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Esta vez le pilló por sorpresa la llegada de su profesor, cosa bastante llamativa dado que tenía memorizados los diferentes horarios en los que el pelinegro frecuentaba el local. Solía ir a medio día y quedarse hasta casi la hora del cierre, a veces también llegaba a media mañana y se marchaba antes de comer, pero nunca estaba a primera hora de apertura. Nunca hasta ese momento.
Jimin no tardó ni medio segundo en atarse el impoluto y pequeño mantel alrededor de su cintura y echó a correr de la forma más profesional posible, hacia su primer y más esperado cliente del día, quien le divisó a distancia. Su profesor alzó la mano para saludarle y Jimin sintió sus mejillas arder, rezando para que su rostro no era tan expresivo como temía.
- Buenos días profesor Min —el pelinegro, que lleva las gafas colgadas de su ligeramente desabrochada camisa azul, sonríe al menor. — ¿Lo de siempre?
- Y un bollo de crema, por favor.
- Un bollo de crema —repitió a medida que lo apuntaba. Sentía la mirada del adulto encima suyo, y no podía existir mejor sensación que la que ese detalle le proporcionaba. — ¿Algo más?
- Sí —Jimin agarró de nuevo el bolígrafo dispuesto a seguir apuntando, pero tuvo que detenerse de inmediato. — no me llames profesor Min —el mayor apoyó los codos sobre la pequeña mesa de madera y se inclinó hacia delante, con una actitud bastante segura. — Llámame Yoongi ahora que no estamos en el colegio.
- ¿Profesor Yoongi?
- Yoongi a secas.
- Yoongi —expresó el alumno con voz firme, detalle que hizo reír al dueño de aquel nombre. — Nunca lo había escuchado.
- En el colegio me suelen llamar por el apellido —declaró el mayor, mirándole fijamente. Jimin se percató de que hoy también traía aquella pequeña libreta verde, al igual que los últimos días. Se moría de curiosidad por saber que escribía el mayor en ellas, pero sabía de sobra que no se lo enseñaría ni aunque suplicara de rodillas. — Y espero que así siga siendo contigo, por cierto.
- Una pena —cerró su propio librito de pedidos y sonrió con diversión, sintiendo que provocaba al mayor. — Tiene un nombre muy bonito.
El pelinegro sonrió sutilmente por el cumplido, pero de nuevo, no respondió. Se colocó sus gafas negras de sol y como siempre, dio por finalizada la conversación, obligando a Jimin a marcharse de mala gana, arrastrando los pies con desánimo por tenerse que separar del mayor.
No tardaron en llegar más clientes. El local era popular y estaba bien situado, a primera línea de playa, lo cual suponía un trabajo doble para Jimin, quien apenas paraba quieto. Se pasó toda la mañana sirviendo bebidas y aperitivos, de un lado a otro, sonriendo y dando la imagen que tanto sus jefes como la clientela esperaban de él. Estaba tan ocupado que hasta se olvidó de su profesor, quien tras dos horas y medias seguía ocupando un espacio en aquella pequeña mesa, esta vez junto a un café helado y de nuevo su libreta.
Jimin no veía su descanso. Literalmente vio más cerca su desmayo, que un par de minutos libres. Después de las primeras semanas, la gerente le tenía el ojo echado encima, y no se podía permitir vaguear ni un poquito si quería seguir sirviendo bebidas lo que quedaba de verano.
- ¿No vas a comer? —Una voz completamente inesperada se hizo hueco en su apretada agenda. Se giró rápidamente hacia el adulto, con la bandeja bajo su brazo, y puso una mueca de resignación. — Debes de tener un descanso, es imposible que te hagas la jornada entera de seguido.
- No es imposible, te lo aseguro —puntualizó el menor, agradeciendo esa pequeña conversación con toda su alma. — ¿Ya te vas? —preguntó desilusionado. Ni siquiera había reparado en qué momento se había levantado de la mesa el mayor.
- Sí, ya me tomó la cuenta tu compañera.
- Es mi jefa.
- Tu jefa entonces —Se pasó la mano por el pelo y miró al más bajo, como si se estuviera pensando que decir a continuación. Jimin, entre el cansancio y el desconcierto, prefería que fuera su contrario quien guiara la conversación. — ¿Entonces no te vas?
- Me queda media hora hasta mi descanso.
