Capítulo 39

Por su parte, Chelsea despidió en la puerta a la niñera luego de que esta le dijera que la niña ya se había bañado y estaba durmiendo la siesta. Agradeció y la dejó ir antes de mirar su reloj.

Faltaba poco para las seis y la seguridad que dijo Jack no llegaba, así que pensó en llamarle para decirle que iría a casa de Pipper.

No quería dejarla sola en ese momento, pero como su hija aún dormía, decidió esperar para irse. Le escribió a su amiga y esta respondió de inmediato que estaba todo bien.

Esperó durante varios minutos y luego de eso, escuchó el sonido del timbre. Supuso que eran los agentes, así que se paró y fue a la puerta para abrir.

Se sorprendió al ver de quién se trataba y el sujeto le sonrió con suficiencia, como si se supiera ganador desde antes de empezar.

—Bien hecho, fiscal Randall —dijo el recién llegado al mismo tiempo que Chelsea fijaba su atención en los dos hombres que le acompañaban y estaban custodiándole—. Parece que es muy buena investigando.

—¿A qué debo el honor de su visita, señor presidente? —inquirió nerviosa y trató de fingir que no lo estaba.

—Los dos sabemos a qué se debe —contestó el mandatario, con aire seco y molesto—. Las explicaciones están de más, pero digamos que ahora no la veo tan valiente sin la protección del juez FitzGibbons, tampoco es que él fuese un rival para mí, ¿no lo cree?

Chelsea retrocedió al ver a los hombres dirigirse hacia ella, a sabiendas de cuáles eran sus intenciones.

—Creo que podemos hablar en otro momento —respondió e intentó cerrar la puerta, pero uno de los agentes de, quien ella supuso, el servicio secreto, se apresuró a empujar la puerta e ingresó lanzándola al piso con la brutalidad con la que ejerció fuerza.

La fiscal se levantó e intentó poner distancia e ir a la habitación de la niña para encerrarse y llamar a la policía, pero fue sujetada por el cabello por otro de ellos, quien la arrastró hasta colocarla frente al presidente.

—Nunca debes meterte en asuntos que no te conciernen —dijo el hombre con un deje de maldad—. No sé de dónde obtuviste la información de lo de mi esposa con el hijo de FitzGibbons, tampoco sé cómo supiste que iba a matarlo y que fui el autor del atentado en su contra, pero me da igual, tengo la certeza de que fuiste tú quien consiguió esa información y es todo lo que importa para mí, así que será mejor que me digas quién te dio esa información.

—¿Por qué cree que un fiscal revelaría su fuente? —inquirió Chelsea, recordando que Chase le dijo que podía pasar justo eso, que alguien quisiera saberlo y también le hizo saber que podía revelarlo.

—Porque si no me lo dices, me encargaré de que tu vida sea un infierno, la tuya y la de Jack, también la vida de tu engendro —replicó el hombre antes de darle una mirada a los agentes que le acompañaban—. ¿Sabes lo fácil que para mí ha sido disfrazarme esta noche y venir aquí?

—De todos modos vas a matarme en algún momento, ¿no es así? —preguntó la fiscal, luchando desesperadamente por mantener la calma—. La gente como tú no tiene escrúpulos.

—Así es, por algo estamos en el poder —ironizó el presidente—. Nunca debiste meterte en mis asuntos, solo... solo tenías que dejar que lo matara. Tu injerencia solo hizo que FitzGibbons estuviera en el ojo público, ahora no puedo matarlo sin que los medios cuestionen por qué lo atacan después de que lo nombré presidente del gran congreso. Siempre habrá alguien que se lo pregunte y terminaré tarde o temprano en los cuestionamientos. Eres una estúpida. ¿Qué esperas de él? No eres ni serás nunca nada más que la puta que le abrió las piernas y como tú, hay muchas deseosas de poder y capaz de todo por hacerse con la gracia del juez.

—Fue un hacker apodado la cobra, no lo vi en persona, solo conseguí sus datos con alguien que recibió un servicio, así —mintió siguiendo el guion Chase le había dado—. Es así como trabaja, no se muestra, uno paga, espera y recibe.

