1. Que así sea
3 meses antes de la tragedia
El reloj despertador en la mesita de noche entonó su melodía clásica, una sinfonía de notas musicales entrelazadas con la pureza de los sonidos del piano. Me revolví en la cama antes de apagar con delicadeza el despertador. Aunque despreciaba su sonido que hacía vibrar mis entrañas, no podía permitirme el lujo de romper otro despertador esta semana. Mi madre ya me había amenazado con confiscar mi reproductor de DVD si volvía a dañar algún aparato electrónico.
— ¡Señorita Tabitah! — exclamó una de las Servidoras desde la cocina —. Es hora de levantarse, recuerde que hoy tiene clase de cocina después de sus lecciones de piano.
Suspiré exhausta, alzando mis brazos para estirarme y reunir fuerzas para salir de la cama. Una cosa era dormir y otra totalmente distinta descansar. Me dirigí hacia mi armario y tomé, como siempre, un vestido rosa de mangas largas y falda amplia. En la ciudad de Villanelle, al norte de Gondwana, el rosa era el color destinado a las hijas durante todo el año escolar, constituyendo una especie de uniforme. No obstante, en el hogar o al salir de casa, teníamos libertad para usar vestimenta de cualquier color, siempre y cuando cumpliera con los requisitos adecuados de nuestra comunidad: mangas por debajo del codo, faldas por debajo de la rodilla en verano y a unas pulgadas por encima del tobillo en invierno. Los colores debían ser delicados y femeninos, y teníamos la responsabilidad de cubrir nuestro cabello y rostro con un velo semitransparente, para resguardarnos de miradas inoportunas y protegernos de impulsos frívolos por parte de los hombres.
Indiferente de si éramos robustas o esbeltas, hermosas o menos agraciadas, de generosos contornos o más sutiles formas, al fin y al cabo, éramos mujeres. El simple hecho de haber nacido con dicho don procreador nos imponía una grandiosa responsabilidad: la de dar a luz a las nuevas generaciones y criarlas como nuestros dioses, tal como el Hacedor y el Excelso nos lo han encomendado. Debíamos ser recatadas, dóciles y serenas, pero sobre todo, debíamos preservar nuestra pureza para nuestro futuro esposo. No debíamos permitir que profanasen nuestra inocencia. <<Los ojos de los hombres son melosos, peligrosos y rebosantes de impulsos terribles>>, solía repetir nuestra maestra, María, mientras alzaba su mentón, revelando una prominente y velluda verruga. <<Nunca intenten nada con un hombre, ni siquiera si se trata de su progenitor, hermano, primo o conocido. Si los provocan, SIEMPRE será culpa suya por no mantener la pureza. Por ello, las mujeres que la pierden antes de casarse o su pureza le es arrebatada en nuestra comunidad dejan de ser mujeres, se convierten en meros despojos de carne mal utilizada, cuyo único propósito es servir a las verdaderas mujeres de nuestros Señores. El hombre nunca tiene la culpa>>. Más allá de nuestro aspecto físico o nuestra personalidad, éramos trampas ambulantes, aun cuando no fuera nuestra intención. Nuestra mera existencia provocaba problemas para los honorables caballeros de nuestra comunidad.
Nuestra naturaleza era cruel y cínica, únicamente llena de lujuria y esto podía afectar hasta el hombre más puro y correcto de nuestra comunidad, por eso las niñas eran criadas apartadas de los niños, con tal de no dañar su pureza, nosotras nacimos pecadoras, ellos no. Nosotras, aunque pecadoras de nacimiento, guardábamos un tesoro de incalculable valor que residía, invisible, dentro de nosotras; éramos preciosas flores que debían protegerse en un invernadero, o de lo contrario nos tenderían una emboscada y nos arrancarían los pétalos y robarían nuestro tesoro y nos desgarrarían, y pisotearían esos hombres hambrientos que podían merodear a la vuelta de cualquier esquina, en ese mundo lleno de filos cortantes y pecados.
Perderíamos nuestro propósito y seríamos echadas de la presencia de nuestros creadores.
