9. Visita inesperada

Cuando abrí la puerta, me encontré con una escena totalmente inesperada; los detectives Joe Williams y Michael Brown habían regresado.

¿Qué coño querían?

—¿Oficiales? —dije sorprendido. No pensé que volverían después de la primera vez. ¿Acaso habían conseguido alguna prueba? Incluso si lo hubieran hecho, no creo que fuera sido algo tan contundente, ¿o sí? Creo que me arrestarían en el acto sin necesidad de visitarme como si tuvieran que pedirme permiso, así que lo dudo.

—Buenos días, señor Miller —pronunciaron ambos detectives mientras me ofrecían un apretón de manos que en contra de mi voluntad acepté.

—¿Los puedo ayudar en algo? —pregunté.

—Sí —respondió el oficial Brown—. ¿Podríamos pasar? Necesitamos hacerle una serie de preguntas y preferiríamos que estuviera cómodo.

Mierda. Se supone que les dije que podían venir cuando quisieran si necesitaban información. Sospecharían de mí si les decía que no eran bienvenidos, y si están aquí, debe ser por algo. Así que no les podía dar más motivos para que desconfiaran de mi coartada.

—Claro, pasen. No hay problema. —Los invité.

«Maldita sea, Joseph, escóndete». Pensé mientras los dejaba ingresar.

Lógicamente los haría sentarse en la sala del vestíbulo. No podía permitir que se acercaran a la cocina por nada del mundo. Así que los dirigí hacia los muebles cerca de la entrada y los ubiqué justo de espaldas para que no pudieran ver a Joseph si es que a este se le ocurría cometer alguna locura.

—¿Quieren algo de tomar? —ofrecí para tener un poco de tiempo de ir a la cocina y ocultar a Joseph en algún otro lugar de la mansión.

—Estoy bien así —dijo el oficial Williams.

—Yo igual, gracias —comentó el detective Brown.

Maldita sea. Tendría que confiar en Joseph... 

Sí, estaba jodido. Quién sabe qué locura podría motivarlo a merodear por los rincones de la mansión. Era un zombie que había aparecido de la nada la noche anterior y ni siquiera lograba comprender su impredecible conducta.

¿Por qué lo solté? Carajo.

—¿Entonces qué es lo que necesitan saber oficiales? —Rompí el silencio para poder terminar esta inesperada visita con celeridad.

—¿Es verdad que se crio en Malvinas? —preguntó el oficial Brown.

Malvinas era un pueblo ubicado a dos horas de mi mansión. Realmente no me había criado ahí, pero según la falsa identidad de Jack Miller, había pasado casi toda mi vida hasta los veinte años en aquel pequeño poblado. 

Sin embargo, siendo sincero, probablemente lo consideraba mi hogar. Aunque me gustaba la llamativa vida nocturna de los bares en la ciudad y tenía que permanecer más tiempo aquí por cuestiones de trabajo, Malvinas era un lugar especial en el que me sentía seguro y podía refugiarme de todos mis problemas.

La mayoría de sus habitantes eran amistosos; gente encantadora, acogedora y calmada que pasaban sus días en el gran lago de Sirio —la leyenda hablaba de un dios que aparentemente cayó a la tierra y dejó un gran cráter que formó el hermoso lago con su nombre— pescando o simplemente pasándola bien en picnics con sus seres queridos.

Ahí había conocido a la señora y el señor Miller, los padres de mi mejor amigo en la adolescencia; Tony, que conocí en la ciudad cuando me dedicaba a vender drogas para sobrevivir y me había invitado a vivir con su familia. Creo que lo hizo porque yo le gustaba, pero siempre lo vi como un amigo.

Ellos eran las personas más afables y gentiles que conocía, sin embargo, cuando su hijo Tony murió de una sobredosis, quedaron absortos en devastación por meses. Yo era el único que tenían a su lado, y en el lapso de tiempo que duró su luto emocional me adoptaron prácticamente como su hijo. 