—Dame sus datos —pidió el presidente y ella fue a uno de los cajones para sacar la tarjeta que la misma Chase le dio y se la entregó.

—Así que es un hombre que dices nunca viste en realidad —dijo el presidente, más para sí mismo.

—Todo fue por teléfono —respondió y él entrecerró los ojos—. Nadie lo conoce, al menos nadie que yo sepa, pero al finalizar el trabajo, envía esa tarjeta y da ese número de teléfono para que lo contactemos más rápido y debemos usar esa clave, antes de eso, siempre es al correo que viene ahí.

El presidente le dio la tarjeta a uno de los hombres, la miró y luego al otro sujeto antes de hacerle una seña.

—Encárgate de ella —ordenó con una sonrisa de suficiencia—. Enséñale el castigo premonitorio. Que sepa lo que va a pasarle más adelante si se mete de nuevo en mis asuntos.

Se dio la vuelta, seguido de uno de los agentes y entretanto ya último agente se quedó dentro del departamento y antes de que pudiera decir algo, recibió un puñetazo que la envió al suelo y aunque le dolió lo indecible, no gritó para no despertar a su hija temiendo que le hicieran daño.

Recibió una patada tras otra, fue obligada a ponerse de pie y recibió puñetazos en el abdomen que le sacaron el aire, pero ella no gritó, soportó en silencio mientras el dolor y la sangre comenzaban a brotar, tanto de su boca como de su nariz.

Recibió una paliza que la dejó tirada sin poder incorporarse incluso después de que el sujeto se fue. Solo duró unos minutos, pero se sintió como una eternidad y ella permaneció en el suelo hasta que, por el dolor, comenzó a perder la consciencia.

Sintió que alguien le hablaba y miró un desconocido rostro que la tomó en brazos antes de que se desmayara. No supo qué pasó después, pero cuando abrió los ojos, estaba en su cama con tres hombres ahí dentro y con Jack, quien abrazaba a Chloe y le decía algo mientras la niña comía una golosina.

Intentó incorporarse y el dolor la hizo chillar, así que tuvo que quedarse quieta mientras uno de los masculinos le pedía que continuara acostada.

El otro hombre fue hacia el pasillo, llevándose a la niña con él.

—¿Chloe está bien? —preguntó Chelsea al borde del llanto luego de que los tres hombres salieran y la dejaran con el juez.

—Sí —respondió Jack y ella asintió antes de verlo acercarse, sentarse en la cama y tomar su mano—. El doctor dijo que no hay huesos rotos, pero sí golpes severos, de un profesional.

—Fue un agente del presidente —respondió y él asintió—. Dijo que va a matarte.

Sus llorosos ojos intentaron no derramar las lágrimas que pugnaban por salir.

—Lo sé, vi las cámaras de seguridad —remarcó Jack mientras ella le miraba asustada—. Fue una advertencia, por eso, en teoría, no te lastimaron tanto, es la forma en la que intenta controlarme, pero no te preocupes, lo solucionaré.

—Tal vez solo deberías alejarte —mencionó Chelsea—. Mi hija está de por medio y no sé lo que hiciste para que se diera cuenta de que sabías que él fue quien ordenó tu atentado, pero...

—Respondió un ataque que hice —declaró refiriéndose al hijo del presidente, al que mandó a recibir una tunda—. Me encargaré, entre tanto, hay siete hombres afuera que cuidarán de ustedes dos, ¿de acuerdo? No irás a ningún lado sola, Chloe no irá a ningún sitio sin ellos y desde luego, todo, absolutamente todo, será supervisado por esos hombres. Un departamento seguro está dispuesto para ambas, no está sujeto a discusión, tiene cristales antibalas y puerta de seguridad, así como salida de emergencia secreta. Necesito que te mudes hoy mismo. Tus cosas fueron llevadas, las más urgentes. Si necesitas algo, solo pídeselas y ellos vendrán a traerlo, pero te irás esta misma noche. También llevaré a la niñera, le he llamado y ha aceptado mudarse con ustedes, necesito que te ayude con la niña. Ahora, te llevarán en un auto blindado y seguro al nuevo departamento.

—Pero...

No terminó, puesto que Jack ya había salido del lugar y pronto fue llevada al carro por los agentes.