- ¿Tienes algún plan para comer? —el rubio alzó una ceja, y sonrió para sí mismo. De nuevo aquellas fantasías inundaron su mente, y aunque el mayor notó esa ilusión en el menor, prefirió por hacer caso omiso y fingir que no se había dado cuenta. — Si no tienes nada, podría invitarte en algún restaurante de la zona.
- Con una hamburguesa me vale.
- A mí no — El adulto sonrió y agarró la libreta y boli que Jimin llevaba en sus manos para apuntarle su número, gesto que embobó al menor. No podía dejar de fijarse en sus manos y sonreír internamente. — En media hora estaré aquí.
- Tengo que estar de vuelta a las cuatro.
- No te preocupes.
Y no se preocupó en absoluto. Cuando vio aquella espalda abandonar su local, preocupación fue lo último que aparecía por su mente. Solo sonreía con la fuerza que había tenido que controlar mientras le tenía en frente, pero ahora que no le veía, nada podía reprimir su emoción. O bueno, nada a excepción de su encargada, quien con una mirada de desaprobación lo puso en marcha de nuevo. Arrancó la hoja del número y se la guardó en el delantal antes de ponerse a trabajar con la misma, o incluso más motivación que minutos antes.
Mientras tanto, abriendo un Mazda azul eléctrico, se encontraba Min Yoongi, completamente sobrio y casi arrepintiéndose de lo que había hecho.
Acababa de invitar a un alumno a cenar. Un alumno que el próximo año seguiría siendo alumno, su alumno concretamente. A penas podía reconocerse cuando recreaba la escena en su cabeza, y al mismo tiempo le encantaba. Algo le atraía de aquella sensación de riesgo, de aquel chico teñido. Obviamente no se planteaba nada más que cenar con él, pero solo con imaginar eso, sonreía.
Entró en el coche y dejó la libreta en los asientos traseros, junto a su cartera. Pensó en volver a casa a cambiarse de ropa, arreglarse o como mínimo dejar las cosas, pero su apartamento estaba a veinte minutos en coche, y tenía que estar de vuelta en media hora para recoger a Jimin, por lo que le sería imposible.
Se colocó las gafas de sol, más para esconder sus ojos de los curiosos que de los rayos de sol, y se recostó en su asiento, colocando los pies sobre el reposadero. Le quedaba media hora de espera. No podía comer o perdería el apetito, y tampoco era recomendable alejarse mucho, pues no quería llegar tarde a recoger a Jimin, así que terminó agarrando su móvil y distrayéndose con el aparato, con la mala suerte de terminar dormido.
Fue una llamada el que lo despertó. Yoongi abrió los ojos abruptamente y se incorporó desconcertado, tirando sin querer las gafas al suelo y afilando los ojos para enfocar el nombre de la llamada entrante. Llevaba tanto tiempo sonando y todo acababa de ocurrir tan de repente, que terminó descolgando sin comprobar quien estaba al otro lado de la línea.
- ¿Jimin? —supuso antes de que el otro hablara. Echó un vistazo a su reloj y suspiro con agobio. Había pasado más de media hora, concretamente siete minutos. Si ya tenían poco tiempo de por sí, él acababa de disminuirlo aún más. — Ya estoy llegando, espérame en la acera.
- ¿Ah? —esa voz no era de su alumno — Con quien estás hablando, tío. Soy Namjoon.
- ¿Namjoon? —frunció el ceño con agobio al tiempo que encendía apresuradamente el motor del coche. Conocía a Namjoon desde hacía varios años y tenían muy buena relación independientemente de sus diferencias, incluso habían compartido piso tiempo atrás. — ¿Qué quieres? Tengo prisa.
- ¿Tienes una cita? —el pelinegro rodó los ojos al tiempo que se planteaba colgar a su amigo sin siquiera dar explicaciones. — Uhhhhhh....
- No es una cita y llego tarde —sonó lo más serio que pudo con todo el agobio que llevaba encima. Mientras tanto, miraba a la carretera, acelerando lo máximo posible y buscando al rubio entre la gente. No estaba muy lejos del local. — Dime qué pasa.
- No pasa nada, te llamaba por si querías venirte a una fiesta en casa de Jin. Habrá alcohol y probablemente esté Hoseok.
- No lo sé —justo en ese instante reparó en un atractivo chico rubio que esperaba junto a un paso de cebra, mirando continuamente a ambos lados en busca de algo, o más concretamente de alguien. Se había cambiado de ropa y con ello de imagen. Ahora que lo pensaba, era la primera vez que lo veía sin un uniforme. — Luego te llamo. O mándame un mensaje.