Tal vez por la luctuosa necesidad de llenar el vacío que había dejado el fallecimiento de Tony, pero de todas formas no me molestaba que me consideraran su hijo. Mas la dicha no me duró mucho tiempo pues poco después también murieron en un accidente automovilístico. El señor Miller se había convertido en un alcohólico compulsivo tras la muerte de mi amigo y un día, mientras regresaban de un viaje en la ciudad, el señor Miller, borracho y miserable, perdió los sentidos para caer a un barranco junto a su querida esposa.

Horas después de aquel lamentable suceso, el auto en el que habían descendido por el profundo abismo produjo una gran explosión que levantó una espesa humareda y alertó a los conductores en el camino. Estos a su vez llamaron a las autoridades correspondientes para indagar acerca de la verdadera razón de aquel denso humo y cuando el helicóptero con un grupo especializado de rescate llegó a la trágica escena, los cuerpos de la pareja Miller yacían carbonizados en los vestigios que alguna vez fue el antiguo y bien cuidado auto que orgullosamente alardeaban a todos en el pueblo.

Después de eso decidí honrar sus memorias y me ocupé de la pequeña choza del pueblo en la que vivían. No lo voy a negar, me dolió haberlos perdido, eran lo más cercano a una familia que tenía. Pero fue fácil superarlos, estaba acostumbrado a la soledad.

A veces iba cuando necesitaba un respiro y podía sentir su tranquilizadora presencia apaciguando mis sentidos y diciéndome que todo estaría bien. Puede que mis verdaderos padres me hubiesen abandonado, pero la señora y el señor Miller me habían adoptado y los consideraba mis verdaderos padres, aunque hubiese sido un efímero ápice de tiempo el que compartimos juntos.

La herencia que había obtenido tras su muerte la había desperdiciado en fechorías y la dicha no me duró demasiado cuando me di cuenta de que tenía que regresar a mis antiguos métodos para obtener dinero. Ahí fue cuando empecé a trabajar con mi jefe actual y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados en cuanto a pasar de la casi indigencia a vivir en una mansión.

—Sí —respondí al oficial—. Me crie allá con mis padres y mi hermano adoptivo. ¿Por qué?

—Encontramos un cadáver hace cuatro días en la ruta que lleva a ese pueblo a una media hora de aquí —dijo el oficial Brown—. Y esta madrugada se reportó otro caso de homicidio en el que el cuerpo hallado se encontraba totalmente descubierto y mutilado. Alguien había extraído el contenido de su interior; órganos vitales como los riñones, páncreas, hígado, corazón... E incluso su cerebro.

¿Acaso había sido obra de Joseph?

—Y los cuerpos... ¿Están realmente muertos? —cuestioné—. O sea..., ¿no se mueven?

Ambos se miraron confusamente.

—Eh... —Me miró extrañado el oficial Williams—Sí, no se mueven. Son cadáveres. ¿Por qué se moverían?

—¿Pero ya los inspeccionaron bien y se aseguraron de que estaban muertos? —pregunté.

—Señor Miller —interfirió el detective Brown—. Estamos bastante seguros de que estaban muertos. Ni siquiera les dejaron sus órganos vitales. ¿Acaso sabe algo que nosotros no sepamos?

—No... —pronuncié dudoso—. Solo tenía curiosidad. ¿Han encontrado al culpable? ¿Tienen un sospechoso?

—Por el momento no —declaró el oficial Brown.

Aquello era extraño, se supone que Joseph había revivido horas después el mismo día en el que lo había asesinado. ¿Cómo es que esos cadáveres aún no se habían levantado? ¿Acaso Joseph no era un maldito zombie también? Tendría que haberlos infectado o yo qué sé...

—¿Y cómo es que extrajeron sus órganos vitales? ¿Acaso los abrieron con algún tipo de navaja o había algo más? —pregunté.

—Esa información es confidencial por ahora —dijo el oficial Williams.

—Está bien, Joe, de todas formas pronto estará en las noticias —alegó el otro—. Se hallaron grandes marcas de mordidas en sus cuerpos —siguió Brown. Parecía dubitativo acerca de compartir la información pero algo en sus ojos gritaba por conseguir respuestas—. No estamos seguros, pero tenemos la hipótesis de que fueron devorados por algún tipo de animal o... —Hizo una pausa antes de decir lo que realmente pensaba y aproveché para interrumpirlo.