Ya no vio a Jack, ni su auto, y al llegar al nuevo departamento, bastante cerca de la fiscalía, tampoco lo vio, pero fue recibida por la niñera, quien la ayudó a ir a la cama y recibió instrucciones de los hombres para los cuidados.

Preguntó por el juez, pero le dijeron que ya se había ido, así que se sintió enfadada, aunque no lo externó porque ni ella misma comprendía las razones del porqué.

Un poco después, recordó que vería a su amiga y le llamó, explicándole lo que había pasado y la otra se mostró consternada, llorosa, diciéndole que iba para allá, aunque Chelsea le explicó que estaba en otro lugar y le dio la dirección.

Apenas unos minutos después, su amiga Pipper arribó, estaba desaliñada, con el pelo revuelto, llorosa y con los brazos amoratados.

Supo que también había sido atacada.

—Me preguntaron sobre Chase —musitó en cuanto la vio en la entrada—. Venía de la farmacia y esos hombres estaban en la entrada, intentaron arrastrarme dentro, pero corrí y me atraparon en las escaleras, así que me golpearon y tironearon, pero cuando los vecinos salieron, ellos huyeron.

Chelsea se acercó a abrazarla y la hizo pasar antes de pedirle a uno de los hombres que llamara a un médico, sobre todo al ver que su entrepierna sangraba.

Los hombres se apresuraron a llamarle a Jack para explicarle la situación y luego de que la recostara en la cama, le pidió que descansara.

—Estás sangrando —dijo Chelsea, pero ella parecía estar en shock, así que decidió llamar a Jack para decirle que necesitaba un médico urgente o debería ir a un hospital, así que de inmediato él le dijo que estaba enviando de nuevo al doctor y él iría en cuanto pudiera.

Chelsea no pudo decir nada más, puesto que escuchó a su amiga jadear de dolor y solo pensó en que todo ese asunto estaba arrastrando gente inocente y también pensaba en el peligro que estaba su hija.

Por su parte, Jack arribó a la reunión con el contratista, Christian Schneider, un hombre que Chase recomendó a ojos cerrados, diciéndole que era el entrenador de los hombres de seguridad de su hermano Bastian y eran mejores que ningún otro grupo de élite. En resumen, eran invencibles.

—Tus hombres debieron estar ahí a la hora exacta —dijo enfadado mientras el otro suspiraba y tomaba asiento frente a él.

—Surgió un contratiempo en el vuelo, las turbulencias aparecieron de la nada, debo decir que no controlamos el clima, por mucho que quisiéramos hacerlo —respondió el sujeto y pidió un café en el lugar—. No volverá a pasar. Chase me recomendó por algo y le aseguro que ningún agente, de ningún nefasto gobierno, puede contra un Corvus. Mis agentes son especiales, entrenados por mí y absolutamente todos pertenecen a Bastian Westwood, son infalibles; si se nos da una misión, no fallamos; si nos pide acabar con una amenaza, no descansamos hasta lograrlo y por ahora estamos a su servicio por pedido de Chase, solo díganos lo que quiere y haremos que suceda.

—Quiero que entres a la Casa Blanca, me metas hasta el dormitorio del presidente si es preciso y lo dejes sin agentes mientras yo hablo civilizadamente con él, ¿crees que puedas? —inquirió con ironía.

—¿Quiere que seamos ruidosos o quiere que en absoluta discreción? —inquirió Christian—. ¿Esta noche o después? ¿Quiere una visita silenciosa o una verdadera carnicería? Si me dice que sin sobrevivientes, no hay problema.

—¿Crees que puedes pasar a todo el servicio secreto con solo siete hombres? —inquirió incrédulo—. Solo encuentra la forma de que me acerque a él sin que le rodee la mitad del país.

—Podría meterlo hasta el baño de la habitación del presidente con solo uno de mis hombres —prometió Christian, con evidente seguridad—. Solo deme la orden.

—Esta noche —dijo Jack, aun poniéndolo en duda—. Quiero ver al presidente de frente.

Christian sonrió y asintió.

—Solo deme un par de horas para organizar quién se quedará y quién se va con nosotros —respondió mientras Jack, le prestaba toda su atención—. Si quieres que cuidemos de tu hija y lo que sea que esa mujer es para ti, entonces debes confiar en nosotros.