Y con eso finalizó la conversación, guardándose el móvil en el bolsillo y dejando a Namjoon en un lado apartado de su mente sin el más mínimo remordimiento. Condujo hasta el rubio y detuvo el coche frente a él, quien ya llevaba sonriendo con alivio desde que le había visto.
- Ya pensaba que ibas a darme plantón —le recriminó el menor en broma una vez estuvo dentro del coche. Eso avergonzó a Yoongi hasta niveles insospechados. Odiaba la falta de puntualidad, sobre todo cuando se daba en sí mismo.
- Tuve unos imprevistos —mintió.
- Al ver que no venías pensé en llamarte, pero me he dado cuenta de que he perdido tu número...
- ¿Ah? —miró al menor, quien, tras ponerse el cinturón, se había agachado para recoger las gafas de sol del mayor. Se las tendió amablemente, pero este hizo caso omiso al gesto. — ¿Cómo que has perdido mi número?
- He perdido el papel donde lo escribiste, que viene a ser lo mismo.
- ¿Cómo?
- Pues lo tenía en el delantal y... no sé cómo... lo perdí, supongo...
- Que lo perdiste —Yoongi suspiró y se pasó la mano por el pelo antes de colocarse las gafas de sol que el rubio le acababa de tender. No quería ni imaginar las miles de posibilidades que podrían ocurrir con su número circulando por ahí, pero decidió apartar el tema. Supuso que eran uno de los gajes de quedar con un puberto. — Está bien, no importa.
- No vas a volver a dármelo —le miró y aprovechó para observar la vestimenta del joven. Unas bermudas vaqueras ajustadas junto a una camiseta, incluso más ajustada que las bermudas. Le quedaba bien, no iba a negarlo, pero incitaba demasiado a su imaginación. — ¿Verdad?
- No —respondió sin rodeos. Era por si necesitaba algo, por si había alguna emergencia, pero ahora que estaban juntos solo tendría que hablar para comunicarle cualquier problema. No lo necesitaba, y el menor lo sabía. — ¿Llevas pendientes?
- Sí —le mostró ambos lados de la cara, con sus respectivas perforaciones. — tres en una oreja y dos en otra. Aunque después de verano un amigo me hará la sexta.
- ¿Tu amigo también lleva pendientes?
- Seis —Jimin, centrándose más en el adulto, observó las orejas del mayor con interés. — ¿Tú no?
- Tengo los agujeros de cuando era más joven —no apartó la vista de la carretera, pensando en dónde llevaría a su acompañante al mismo tiempo que intentaba aparentar formalidad. Aún no podía creer que se hubiera dormido, aunque todo estuviera arreglado. — Tres en una y dos en otra.
- Como yo ahora.
- Sí, como tú ahora —Yoongi miraba las calles en busca de algún local decente y vacío, o al menos con huecos suficientes como para no tener que esperar una hora. Ahora que iba con prisas, se lamentaba de no haber preparado todo esto antes. — ¿Quieres comer en algún sitio en especial?
- Me da igual, solo quiero comer.
- ¿A qué hora tenías que estar de vuelta en el trabajo? ¿A las cuatro? —el rubio asintió, haciendo balancear sus pendientes. — Preguntaré aquí.
Y preguntó ahí. Y en el local delante y en el siguiente, sin algún resultado. A esas horas todo estaba repleto de gente o reservas, que era lo que se lamentaba no haber hecho hacía media hora. Y mientras más se agobiaba el mayor, más disfrutaba Jimin. Solo esperaba, sentado en el coche, con una sonrisa de autosuficiencia al ver que su profesor no tenía todo tan controlado como daba a aparentar.
Finalmente terminaron en el coche, en una cala apartada, comiendo tallarines con verduras y patatas fritas en rodajas. Yoongi no sabía dónde meterse de la vergüenza que sentía, y, sobre todo, la decepción consigo mismo.
- Esto no era lo que tenía planeado —repitió por cuarta vez en los últimos veinte minutos. Jimin, absorbiendo el final de un tallarín, rodó los ojos. La comida estaba deliciosa y comenzaba a molestarle que el mayor estuviera quejándose y disculpándose a cada minuto. — Discúlpame.
- Oh dios mío, cállate ya —esa confianza y manera de hablar sorprendió enormemente al adulto, y a ser sinceros, incluso al dueño de aquellas palabras, más no se achantó por la reacción de su compañía. — La comida ha sido gratis y está deliciosa. Gratis para mí me refiero. — inundó sus palillos en el cuenco de tallarines y sonrió, mirando fijamente al mayor, entrecerrando los ojos de forma inconsciente. — Me lo estoy pasando muy bien.