Subo el cierre del vestido y colocó con suavidad el velo en mí cabeza, ajustó las mangas del vestido y me colocó unas zapatillas, también en mi cintura ató el pequeño cuchillo atado a una cinta rosa, en caso de provocar a un hombre, es mi deber sagrado como mujer quitarme la vida para no provocar y llevar al pecado a nadie más, a partir de los siete años debíamos llevar el cuchillo siempre con nosotras, a un costado de nuestra cintura, así podremos actuar rápido y evitar causar más pecado. Contempló mi reflejo en el espejo: toda la piel, el cabello y rostro está cubierto, nadie puede ver nada que no se deba ver; el velo es semitransparente pero aún así dificulta un poco mirar, pero bueno, ya me he acostumbrado, siempre lo he usado, desde los 10 años, por eso no me quejo de ello. Froté mis manos contra mi rostro, me sentía exhausta, repito, una cosa era dormir y otra era descansar, y no había podido descansar gracias a los nervios que me carcomían, pronto cumpliré 18 años, por lo tanto deberé casarme y concebir un hijo, de preferencia varón. No es que no confiara en mis padres y su sabiduría al buscar un marido para mí, solo que dicha idea me asustaba, a pesar de ser criada explícitamente para cumplir dicho labor con mí familia, comunidad y mis dioses no lo hacía menos aterrador. Temía ser ultrajada y perder mi propósito, pero más temía yo no ser del agrado de mi futuro marido.
Solo pido alguien que me quiera, que me ame y aprecie. Solo eso. Que vea en mí a una compañera y no a un castigo mal puesto.
Bajo las escaleras, con las manos juntas sobre el vientre, completamente elegante y tranquila, con pasos firmes pero elegantes, como si flotara, así se nos indicaba desde la niñez, al bajar me topo con mí hermana pequeña, Whitney, recién cumplió sus 10 años, por ello lleva un velo, pero no de toda la cara, apenas cubre sus ojos y parece tomárselo con mucho humor, si tan solo supiera cuántas veces me tuve que caer hasta que aprendí a ver con esa cosa.
— Cándido día.
— Cándido día — dice Whitney feliz, jugueteando con su velo.
— Buen día — responde mi hermana un año menor que yo, Liana.
Liana llevaba un vestido morado y un velo del mismo color, ese día faltaría a la Casa Roja, nuestra honorable institución donde aprendíamos todo lo necesario para ser una buena esposa y una mujer al servicio de nuestro país. Liana ya estaba en la época de "fertilidad" se harían las pruebas necesarias, si salía como una mujer fértil pasaría al siguiente nivel en donde se prepararía para la ceremonia de purificación, de esta forma quedaría completamente elegible como esposa.
En nuestra comunidad era común que fueran los padres quienes decidieran los matrimonios de sus hijas, si había algún pretendiente de alta arcunía era mejor, sino ellos se encargaban de buscar al esposo perfecto para nosotras, claro que era mamá quien tomaba la decisión final: los hombres iban a trabajar y mantenían el poder en el hogar, ellos tenían el poder sobre sus esposas, pero las esposas siempre tienen el poder absoluto sobre sus hijos; ellas los paren y los crían, después de todo; son las esposas las que escogen los nombres y las actividades que ellos podrán ejercer, sus intereses, sus pasatiempos, etc. Ellas son quienes mandan de puertas para adentro.
Claro que el poder de una mujer también recaía en cuántos hijos tenía, en mi caso mamá era muy poderosa: tres hijos y tres hijas, por la ley nos crían por separado, para que no los induzcamos al pecado. Según escuché, habían esposas que no tenían hijos, para eso estaba La Casa Madre allí jóvenes voluntarias parían hijos e hijas para dichas mujeres, todas ellas eran de clase obrera, debían cumplir una cuota de 10 nacimientos cuando se ofrecían a dicho voluntariado, después se les daba cuánto dinero pidieran y beneficios, claro que en realidad la Casa Madre nunca había sido abierta, llegaban bebés, pero de dónde quizás nunca lo sabré.
— ¿Cómo te sientes? — a pesar del velo puedo ver su rostro preocupado —. No tengas miedo, mi examen salió a la perfección, yo he salido fértil por ello no debes temer, eres mi hermana, seguro también serás fértil.
— ¿Y sí no? ¿Y si resultó estéril? — veo el terror en su rostro — ¿Qué haré entonces? ¡Seré una No-mujer! Renegada y forzada al trabajo duro, ¡Me convertiré en una Servidora!
