donde sacó también lo que guardaba ahí. Le dio un celular desechable y suspiró antes de mirar a la chica.

—Ve al hotel Riu. Tengo una reservación permanente en ese lugar, solo menciona mi nombre. Es seguro que me llamarán para confirmar. Hospédate esta noche, enviaré a alguien de seguridad contigo y por la noche tendré un pasaje para que salgas del país. Te lo harán llegar y te llevarán hasta asegurarse de que estés fuera de peligro —respondió el hombre mientras ella asentía agradeciendo que la ayudara—. Veré de qué se trata el video y te prometo que daré prioridad a tus demandas.

La mujer agradeció y el juez tomó su celular para llamar a uno de sus hombres de seguridad, quien de inmediato estuvo ahí y acató las órdenes de Jack.

Apenas un par de minutos después estaba solo, así que sacó un pañuelo para tomar el celular, buscó el video y lo envió a su teléfono antes de volver a guardar el teléfono de la chica.

Se sentó y reprodujo el video.

Sus ojos se abrieron al ver a los tres participantes.

—Kempler, Appleby y el presidente, qué novedad —dijo al ver a los tres hombres hablar, aunque admitía que le sorprendía ver al antiguo jefe de Chelsea, al mentor de la joven—. Kempler.

«—¿Por qué todavía mi hijo sigue arrestado y no ha sido enviado a la corte marcial? —inquirió Charles Appleby—. Esa pequeña puta está causando más problemas de los necesarios. Fuiste tú, Kempler, quien dijo que la perra de Randall no causaría enredos y ahí está, ahora se niega a soltar el caso.

—No creí que se aferrara —declaró Kempler y se removió incómodo.

—¿¡Y por qué diablos pusieron a FitzGibbons!? ¿¡No se supone que ya no debería estar en esta maldita corte!? —exclamó Appleby y el presidente levantó la mano para calmarlo.

—No grites —advirtió el mandatario—. No te preocupes por Jack, yo mismo lo puse ahí y lo tengo controlado. Sin importar lo que haga esa mujercita de mierda, FitzGibbons va a declarar juicio nulo. Me encargaré de que lo haga, lo visitaré pronto y le daré instrucciones.

—¿Qué hay si no acata esas instrucciones? —inquirió Kempler—. Jack es como un perro salvaje; es difícil de dominar.

—Tengo todo preparado, tendrá que cooperar o me encargaré de su puta, también de su bastarda, y por ahí he conseguido cosas para que podamos inculparlo en algunos delitos muy graves, de lo que no podrá salir ni con la ayuda de Dios. No tendrá opción, o está de nuestro lado o está en nuestra contra.

—Señor presidente, FitzGibbons no es la clase de hombre que va a hacer algo nada más porque se lo ordenan, creo que peca de ingenuidad —declaró Kempler y sonrió—, pero si cree que lo tienen controlado, confiaré en usted.

—Yo lo controlo todo —respondió divertido—. Después de esto, no habrá cabida para Levenseller en el despacho oval. Su amigo, el fuerte FitzGibbons en un escándalo y usaremos sus fotos comiendo juntos para filtrarlas y provocaremos que se baje de la contienda. Si no lo hace, de todos modos tenemos listo a un francotirador para su cierre de campaña.

—¿Qué hay si nada sale como esperamos? —inquirió Appleby, visiblemente frustrado—. Ya intentaste matar al juez y mataste al equivocado. ¿Debo recordarle, señor presidente, que murió un abogado que no tenía nada que ver con esto? El plan falló; sacarlo de su cargo no es una opción. Atraeremos a la prensa y tendremos encima a todos esos revolucionarios con las letras que dirán cualquier cosa y harán caer el escándalo encima de usted. Actuemos con cautela».

Un sonido se escuchó y los tres hombres voltearon a la entrada, donde apareció Melissa.

El video continuó mientras ella trataba de explicar sobre lo que estaba haciendo. Le increparon tanto que la pusieron nerviosa y la pobre mujer terminó tartamudeando, pero logró contenerse y dijo no haber escuchado nada.