- Si tú lo dices... —aunque fingió indiferencia, las palabras del rubio le calmaron bastante, lo necesario al menos para poder seguir comiendo sin rechistar. Jimin tenía razón, la comida estaba buena, el coche era cómodo y las vistas maravillosas. No estaba tan mal después de todo. — ¡Oh, mierda! —bajó la vista a sus pantalones y juntó los labios con todas sus fuerzas para no volver a soltar otra palabrota frente al chico.
- ¿Te has manchado? —el rubio, ahora sin cinturón, se asomó y cubrió su boca antes de terminar de soltar una carcajada que se le escapó. Yoongi le fulminó con la mirada, cosa que no provocó más que risas en el menor. Tenía casi todo el regazo lleno de tallarines. — ¿Te ayudo?
- Acércame los pañuelos que tengo en la cartera de atrás, hazme el favor —pidió el pelinegro con agobio, observando con molestia la pasta que adornaba sus impolutos pantalones, que ahora estaban llenos de grasa. El menor dejó su cuenco sobre el salpicadero y se colocó de rodillas en su asiento, inclinándose hacia los asientos de atrás para alcanzar el maletín. Yoongi, entre su preocupación por manchar más cosas, no pudo evitar fijarse en el espectacular trasero que tenía a centímetros de su cara. — ¿Los encuentras? —preguntó ligeramente incómodo. Y acalorado.
- Sí, aquí están —escuchó la aniñada voz por el fondo, y de inmediato apareció el dueño con una sonrisa y varios pañuelos blancos entre sus manos. — Toma.
- Gracias —respondió sin apenas mirarle, intentando dejar de pensar en el cuerpo de aquel niño que estaba sentado a su lado. No le miraba directamente, y eso fue suficiente para que pasaran más de cinco segundos antes de percatarse de que había otra cosa entre las pequeñas manos del rubio. — ¿Qué tienes ahí?
- ¿Es esta la libreta en la que escribes todo el tiempo? —Jimin la abrió y comenzó a observar por encima sus páginas, llenas de escritos y borrones. — Tienes una letra bonita.
- Dame eso —fue una orden, pero entre que aún seguía limpiándose y apenas podía moverse medio centímetro si no quería manchar más su coche, el más pequeño no le hizo ni caso. — ¿Puedes hacer el favor de dejar eso?
- ¿Puedo leer algo?
- No vas a entenderlo, eres un niño.
- Ponme a prueba —le retó con una mirada desafiante. Yoongi, no pudo hace otra cosa que sonreír. Le hacía gracia la confianza que tenía una persona tan pequeña. Ni siquiera debía ser un alumno de matrícula, pues en ese caso le habría sonado su nombre el primer día. — Mira, esto es una poesía.
- Muy bien —parecía que estuviera felicitando a un niño de dos años por encajar una pieza de un puzle correctamente. Jimin ni se inmutó, siguió leyendo con mucha concentración, para la sorpresa de su profesor. — ¿Sabes de que habla?
- ¿De una mujer? —Yoongi negó. Ya se esperaba esa respuesta. — ¿Cómo qué no? Pero si acaba de mencionar sus piernas y cuello. Casi hasta puedo imaginarla, por favor. Podría estar hablando de una modelo.
- Es un hombre.
- ¿El autor?
- El autor claro que es un hombre, soy yo —rodó los ojos y tras limpiarse por quinta vez las manos y apartar su cuenco de tallarines, le quitó la libreta de las manos al menor. — Digo que la poesía habla de un hombre.
- No lo creo.
- ¿Por qué no?
- Porque era demasiado bonita —Jimin cogió de nuevo su cuenco y volvió a la carga con su pasta de verduras. Tenía la boca tan llena de grasa que el mayor tuvo un enorme impulso de limpiársela, pero obviamente no lo hizo. En su lugar le ofreció uno de los pañuelos que menos había usado. — Oh, gracias.
- ¿Una poesía no puede ser bonita si habla de un hombre?
- La descripción era bonita, me refiero.
- ¿Y la poesía no?