—¿Un humano?

—Sí —aseveró Brown—. ¿Por qué llegó a esa conclusión, señor Miller?

—No hay animales grandes en la carretera, e incluso si los hubiera, atropellarlos bastaría para detenerlos —argumenté—. Es lógica simple.

—Nos gustaría saber si ha visitado Malvinas recientemente —dijo el oficial Brown—. Sería de mucha ayuda si nos pudiera proporcionar alguna información.

—¿Y para qué quieren saber eso? ¿Acaso no encontraron las muestras de ADN que dejó el atacante? Incluso si fue un animal, lo hubiesen podido averiguar, ¿no? —cuestioné.

—Sí, encontramos ADN, pero no lo hemos podido relacionar con nadie hasta el momento. Ni siquiera coincide con algún animal de los que se encuentran en esta zona. Por eso nos ayudaría cualquier dato que nos pudiera proporcionar —respondió el agente.

¿Entonces no había sido Joseph? No... La sangre que había visto en su boca... Tuvo que haber matado a alguien. ¿Pero cómo es que su ADN no coincidía con el encontrado? Bueno, puede que no fuera él entonces, quién sabe. Sin embargo... ¿Si no fue él, quién más pudo haberlo hecho?

—Pues yo no sé nada acerca de eso—contesté—. Si no fuera por ustedes, aún lo ignoraría. Y no, no he viajado a Malvinas recientemente.

—Está bien, señor Miller —dijo Brown—. Pero le recordamos que si ha presenciado algo y no nos lo quiere decir, se le considerará cómplice de asesinato.

—¿Qué está insinuando, oficial? —Levanté la voz—. ¿Acaso cree que tengo algo que ver con eso?

—No, para nada, señor Miller —repuso el detective—. Solo quería que lo supiera.

—Pues gracias por la información oficial, pero no la necesito. Sé perfectamente qué es lo que tengo que hacer si llegase a presenciar algo así. —Me puse de pie y señalé la puerta—. Si eso es todo lo que vinieron a preguntar, ya se los respondí, así que se pueden retirar. Los acompaño hasta la puerta.

—Espere, señor Miller. —Escuché decir al oficial Joe—. En realidad, esa no es la verdadera razón por la que vinimos. —Me hizo un gesto con su mano invitándome a calmarme y sentarme de nuevo.

—¿Entonces qué quieren? —Ya no me importaba ser formal, tenía que parecer ofendido para que mi reacción fuera creíble.

—Estuvimos investigando el caso de Joseph Smith, el repartidor de pizzas —dijo Williams.

—¿Y qué? —contesté sin vacilar. No podía dar muestras de preocupación u olerían la mentira en el fondo. Aunque ya lo había arruinado haciendo esas extrañas preguntas acerca de los cadáveres, pero aún podía salvarme de levantar más sospechas.

—Encontramos la motocicleta que manejaba Joseph Smith el día que desapareció —intervino Brown mientras me miraba fijamente, expectante de algún tipo de reacción por mi parte.

Sabía lo que planeaba, quería asustarme. ¿Cómo demonios habían encontrado la motocicleta? Había caído en lo más recóndito de un acantilado que irónicamente parecía no tener final.

—¿Y por qué me lo dicen a mí? Su esposa es la que debería estar enterada, a mí no me importa ese suje...

Mis palabras fueron interrumpidas por un estruendoso sonido. Parecía el ruido que producía una puerta al cerrarse. Los oficiales miraron a sus espaldas alarmados.

—¿Vive con alguien señor Miller? —preguntó el detective Brown.

—No... —declaré mientras pensaba en una excusa—. Ese debió ser mi novio que a veces pasa la noche conmigo. Supongo que se está preparando algo en la cocina o cerrando la puerta del baño, no sé. ¿Acaso tiene importancia? —Volví a alzar la voz para expresar indignación hacia mi privacidad. Probablemente serviría para ahuyentarlos más rápido—. Vayan al punto, agentes. ¿Qué tengo que ver con eso?

—Aunque la motocicleta estaba bastante destrozada, tras revisarla cuidadosamente, pudimos encontrar huellas dactilares —dijo Brown.