El video terminaba con Melissa saliendo a prisa de aquel cerrado espacio y Jack sonrió al ver el video.

—Bien hecho, chica. Te prometo que cuidaré de tu hermana —musitó el juez y de inmediato comenzó a hacer llamadas para asegurar que Elizabeth estuviese esa misma noche fuera del camino de sus enemigos. Llamó a Chase, quien le dijo que lo vería en una cafetería cercana en media hora.

Se apresuró a salir de ahí y de inmediato condujo hasta la dirección que Chase le dio.

En cuanto llegó, buscó a Chase entre las mesas pero no la encontró. Sin embargo, una mujer al fondo le hizo una llamada con la mano y él frunció el ceño, caminó hasta la rubia y se sentó frente a ella.

—¿Quién eres tú? —inquirió y la mujer sonrió con suficiencia.

—Aquí tienes lo que pediste, soy rápida —declaró entregando un pasaporte y también una cuenta—. Hay dinero para vivir algunos meses, un poco de algunos ricos que no podrán rastrear. Como sea, un helicóptero Westwood esperará por ella; ahí terminas tú. A partir de entonces Bastian se encargará.

—¿Por qué no vino Chase? —inquirió.

—Me voy, FitzGibbons —declaró la rubia y sonrió—. Salúdame a Chelsea y a Chloe.

—¿Chase? —preguntó confuso y la mujer volvió a sonreír—. ¡Qué demonios!

—Te sorprendería saber cuántas personas diferentes soy en una —dijo Chase y sonrió divertida—. Ese es mi secreto más preciado y te lo cuento, porque jamás podrás verme así de nuevo, o tal vez sí, o tal vez no. Esa es la magia de mi hermano. El hombre entre los hombres. El verdadero todopoderoso. No lo olvides.

—¿Qué diablos eres? —preguntó Jack—. Un maldito extraterrestre.

—Desde luego —bromeó Chase—. Te veré otro día, debo buscar un hombre apuesto que cumpla con mis expectativas para esta noche y me preñe para traer muchos E.T. al mundo.

El juez sonrió y agradeció la información antes de verla irse.

—Hermanos locos —musitó mientras pagaba la cuenta y se iba rumbo al departamento de seguridad para ver cómo estaba Chelsea. Sin embargo, al llegar, el doctor le dijo que dormía de nuevo.

—¿Las dos duermen? —inquirió y el hombre afirmó con un movimiento de cabeza—. ¿Por qué duermen tanto?

—Su cuerpo busca reponerse. Es la naturaleza humana —declaró el médico en cuestión—. En el caso de la señora Pipper, perdió sangre y su cuerpo es más débil que el de la señora Chelsea, pero ambas se recuperan. Cada una saldrá de su estado. Le aseguro que todo estará bien.

—Bien —dijo Jack en respuesta y escuchó atento las indicaciones del doctor.

Cuando se fue, se acercó a su hija, y la abrazó, entregándole un chocolate que llevaba en el carro días atrás. Le dijo que su mamá estaba enferma pero se recuperaba y agradeció a la niñera por hacerse cargo de la niña en ausencia de Chelsea.

Pasó horas con Chloe, le contó historias, jugó con ella, almorzó con la niña y se mantuvo abrazándola hasta que fue hora de su baño y luego tomó una siesta.

Observó su rostro mientras dormía y sonrió al verla tan parecida a él. Aunque en su opinión, Chloe tenía la sonrisa de Chelsea y su hermoso cabello ondulado. Su hija era preciosa.

Acarició su cabello y le dio un beso en la frente antes de salir de la habitación y dejarla a cargo de su niñera.

Luego fue a la habitación de Pipper, se cercioró de que todo estuviera bien con ella y llamó a su amigo August para darle un reporte. Le dijo todo lo que el doctor le había asegurado y su amigo le confesó que volvería hasta el día siguiente a la ciudad.

Hablaron por largo rato en el que trató de calmar a su amigo, pero este parecía realmente alarmado.