— Hay esposas que son "No-mujeres", acaban obteniendo a sus hijos de algún modo, siguen con su mismo estatus y no son renegadas.
A pesar de mis intentos por calmarla, Liana sigue entrando en pánico, recuerdo haber estado nerviosa también, pero mi madre me tranquilizó, rezamos a nuestros Señores por fertilidad y también a sus Esposas por ello, al final resulté siendo positiva como una Mujer.
— Sigue llorando todo lo que quieras, eso no pasará, porque yo soy fértil al igual que Tabitah. No es nada malo ser yo — Whitney se arregló el cabello castaño claro con una gran sonrisa de arrogancia pura.
Decir que mi hermanita pequeña era toda una diva era describirla a un 100%, un 1000% tal vez. Ambas éramos muy malcriadas, llenas de amor y lujos por doquier, ya que al ser hijas de uno de los Señores principales de la comunidad teníamos beneficios.
— ¡Para ya! — la reprendo —. La arrogancia no es digna de una dama, menos de una hija de Gondwana Libre.
Todas nos juntamos por orden de estatura y edad al escuchar las risas de nuestros hermanos, juntamos las manos y bajamos la cabeza, impidiendo que nos vean. Veo sus zapatos mientras pasan frente a nosotras, ignorando nuestra presencia, pero uno de ellos se detiene, justo frente a mí: siento unas frías manos escabullirse bajo mi velo y tocar mis mejillas, dejó de respirar cuando esos dedos fríos se clavan en la piel de mi rostro, él sube mí rostro y lo miró con terror; era mi hermano un año menor; Bastián, él me mirá de una forma extraña, mueve mí cabeza de un lado a otro, examinando algo que aún no logro comprender.
— Eres Tabitah, ¿Verdad? — no respondo, hablar con él sin nadie más que me autorice merece castigo, pero no puedo evitar emocionarme, él sabe mi nombre —. Descuida, no le contaré a nadie — él toma mi velo y lo quita de mí cabeza, dejándolo caer al suelo y yo pierdo el aliento, veo su rostro con claridad, sus ojos azules claros contrastan con los incoloros que poseo, son oscuros y grisáceos, él es mucho más pálido que yo, soy de piel más inclinado al melocotón y es rubio, mi cabello es marrón opaco. Ni siquiera parece que seamos hermanos —. Además — él continúa analizando mí cuerpo, está vez toma mí mentón, forzándome a verlo y mi mano instantáneamente toma el mango de mi cuchillo, no te haré pecar, hermano mío, jamás — dudó bastante que ellas hablen, ¿Verdad, hermanas?
Ellas niegan, con la mirada en el suelo. Los tacones de mamá anuncian su llegada y Bastián sale de la habitación con la misma rapidez con la que entró, respire aliviada y con lágrimas en mis ojos...¿Acaso no sabe del castigo que yo recibiría por dicha actitud? ¡Me llevarían a la Casa Roja y me azotarían los pies! En el mejor de los casos me pondrían a rezar una semana sin parar, aunque conociendo a mi padre se seguro me haría sostener nuestro libro sagrado, el Buen Libro, mientras me azota la cadera. Rápidamente tomó el velo y cubro mi rostro, tratando de ignorar lo sucedido, mamá llega y rápidamente nos sonríe, ella ya no usa velo, las mujeres mayores a los 45 ya no son consideradas "hermosas", demasiado viejas para inducir al pecado, por ello no lo deben usar, ya que no son capaces de inducir al pecado, solo usan el velo en alguna ceremonia importante o para ir al servicio matutino.
Sinceramente mí mamá no era alguien fea, aunque estuviera en sus 60 seguía viéndose igual de guapa desde su juventud, mamá tenía el cabello rubio con algunas canas, sus arrugas eran casi inexistentes, su cuerpo era de la forma de una guitarra, sus ojos azules como los de Bastián. Ella era y sigue siendo tan guapísima, ojalá yo esté así de bella a su edad, pero sobre todo llena de hijos como mi madre.
— Mis bellas hijas — mamá nos consentía demasiado, aunque generalmente les dedicará más tiempo y amor a nuestros hermanos varones, las tres sabíamos que nos amaba —. Mi Tabitah, mi Liana y mi pequeña Whitney. Vamos hijas mías, vamos a nuestro paseo matutino y luego cada una a sus actividades.