Había algo extraño en el tono en el que ese detective me hablaba. Puede que él pudiese oler mi mentira, pero yo también podía entrever en el resquicio de su fachada.

Si hubieran encontrado huellas dactilares, ya habrían encontrado mi ADN. Pero el ADN de Jack Miller no era el mismo que el de George Evans. Si lo hubiesen descubierto, no necesitarían hacerme un interrogatorio para que lo confesara, simplemente me capturarían sin vacilación alguna y hasta el momento no lo habían hecho. Así que había algo oculto en todo eso, algo en lo que no iba a caer.

—¿Y dónde se supone que la encontraron? —cuestioné.

—Esa información no la podemos compartir —respondió Brown—. Está ligada a un caso en proceso —explicó.

Incluso si existía la remota posibilidad de que la hubieran encontrado, aún así no podrían culparme de nada.

—Las huellas coincidieron con alguien llamado George Evans. ¿Le suena familiar?

Puede que eso me hubiese asustado un poco, pero no lo demostré. Mi identidad falsa tenía registradas las huellas dactilares de Tony Miller, el hijo de los Miller. Y también su ADN. Por lo que, si llegaban a investigar los datos personales de Jack Miller, encontrarían que no iban a coincidir con los de George Evans. Pero claro, si me sometían a un test de ADN, hallarían mi verdadera identidad. Y eso solo sería posible con una orden policíaca, algo que no tenían porque yo no estaba estrechamente ligado a su caso. Ni siquiera era sospechoso. 

—No, para nada. —Traté de disimular mi mentira—. ¿Quién es ese y qué tengo que ver con todo esto? Aún no lo entiendo.

—Mire esta foto, señor Miller. —El oficial Brown me mostró una fotografía de su celular—. ¿Aún no le parece familiar? —acentúo mientras plasmaba una inquietante mirada en mi rostro como si buscara pruebas de mi fehaciente engaño.

La imagen claramente mostraba una vieja foto de mí cuando tenía aproximadamente veinte años. Pero mi apariencia física actual era muy diferente a lo que era en esa foto, literalmente parecía otra persona. Aunque claro, aún conservaba cierta similitud. Pero mi cabello tinturado y mi pálida piel me daban un aspecto más anémico.

El estupor al que mi cara parecía estar sometida cuando miré la foto representaba una perfecta escena de alguien observando a su dopperganger por primera vez en la vida. Una reacción creíble y acorde a la situación para no levantar ninguna sospecha. 

Si mi lenguaje corporal hubiera sido otro, les habría dado el permiso para creer que se trataba de un impostor. Pero si mantenía la compostura, no tendrían pruebas para refutar mi actuación. En lo que a ellos concierne, somos dos personas completamente diferentes con características físicas similares. Claro, ellos tenían la base de datos del gobierno y podrían saber la verdad, pero mi jefe ya se había encargado de modificar la información con sus contactos.

—Sí... —dije con una expresión terrorífica, como si me hubiera visto en una parte en la que no recordaba haber estado. Obviamente con el propósito de acentuar mi papel—. Se parece a mí un poco.

—¿Nunca lo ha visto antes? —preguntó el oficial Williams. Sus azulados ojos denotaban sorpresa, como si algo que no había previsto hubiese ocurrido. Lo más probable es que hubiera sido por mi magnifica actuación. Los años de experiencia mintiéndole a las personas para conseguir lo que quería me habían convertido en un actor de primera. Esta no era la primera vez que me interrogaban por mi identidad falsa.

—No, ¿quién se supone que es y por qué se parece a mí? —Mi voz solo denotaba profunda intriga, lo que la hacía más genuina.

—Al parecer es un ladrón perteneciente a un grupo delictivo llamado Las aguilas negras —respondió el detective Brown, aunque algo pensativo, como si estuviera escudriñando cada ápice de mi conducta. Probablemente no estaba comiéndose el cuento de mi fingida sorpresa—. Se parece mucho a usted, señor Miller —aseveró—. ¿Nunca lo ha visto en su vida?

—No, jamás —dije—. Y aún no entiendo qué tengo que ver con todo esto.