—De acuerdo —respondió el juez.

Se levantó y salió de ahí para ir de vuelta al departamento, llamó a su amigo August para contarle y este se mostró interesado.

Sin embargo, no dio pormenores dado que ya no tenía tanta batería en el celular.

El tráfico se le hizo pesado, pero al llegar, vio el auto de su amigo frenar de golpe frente al edificio y bajar con todo un séquito de seguridad. Le miró con curiosidad y levantó la mano a sus agentes cuando estos se colocaron en posición de defensa.

—Es mi amigo, ellos son su seguridad —añadió y todo mundo se relajó. Luego observó a Levenseller y le hizo la importante pregunta—. ¿Qué haces aquí?

—Dijiste que Pipper estaba aquí —respondió el candidato y un ujum salió de los labios de Jack, quien frunció el ceño por unos segundos antes de abrir los ojos al comprender.

—Así que es ella —respondió el juez, pero su amigo no agregó nada más y terminó suspirando antes de darle una palmada en la espalda—. Menuda liada en la que estás. Vamos arriba, yo no sé más de lo que Chelsea me dijo por teléfono.

Se adentraron al departamento cuando el doctor salía de la habitación y les daba una mirada.

—Las dos están dormidas. La señora Randall, duerme por los medicamentos que ha tomado, su cuerpo intenta recuperarse y la otra mujer, la señora Green, me temo que la situación es algo complicada, estaba embarazada y...

—¿Estaba? —inquirió August y Jack apretó los labios antes de girarse a verle.

—Ya no había nada que hacer —remarcó el doctor—. No sé cómo fue capaz de venir aquí con todo el dolor que sentía y el sangrado. Ya no podía detenerlo y bueno, ahora ella descansa para recuperarse.

—¿Estará bien? —preguntó el aún candidato a la presidencia.

—Lo estará, tiene golpes y moretones por todos lados, hay una bota marcada en su espalda —anunció el doctor—, pero estará bien con un poco de descanso, ambas lo estarán. Por ahora no tiene caso que se queden aquí, el medicamento hará que despierten hasta mañana.

—Gracias, lo acompañaré a la salida —dijo Jack antes de sacar su chequera y pagar más que bien el servicio y desde luego también el silencio del doctor, quien prometió llegar la mañana siguiente o antes si algo ocurría.

Una vez a solas, no pudo hablar con su amigo, puesto que Christian arribó y le observó con determinación.

Con una sola seña, el juez supo que estaba todo listo para su plan, así que salieron de ahí a toda prisa, no sin antes despedirse de su amigo.

—Por favor, quédate aquí, yo... necesito arreglar algo con el presidente —declaró mientras August apretaba los dientes—. Tendrás tu turno, justo ahora su pelea es conmigo. Por favor, avísame si hay algún cambio, volveré en cuanto pueda.

—Debo viajar en un par de horas —mencionó Levenseller—. Vine por lo que me dijiste, pero no puedo posponerlo.

—Entonces ve —dijo el juez—. No sé lo que pasa entre ustedes, pero... si debes irte, ve. Supongo que nada puede empeorar. Yo volveré después.

—Juro que mataré al maldito presidente —dijo August y Jack sonrió.

—Revívelo después de que yo lo mate y lo matas de nuevo —replicó el juez.

Se dio la vuelta y caminó a la salida después de detenerse solo para darle indicaciones a la niñera, quien aseguró que ya había dado algo de cenar a la niña y dormía.

Jack salió de la casa cuando Christian le dio una mirada ansiosa y ambos salieron de ahí rumbo a la salida. Mientras avanzaban, el contratista se giró a verlo.

—¿Sabe una cosa? —cuestionó el hombre antes de girarse a mirarle—. Si quiere ser más poderoso que cualquiera, debe hacerse respetar. Si retrocede, será la burla; si ataca y vence, será el hombre que no puedan tocar.

—Lo sé, ¿por qué crees que vamos a la Casa Blanca? —inquirió el juez—. ¿Crees que iré a besarle los pies y a pedirle que se detenga? Eso solo empeoraría las cosas y en años... en muchos años, yo jamás me he arrodillado ante nadie, no ha de ser ese tipo el primero en lograrlo.