Todas asentimos y caminamos tras ella, con nuestros Cuidadores siguiéndonos, los Cuidadores eran quienes se encargaban de protegernos, usualmente sólo nos seguía uno, ya que siempre existe el peligro que se lastime a un hijo o a una hija, en el caso de nuestra familia al tener tres hijos y tres hijas una de ellas menor a la edad fértil debíamos tener dos Cuidadores a nuestro servicio, claro que tal vez este exceso de protección a las Esposas y sus Hijos se debía a los diversos atentados que había sucedido hace poco en las demás Ciudadelas Libres. Algo trágico, muchos niños y niñas habían sido robados, y muchos fieles asesinados.
Todas caminamos en fila india, al Whitney todavía estar a una edad temprana a la fértil mamá la llevaba a su lado para protegerla, siempre la tomaba de la mano, luego estaba yo detrás de ella y Liana estaba detrás de mí. Cruzamos la calle y nos encontramos con la Sra. LaVona, la Esposa principal, ya que su marido era el líder de nuestra comunidad en esta ciudad.
— ¡Cecilia! — la Sra. LaVona se acerca sonriente a mí madre, llevando a su hijo pequeño de la mano, ella tiene a 6 Cuidadores a su servicio, aunque solo tenga un hijo es varón, eso es todo lo que importa, además de ser la mujer más poderosa de nuestra comunidad —. Cándido día.
— Cándido día.
— Cándido día — respondemos las hijas a coro.
— Veo que hoy será la prueba de Liana, que el Hacedor la haga merecedora.
— Que así sea — responde mí madre orgullosa.
— Pronto será la ceremonia de purificación de Tabitah, ¿Verdad? — mamá afirma con orgullo aquél rumor, nosotras no podemos hablar a no ser que las Esposas nos dirijan la palabra directamente —. Bien, pronto deberás convertirte en esposa, quizás yo pueda ayudar — veo a mamá mirarme, se nota disgustada, odia que las demás Esposas crean tener derecho sobre sus hijas.
— ¿Así? ¿Cómo?
— Podría arreglar su matrimonio con el hijo de un Señor importante, quizás de un rango mayor al de tu Señor, después de todo las madres debemos apoyarnos entre nosotras, ¿Verdad? — mamá me mirá, veo el disgusto aumentar pero ella lo disfraza con una sonrisa —. Tal vez podría...
— Muchas gracias, Carrie, pero no — la Sra. LaVona la mira sorprendida, no es usual semejante falta de respeto, pero lo deja pasar, mamá es una Esposa con mucha influencia, por ello es intocable —. Yo sé que es lo mejor para mis hijas, las casaré con quienes yo crea correcto, de hecho, ya tengo a un candidato.
— ¿Enserio? ¿Quién? — pregunta intrigada.
— Pronto lo sabrás.
El ambiente es tenso, pero en ningún momento dejan de sonreírse.
— Entiendo, pero por ahora tendremos que centrarnos en inculcar nuestras creencias a un nuevo miembro de la comunidad.
Todas, incluso los Cuidadores y Protectores la miran extrañados, era muy poco usual que alguien se mudará aquí.
— ¿A qué te refieres?
— Eso escuché de mí Señor, un joven se ha mudado, no lo han traído como Hijo, Esposo o Novio, ni siquiera para servidumbre, él solo llegó, se mudó por su cuenta, él solito decidió venir.
— Eso es extraño, casi nunca nadie se muda a nuestros pueblos y ciudades por voluntad propia, pero eso es bueno — mamá alzó su cara orgullosa —. Nuestros rezos mañaneros están siendo escuchados, querida Carrie, pronto el mensaje llegará a todo el mundo, daremos nuestro golpe de estado y reharemos este mundo, como un mundo sin pecado y lleno de paz, amor y regido por la voluntad de nuestros dioses — mamá se gira hacia mí y yo bajó la cabeza en señal de sumisión a su voluntad —. Pronto iniciará tú labor, hija. Pronto lo cumplirás.
— Que el Hacedor te escuché, Cecilia.
— Que el Excelso lo permita, que así sea.
<<Los herejes deben morir quemados en la hoguera>>
Lo sé mi diosa, lo sé. Aquella dulce voz que me guía sabrá que camino he de seguir.
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