Finalmente, fue a la habitación de Chelsea. Estaba anocheciendo cuando entró y cerró la puerta tras de él. Se acercó a la cama y se sentó a un lado de ella. Observó su cara, no se veía tan mal, su piel comenzaba a deshincharse un poco, aunque aún lucía amoratado.

Suspiró y de forma inconsciente acercó su mano al rostro de Chelsea. Le acarició las mejillas y acomodó su cabello para descubrirle la cara; no obstante, al verla removerse, se apartó y salió de ahí de inmediato.

De nuevo dejó a cargo a la seguridad y enfiló a su departamento para cambiarse la ropa y salir de nuevo. Se sintió agotado. En todo el día no había tenido un solo minuto para sentirse cómodo, pero no era momento de hacerlo, no cuando toda la protección de sus hijos dependía de que él siguiera en pie.

Su arribo al lugar destinado esa noche, hizo que fuera fotografiado por toda la prensa del país, corresponsales extranjeros y alguno que otro independiente. Justo como esperó.

Entró a la Casa Blanca sin que nadie lo detuviera. Sabía que no lo harían. No cuando bien podría provocar que lo arresten por planear la muerte de un candidato a la presidencia, más bien al potencial ganador de la contienda.

Por su parte, el presidente recibió el abrazo de pésame del vicepresidente, quien estaba a cargo del país en ese momento. Agradeció las palabras de aliento y su esposa hizo lo mismo.

El rostro de la primera dama era irreconocible por los golpes recibidos, pero se negó a quedarse en cama y faltar al velorio de su hijo. A pesar de todo, no dejaba de ser una madre que lloraba la muerte de su hijo.

En algún momento, después de ver a su hijo morir frente a ella, se preguntó si era su culpa. Después de todo, ella fue quien se acostó con James FitzGibbons. Si no lo hubiese hecho, el presidente no habría visto al juez como una amenaza y este no hubiera respondido al ataque.

La amenaza que le hizo Jack en aquel hotel fue cumplida. Le había dicho que los golpes fueron una advertencia y después lo mataría. Y lo mató.

Lo odiaba, lo odiaba porque era el clásico hombre de dinero que podía influir incluso en la política. Esos hombres eran los peores, los millonarios que movían el mundo. FitzGibbons posiblemente no moviera el mundo, pero tenía secretos guardados que no convenían a sus víctimas y que hacía que movieran el mundo para él.

Jack era la clase de hombre que sabía cómo destruir con solo soltar la lengua. Inteligente y astuto.

El sonido de los pasos hizo que tanto ella como su esposo se giraran a la entrada. La mandíbula de la mujer se tensó al ver a Jack enfundado en un traje negro y zapatos brillantes, perfectamente arreglado para ir a un velorio.

Se acercó a ella primero y la miró a los ojos mientras todos los presentes estaban atentos a su interacción.

—Lamento su pérdida, señora Kingston —dijo en voz no tan alta y se acercó para darle un abrazo de pésame. El más descarado que había visto.

La mirada de advertencia del presidente hizo que ella levantara los brazos para devolver el abrazo y tuvo que soportar las arcadas que le sobrevinieron.

El juez se apartó y se acercó al presidente.

»Siento mucho la muerte de su muchacho, señor presidente. —Volvió a decir con un tono mesurado y sin apartar la vista del hombre—. Espero que encuentren al asesino y le caiga todo el peso de la ley. También lamento que haya perdido a tantos honorables servidores del servicio secreto.

El mandatario tensó la mandíbula ante la burla, pero se controló y aceptó el abrazo de Jack.

—Esto no se ha terminado, Jack —dijo el presidente, apretando fuerte al juez y este devolvió el apretón.

—Desde luego que lo sé, estimado presidente —se burló Jack—. Aún tengo mi golpe final.

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Comenzamos, hermanas. A lo largo del día estaré subiendo para que no se les acumulen dado que son muy largos. No se olviden de Votar, comentar que os parece la trama y seguirme.

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