Necesitaba deshacerme de esos agentes rápido. Pronto llegaría Ryan y no quería que se diera cuenta de lo que estaba pasando.

—Está bien, señor Miller... —comentó Brown—. Solo queríamos cerciorarnos de que usted no tuviese nada que ver con George. Supongo que solo se trata de dos personas muy similares involucradas en un mismo caso. Es bastante improbable que pase algo así, ¿no lo cree, señor Miller? —El detective intentaba detectar cualquier migaja de inseguridad que pudiese obtener de mi parte.

—Me imagino que sí, pero está pasando. El mundo es pequeño a veces —respondí—. ¿Entonces, esa era su verdadera razón para venir detective? Porque si es así, con gusto le puedo mostrar mi identificación para que confirme que yo no soy ese sujeto y podamos solucionar este asunto rápidamente. Tengo cosas más importantes qué hacer.

—No, tranquilo, señor —respondió este—. Supongo que solo es una increíble coincidencia.

—Está bien —pronuncié—. Si eso es todo, los puedo acompañar hasta la puerta.

—No se moleste, señor —interfirió el detective Williams—. Conocemos el camino, gracias.

Los detectives dejaron mi mansión con una amargura bastante notoria. No lograron lo que sea que querían lograr, no se los permití. Sabía que hablaban de mí mientras se dirigían a su auto. Aunque me era difícil interpretar las ondas de sonido que producían las voces pues se distorsionaban en el aire, pero estaba seguro de que el motivo de la discusión era yo.

«Por fin...», suspiré en mi mente. «Ya puedes salir de donde sea que estés, Joseph», comenté en mi cabeza como si Joseph pudiera escucharme.

Mientras los agentes se subían al auto y salían del perímetro de mi propiedad, el estridente motor de otro automóvil se aproximaba desde las lejanías; Ryan. Era él, y lo más probable es que pensara que me había pasado algo pues la policía acababa de salir de mi hogar.

Al bajarse de su camioneta gris lo noté bastante preocupado, como si viera en mí a alguien al borde de la muerte. Y no era de sorprenderse, mi piel aún conservaba ese albino aspecto y el peso que había perdido todavía era algo evidente a simple vista.

—¡George! —vociferó mientras se aproximaba a mí— ¡¿Qué te pasó?! ¡Por Dios! ¡Te ves fatal!

—Eh... —titubeé. ¿Acaso le importaba? No es que creyera que no lo hacía, pero algo en su tono de voz demostraba algo más que solo una leve preocupación—. No es nada, solo...

—¿Acaso tienes sida? —Me interrumpió, alarmado.

—¡¿Qué?! No, no es eso, tranquilo.

—¿Anemia? —preguntó de nuevo.

—Tampoco.

—¿Entonces qué es? Me estás asustando... —Hizo una pequeña pausa y reflexionó por un momento sobre lo que había visto— ¿Y por qué estaba la policía acá?

—Te tengo que contar algo... —Ni siquiera sabía cómo explicar lo de los policías, fue algo que no esperaba que pasara—. Pero no sé por dónde empezar, la verdad —confesé.

—Simplemente dilo, en serio que ya me estás preocupando.

—Creo que soy un... zombie —musité algo extrañado, como si ni yo mismo creyera en lo que estaba diciendo.

—¿Un zombie?

—Sí —corroboré—. Un zombie.

—Eh... —Su mirada era incrédula y preocupada, como si estuviera hablando con un demente—. Mira George, conozco un buen psiquiatra amigo mío que creo que puede ayudarte —comentó—. Es un excelente profesional y te puede...

La frase se paralizó a medio camino y su mirada atravesó mis hombros para escabullirse en el resquicio de la puerta entreabierta de mi mansión. Sus ojos parecían estar a punto de desbordarse y su boca formó una redonda «o» que expresaba la abrumadora sorpresa que se había llevado al observar lo que había a mis espaldas.

—¿Pero qué mierda es...? —No pudo terminar la oración. La figura que pude apreciar en el reflejo de sus ojos lo había dejado sin palabras; Joseph.


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¿Cómo creen que Ryan tome el asunto? ¿Acaso Joseph se volverá violento y lo atacará? D:   Todo esto y más en el próximo capítulo :D

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