Jack escuchó el sonido de su celular y miró el nombre de Carolyn en la pantalla. No obstante, lo apagó.

—Hoy hablé con Chase —dijo en el camino, después de un prolongado silencio y mientras los veía colocarse los guantes y pasamontañas dentro de la camioneta—. Dijo que son invencibles y forman parte de un proyecto de su hermano. Nunca mencionó eso cuando hablamos la primera vez y los sugirió como servicio de seguridad.

—No somos un servicio de seguridad. Somos el servicio de seguridad de Bastian Weswood, servimos y lo protegemos a él, a su hermana y a cualquiera que se nos solicite por orden de él —añadió Christian—. Yo soy un veterano que entreno a sus Corvus, si estamos aquí es porque Chase le pidió a su hermano un favor y mi jefe no le niega nada a esa mujer.

—Dime algo, ¿Bastian tiene una esposa? —inquirió curioso y el otro se encogió de hombros.

Por supuesto, Jack deseaba saber por qué Westwood estaba ayudando a Chelsea de forma tan diligente.

—Ningún Corvus relevará nada sobre él —declaró Christian, con seguridad—. Puede que la gente sospeche cosas, que tú sospeches algo después de hoy, pero nunca de nuestra boca saldrá información por irrelevante que sea. No es que a mi jefe le importe que se hable o se sospeche, le da igual en realidad, lo cierto es que él dice que lo que frena a la gente es el miedo y, le gusta que le teman.

—Eso no responde mi pregunta —añadió el juez y le observó con atención.

—Como dije, no revelamos información de él —replicó mientras Jack trataba de entender a lo que se refería con lo del miedo.

Sin embargo, la llegada a las cercanías de la Casa Blanca hizo que se concentrara en ello.

Christian habló y luego de eso, apenas un puñado de hombres bajó con sigilo, pidiéndole que se quedara en el auto.

Se acercaron a la entrada principal, donde fueron recibidos por una ráfaga de disparos apenas audibles de armas con silenciador, destinados a no levantar pánico antes de que pudieran controlar.

No obstante, sus hombres derribaron a cada miembro del servicio secreto que conformaba la primera barrera de protección. Sonrió al ver que el primer fuerte fue suyo, ganado con apenas un puñado de hombres, y Jack no pudo evitar impresionarse de ver a sus agentes de seguridad, caer ante los disparos y levantarse apenas un par de segundos después sin una sola gota de sangre.

Entendió lo que Christian le dijo, ellos eran especiales, producto de las locuras de un biólogo, uno al que le debía la vida de su hija y aunque no le agradaba, debía admitir que no parecía ser una mala persona.

Vio cómo sus hombres avanzaban hasta el vestíbulo, donde las luces fueron apagadas y ellos, preparados como estaban, se colocaron sus visores nocturnos, prepararon sus armas y se adentraron.

Desde el auto, solo podía ver los destellos de las armas. No los escuchaba por los silenciadores, pero la tensión era igual de palpable que si estuviera ocurriendo un estruendoso tiroteo.

Se preguntó si el presidente estaría en la Sala Oval, pero dada la hora, supuso que no y puesto que su equipo era silencioso, pensó que ni siquiera había una alarma emitida; de lo contrario, los marines ya estarían ahí.

Escuchó uno de los comunicadores que dejaron en el auto y la voz de un hombre resonó.

—Sector limpio —dijo con seguridad para luego escuchar otra voz responder:

—Despacho Oval, despejado —añadió mientras Jack sonreía incapaz de creer que lo estuvieses logrando sin un plan meticulosamente diseñado.

—Alerta roja, agentes hostiles en el pasillo principal a la casa del presidente —dijo la voz de Christian—. Todos los equipos en posiciones. Necesito fuego de supresión de hitman dos, cúbrannos para llegar a las habitaciones.

De nuevo vio una ráfaga de balas, intensa y frenética.

