«3»
La luz recién se asomaba por la rendija de la ventana en esa oscura habitación, en un movimiento levanta ambos brazos y llena sus manos para frotar ambos ojos con pereza, y seguido de ello, un bostezo le abandona. Lentamente fue incorporándose para evitar otro mareo, salió de la cama tocando el frió piso con la planta de sus pies y caminó hasta el pasillo buscando alguna señal de vida.
Repentinamente un disparo se escuchó afuera haciendo que la chica se sobresaltara recordando lo apenas sucedido hace unos días, así que sin meditarlo demasiado, bajó y salió de la cabaña con rapidez esperándose lo peor.
—¡Tae!—suelta un grito que le desgarra la garganta y con una angustia formándose en su pecho—¡Kim Taehyung!
Pero no podía encontrarlo por ninguna parte.
—Lo siento, te desperté—interrumpieron a su espalda obligándola a girar de inmediato, y la serenidad regreso a ella cuando se topó a ese castaño mirándola con la respiración entrecortada.
—¿Qu-qué fue ese sonido?—le preguntó tratando de tranquilizarse—¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?
—Es una CZ SP-01—respondió mostrando tal arma actuando lo más tranquilo—Suelo practicar todas las mañanas, te asuste ¿Verdad? Yo...lo siento tanto. Debí decírtelo.
—Es una buena arma—continúo ella acercándose regulando su respiración al verlo bien, tratando de cambiar el tema a toda costa—Brinda un mayor equilibrio al momento del disparo.
—¿Sabes cómo usarla?—cuestiono el chico tendiéndole aquel artefacto un tanto sorprendido.
La peli negro la tomó un poco insegura y apuntó al frente, dónde se encontraban ciertas latas de comida. Presionó el gatillo, cerró uno de sus ojos para poder tener una mayor visión de su objetivo, y sin más...disparó. Al instante todas las latas ya se encontraban sobre el césped, y con un agujero.
—¡Wow, eres muy buena!—exclamó el chico—¿Quién te enseñó?
—Fue mi tío, solíamos solicitar permisos para cazar cerca del bosque—mencionó bajando la mirada—Aunque ahora, pensándolo con más detenimiento, quizá su enseñanza tuvo otro motivo.
Susurro recordando la imagen del hombre tendido sin vida en la cocina al lado de el. ¿Cómo se había atrevido a dejarlo solo?
—¿Estás bien?—irrumpió en sus pensamientos esa pregunta.
—Estoy bien, tal vez sólo necesito dejar de sobre pensar las cosas—le respondió acompañada de una no tan sincera sonrisa.
—¡Wow! Te has salido descalza, vas a enfermarte—le reprendió el chico una vez se dio cuenta, causando que una ligera risa se escapara de su boca—Vamos, debes darte un baño. Quizá eso ayude a despejar tu mente o logre acomodar tus pensamientos.
—Tienes razón, lo haré—respondió Na Ra regresando nuevamente a la pequeña cabaña.
Subió las escaleras con pesadez y sin más se digno a entrar directamente al baño.
Se queda un momento quieta, recargada sobre la puerta, de pronto gira la cabeza topándose con su reflejo en el espejo arriba del lavabo, se admira así misma y una lágrima la abandona. Se siente deprimida.
Con lentitud comienza a deshacerse de cada prenda, las cuales le quedan un poco grandes al ser prestadas, las saca hasta quedar completamente desnuda, no obstante se quita su posesión más valiosa, una cadena colgada alrededor de su cuello para evitar que esta se moje, pues es la única cosa que le había dejado su padre.
Abre la llave de la regadera y espera un poco a que salga el agua caliente para después adentrarse en ella, dejando que cada gota recorra su pálido y delgado cuerpo, haciendo que se relaje y calme a los segundos.
Su salud mental se había visto afectada seriamente esos días y con justa razón, todo había sido tan agotador emocionalmente y físicamente. Seguía sin poder creer que hace unos días estaba en su hogar, quizá viendo una película con su tío al pie de la chimenea, o preparando pasteles de zanahoria para eliminar cualquier antojo, y que ahora estuviese en casa de un completo extraño tomando una ducha porque alguien había asesinado a la única familia que le quedaba. Le era casi imposible de procesar.
Además de ello, se le había hecho muy complicado contárselo a aquel muchacho de cabellos castaños, porque tenía mucho miedo al qué diría. Todo la conducía a pensar en el enigma que había alrededor de ese tema, haciendo que se complicara mucho el proceso de su recuperación emocional.
Cuando por fin sale de la regadera, toma una de las toallas dobladas y enrolla una en su cuerpo, abre la puerta y asoma su cabeza para corroborar que Taehyung no esté cerca. Una vez está segura, sale camino a la habitación para cambiarse antes de terminar congelada.
Por primera vez después de lo sucedido, cepilla su largo cabello ébano, estaba demasiado enredado que podía jurar, se rompería en cualquier momento.
Ella no lo sabía, pero el chico recién había llegado, miraba cada acción realizada a través del espejo, podía observar como ella lloraba mientras trataba de colocar su colgante torpemente sin conseguirlo. Lo hacía, la miró hasta que sintió sus ojos arder porque se olvido de parpadear.
—¿Me permites?—se atrevió a preguntar el joven entrando a la habitación y señalando la delgada cadenita.
Aquella joven se secó las lágrimas con brusquedad con la manga de la sudadera, y después asintió tímida.
Al joven le pareció bastante tierno verla así, no el hecho de que se encontrase triste, no. Sino, el hecho de que sus ojos se hallaban cristalinos y su nariz roja, eso la hacía ver maravillosamente real, en definitiva eso lo estaba volviendo loco. Si, ¡Loco!. Porque, Dios. No la conocía. En definitiva eran dos completos extraños.
Sin embargo, y no sabía el porqué, esa chica estaba haciendo que perdiese el control de sí mismo, le parecía hermosa, a pesar de no poseer una belleza que se pudiese incorporar a los estúpidos estándares marcados por la sociedad.
Ella era hermosa, hermosa relativamente.
Y por ello, odiaba verla así, le parecía deprimente.
—Tú situación actual no es tu destino final—habló poniéndole su cadena con cuidado.
Una vez terminó, se plantó frente a ella y se colocó de cuclillas con la cabeza gacha.
—Escucha, Na Ra—mencionó casi en un susurro—No sé casi nada de ti, ni tampoco tengo noción de lo que te pasó—se obligó así mismo a mirarla, pues sabía que si lo hacía terminaría más hechizado de lo que ya estaba, porque si, quizá aquella chica había utilizado alguna clase de hechizo en contra suya—Pero puedo decirte, que el arte de la felicidad, significa saber vivir con el dolor bajo las uñas.
A pesar de sentirse tan monótona, al mirar aquellos orbes color café, los cuales brillaban, no pudo evitar sonreír.
Si, ella estaba sonriendo.
Y el, casi pierde la cabeza al ver esos dos hoyuelos formarse.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top