- La poesía también, pero no es de lo que estaba hablando. —Los tallarines desaparecían entre los labios del menor antes de empezar a hablar, manchándolos de grasa, de salsa, haciéndolos brillar como si de gloss se tratara. Yoongi tuvo que apartar la vista y agarrar su propia comida para centrarse en ella y no en su acompañante. — Lo que quiero decir es que habla de una persona con demasiada delicadeza, como si describiera a alguien que es precioso.
- ¿Acaso los hombres no pueden ser preciosos? —Jimin se encogió de hombros, sin decantarse por ninguna respuesta, por lo que quedó en silencio.
- No lo sé. Supongo.
- En la antigüedad eran los hombres los que representaban los papeles femeninos en las obras teatrales. Incluso algunos de los mayores iconos de la belleza en la mitología, son hombres, Jimin —prosiguió explicando. — Un hombre podía ser igual o más bello que una mujer.
- Quizás tenga razón...
- Pues claro que la tengo —declaró casi con molestia. Para Yoongi, su opinión era objetiva y no estaba abierto a ningún debate. — La belleza no tiene género.
- Oye — el mayor alzó una ceja, curioso por lo que tuviera que decir su compañía. Estaba claro que no se esperaba en absoluto lo siguiente que preguntó su alumno, quien estaba a una pinchada de terminar su cuenco de tallarines. El del pelinegro estaba prácticamente intacto. — ¿Y cómo hacían las escenas de besos en las obras?
- ¿Ah?
- Los chicos, ya sabes... —se metió los palillos en la boca haciendo desaparecer un par de tallarines, absorbiéndolos lentamente hasta que estuvieron dentro por completo. Al mayor le costó enormemente no hipnotizarse solo con ese simple gesto.
- No sé si las habría, pero supongo que se besarían y punto.
- ¿Y cómo es un beso con dos hombres?
- ¿Qué? —Yoongi, quien aún desviaba la mirada inconscientemente hacia los labios del chico, no se pudo sentir más abrumado con la pregunta. Carraspeó y se incorporó en su asiento, mirando al frente y volviendo a centrarse en su comida, la cual apenas había tocado. — Creo que no soy la persona más indicada para preguntarle eso.
- Pe-
- Pero nada —cogió una pinchada de sus propios palillos y sin pensar, se la metió de lleno al rubio en la boca, quien no pudo terminar la frase. Mientras masticaba, una traviesa sonrisa adornaba sus labios, aún incluso más brillantes si era posible. — Estábamos hablando de poesía, por dios.
- ¡Oh! —alzó la mano, dejando en ascuas al adulto, quien esperó pacientemente a que el contrario terminara de tragar y pudiera hablar correctamente. — Tengo otra duda.
- Nada de besos.
- Nada de besos —la forma en la que repitió sus palabras, casi como un poema, se le grabó al pelinegro en la mente. — Solo quería preguntarte quien es el chico de tu poema, entonces.
- ¿Cómo? —Jimin asintió, dándole a entender que había entendido perfectamente su cuestión. Tampoco era una pregunta del otro mundo, el adulto comprendía su curiosidad, más de ninguna forma respondería. Al menos no con sinceridad, y para mentir, prefería guardar silencio. — No es asunto tuyo, niño.
- Oh, vamos. Estamos de vacaciones...
- ¿Y?
- Que ahora no eres mi profesor.
- ... —se giró a mirarle otra vez, poniendo todas sus fuerzas en no detenerse en sus labios, como había hecho mil veces durante la última hora. El menor le miraba con los ojos muy abiertos, expectante de una respuesta. Una respuesta que ya se había creado el mismo en su cabeza, entre las demás fantasías de adolescente. — Sigue sin ser asunto tuyo y además... —tragó saliva y se masajeó la frente, arrepintiéndose incluso de sus meros pensamientos. Suspiró y le tendió su cuenco al menor, después se colocó las gafas de sol y agarró el volante. — Son casi las cuatro. Debería irte llevando, no quiero que te regañen por mi culpa.
- A mí no me importaría —Jimin no mentía. Lo último que quería en ese momento era entrar a trabajar, pero obviamente no iba a decirlo en alto. Tampoco quería asustar a su profesor, pues seguramente solo conseguiría que le tomara por un adolescente loco y huiría a los dos segundos. — Me lo he pasado bien. Y he comido gratis.
- Me alegro de veras.
Ambos se miraron y sonrieron, Yoongi a través de sus gafas, aunque esos opacos cristales no pudieran ocultar la felicidad de su rostro. Parecía contento, cómodo, al menos a los ojos de Jimin, y eso, para el menor, era lo mejor que habría podido sacar de aquella comida.
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