Jack sabía que el tiempo se agotaba y que su objetivo estaba en peligro inminente, pero confiaba en ellos, aunque era solo cuestión de tiempo antes de que los refuerzos y todas las fuerzas de elite del país fueran alertadas, solo bastaba con que un solo cristal estallara para activar las alarmas y estaba seguro de que Christian lo sabía, puesto que hasta ese momento, salvo las luces del fuego centellando, no había señales de un ataque.

—Parece que, después de todo, son más que profesionales —musitó y de pronto todo se detuvo. No vio más luces centelleando, no más murmullos, pero él aún permaneció en el auto.

Se sobresaltó cuando vio a Christian aparecer de la nada, abrir la puerta y mirarlo con un semblante victorioso.

No necesitó decirle nada, sabía que estaba todo controlado.

Dentro, los hombres se vieron encañonando al presidente, su maltrecho hijo y a la primera dama.

—¿Qué es lo que quieren? —dijo el más joven, tratando de mantener la calma en aquel ambiente de caos y destrucción luego de que a su alrededor solo hubiese un servicio secreto aniquilado por un menor grupo de hombres, pero todos sobrehumanos.

No hubo respuesta a su pregunta y, en cambio, se encontraron desconcertados con los pasos resonando en la entrada.

El joven viró hacia su padre y este levantó la vista mientras continuaba arrodillado en el vestíbulo de la casa más importante del país y de donde nunca nadie debió entrar.

—Señor presidente —dijo Jack al pararse frente a él y luego miró al joven para detener su vista en la primera dama. A esta última le sonrió con suficiencia.

—¿Qué son estos hombres? —cuestionó el mandatario al ver que muchos de ellos fueron heridos, pero no había una gota de sangre y se sorprendió cuando el flash de una cámara le golpeó de frente.

—Hombres —dijo Jack en respuesta—. ¿Qué parece que son? No vine aquí a discutir cuál o cuáles de los agentes son mejores. Creo que eso lo tienes claro.

—Viniste porque eres un imbécil que no sabe lo que le espera —replicó el mandatario y en respuesta, Christian disparó contra la pierna de su hijo.

La primera dama gritó y quiso acercarse, pero el seguro de otra arma resonando en su oído lo impidió.

Jack se acercó al presidente y luego miró a la esposa.

—¿Ya le dijiste que querías abrir las piernas para mí? —le cuestionó a la mujer, quien le observó furiosa—. Creo que si yo hubiera sido el presidente, esto no estaría ocurriendo. También sabes que tu marido es un desastre y tú... —miró al joven en el piso, quien sudaba por el dolor y la tensión—. Sabes que tu madre es una puta, tu padre también lo sabes, pero desde luego hay que guardar las apariencias, ¿no es así? Los dos saben que ella tiene un problema en la cabeza, maldita loca, por eso se acuesta con adolescentes, jovencitos que apenas cumplen la mayoría de edad. Le gusta ejercer poder sobre personas que apenas empiezan la vida adulta o son menores de edad, como mi hijo. Tu madre debería darte vergüenza —dijo al hijo—. No te enfades con los chicos porque, así como ellos caen en su hechizo, tú también lo haces, de lo contrario, no le creerías sus mentiras. Ella siempre se va a creer la víctima. —Miró al presidente—. En cuanto a ti, creo que hoy te he dejado claro que incluso entre simios, hay especies superiores y que es claro que tú no eres la cima de la cadena alimenticia. De ser así, quien estaría arrodillado justo ahora no serías tú, ¿verdad?

Hizo una pausa en la que el presidente le observó con furia y Jack solo sonrió al verle, a sabiendas de que no era lo que ninguno de los dos hubiese querido que pasara entre ambos, pero no había vuelta atrás.

—Juro que te vas a arrepentir, tú y tus bastardos lo harán —amenazó el hombre y Jack miró al joven hijo de la pareja.

Se acercó a él, le colocó la mano en la cabeza y la deslizó hacia la cara del joven y le dio un par de palmadas en las mejillas.

—¿Sabes? —continuó diciendo Jack—. Los últimos años he construido mi carrera juzgando a los delincuentes de forma honorable. He castigado a muchos delincuentes, asesinos, entre otros, pero... jamás me pregunté cómo sería castigarme a mí mismo por un delito, nunca los cometí.

—Dirás que no tienes cola que te pisen —anunció el presidente.

—No, no la tengo —replicó con tranquilidad—. Mi reputación fue construida a base de honor, una promesa que se hace todo abogado. Sin embargo, sí que sé muchas cosas de otras personas, muchas que destruirían carreras; por ejemplo, el amorío de un respetable congresista con la esposa de alguien muy poderoso, la bastardía de un poderoso, el nepotismo, entre otras cosas que no hacen daño judicial, pero aniquilan moralmente a alguien y le cuestan dinero y posición. Omití esas cosas a cambio de cobrar favores si alguna vez lo necesitaba, desde luego tengo las pruebas de todo para usarlas en cualquier momento.

—No te atreverías a hacerlo —manifestó el presidente a sabiendas de que acabaría su propia reputación.

—A diferencia de muchos, no temo la sepultura, he amasado tanto dinero que podría irme a una isla y vivir el resto de mis días como un vulgar multimillonario —declaró Jack y sonrió—, pero una inmensa mayoría sí que teme lo que pueda pasarles. Un congresista teme que un embajador le mate cuando sepa que se folló a su esposa y también a su hija, a todo hombre le molesta que se cojan a sus perras, otro teme que sepan que es infiel y consume drogas, temen que mis declaraciones los lancen a la boca de un depredador más grande y más poderoso, así que esos secretos los mantienen como mis canes, echados a mis pies y listos para morder cuando yo lo ordene, incluso me temen tanto que no dudarán en morder al mismísimo presidente, mucho menos cuando mi amigo es su próximo mandatario. No son estúpidos y este es un juego de poder, donde, desde luego, yo tengo la ventaja.

—No obtendrás nada, maldito —dijo la primera dama y Jack se giró.

—Lo tengo todo —anunció y sonrió—. Son ustedes dos quienes no tendrán nada después de mí, porque hoy, vine a dejarles claro que mis hijos no se miran y mucho menos, se tocan, porque si lo haces, entonces haré lo mismo, atacaré a tu cría, aunque a diferencia de ustedes, yo no dejo mensajitos a cada rato, lo advierto y si no entienden, entonces lo resuelvo. Pasé mi vida entera haciendo una carrera para un caso en el que tuviera que jugármelo todo y ese momento ya llegó.

Dio una mirada a Christian, quien le devolvió el gesto por unos segundos y asintió a su silenciosa petición.

Jack llevó de nuevo la mano a las mejillas del joven. Le dio una sonrisa como si entendiera que él solo era la víctima.

—Por favor, muere odiando a tus padres —dijo Jack y tanto el presidente como su esposa le observaron con los ojos muy abiertos—. Tu madre se metió con mi hijo y tu padre atacó a la madre de mi otra hija, la golpeó como el animal que es. Yo no soy mejor, ya antes habías recibido una paliza, pero eso fue porque tu madre me retó y me dijo que lastimaría a mi hijo y a mí mismo y luego intentaron matarme. Esta vez es distinto, si atacan a mi hijo, pagan con su hijo; si atacas a mi mujer o la madre de mis hijos, pagas con el equivalente.

—¡Mi hijo no te hizo nada! —dijo la mujer y este sonrió—. No te atrevas.

—Mi amigo tampoco te hizo nada, era mi abogado. Esto es una especie de ojo por ojo y diente por diente —manifestó Jack y apretó los dientes ante el coraje—. Es una frase ambigua que puede prestarse a muchas interpretaciones, pero la Ley del Talión ha sido incomprendida, no se trata de obtener justicia con una acción igual. En realidad nos habla de la justicia como definición de la equiparación al daño y eso me lleva a preguntar, ¿quién determina si ya se reparó el daño? ¿Dios? ¿El victimario? ¿Quién? La ley del Talión no se trata de vivir lo mismo que el otro, sino de sufrir un daño equiparable en carne propia, uno que solo se termina cuando la víctima considera que es suficiente. Es la víctima convertida en victimario quien puede decir si el castigo ya fue suficiente, si el otro ya sintió en carne propia el sufrimiento que ocasionó. Como dije, es ambiguo y, en este caso, yo soy quien define el destino de mis enemigos. —Sonrió y después apretó los labios—. Estoy dispuesto a afrontar los remordimientos, los castigos y cargos de conciencia y por primera vez, me siento contento de tener que convertirme en lo que critiqué tanto. Hoy me volveré el magistrado más corrupto que hay, puesto que me voy a autoexonerar por homicidio en primer grado.

—¿De qué hablas? —inquirió el mandatario.

—Hablo de que la justicia debe ser completa y la venganza... ella debe ser perfecta. —Jack levantó la vista hacia Christian, quien miró el silenciador de su arma y sin esperar nada, disparó al chico, matándolo instantáneamente ante los ojos de sus padres.

La primera dama gritó horrorizada, pero fue silenciada con un golpe, luego otro y otro y otro, todos dados por uno de los soldados, mientras ella permanecía de costado a un lado de su hijo, viendo la sangre correr por el piso hasta ella y observando los ojos abiertos e inertes de su unigénito.

El presidente miró a su hijo, lo hizo tembloroso, incapaz de creer que un hombre pudiese burlar al servicio secreto y acabarla con apenas unos minutos sin siquiera lograr que las alarmas se dispararan para que las otras fuerzas policiales le aniquilaran, pero lo que más le alarmaba era que se sintiera con la seguridad de poder matar a su hijo, golpear a su esposa y salir impune.

Pensó que solo un hombre como FitzGibbons se atrevería a retar a un presidente y si lo hacía era porque se sentía con el mismo poder o incluso mucho más poderoso. Lo sabía muy inteligente, así que dudaba que estuviera actuando por impulso, más bien, estaba haciéndolo con toda la seguridad de que no habría manera de comprobarle nada.

—Borraste las cámaras, ¿no es así? —inquirió el presidente.

—Así es, Kingston —aclaró, nombrándolo por primera vez—. La cobra se encargó de todo, no podrás probar quién fue, no hay sobrevivientes del servicio secreto y no tengo miedo de tus represalias, más bien, tú deberías temerlas. Voy a irme de aquí, tu miserable equipo se va a inventar algo, estoy seguro y vas a culminar tu mandato en paz porque si te acercas de nuevo a mis hijos o a Alice e incluso a Chelsea, juro por Dios que no solo voy a matarte, antes me encargaré de dejarte en la calle, de hacerte tanto daño, que vas a desear que te mate. Que no se te olvide mi nombre y mucho menos olvides de lo que soy capaz a partir de ahora. En cada cosa que hagas, que digas, que ejecutes, acuérdate de mí y de lo mucho que va a costarte si, alguna vez, vuelves a tocar lo que me perteneces.

Miró a Christian y este asintió haciendo una seña para que todos abandonaran el lugar, sin que nadie notara que estuvieron ahí, sin pérdidas, pero sobre todo, con la impunidad de un trabajo bien hecho.

Al salir, subieron a la camioneta sin placas y recorrieron el camino al departamento de seguridad de Chelsea.

—¿Estás seguro de que Chase se encargará? —inquirió y Christian, asintió.

—Los Corvus no tenemos huellas, ADN que nos incrimine, somos sicarios perfectos, de lo demás, Chase se encargará, no habrá una sola imagen nuestra, ni llegando ni saliendo, inclusive, no habrá rastro de que alguien borró los videos o tocó el sistema de emisión de alarmas de la Casa Blanca —manifestó el contratista mientras Jack asentía—. De todos modos, si encontrasen algo, lo cual es prácticamente imposible, Chase ya plantó un culpable y desde luego no va a arriesgar a su hermano, tenlo por seguro.

—Perfecto, entonces —dijo Jack y continuó su camino hasta llegar, al amanecer, al departamento de su hija y Chelsea, no después de llamar a su exesposa y su hijo para asegurarse de que todo seguía bien.

*****

Dios, que capítulos tan largos. En fin, regálenme su voto en ambos capítulos, no sean malas. 😘

Espero que les guste y gracias por todo su amor. A esto le quedan solo 5 capítulos kilometricos, espero organizarme esta semana y subirlos en un maratón. Estuve muchos días sin luz, las lluvias estuvieron inundando mi ranchito y bueno, los servicios publicos no eran restablecidos con la rapidez que uno quisiera. 

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